Artículo Original: Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda
Hasta hoy, el potencial humano de Mariupol estaba escondido en sótanos. No ha hecho falta más que un día de calma para que la población salga a la luz. En el boulevard Shevchenko, han aparecido vendedores callejeros con productos en su cajas, igual que en los 90. Venden raciones de pasta, comida casera e incluso, atención, ¡azúcar soviético! Se puede comprar esos productos, pero también se puede intercambiar, por ejemplo, baterías de linterna por tarjetas SIM del operador móvil de la República. No es para gastarlo en navegar por internet, solo para conectarse con la familia: para mostrar que están vivos.
El primer negocio reabierto es un pequeño taller de reparación mecánica. Hay una cola esperando. Cuesta 100 grivnas arreglar una rueda, pero se puede llegar hasta los 600 rublos. La moneda rusa es una rareza, pocos aquí la han visto. El dueño de la tienda, el alegre Nikolay, cuenta que la principal fuente de ingresos de su negocio está causada por los fragmentos de Grad. Reabrió el domingo e inmediatamente se formó una cola. Pide grabar un mensaje en video para su hermana, que vive en Moscú. Empieza enérgicamente, “Querida hermana”, pero entonces se le rompe la voz y niega con la mano. “Más tarde, no puedo hacerlo ahora, no estoy preparado”. Estoy de acuerdo, así que quedamos en que volveré mañana para grabarlo.
Conducimos hasta un patio familiar en la avenida Mira. Prometí llevar a Tatiana, herida el jueves pasado por un francotirador, para hacerse la cura. No tiene otra opción para llegar hasta el hospital. También llevo pan al patio, un maletero lleno de pan y una bolsa de linternas baratas y unas pilas de repuesto. Las linternas me desaparecen de las manos y casi me arrancan el paquete. La población sigue viviendo en el sótano, en la oscuridad, porque los pisos más altos están quemados o el cielo es ahora el tejado. No sé cuál de los dos casos es peor.
Un grupo de niños come manzanas asadas en la esquina. Quieren ir a la escuela, algo sin precedentes.
La cura de Tatiana no lleva más de diez minutos. La ponemos en el coche, conducimos despacio entre la multitud de gente que ha venido a por agua. Tatiana dice sorprendida: “¡Cuántos conocidos! ¡Pensaba que se habían marchado, no esperaba que estas personas se quedaran en la ciudad”. Pregunto qué personas. Tatiana señala a una, la segunda es un oficial, la tercera un empresario. Visten ropas rucias, llenas del polvo de los sótanos con paredes grises, llevan botellas de cinco litros y esperan pacientemente su turno. La guerra y la desgracia los ha igualado a todos.
El domingo pasado, los nazis que están atrincherados en Azovstal tuvieron una última oportunidad para salvar la vida. Desde las seis de la mañana hasta la una del mediodía estuvo activo el “modo silencio”. Los “corredores humanitarios” estuvieron abiertos en el distrito de la margen izquierda e incluso estaban marcados con banderas rojas. Nadie salió. Es más, en una breve franja de viviendas unifamiliares y edificios de pisos a lo largo de las fronteras de la zona industrial, Azov siguió luchando como si no pasara nada. Después, las bombas cayeron sobre la fábrica. El ultimo distrito aún bajo control de los nacionalistas, Primorsky, fue parcialmente asegurado y se eliminaron bolsas de resistencia. Había habido un intento de huida de esta bolsa de Azovstal, una columna de cuarenta vehículos, pero fue interrumpida, el equipamiento quedó destruido y el enemigo o murió o se dispersó. Ahora ya se puede pasear por la parte vieja, el Mariupol histórico, sin tener que pegarse a las paredes de los edificios. El hecho de que la tierra aún tiemble por las explosiones de la zona industrial no atemoriza a nadie: “No va por nosotros, no va por nosotros”.
Aún no podemos apresurarnos, controlamos cada puesto de control, conocemos la situación y gradualmente avanzamos por la calle Georgievskaya hacia Azovstal. Una de las chimeneas de la fábrica es visible al fondo de la calle. El marido de Tatiana, el exjuez Igor, viene con nosotros y dice: “No habría salido del patio solo”. Apunta hacia un edificio alto de la época estalinista y sonríe: “Cuando estábamos en el sótano, todos nos preguntábamos si el rascacielos sobreviviría. ¿Se podrá reconstruir? ¡Sigue en pie!”
