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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania, UE, Unión Europea

Cuestión de tropas

“Estamos brindando la asistencia que se necesita con urgencia y esta coalición (Grupo de contacto de defensa de Ucrania) continúa intensificando sus esfuerzos para satisfacer las necesidades más urgentes de Ucrania. La lucha de Ucrania nos importa a todos y estamos decididos a garantizar el éxito de Ucrania”, afirmó ayer el secretario de Defensa de Estados Unidos, que confirmó que el suministro de equipamiento y munición estadounidense será continuo, con envíos semanales. Sin embargo, la asistencia militar no se limita al equipamiento material que a diario llega al frente para ser utilizado contra las posiciones rusas, las localidades cercanas a la línea de contacto, la retaguardia de Crimea o refinerías a centenares de kilómetros, sino que implica también inteligencia en tiempo real e instrucción de tropas. Este último aspecto ha sido uno de los elementos que los países de la Unión Europea más han resaltado a la hora de enaltecer su incondicional e imprescindible apoyo al esfuerzo bélico ucraniano. Ante las dificultades que está sufriendo actualmente Ucrania, capaz de conseguir éxitos contra Rusia demostrando ser capaz de hacer daño con el uso de sus misiles de largo alcance -especialmente en Crimea-, pero incapaz de recuperar la iniciativa perdida, este último aspecto es el que está intentando potenciarse.

Desde el inicio de la invasión rusa, los programas de entrenamiento de tropas en los países miembros de la OTAN han sido una constante que tanto la Unión Europea como el Reino Unido han visto como la forma de modernizar la doctrina ucraniana y adaptar a las Fuerzas Armadas a los niveles de la Alianza. Así ha sido también como Kiev ha presentado dichos programas, proclamando que la colaboración ente la OTAN y Ucrania y la participación en maniobras conjuntas en las que se utiliza el armamento común es una muestra más de que el país es ya miembro de facto, algo que, a su vez, es uno de los principales argumentos para exigir la admisión de iure por la vía rápida.

La instrucción de soldados ucranianos debía también actuar de escaparate para mostrar las capacidades de la alianza, que durante meses se jactó de estar transformando a las Fuerzas Armadas de Ucrania, introduciendo las tácticas de la OTAN y eliminando la anticuada doctrina soviética. Las intenciones no se convirtieron en hechos y el fracaso de la contraofensiva terrestre hizo que reaparecieran los reproches mutuos: soldados e incluso oficiales ucranianos se lamentaban de la escasa instrucción que habían obtenido, mientras que los países occidentales respondían achacando las dificultades en el campo de batalla a la recuperación de la mentalidad y formas de actuar soviéticas que era preciso apartar. La mención al pasado soviético suele ser directamente proporcional a las dificultades de Ucrania en las trincheras, por lo que no es de extrañar que la situación en Járkov haya hecho reaparecer el argumento. “Como decía una de mis fuentes”, escribió James Rushton, analista de seguridad nacional en Kiev, “el ejército ucraniano ha regresado a luchar como un ejército soviético”. Esa es una explicación suficiente para justificar los problemas, ya que “un ejército soviético pequeño no va a derrotar a un ejército soviético grande”. En realidad, algunos de los escasos resultados obtenidos por Ucrania en su célebre contraofensiva de 2023 se produjeron precisamente gracias al abandono de la suicida táctica que Zaluzhny había pactado con la OTAN y a la recuperación de una parte de la doctrina propia, efectivamente común a la rusa.

Sin embargo, en la derrota y en las dificultades, el odiado legado soviético sigue siendo de gran utilidad tanto para desmarcarse de los errores propios como para justificar la necesidad de más asistencia. En este sentido, durante las últimas semanas se han publicado en los medios diferentes informaciones que apuntan a la posibilidad de realizar una parte de la instrucción de las Fuerzas Armadas en Ucrania en algún lugar del extranjero. Se retornaría con ello a la situación anterior al 24 de febrero de 2022, cuando fuerzas de la OTAN entrenaban de forma oficial por medio de programas institucionalizados y también de forma extraoficial por medio de exoficiales “de vacaciones” a las tropas ucranianas. En el primero de los casos, oficiales de países como Estados Unidos o Canadá preparaban al nuevo ejército ucraniano en bases como Yavoriv, ahora destruida. Del segundo se conoce al menos un caso, que posiblemente no sea el único, en el que la Mayor retirada del ejército canadiense Oksana Kuzyshyn, miembro del Congreso Ucraniano Canadiense, instruyó durante dos meses a soldados del regimiento Azov en los años en los que incluso el Congreso de Estados Unidos había prohibido financiar, entrenar o armar al ala militar del movimiento liderado por Andriy Biletsky.

