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Armas, Biden, Donbass, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Ucrania, Zelensky

La mejor opción para quienes ven la guerra en la distancia

A la espera de las dos reuniones que, según lo anunciado por la Casa Blanca, Joe Biden mantendrá durante su visita a Europa con Volodymyr Zelensky, las noticias de esta semana muestran el peso de Estados Unidos en el desarrollo del conflicto. En los últimos días, numerosos analistas luchan por imponer su postura sobre la cuestión de si el permiso estadounidense para el uso del armamento donado en ataques contra la Federación Rusa va a suponer un cambio de inflexión en la guerra o si va a ser determinante a la hora de colocar a Ucrania en una mejor posición en el frente, lo que determinará, al menos en parte, su fortaleza ante una hipotética negociación futura. Contra los deseos de Ucrania, cuyo Gobierno parece dispuesto a luchar por las fronteras de 1991 cueste lo que cueste, esa parece ser la postura occidental. Las declaraciones de diferentes dirigentes occidentales que afirman que apoyarán a Ucrania “mientras sea necesario” no implican que Occidente vaya a financiar y armar a Ucrania hasta que Kiev logre sus objetivos, sino hasta conseguir los suyos propios. La guerra proxy implica la posibilidad de alcanzar un momento en el que los caminos entre las partes se separen tanto como para hacer inviable continuar luchando, ya sea por la voluntad del ejército proxy de llegar a un acuerdo con su oponente o por decisión del proveedor, para el que el conflicto ya no aporta los beneficios suficientes.

Ese momento está lejos de llegar y el interés de todas las partes es, aunque por motivos diferentes, derrotar y desgastar al máximo a Rusia. El conflicto interno ucraniano, que hace tiempo desbordó para pasar a ser una lucha entre Kiev y Moscú, y la geopolítica se mezclan en una guerra cuyo final no está cerca. La dificultad para romper el frente y la voluntad de Occidente de continuar apoyando a Ucrania para compensar el desequilibrio de fuerzas, que favorece a la Federación Rusa, hacen inviable la diplomacia, algo en lo que coinciden Kiev y las capitales europeas y norteamericanas. Varios artículos han relatado recientemente la frustración mutua existente entre Ucrania y Estados Unidos -nunca en el caso de la Unión Europea, cuya estructura dirigente persiste en posturas más radicales que las de Washington- debida a varios desacuerdos. Ucrania continúa molesta por el permiso, que considera insuficiente, de utilizar el armamento occidental en zonas cercanas a la frontera rusa o por la ausencia de Joe Biden en la cumbre por la paz que se celebrará en Suiza la próxima semana. Estados Unidos, por su parte, no ha dudado en filtrar su incomodidad por los ataques ucranianos contra objetivos no deseados como las refinerías rusas. Sin embargo, ninguna de las contradicciones existentes entre los aliados es antagónica, sino que se limita a cuestiones menores que no ponen en duda quién sigue al mando.

Uno de esos desacuerdos se publicó ayer, cuando los medios ucranianos informaban de que, a partir de ahora, los ucranianos en edad militar no podrán abandonar el país tampoco en el caso de los hombres que dispongan de doble nacionalidad, algo que, hasta el momento, suponía una vía de salida legal del país. La noticia se ha conocido en un momento en el que aumenta notablemente la cantidad de vídeos e imágenes que muestran la labor de los grupos de presa que reclutan forzosamente en Ucrania y la resistencia de reclutas o sus familias, especialmente mujeres que intentan impedir por la fuerza que los agentes se lleven a sus seres queridos. “La Embajada de EE.UU. en Kiev entiende que, desde el 1 de junio, Ucrania ha eliminado una excepción de «residencia en el extranjero» que anteriormente permitía salir del país a determinados varones ucranianos de entre 18 y 60 años. Tras este cambio, es posible que los ciudadanos con doble nacionalidad ucraniana y estadounidense, incluidos los que viven en Estados Unidos, ya no puedan salir del país”, escribía la embajada estadounidense advirtiendo a sus ciudadanos de posibles problemas a la hora de intentar abandonar el país. La medida es un paso más en el intento de Ucrania de aferrarse a toda la población en edad militar para disponer de una mayor cantidad de hombres entre los que poder reclutar para reponer sus filas. La medida es incómoda para Washington -y, por lo tanto, no sería de extrañar que fuera revisada-, que busca la forma de privilegiar a sus ciudadanos en comparación con aquellos que no disponen de la protección del pasaporte estadounidense.

