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La confianza de Ucrania

“Creo sinceramente que en la historia aún no escrita de la guerra entre Ucrania y Rusia, el verano de 2024 será descrito como el momento de un giro fundamental. Es significativo que los primeros signos de este giro ya sean visibles antes de la cumbre de paz de Suiza”, escribió ayer Mijailo Podolyak. En apenas unas semanas, Kiev ha pasado de las súplicas de armas a sus socios para evitar una derrota y de las llamadas de atención que alertaban de que Rusia invadiría otros países europeos en caso de victoria en Ucrania a proclamar que “el verano de 2024 se definirá como el principio del fin de «la idea supervaliosa de Putin de matar y apoderarse de los espacios vitales de los demás»”. La confianza de Ucrania no solo se debe a su capacidad de detener la ofensiva rusa en Járkov, algo que ocurrió de forma prácticamente inmediata en el momento en el que las tropas rusas superaron los campos abiertos y llegaron a las zonas urbanas, que sí estaban defendidas. En estas semanas se ha producido un cúmulo de decisiones que han dado pie a Kiev a volver a confiar en que los países occidentales han llegado a Ucrania para quedarse y que el país no será abandonado como lo fuera el Afganistán de Ashraf Ghani. En su capacidad de pasar página con total rapidez, la Oficina del Presidente ha dejado atrás el discurso victimista para volver a subirse a la ola de la victoria. Aunque no haya en el frente ningún motivo objetivo para ese radical giro de guion, uno más de los muchos que ha dado esta guerra hasta ahora.

El cambio de parecer se debe fundamentalmente a tres aspectos: la cuestión de las armas, la financiación y el apoyo político de sus socios, todo ello seña inequívoca de presencia occidental en Ucrania a largo plazo ahora que la idea de la guerra larga parece inevitable. En varias entrevistas de los últimos meses, Volodymyr Zelensky ha mencionado la necesidad de nuevas ofensivas, pero nadie pone en duda que, de producirse, lo harán a partir de 2025, cuando las tropas ucranianas se hayan recuperado del desgaste sufrido en la fase ofensiva de 2023 y la defensiva de 2024 y puedan rearmarse e instruir otra vez a nuevas brigadas para intentar lograr lo que no consiguieron en el pasado. Aparentemente sin pensar en las consecuencias, el presidente ucraniano exige a sus aliados armamento, financiación e instrucción para repetir algo que ya ha probado, pero esperando esta vez un resultado diferente. Dispuestos a sostener una guerra en la que algunos de ellos están obteniendo grandes beneficios económicos y geopolíticos, los aliados de Kiev parecen perfectamente dispuestos a continuar luchando contra Rusia mientras Ucrania sea capaz de seguir convenciendo a sus ciudadanos -y quizá en el futuro a sus ciudadanas- a alistarse por medio de grupos de presa que cada vez se encuentran con mayor resistencia. El caso de Odessa, donde la población prefiere disfrutar del verano en las playas de Arcadia en lugar de dejarse arrastrar por los agentes del reclutamiento, es especialmente significativo. De la resistencia a ser arrastrado físicamente a las furgonetas de los oficiales se ha pasado ya a la quema de vehículos de los centros de movilización, un signo de fatiga de la guerra que el discurso ucraniano prefiere no ver.

En parte gracias al argumento de que una ruptura en Járkov o Donetsk podía llevar a una derrota militar, aunque fundamentalmente debido a la táctica de escalada progresiva perfectamente planificada en Washington, Kiev ha obtenido finalmente el permiso, beneplácito y quizá estímulo para atacar objetivos en la Federación Rusa utilizando último ni ha reducido otras actuaciones que supuestamente habían molestado a Washington. Ucrania continúa con sus sabotajes de infraestructuras críticas, ataques de los que se había desmarcado Estados Unidos, mientras que golpea también bases militares alejadas de la frontera ucraniana,  unas veces con éxito y otras con fracasos que evita publicitar. La limitación a 200 millas de la frontera pactada por Estados Unidos y Francia no es suficiente para Kiev, que nunca ha escondido, en su odio delirante, que aspira a llevar la guerra directamente a Moscú.

