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Ejército Ucraniano, Rusia, Ucrania

Escalada progresiva

“Un viraje a una forma no convencional de guerra ofrece a Ucrania la mejor opción para minar la determinación rusa tanto en las líneas del frente, como en casa”, escriben esta semana en Foreign Policy dos académicos y un oficial en activo de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos. Su planteamiento es que Rusia ha logrado crear una guerra de desgaste en la que disfruta de tres ventajas importantes: mayor población, superior capacidad industrial en el sector militar y una buena defensa en los territorios ucranianos y especialmente en Crimea. La conclusión es que, en las condiciones actuales, Ucrania no será capaz de expulsar a las tropas rusas del territorio ucraniano según sus fronteras internacionalmente reconocidas, algo evidente incluso para los más firmes defensores de Kiev. Solo Ucrania, y cada vez con menos convicción, defiende la teoría de la victoria completa, una que, eso sí, parece querer conseguir por medio de la presión internacional. Incapaz de destruir, tal y como esperaba haber hecho en 2023, al ejército ruso en el campo de batalla, el Gobierno ucraniano espera lograr, por medio de cumbres para promover su plan de paz, un consenso mundial que, a base de sanciones y aislamiento, logre impedir a Rusia seguir luchando, un planteamiento tan irreal como el de la guerra relámpago hacia Crimea.

En esa realidad de guerra de desgaste, el tiempo corre a favor de Moscú mientras que Ucrania se desangra en el frente y se desgasta en la retaguardia tratando de reclutar forzosamente a jóvenes que, pese a defender la idea de la continuación de la guerra, no desean ser quienes tengan que defender las trincheras de lugares como Volchansk, Chasov Yar o Dzerzhinsk. Salir del actual impasse es el objetivo de todas las partes, que buscan la mejor opción para una situación tremendamente costosa en términos de bajas, pérdidas militares y económicas y destrucción. En el caso ruso, adaptarse a la posibilidad de que la guerra sea larga ha sido la estrategia desde que fue evidente que su ataque inicial no iba a conseguir ninguno de sus objetivos y los cambios en las estructuras gubernamentales, principalmente en el Ministerio de Defensa, muestran que las decisiones parten de la base de mantener la guerra de desgaste, sin ninguna aspiración real a lograr una victoria más decisiva ni a una posible retirada.

Pese a las recientes informaciones publicadas por Reuters sobre la voluntad de Vladimir Putin de lograr una resolución negociada y su apertura al diálogo, ni el momento ni las actitudes ucranianas ni occidentales hacen posible más diplomacia que la que Ucrania realizará únicamente para sus aliados este mes de junio en Suiza. Los dos últimos años muestran que Rusia ha sido capaz de soportar la presión de las sanciones, a las que no se han unido, ni parece que vayan a unirse, países tan importantes como China o India, que compensan para Moscú la pérdida de acceso directo a los mercados occidentales. Nada ha cambiado en el frente diplomático, que no se abrirá realmente mientras Ucrania siga siendo de utilidad para Occidente en su guerra proxy contra Rusia, un adversario ideal no por su fuerza ni posición internacional en el actual mundo global, pero sí en su capacidad de aliado privilegiado de China, verdadero oponente. Y frente a quienes insisten en que la vía diplomática se encontraba a punto de dar como resultado un acuerdo que fue saboteado por Estados Unidos y el Reino Unido, hay que recordar que a lo largo de gran parte de la guerra, Ucrania se ha mostrado más beligerante que sus aliados. Mientras incluso Victoria Nuland ha dejado abierta la posibilidad a no recuperar Crimea, Kiev insiste en la retirada de las tropas rusas de todo el territorio internacionalmente reconocido según las fronteras de 1991 como prerrequisito para cualquier diálogo. Los intereses occidentales y ucranianos continúan, al menos por el momento, coincidiendo en que la verdadera línea roja en esta guerra es la diplomacia.

