Una familia rota

Artículo Original: Dunya Sheremetieva / Littlehiroshima

No había llorado así en un año y medio. Fue una historia que nos hizo llorar a todos. Aparcamos junto a la verja y la anciana Lyuba salió y empezó a gemir. Gemía y lloraba apoyada sobre su bastón.

Su marido había volado en pedazos ante sus ojos en el mes de agosto de 2014 [el momento más duro de la guerra]. Ahí mismo, frente a la misma casa en la que nos recibía. Estaba justo donde estaba ella ahora. Seis bombas cayeron una tras otra.

Y entonces su hijo llamó desde Lvov y le pidió que no volviera a llamarle nunca más.

-El abuelo y yo corrimos hacia el refugio. Por aquí caían las bombas. Y entonces voló en pedazos ante mis ojos. Han pasado dos años. Cada vez que salgo aquí, grito. También había un niño. Le dije, corre, tenemos un sótano, ahí no hay nada. Le destrozaron el cuerpo. Solo quedaron sus piernas.

-¿Un niño pequeño?

-No, tenía unos trece años. Era solo un niño. Espero que castiguen a esos banderistas. ¿Quién les ha dado el derecho a destruir Donbass así? ¿Cuántas personas han muerto? Cuando vinieron los soldados, me dijeron que mi marido era el número 910 y el chico, el 911. Soy veterana de guerra y he sido trabajadora. Tengo 84 años. Mi vida se ha acabado, hija.

Entonces se nubló todo. Se me doblaron las rodillas. Zhenya, de Lugansk, fue al coche. Sacamos la ayuda humanitaria y la dejamos ahí fuera, todo estaba oscuro. Y entonces murmuró algo sobre sus hijos.

-No quiere tener nada que ver conmigo.

-¿Su hijo?

-Sí, mi hijo. Me dijo, “mamá, no quiero tener nada que ver contigo ni con papá”.

-¿Sabe que su padre ha muerto?

-¿Cómo podría no saberlo? Claro que lo sabe. Le dije: “tus amigos han matado a tu padre”.

Ruslan insiste:

-¿Dónde está? ¿En Ucrania?

-En la región de Lvov.

Desde entonces no ha llamado a casa una sola vez.

Encendí la cámara y me di la vuelta. Todos los chicos habían desaparecido, tanto Lyosha como Zhenya. También Ruslan.

Estaba frente a ella, que me miraba a los ojos. Me llamaba hija. Las palabras no pueden describir su mirada.

Busqué desesperadamente algo de dinero en los bolsillos y se lo puse en la mano. Me agarró del cuello, me acercó más a ella y se echó a llorar desconsoladamente. No es una mujer alta, es más o menos de mi tamaño. En este punto, también yo también rompí a llorar.

Así que estábamos ahí llorando las dos. Alrededor, los perros ladraban sin parar. Nadie tenía la fuerza suficiente para parar. Cuando salimos del jardín hacia el coche, en voz baja susurró a los chicos:

-Chicos, ¿qué piensa Rusia de nosotros? Nuestra querida Rusia.

Lyoshka solo pudo decir:

-Rusia está con vosotros, abuela.

Lyuba Nikolayevna Belyavtseva tiene 84 años. Vive en la línea del frente, en Pervomaisk, República Popular de Lugansk. Padece diabetes, así que gasta casi toda su pequeña pensión en medicinas. Su hijo se llama Dmitry Tijonovich Shestakov, nacido en 1966. Conozco su dirección exacta. La publicaría para que todos supieran quién es. Pero para ella sigue siendo su hijo. Así son las cosas.