“La Embajada de Estados Unidos tiene una capacidad limitada para influir en la legislación ucraniana, incluida la aplicación de la ley marcial y la ley de movilización a los ciudadanos ucranianos”, afirma el comunicado con un cierto tono de reproche de quien acostumbra a poder dictar órdenes. Las necesidades de movilización mandan y Ucrania parece, al menos a juzgar por las declaraciones estadounidenses, dispuesta a reclutar incluso a los nacionales de su principal proveedor. “Refúgiense en lugar seguro”, recomienda la embajada a sus ciudadanos, en un comentario que ha sido entendido como un llamamiento a evitar la movilización. “Si no se encuentra actualmente en Ucrania, desaconsejamos encarecidamente todo viaje a Ucrania a los ciudadanos estadounidenses varones de entre 18 y 60 años que tengan también la ciudadanía ucraniana o una reclamación de ciudadanía ucraniana y que no deseen permanecer en Ucrania indefinidamente. Existe un riesgo extremadamente alto de que no se les permita salir, incluso con pasaporte estadounidense”, añade el comunicado, que no deja dudas de que Washington no quiere enviar a nacionales de su país a la línea del frente.

Estados Unidos lleva una década cómodo con el conflicto en las fronteras rusas, como demuestra el absoluto desinterés de Washington por los dos procesos de negociación, Minsk y Estambul, que suponían una posibilidad de resolver el conflicto entre los dos países al margen de la vía militar. La Casa Blanca parece igualmente satisfecha con la actual guerra proxy, en la que aspira a conseguir sus objetivos sin necesidad de arriesgar sus propias tropas. La posibilidad de desgastar a un adversario histórico, socio preferente del principal oponente actual es tan evidente que, en su última entrevista, un largo reportaje para la revista Time, Joe Biden se muestra enfadado por una pregunta sobre si la propuesta rusa de negociación no es la mejor opción que le queda a Ucrania. Molesto, el presidente estadounidense niega que así sea e insiste en un argumento desacreditado incluso por el Pentágono, que admite que Rusia ha logrado recuperarse de sus bajas de los meses iniciales y es ahora más fuerte que en 2022. “El ejército ruso ha sido diezmado. No se escribe sobre eso. Ha sido jodidamente diezmado. Eso, lo primero”, afirma para defender la continuación de la guerra.

El desgaste ruso es el primero de los dos argumentos de Biden para mantener el statu quo y defender los beneficios de continuar la guerra. “En segundo lugar, la OTAN es considerablemente más fuerte que cuando asumí el cargo”, afirma Biden para, posteriormente, describir los beneficios que acarrea la situación actual. “No solo restablecí la alianza más fuerte de la historia del planeta, sino que pude ampliarla. Mientras estaba en una de las reuniones del G7 en Europa, cuando llamé al presidente de Finlandia porque, cuando se reunió a principios de año con Putin, dijo que quería ver la finlandización de la OTAN. Le dije, va a conseguir no la finlandización, la OTANización de Finlandia”. No es casualidad que los motivos para continuar la guerra en lugar de optar por la diplomacia se refieran únicamente al aspecto geopolítico y a los intereses de Estados Unidos y sus aliados.

Entre esos socios preferentes no se encuentra Ucrania, que una vez más recibe el no de Estados Unidos a su deseada adhesión a la OTAN. “La paz es asegurarse de que Rusia nunca, nunca, nunca, nunca ocupe Ucrania. Así es como se ve la paz”, responde Biden a la pregunta de cuál es el objetivo de la guerra. La realidad del frente ya supone que Rusia no va a ser capaz de ocupar Ucrania. Sin embargo, esa realidad no implica que pueda volverse al plano diplomático. La guerra sigue siendo útil para la Casa Blanca aunque no implique luchar por los objetivos de Ucrania, que exige, no solo la adhesión al a OTAN, sino el acceso rápido. Para Biden, el desenlace de la guerra “no significa la OTAN, que sean parte de la OTAN.  Significa que tenemos una relación con ellos como la que tenemos con otros países, una en la que les suministramos armas para que puedan defenderse en el futuro”. Sin posibilidad de negociación, esa receta implica una guerra proxy extendida en el tiempo, aunque sin promesas de futuro. “Si os fijáis”, insiste Biden, “yo fui el que cuando -y vosotros lo informasteis en Time– dije que no estoy dispuesto a apoyar la OTANización de Ucrania”. Ese compromiso plasmado en un tratado y el cumplimiento de los acuerdos de Minsk pudieron haber evitado en 2022 que la guerra de Donbass se extendiera a toda Ucrania. Pero tampoco entonces era momento de negociar con Rusia. La guerra siempre fue la mejor opción para quienes la han visto en la distancia.

En ocasiones aparentemente entre balbuceos y con graves incoherencias a lo largo de la entrevista, Joe Biden deja clara la naturaleza proxy de la guerra y describe sus beneficios entre los que no se encuentra el bienestar de la población de Ucrania, sobre la que el presidente estadounidense no realiza una sola mención. La batalla debe continuar por el bien de los objetivos geopolíticos de los proveedores de Ucrania, un país dispuesto a luchar hasta el último de sus soldados por beneficios ajenos.

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