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Armas, Belgorod, Donbass, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania, Zelensky

Peligros de la escalada continua

“Durante los últimos cinco días, el Presidente Biden ha protagonizado una demostración muy pública de las dificultades que entraña gestionar a dos de los aliados más difíciles de Estados Unidos, el Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, y el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, dos países clave a los que el Presidente se ha comprometido a defender, mientras sea necesario”, escribía ayer The New York Times para destacar los dos temas de política exterior que están marcando el actual año electoral. Al contrario que en ocasiones anteriores, en las que la política interna domina absolutamente la campaña y precampaña, en esta ocasión, las dos guerras en las que Estados Unidos participa como principal proveedor de material militar y apoyo diplomático hacen que la agenda internacional esté siendo una de las bases del discurso político del año electoral. En la semana en la que Biden trata de promocionar su propuesta de alto el fuego para Gaza y viaja a Europa para conmemorar -sin presencia de Moscú, aliado imprescindible en aquel momento- el 80º aniversario del desembarco de Normandía y firmar un acuerdo bilateral de seguridad con Zelensky, la política exterior domina la agenda mediática.

Las dos guerras en curso y la posibilidad de un conflicto en Taiwán no solo marcan la agenda política de Joe Biden en estos momentos, sino que, a juzgar por el discurso mediático, también el estado de la hegemonía estadounidense. Los más de tres años de mandato del actual presidente han puesto en cuestión su “visión del liderazgo de Estados Unidos”, escribe esta semana la revista Time en un amplio reportaje que, desde un punto de vista legitimador, presenta las dificultades a las que se ha enfrentado la actual administración. “Las alianzas no han bastado para ganar una nueva guerra europea en Ucrania. El poder y la influencia de Estados Unidos no han evitado una catástrofe humanitaria en Oriente Medio, marcada por presuntos crímenes de guerra. Putin está intentando montar un eje de autócratas desde Teherán hasta Pekín. En China, Estados Unidos se enfrenta a un adversario potencialmente igual a él en poder económico y militar, que está decidido a derribar el orden mundial estadounidense”, escribe el medio, siempre exculpando a Estados Unidos de cualquier responsabilidad en la creación o el desarrollo de los diferentes conflictos y creando un enemigo colectivo en forma de un eje Moscú-Beijing-Teherán a partir de unas relaciones en alza, pero que de ninguna manera pueden considerarse una alianza.

De forma mucho más crítica, “¿está Biden metiendo la pata en Gaza y Ucrania?”, se pregunta Foreign Policy en un diálogo en el que una de las analistas, Emma Ashford, ataca la posición estadounidense, que ve como peligrosa, especialmente en la cuestión ucraniana a raíz de la autorización para el uso del armamento estadounidense contra objetivos en la zona fronteriza de la Federación Rusa. Ayer mismo, Ucrania reivindicó el primer ataque con uso de armamento occidental en territorio de la Federación Rusa. El objetivo no ha sido una de las bases militares, sino un sistema de la defensa aérea rusa, menos ambicioso, aunque igualmente doloroso para Moscú. Con ello, Ucrania se une a Rusia en la caza a ese tipo de sistemas, imprescindibles a la hora de derribar los drones y misiles del oponente. El hecho de que Ucrania haya logrado alcanzar alguno de los elementos que forman un sistema S300 implica que Kiev dispone, como es de esperar teniendo en cuenta que recibe información en tiempo real de sus aliados británicos y estadounidenses, de inteligencia para detectar sus objetivos y también del armamento con el que atacar esos puntos. Es de esperar que la defensa aérea en la región de Belgorod, donde se ha producido el primer ataque, sea uno de los principales objetivos de los HIMARS ucranianos, una forma de preparación de posibles ataques posteriores contra las bases militares desde las que opera la aviación rusa.

Por el momento, la situación general en el frente no ha cambiado. Tanto es así que, uno de los medios de referencia de Ucrania, The Kyiv Indepent escribía ayer que “a medida que la situación en la región de Donetsk empeora y los recursos siguen siendo escasos, las unidades ucranianas exhaustas están siendo dispersadas en el frente cada vez mayor”. “Con todas las miradas puestas en Járkov, las tropas rusas toman una aldea de Donbass tras otra”, titulaba el medio, que subrayaba el peligro que corren la localidad de Chasov Yar y especialmente la ruta de suministro a ese punto crítico.

