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Armas, Donbass, Economía, Ejército Ucraniano, Rusia, Ucrania

Modelos de adaptación económica

Ni en su desarrollo ni en sus causas y consecuencias la guerra es únicamente un acontecimiento militar. Todo tipo de factores políticos, geopolíticos, militares y económicos componen una situación que va mucho más allá de los mapas de control del territorio, las posiciones ocupadas por los ejércitos en la batalla, la logística de hacer llegar las armas y munición a las tropas o la táctica y estrategia con la que cada bando elige actuar en el conflicto. En el caso de la economía, la guerra comienza mucho antes de estallar las primeras batallas y las consecuencias para los Estados participantes se prolongan pasada la firma del tratado con el que finalizan. Por su intensidad, extensión y magnitud, la guerra entre Rusia y Ucrania está marcando un punto de inflexión en el aspecto económico a nivel europeo, especialmente debido a la ruptura continental que ha gestado. Aunque no son solo los países en contienda los que resultan afectados, es en ellos en los que se perciben los principales cambios.

La confianza con la que representantes de la Unión Europea proclamaron en febrero de 2022 que las sanciones impuestas contra Rusia tras la invasión de Ucrania iban a destruir la economía rusa e impedir que Moscú mantuviera la producción industrial para surtir a sus tropas se ha tornado en pesimismo en el presente e inciertas promesas de futuro. En el momento en el que las tropas rusas violaron las fronteras de Ucrania, la Unión Europea activó los mecanismos previstos para impedir a Rusia el acceso a sus mercados, confirmó que el Nord Stream-2 no entraría en funcionamiento y, junto a Estados Unidos y otros aliados occidentales, promovió que, salvo contadas excepciones, los bancos rusos fueran desconectados del sistema SWIFT. En un contexto global como el actual y como parte del mundo occidental, Rusia debía así encontrarse con barreras prácticamente insalvables a la hora de exportar sus materias primas e importar elementos tan importantes como semiconductores o productos tecnológicos y, sin acceso al sistema habitual de pago, casi completamente aislada. La fortaleza rusa, su capacidad de soportar esa embestida occidental, el descenso del paro y el aumento de los salarios reales y la producción industrial no esconden la elevada inflación, el riesgo de recalentamiento de la economía, la dependencia exterior a la hora de adquirir productos básicos para el Estado, las dificultades para encontrar personal en sectores especializados o que el relativo aumento del Estado en la economía se debe de forma prácticamente exclusiva al ámbito de la industria militar.

Las necesidades de la guerra se observan también en los cambios de las vías de financiación. Limitadas necesariamente las exportaciones, Rusia es consciente de que no puede resistir a un enfrentamiento económico con Occidente, un bloque mucho más potente, manteniendo su estructura anterior a la guerra. Así lo reflejan los cambios en el Ministerio de Defensa, para el que Vladimir Putin ha nombrado ministro a un economista conocido por ser menos “comercial” y privatizador que otros miembros del establishment económico. El control de los flujos económicos vinculados a Defensa, que incluye al complejo militar industrial, se observa también en la reciente purga de oficiales a los que se acusa de corrupción precisamente por su actuación en los contratos vinculados al suministro militar. Es ahí, en la industria militar, donde está produciéndose ese aumento de la producción, mucho menos perceptible en otros sectores manufactureros, en los que Rusia sigue prefiriendo buscar mercados alternativos al de los países occidentales, fundamentalmente en China o India, en lugar de reindustrializar su economía.

En ocasiones, la guerra permite dar pasos que habrían resultado imposibles en otras condiciones. Durante más de dos décadas, el tipo único, el flat tax había sido la seña de identidad de la política fiscal rusa, profundamente regresiva y sin ninguna intención de limitar la desigualdad. Después de meses de rumores, el Gobierno parece estar  a punto de iniciar el debate para matizar ligeramente ese tipo único. Aunque con limitaciones -el cambio no afectaría, por ejemplo, a los ingresos de los soldados que luchan en la guerra-, las medidas prevén cuatro tramos y un aumento de la presión fiscal del 15 al 22% para quienes perciban ingresos por encima de los 50 millones de rublos (algo más de medio millón de euros). Aunque mínimo, el cambio supone revertir, al menos temporalmente, una de las medidas estrella de la etapa liberal rusa, una necesidad a la hora de adaptarse a unas condiciones de guerra de desgaste en la que Rusia debe sostener por sí misma a su Estado y su economía.

