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Nueva fase de la crisis ucraniana tras las elecciones

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Por Nahia Sanzo

Con una participación digna de los estándares habituales europeos, las elecciones legislativas ucranias han satisfecho a las autoridades de la Unión Europea, Estados Unidos y a las organizaciones internacionales, que han resaltado los resultados como un paso adelante en la búsqueda de la paz y la estabilidad en el país. Las elecciones no han acarreado ninguna gran sorpresa, con el partido del primer ministro y el de presidente como los dos grandes vencedores en unos comicios más igualados de lo que se esperaba. Tal y como presagiaban los decepcionantes resultados de las presidenciales de mayo, Yulia Timoshenko no ha sido capaz de recuperar el crédito perdido y, a pesar de que su grupo sí ha superado el 5% del voto necesario para entrar en la Rada, su posición es de extrema debilidad.

El resultado implica para Poroshenko la pérdida de todo margen a la hora de elegir un primer ministro. Sin posibilidad alguna de nombrar a un primer ministro de su círculo para afianzar su poder, los resultados dejan a Yatseniuk como único candidato viable. El resultado de Yatseniuk, más votado que el propio presidente, le otorga una posición increíblemente ventajosa a la hora de negociar, no solo su puesto en el gobierno, sino la composición de este. Al contrario que en mayo, cuando la victoria electoral de Poroshenko le otorgaba un amplio margen de maniobra, la posición del presidente queda seriamente debilitada. Con su principal adversario en el puesto de primer ministro, la posibilidad de que aumenten las luchas internas dentro del propio régimen aumenta considerablemente con el éxito electoral del Frente Popular de Yatseniuk, que tras la retirada de su candidatura a presidente en mayo, sale de estas legislativas notablemente reforzado.

El voto nacionalista se ha concentrado en el recién creado Frente Popular de Yatseniuk y Turchinov, que ha dado la única sorpresa relevante llevándose el voto popular unas décimas por delante del Bloque Poroshenko, a priori favorito indiscutible, que ahora se encuentra con una situación ligeramente más complicada a la hora de formar gobierno. Las primeras consecuencias de este éxito electoral no se han hecho esperar y, mientras Poroshenko declaraba su intención de formar Gobierno con Yatseniuk a la cabeza, el líder del Frente Popular amenaza con formar su propia coalición en un intento por presionar al presidente y conseguir así una mejor posición de sus partidarios en el nuevo Gobierno, que irremediablemente estará formado por el Bloque de Poroshenko y el Frente Popular.

Las divisiones internas son más que posibles a medida que Yatseniuk trate de posicionarse para optar a la presidencia, su objetivo real a medio plazo, pero ambos son conscientes de que la lucha interna sería catastrófica para el país en estos momentos. Con batallones de extrema derecha perfectamente armados y organizados, el desgobierno que los resultados de Yatseniuk y una posible negativa a pactar con Poroshenko podría crear una situación caótica difícil de controlar.

La presidencia de Poroshenko comenzó, tal y como él mismo se encarga de recordar cada vez que tiene ocasión, con un alto el fuego, seguido de los momentos más duros de una guerra que continúa a pesar del teórico alto el fuego que se firmó ya hace prácticamente dos meses en la capital bielorrusa de Minsk. La guerra había comenzado en abril, bajo el mando Turchinov y Yatseniuk, cabezas visibles del Frente Popular, que han concentrado el voto nacionalista a expensas de las opciones más radicales como el Partido Radical de Liashko, que sí ha conseguido el resultado esperado, Svoboda o el Sector Derecho. Para satisfacción de la Unión Europea, cuya preocupación por la presencia de Svoboda en la Rada ucraniana fue explícita en 2012, el voto de castigo a Poroshenko, cuyo resultado es, por inesperado, el más sorprendente, se ha concentrado también en la figura de Yatseniuk, uno de los favoritos de Occidente tal y como dejó bien claro Victoria Nuland en la ya famosa conversación telefónica interceptada antes del golpe de Estado del 22 de febrero.