Esa posibilidad está lejos, pero el aumento de ataques, algunos de ellos con el uso de los recién obtenidos ATACMS estadounidenses, otra exigencia que Kiev ha logrado tras meses de súplicas, indican futuros bombardeos de objetivos prioritarios -bases militares o el puente de Kerch- en el territorio más deseado: Crimea. La precaución con la que algunos países han actuado a la hora de permitir a Ucrania utilizar el armamento entregado nunca se aplicó a la península, donde la opinión de la población, que hace una década optó por Moscú en detrimento de Kiev, nunca ha importado. E incluso cuando Estados Unidos es consciente de que es básicamente imposible desocupar Crimea -es decir, expulsar a las tropas rusas y a la población afín- se mantiene la certeza de que presionar al máximo en ese territorio es la vía para poner a Rusia entre la espada y la pared y obligar a Moscú a una negociación en la que tenga que aceptar el diktat de los patrones de Kiev. Pero también ese escenario es lejano, ya que requeriría de una fortaleza militar y una estabilidad del Estado ucraniano que no existen en estos momentos.

Sin embargo, parte de la confianza de Kiev en sus posibilidades se debe a esos aspectos. La firma de acuerdos bilaterales de seguridad, que comprometen a los países firmantes a suministrar armamento durante el tiempo de vigencia, la aprobación de nuevos préstamos y la inminente apertura de negociaciones para la adhesión de Ucrania a la Unión Europea hace que Kiev se sienta respaldado en sus decisiones. En los últimos diez años, Ucrania ha aprendido que es capaz de lograr sus objetivos de mayor implicación occidental y apoyo incondicional pese a su actuación irracional, su agresión contra Donbass, rechazo abierto a implementar los acuerdos de paz o voluntad alguna de plantearse siquiera la posibilidad de que vaya a llegar un momento en el que tenga que negociar con Rusia en unas condiciones que impliquen algún tipo de concesión, ya sea a Moscú o a la población que ha luchado contra Kiev en la guerra interna ucraniana. “Gracias por ser tan de fiar”, ha afirmado esta semana Úrsula von der Leyen para enaltecer las reformas realizadas por el Gobierno ucraniano. La realidad es que el Gobierno de Zelensky, mucho más aún que el de Poroshenko, está dispuesto a comprometer la soberanía nacional a base de vender, como ha explicado esta semana The New York Times, los escasos activos públicos aún en manos del Estado, una voluntad privatizadora de vender incluso a precios irrisorios esas empresas, siempre que queden en manos del capital occidental. Y Kiev no solo está dispuesta a ir más allá de lo exigido por el FMI en términos de privatización de servicios públicos o austeridad, sino que es capaz incluso de comprometerse a adquirir gas licuado estadounidense, mucho más caro que el gas ruso por cuyo tránsito hacia la UE sigue obteniendo ingresos, para renunciar al gas ruso. Ucrania no cuenta con infraestructuras para la importación de esa materia prima, por lo que dependerá de alguno de sus aliados europeos, una forma más de sumisión y pérdida de soberanía interpretada por Kiev como una forma más de acercamiento a la familia europea.

Una parte fundamental de la supervivencia de Ucrania, sin duda gracias al favor de sus socios al ser una herramienta útil contra su enemigo común en términos geopolíticos, se debe a la capacidad de hacer de la debilidad virtud. Con la inestimable ayuda de la Unión Europea, Kiev ha sido capaz de presentar la censura como reforma en favor de la libertad de prensa, su incumplimiento de los acuerdos de Minsk como prueba de que Moscú nunca negociará en buena fe y el fracaso de la contraofensiva de 2023 como demostración de que es preciso enviar aún más armas y financiación para continuar la guerra. “El G7 llega a un acuerdo «provisional» para conceder a Ucrania un préstamo de unos 46.000 millones de euros financiado con los intereses generados por los activos del banco central ruso que se encuentran congelados en la Unión Europea”, informaba ayer la Agencia EFE. Kiev sabe que esta guerra nunca carecerá de armas ni de financiación. Pero, como es habitual, nada es suficiente. Ucrania no quiere solo un préstamo de 46.000 millones, sino la entrega de los 300.000 millones en activos públicos y privados rusos congelados en los países occidentales.

En un fin de semana en el que se celebran tanto la cumbre del G7 como la deseada cumbre por la paz de Zelensky en Suiza, es de esperar que el primer paso dado para utilizar los activos rusos incautados en la UE para financiar el esfuerzo bélico ucraniano contra Rusia sea solo el primero de los muchos anuncios de paquetes de asistencia militar y financiación de los próximos días.

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