Inflación, caída estrepitosa de la producción industrial y desplome de la economía fueron las consecuencias de la guerra para Ucrania en 2022. Sin embargo, las facilidades de acceso a financiación externa han permitido a Kiev sostener su economía e incluso jactarse de un crecimiento de casi el 5% en 2023, un dato absolutamente ficticio ya que depende exclusivamente de las subvenciones de sus aliados. La certeza de contar con una fuente externa e incondicional de ingresos ha permitido a Ucrania no tener que realizar cambios a los que Rusia sí se ha visto obligada. Al contrario que Rusia, Ucrania no se ha visto obligada a sacrificar parte de su ideología para adaptarse a las realidades económicas de la guerra. Incluso en los momentos más comprometidos en términos militares, Ucrania se ha mantenido firme en sus intenciones de avanzar hacia un modelo económico en el que todo quede en manos del mercado. Ese ha sido el objetivo a lo largo de los años de la independencia y la llegada de Zelensky, más cercano al modelo libertarian norteamericano que al liberalismo europeo, no ha hecho sino ahondar en esa tendencia. No es de extrañar así que la guerra no haya impedido que Ucrania continúe con su afán privatizador o que esa vaya a ser la lógica del planteamiento de la futura reconstrucción, una tendencia que precede a la invasión rusa. Las grandes multinacionales, algunas de ellas conocidas por su voracidad, se habían posicionado ya para la reconstrucción de Donbass y para realizar las grandes obras, siempre a base de inversión estatal y grandes beneficios empresariales. Sin embargo, es ahora cuando van a ser clave. La colaboración público-privada y la privatización eran ya la base de la primera cumbre para la reconstrucción realizada en el Reino Unido en 2023, en un momento en el que era evidente que la reconstrucción no podría realizarse a corto o medio plazo. “Se celebra en Londres la «Conferencia sobre la Recuperación de Ucrania», en la que se insta a las «empresas internacionales» a invertir en Ucrania en su «ambicioso programa de reformas». Esto incluye la «reducción del tamaño del gobierno», la «privatización», la «desregulación» y la «libertad de inversión»”, denunciaba en aquel momento Declassified UK, uno de los escasos medios que criticaban una cumbre cuyo objetivo eran los beneficios económicos y no los de la población del país. En los próximos meses se celebra la continuación de esa cumbre, en esta ocasión en Alemania, y para la que se preparan ya las grandes empresas internacionales. El beneficio empresarial es primordial para el sector privado, mientras que Ucrania busca inversiones de empresas extranjeras, no solo para avanzar en sus intenciones privatizadoras, sino también para garantizar una presencia económica occidental que haga imposible que el país sea abandonado como lo han sido en el pasado otros proxis en el momento en el que han dejado de ser útiles en términos geopolíticos.

El planteamiento ucraniano no está ausente de hipocresía. El favor por el sector privado no implica renunciar a exigir financiación pública extranjera ni a la pérdida de protagonismo de los Estados aliados en la guerra económica. Ucrania no solo suplica financiación a sus socios, sino que les exige una mayor presión contra Rusia en forma de sanciones. En el caso ucraniano, las medidas económicas contra Rusia no son solo una forma de tratar de impedir que Moscú pueda continuar la guerra, sino que forman parte también del intento ucraniano de consolidar una ruptura continental que perjudica a algunos de sus principales socios.

“Nuestra principal historia esta mañana es sobre las sanciones de la Unión Europea, que han acabado por hacernos más daño a nosotros que a Putin”, escribía ayer Wolfgang Munchau, que calificaba las medidas económicas contra Moscú de “gol en propia puerta”. Es el caso, por ejemplo, de Alemania, tradicional motor de la Unión Europea cuya industria se ha resentido notablemente a consecuencia de la ruptura continental que ha supuesto la guerra de Ucrania. Aunque las medidas coercitivas comenzaron en 2014 tras la anexión de Crimea, las sanciones sectoriales, bloqueo de cuentas y propiedades en los países occidentales o prohibiciones de entrada a esos territorios no solo no causaron especiales daños a la economía rusa, sino que tampoco  impidieron que las relaciones comerciales continuaran, en ocasiones para disgusto de los aliados al otro lado del Atlántico. Con unos intereses muy diferentes, Estados Unidos y Canadá miraron con desazón proyectos como la ampliación del gasoducto Nord Stream, que unía al principal proveedor de energía con su principal cliente, Alemania, el único rival europeo verdaderamente relevante en lo que respecta a la producción industrial.

“Según un estudio, un número especialmente elevado de empresas industriales cerraron durante la recesión económica del año pasado. En el sector de la construcción, el número aumentó un 2,4%, hasta 20.000. En el sector manufacturero cerraron 11.000 empresas, según un estudio publicado el martes por la agencia de crédito Creditreform en colaboración con el Centro Leibniz de Investigación Económica Europea (ZEW). Se trata de un aumento del 8,7% y del nivel más alto desde 2004. Según el estudio, la base industrial se está reduciendo”, escribía ayer Frankturter Zeitung en relación con el estado de la economía alemana, perjudicada especialmente en la industria que precisa de grandes cantidades de energía. La barrera erigida al este de Ucrania y Polonia ha hecho que Alemania pierda un mercado importante y, sobre todo, su principal socio energético. Con ello, la industria alemana ha perdido una de las bases de su competitividad. Pero también en Berlín la guerra ha conseguido lo imposible. En lugar de buscar la forma de recuperar ese trato preferente del que disponía, Alemania parece dispuesta a mantenerse en su curso. No hay paso atrás sino que, como recogía ayer Bloomberg, el ministro de Economía Habbeck presiona junto a su homólogo checo para que la Unión Europea cese en las escasas importaciones de gas ruso que se mantienen aún, fundamentalmente en forma de gas natural licuado. La guerra causa cambios, contradicciones e incluso provoca actos que perjudican al país que los realiza y benefician a sus oponentes. Proveedores de gas natural licuado como Estados Unidos o Qatar huelen ya los beneficios mientras los países europeos continúan tratando de adaptarse a una situación económica de ruptura de las relaciones continentales o, como en el caso de Ucrania, intentan provocarlas. Aunque sea a costa de su principal socio europeo.

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