Puede haber diferentes motivos para el éxito electoral de Yatseniuk, que ha concentrado parte del voto nacionalista y también ha arrebatado parte de su electorado a Poroshenko, principalmente a base de un discurso más duro, nacionalista y belicista. Mientras que en los primeros meses de su Gobierno los líderes extranjeros, especialmente John Kerry, destacaban de Yatseniuk su disposición a negociar, especialmente a negociar la prometida descentralización del poder, los últimos meses han visto al Yatseniuk más crítico y cuyos argumentos han coincidido con los de los partidos de la extrema derecha más que con los del presidente. Mientras que Poroshenko se ha mostrado más pragmático, buscando tanto en el tema del acuerdo de asociación con la Unión Europea como en el tema de la guerra, más dispuesto a negociar una salida con el presidente ruso Vladimir Putin, lo que la extrema derecha ha visto como imperdonables concesiones al enemigo, Yatseniuk ha aumentado su popularidad exigiendo que el acuerdo de con la UE entre en vigor de inmediato y, sobre todo, promocionando por todo lo alto el muro fronterizo que debe proteger a Ucrania de una invasión rusa que el líder del Frente Popular sigue utilizando como argumento.

La radicalización del discurso de Yatseniuk, que se ha apoderado del discurso radical de Svoboda sin perder su apariencia de moderado, explica, al menos en parte, que los partidos de extrema derecha nacionalista no hayan conseguido el éxito pudiera haberse esperado. Aun así, el hecho de que se ofrezca puestos alto nivel a comandantes y subcomandantes de los batallones voluntarios que han participado en la guerra, como el nombramiento de Vadim Trojan, subcomandante del abiertamente fascista Batallón Azov, como jefe de policía de la región de Kiev, demuestra que, pese a que no se hayan convertido en grupos políticos importantes en la Rada, la extrema derecha tiene una presencia importante en la política y en la vida diaria ucraniana.

Pese al discurso occidental que defiende, como lo hizo recientemente George Soros, que Ucrania está más unida que nunca, estas elecciones demuestran precisamente lo contrario, especialmente en lo que se refiere al este y al sudeste del país. Pese al desgaste que han supuesto los meses de acoso y derribo hacia todo lo relacionado con el régimen de Yanukovych, el Bloque de la Oposición no solo ha conseguido el mínimo para formar grupo propio en la Rada, sino que han obtenido unos buenos resultados en las regiones del este y sudeste. Los buenos resultados obtenidos en esas regiones, especialmente en las regiones de Donetsk y Lugansk bajo control de Kiev, del bloque que lidera Yuriy Boiko son, a pesar de que el partido no haya llegado al 10% de los votos sintomáticos de que los problemas de Ucrania van más allá del colapso económico y las regiones fuera de su control.

participacion mapa

El mapa que ilustra la participación electoral (en rojo la participación más baja) ofrece una división casi perfecta de las zonas que hasta 1922 formaban parte de Rusia. Sumada a la baja participación, el fracaso de los partidarios de Maidan a la hora de recoger el voto de esos ciudadanos reflejan que el golpe de Estado, las políticas del nuevo régimen y los meses de guerra han hecho mella en la población y que la unidad de Ucrania alrededor del Gobierno nacido tras la victoria de Maidan no es más que otro mito de la propaganda occidental. Es especialmente representativa la bajísima participación en las zonas de la región de Donetsk controladas por Kiev (Slavyansk, Kramatorsk, Mariupol), donde la población ha dejado clara su opinión sobre el proceso con su abstención masiva.

Mientras tanto, Moscú, que continúa con su idea de apoyar explícitamente los procesos políticos en ambos casos, ha reconocido las elecciones legislativas ucranianas como la expresión de la voluntad popular, sin entrar en detalles sobre si han existido irregularidades. Pero, al contrario que los gobiernos occidentales, ha tomado una postura similar en relación a las elecciones del 2 de noviembre en las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. El Kremlín, quizá con la esperanza de que tras la legitimación de ambos gobiernos, nacidos de un golpe de Estado uno y de una rebelión armada el otro, pueda encontrar una situación más constructiva en la que buscar una solución negociada, acepta el tándem Poroshenko-Yatseniuk igual que los gobiernos de Zakharchenko y Plotnitsky sabiendo que será el único Gobierno que reconozca como legítimas las elecciones en las Repúblicas Populares y sabiendo que, tras estos dos procesos electorales, comienza una nueva fase, incierta e imprevisible, de la crisis ucraniana.

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