A falta de diplomacia y con la guerra como única vía de resolución al conflicto, el momento actual ofrece dos posibilidades de actuación para Ucrania. Al contrario que el planteamiento ruso, que busca mantener el statu quo actual, ambas buscan cambiar la dinámica, una admisión implícita que confirma que las cosas no van bien para Ucrania. La primera opción, expresada por el mencionado artículo de Foreign Policy, plantea que Kiev debe aceptar la realidad y buscar una forma con la que lograr a largo plazo los objetivos que ahora se plantea como exigencias inmediatas y hacerlo de tal manera que no pierda todos sus recursos en ello. “Un ejército ucraniano reorganizado se estructuraría en torno a pequeños grupos independientes en lugar de grandes brigadas”, explica para ahondar en esa reorganización de uno de los ejércitos más grandes de Europa para realizar una guerra de guerrillas. “Estas fuerzas irregulares se distribuirían por todo el país en lugar de concentrarse en una o dos zonas centrales. Con el apoyo de los servicios de inteligencia ucranianos y occidentales, los grupos identificarían y atacarían objetivos rusos vulnerables antes de desaparecer entre la población y el terreno -donde a las fuerzas rusas les resultaría difícil atacarlos- para limitar la pérdida de personal y material. Los grupos también ayudarían a crear una fuerza de resistencia en territorios disputados. Este tipo de guerra asimétrica es una estrategia probada para que un oponente más débil derrote gradualmente a un adversario más poderoso”, añaden los autores estadounidenses.

El objetivo sería desgastar a Rusia durante un tiempo indeterminado, pero posiblemente prolongado, hasta lograr un nuevo equilibrio en el que la superioridad rusa haya sido minada por el desgaste de la guerra irregular. Entonces, solo entonces, Ucrania podría recuperar sus territorios. El planteamiento, contrario a la actuación actual y al armamento que los aliados extranjeros están enviando actualmente a la guerra, recuerda a los primeros momentos de la invasión rusa, cuando articulistas como Max Boot o ex políticas como Hillary Clinton abogaban por una guerra de guerrillas siguiendo el ejemplo de Afganistán. No es casualidad tampoco que la descripción de Foreign Policy describa a la perfección la actuación de las fuerzas de resistencia en los territorios disputados que, como los soldados vinculados a Gulbuddin Hekmatyar, tuvieron el terrorismo como su método preferido en su guerra de guerrillas. Los métodos utilizados por los muyahidines -entre los que se encontraba, por ejemplo, el patriarca de la red Haqqani, aún hoy considerada terrorista- contra la Unión Soviética nunca fue un problema para Occidente, dispuesto, como ahora, a cruzar cualquier línea roja en su lucha contra Moscú, el artículo no parece tampoco tener nada que objetar a la lucha talibán contra las tropas de los países de la OTAN. “Como pudo comprobar Estados Unidos luchando contra fuerzas asimétricas en Afganistán y en Vietnam, este aproximación es efectiva y desmoralizante”, afirma, aunque se lamenta de que “también es lenta. Ambos conflictos duraron casi veinte años”.

La guerra de guerrillas ya forma parte de la actuación ucraniana, fundamentalmente a cargo de los grupos de extrema derecha que forman el grueso de las tropas del GUR de Kirilo Budanov. Es su actuación la que esta última semana ha elevado un escalón más la tensión entre Rusia y Ucrania con los ataques a los radares de detección temprana, parte del escudo antimisiles intercontinentales rusos. Atrás quedan los tiempos en los que Ucrania atacaba refinerías como método de presión en busca de que sus socios entregaran más rápidamente un armamento que llegara al país sin restricciones de uso contra posiciones militares rusas. Los ataques están ya dirigidos contra la defensa de las infraestructuras nucleares rusas, algo capaz de activar la doctrina nuclear de Moscú, acercando el conflicto un paso más al punto de no retorno a nivel continental.