“La UE estudia entrenar a las tropas ucranianas en Ucrania a partir de 2025. Los gobiernos europeos y Bruselas están considerando la realización de ejercicios para las fuerzas ucranianas en el territorio no sólo de la Unión Europea, sino también de Ucrania, a más tardar en 2025”, escribía la semana pasada Ukrainska Pravda recogiendo la información proporcionada por Welt, un diario del país más reticente. Según el medio alemán, la posibilidad de reanudar, posiblemente a un nivel muy superior en número de efectivos participantes, el entrenamiento en suelo ucraniano fue tratado en la reunión del Comité Militar de la Unión Europea el pasado 15 de mayo. Antes habían comenzado ya los rumores al respecto. En esta guerra, las filtraciones anticipan las políticas que, antes o después, acabarán por ser implementadas por los países que participan directa o indirectamente. Aparentemente, la propuesta parte del general holandés Michiel van der Laan, actual director de la Misión de Asistencia Militar de la UE en Ucrania, encargada de instruir a miles de soldados ucranianos, durante esos últimos dos años siempre en el territorio de los países miembros. La lentitud del proceso y los costes que implica para los países que acogen actualmente a estas tropas -así como el riesgo de fuga, un factor menos repetido por los medios- suponen algunos de los argumentos para trasladar el grueso de la operación a la retaguardia ucraniana, territorios en los que las consecuencias de la cercanía al frente no se sienten a diario. La instalación de nuevas bases o reapertura de antiguas volvería a poner esos lugares en el punto de mira de los misiles y drones rusos, estos últimos con una capacidad cada vez más amplia de atacar a grandes distancias. El peligro es precisamente uno de los motivos por los que países como Alemania, algo más prudente que sus aliados bálticos, británicos y franceses, aún no se han mostrado favorables. El envío de soldados de países europeos a Ucrania en calidad de instructores podría implicar en algunos casos la aprobación parlamentaria y supone una preocupación de seguridad para algunos Estados. Berlín, por ejemplo, teme por la seguridad de esas tropas, que se convertirían en objetivo para el comando ruso. Las reticencias alemanas no son una sorpresa y son coherentes con la postura de su canciller en cuanto al envío de misiles de largo alcance, que implicaría la participación de soldados alemanes en su uso, algo que, según Olaf Scholz, cruzaría la línea roja de la participación directa. La presencia de instructores occidentales no cruzaría esa barrera, pero sí supondría un movimiento que Rusia percibiría como provocación y elevaría notablemente el riesgo de que se produjeran bajas occidentales que no pudieran ser presentadas como soldados voluntarios. Según The New York Times, se baraja también la posibilidad de utilizar contratistas, dando a personas como Erik Prince, fundador de Blackwater, la oportunidad que están esperando para promover la privatización de esta guerra. En ambos casos, el razonamiento es el mismo: acelerar al máximo el proceso de instrucción de nuevos soldados, lo que sugiere dificultades a la hora de reponer las maltrechas filas de las Fuerzas Armadas de Ucrania.

El precedente de la actitud de los países bálticos a lo largo de la última década, y especialmente en los últimos dos años, hace lógico que Lituania, Letonia y Estonia hayan sido tres de los primeros países en proponer el envío de tropas. Este último, con unas fuerzas armadas en activo cuyo número asciende a 7.700 efectivos, a los que hay que sumar otros 230.000 en la reserva, planteó hace unos días la posibilidad de enviar un contingente de sus soldados a realizar tareas de retaguardia. Eso liberaría a una cifra -escasa- de soldados ucranianos que podrán ser enviados al frente. El nulo poder militar de Estonia o sus vecinos bálticos es obvio, por lo que sus propuestas no son más que la avanzadilla que sus líderes esperan que sea seguido por las potencias continentales.

Con la arrogancia de quien se sabe -o debe saberse- política, económica y militarmente irrelevante a título individual, pero contando con el favor y la protección del país hegemónico y el bloque militar a su servicio, la primera ministra de Estonia quiere ir aún más lejos. La semana pasada, Kaja Kallas dejó claro su objetivo al declarar sonriente en un acto público que “La derrota de Rusia no es tan mala. Entonces sí que podría producirse un cambio. Hay muchas naciones que forman parte de Rusia. Si hubiera más estados pequeños, esto no sería tan malo. No es tan malo si una gran potencia se hace mucho más pequeña”. Para ello “Estados Unidos debería definir claramente la victoria, dado que esta ha sido en gran medida una guerra de elección, saboteando los acuerdos de paz y haciendo declaraciones ambiguas sobre el debilitamiento de Rusia y el cambio de régimen, etc”. Con la balcanización de Rusia como razón de ser de su política exterior, la dirigente estonia no solo anima a los países a enviar tropas a Ucrania, sino que, en declaraciones a Financial Times, ha confirmado que varios países han enviado ya asesores que instruyen a solados ucranianos sobre el terreno.

Al contrario que la revelación de Olaf Scholz hace unas semanas, realizada precisamente para impedir el peligro que supone una mayor implicación, la de Kallas busca negar la realidad del peligro. La presencia de tropas occidentales en Ucrania supondría, sin duda, un riesgo de ser atacadas por las tropas rusas, algo que para la dirigente báltica no ha de ser considerado un problema, ya que no activaría el Artículo V de la defensa colectiva y no supondría, por lo tanto, entrar en guerra con Rusia. Negar el peligro que supone necesariamente una mayor implicación en la guerra aumenta el peligro de enfrentamiento directo con la Federación Rusa, un riesgo que no lo es para quienes están dispuestas a aventurarse a una guerra a nivel continental en busca de su objetivo de destruir el país vecino.

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