La certeza de que el permiso para atacar objetivos rusos cercanos a la frontera entre los dos países no va a cambiar el desarrollo de la guerra, aunque probablemente dificulte la logística rusa y haga aumentar el coste para Moscú, hace que Ucrania, sus aliados y la prensa afín hayan comenzado ya a intentar eliminar las siguientes líneas rojas. Kiev exige ya permiso para poder atacar bases militares lejanas a la frontera para disponer del armamento con el que intentar destruir la aviación estratégica rusa, mientras que sus aliados y varios artículos publicados esta semana se refieren a la posibilidad de  levantar el veto al envío de tropas. En ambos casos se trata de escaladas peligrosas que implicarían una aún mayor participación occidental en la guerra, aumentando el riesgo de que Rusia considere que una guerra contra un ejército armado y financiado por Occidente, que suministra también inteligencia en tiempo real, dirige operaciones, participa en el uso de misiles contra el territorio bajo su control (y quizá pronto sobre territorio internacionalmente reconocido de la Federación Rusa) es, en realidad, una guerra en la que su oponente no es Ucrania sino el colectivo que utiliza a ese ejército como proxy.

Esa percepción comienza a aparecer con cada vez más frecuencia también en la prensa. The New York Times, por ejemplo, afirma que “en privado, los asesores de Biden admiten que las prioridades estadounidenses y ucranianas son divergentes”. Recientemente, Estados Unidos se había mostrado molesto con Ucrania por sus ataques contra refinerías en la Federación Rusa. El argumento era doble: al riesgo de escalada por parte de Rusia, que efectivamente reaccionó aumentando notablemente sus ataques contra las infraestructuras de producción eléctrica de Ucrania, había que añadir el peligro de un aumento del precio del petróleo a nivel mundial, algo que la Casa Blanca intenta evitar por motivos electorales. Ucrania reaccionó a las quejas con un chantaje: Kiev continuaría atacando esas infraestructuras, ya que no disponía de suficiente armamento occidental para defenderse. Las reticencias estadounidenses se tradujeron en más armas y Ucrania cesó temporalmente en sus ataques a refinerías para comenzar a atacar objetivos mucho más sensibles para Rusia.

“En este momento, Ucrania no tiene nada que perder con una escalada de tensión con Rusia”, afirma The New York Times, que parece no ver en la destrucción y las pérdidas humanas algo a tener en cuenta. Por el contrario, pese a no estar sufriendo bajas, Biden sigue teniendo algo que perder: “dentro de la Casa Blanca, la preocupación evidente es que el presidente Vladimir V. Putin despliegue armas nucleares en el campo de batalla, tratando de convencer al mundo de que si Ucrania sigue lanzando bombas y cohetes de fabricación estadounidense sobre territorio ruso, él no dudará en utilizar el arma definitiva contra Ucrania”, añade. El temor nuclear de Occidente siempre ha conllevado altas dosis de exageración que ahora hay que matizar. La situación cambia en el momento en el que los aliados de Kiev anuncian que Ucrania podrá utilizar los F16, con capacidad nuclear, contra territorio ruso y Ucrania hace de los radares de atención temprana, parte del escudo nuclear ruso, su objetivo.

Ese es el argumento de Emma Ashford en Foreign Policy. Pese a estar de acuerdo en que Ucrania pueda atacar puntos de Rusia cercanos a la frontera, la eliminación de esa línea roja solo mueve esa barrera unos kilómetros y posiblemente de forma temporal. “Muchos de estos ataques de largo alcance se han producido en instalaciones que no son tan importantes para el esfuerzo bélico ucraniano, y -como el radar nuclear- pueden tener otras consecuencias desestabilizadoras, ya sea en el espacio nuclear, en los precios de la energía o en cualquier otro ámbito”, argumenta tras afirmar explícitamente que los ataques a radares deberían detenerse. La parte del argumento de Ashford, que correctamente entiende que los radares de detección temprana de misiles intercontinentales no son relevantes para la actual guerra, que omite es que esos objetivos sí son relevantes a la hora de debilitar a Rusia en caso de un conflicto más amplio. En otras palabras, sí son relevantes para los aliados de Ucrania, que de la mano de su ejército subsidiario de Kiev, continúan por la vía de una escalada peligrosa. No se trata de “hacer sonambulismo hacia la escalada” como afirma la analista, sino dar pasos conscientes hacia ella.

Los aliados de Ucrania están centrando sus argumentos para justificar los ataques en Rusia en la legítima defensa de Kiev ante la agresión externa, una tesis que no es válida para la población palestina, a la que nadie ofrece sistemas para derribar los cazas israelíes. El discurso prefiere olvidar la irresponsabilidad que supone dejar en manos del país que decidió no implementar el único acuerdo de paz existente en este conflicto al considerar que concedía excesivos derechos a parte de su población la decisión de extender temporal y territorialmente la guerra. Pero no hay que olvidar tampoco que Ucrania tira de sus aliados, exigiendo cada vez más armas y más posibilidades de utilizarlas dentro de Rusia, pero lo hace siempre ante unas reticencias occidentales que tienden a ser únicamente formales y que desaparecen con el tiempo. Los intereses de Kiev y sus socios siguen perfectamente alineados, garantizando una guerra cada vez más peligrosa.

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