Sin embargo, la escalada no procede únicamente de Ucrania, sino que es común a Occidente, cuyos dirigentes buscan la forma de modificar la situación actual, desfavorable para su ejército subsidiario. Frente a la posibilidad de un cambio de estrategia, el planteamiento occidental es doblar la apuesta, con una aún mayor asistencia militar, ahora con la posibilidad de levantar definitivamente los vetos que impiden a Kiev utilizar armamento de largo alcance contra territorio ruso. “Tienen derecho a neutralizar bases militares desde las que se lanzan misiles y otras instalaciones desde las que Ucrania es atacada”, afirmó recientemente Macron, mostrando un mapa con de instalaciones militares rusas. La propuesta contaba ya con el visto bueno del Reino Unido, primer país en afirmar que sus misiles pueden ser utilizados en todo el territorio de la Federación Rusa, y ha logrado rápidas adhesiones de los países bálticos, Polonia, que no ha descartado enviar tropas, Dinamarca, que ha dado permiso para utilizar los F16 que enviará en el futuro sobre los cielos rusos, e incluso de Olaf Scholz. Aunque de forma más ambigua, y aún sin enviar misiles Taurus, también el canciller alemán ha apelado al derecho de Ucrania a defenderse.

Queda aún por pronunciarse oficialmente Estados Unidos, hasta ahora menos beligerante que sus aliados europeos, aunque la decisión parece solo cuestión de tiempo. Un artículo publicado por The Washington Post, por ejemplo, anuncia que Biden se plantea dos medidas para tratar de paralizar el avance ruso. Una de las medidas sería sancionar a China por su supuesto apoyo militar a Moscú, opción que el articulista parece ver más peligrosa que la segunda, permitir que Ucrania ataque objetivos en Rusia. “Podríamos estar acercándonos a otro punto de inflexión en Ucrania. Mientras China se inclina más hacia su asociación con una Rusia recientemente dominante, Biden está sopesando si profundizar su alianza con Kiev. Esto conllevaría nuevos riesgos, pero tendría sentido si pudiera reforzar a una Ucrania tambaleante y reequilibrar la mesa de negociaciones, que es donde finalmente debe resolverse esta guerra”, concluye David Ignatius. Por el momento, según Politico, Biden habría aceptado permitir a Kiev utilizar armas estadounidenses contra Rusia únicamente para defender Járkov.

El riesgo que supone el uso de armamento occidental contra Rusia sobre territorio ruso es evidente y posiblemente sea el motivo por el que ese tabú ha tardado en eliminarse. El deseo de utilizar una escalada progresiva para impedir un enfrentamiento directo entre Rusia y Occidente se desvanece a medida que queda claro que nada hasta ahora ha sido suficiente para lograr los objetivos de Ucrania. La escalada no busca ganar la guerra, sino recuperar la iniciativa perdida frente a unas tropas rusas que Kiev había dado por derrotadas en 2022. La situación ha cambiado y la única opción para Ucrania es una mayor participación de sus aliados occidentales, dispuestos a seguir la corriente pese al evidente peligro de que el uso de armamento occidental, quizá incluso manejado por soldados occidentales -al menos en el caso de los misiles- en ofensivas planificadas y financiadas por los países europeos y norteamericanos sea entendido como un ataque directo de los países de la OTAN contra la Federación Rusa.

A pesar de ello, la táctica de la escalada progresiva perdurará, al menos a juzgar por las palabras del presidente francés. “No debemos permitir que Ucrania golpee otros objetivos en Rusia, objetivos civiles u otros objetivos militares”, afirmó Macron. Su permiso para atacar Rusia se limita, por el momento, a ciertas posiciones consensuadas. Sin embargo, la dinámica de esta guerra hace pensar que, en el momento en el que se confirme el permiso occidental a Ucrania para atacar ciertas bases rusas, comenzará el proceso para eliminar las restricciones contra otros objetivos militares. Y teniendo en cuenta que Ucrania no ha tenido reparos en atacar el centro de Belgorod y que Occidente ha aceptado la actuación israelí contra la población civil de Gaza, ningún límite parece definitivo.

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