Puede que el rascacielos tenga algo especial, porque nada a su alrededor se parece a cómo era en el pasado, un pueblo portuario bastante próspero que no tenía nada de provinciano. Ver una furgoneta con la inscripción “niños” llena de agujeros de metralla y de bala da escalofríos. Preparado para lo peor, abro la puerta trasera: hay muchas ropas de niños, pero no hay sangre. Seguimos caminando en silencio, escuchando el viento del mal melódicamente golpeando el metal. Veo a nuestro acompañante se le ha cambiado la cara por lo que ha visto: los barrios destruidos parecen no terminar. Digo con cuidado: “Igor, ¿entiendes que no había otra forma de expulsarles de la ciudad? No había opciones, no se ha inventado otro método. Igor dice que entiende cuáles son las consecuencias cuando se colocan las posiciones de tiro en viviendas residenciales.
Elegimos un buen lugar para hablar. A nuestra izquierda hay un BTR-82, posiblemente de los marines, empotrado en la pared. Fue golpeado por una granada en la parte trasera y otra por delante. El vehículo está quemado, con sus restos esparcidos por el asfalto. La Tablet de un oficial yace por ahí medio quemada, una brújula sin cristal, un cuaderno y el “manual del sargento”. Si miramos a la derecha por el cruce, hay una ventana en un edificio de pisos, una posición de un lanzagranadas. La ventana es rectangular, pero se ha convertido en circular tras ser golpeada por el proyectil de un tanque. Justo sobre el blindado quemado, la calle está cubierta de restos de proyectiles. Tras limpiar la carretera, la infantería avanzó hacia Azovstal. Todavía no se ha inventado otra forma de luchar.
El museo local de Mariupol se ha quemado prácticamente todo. Solo las esculturas de mujer de piedra de los escitas están como hace mil años. Lo han visto todo, no les sorprende nada y no se fijan en la gente. El candado de la puerta fue destruido por una ronda de ametralladora. Estoy a punto de abrir la puerta cuando alguien me llama por detrás: “¡Dmitry! Hola. He visto todos tus vídeos de Mariupol”. Es Natalia Kapustnikova, la directora del museo. El cristal cruje bajo nuestros pies. Le pregunto lo más importante: ¿consiguió salvar la colección? No pudo. “Nos abandonaron, simplemente nos abandonaron”, dice Natalia prácticamente gritando. “El mismo día 25, las autoridades de la ciudad huyeron. El 24 había prevista una reunión con el teniente de alcalde de Mariupol. Hablaron brevemente de una evacuación y ya está. 60.000 objetos. Una carta de Catalina la Grande, pertenencias del metropolitano Ignatius”. Según Natalia, solo han quedado cenizas. Es extraño, está quemado todo como si fuera una explosión. Podrían haber sacado la colección y cubrir sus pasos. Pero la excepcional biblioteca ha sobrevivido en el bajo del museo. Natalia se despide: “Dmitry, escribe, informa a las autoridades, que nos den algo de protección, al menos salvaremos los libros”.
Volvemos al coche por el teatro dramático. A juzgar por el único cartel que ha sobrevivido, la última actuación fue “El corazón del perro”. Fue en el lejano 2013, antes de la guerra, una obra de Valery Zolotujin.
Quienes recogen agua ahí nos advierten: “Chicos, no la bebáis. Solo es para lavarse y fregar”.
Hablamos con mucha gente sobre lo ocurrido en el teatro el día que explotó. Las respuestas son las lógicas: “Estaba sentado en un sótano a 300 metros, no vi nada”, “no salimos del sótano en una semana”. En general, hay muchas dudas de que alguien estuviera en el edificio en el momento de la explosión. Supuestamente había gente que se había refugiado de los bombardeos en el teatro. ¿Tiene sentido meterse en un enorme edificio vacío y esperar a que sea bombardeado? Pero sí había cientos de personas viviendo en los sótanos del teatro. Los rodeamos, pasamos por debajo de todo el teatro. Hay cientos de colchones, mantas, juguetes de niños, cazuelas y restos de comida. Y docenas de globos, que puede que se vendieran en la entrada y fueran traídos para calmar a los niños y reconfortarles. En una de las salas del sótano hay un cuerpo de mujer tapado con una manta. Es posible que ocurriera la historia de la Maternidad Número 3, que se explotara un artefacto para culpar a Rusia. Solo que allí se explotó una mina frente al hospital para hacer un cráter bonito para las fotos y aquí explotó el auditorio. A juzgar por los enormes fragmentos de tejado, explotó desde dentro, no desde fuera.
En un patio de Mariupol que ya me parece el de mi casa, encuentro a una niña de unos diez años. En el pecho lleva dos tarjetas de identificación de una óptica con los nombres Tatiana y Ana. Pregunto cuál es su nombre. Se ríe: Verónica. Tatiana sale del sótano a vernos y explica: Ahí, justo encima de nuestro sótano, había una óptica. Cuando empezó la batalla, la saquearon. Se lo llevaron todo, hasta la última montura.
“¿Y qué fue de tu tienda?”
“Dispararon con ametralladora. La tienda estaba aquí y tenía un café”.
Tatiana muestra el tamaño de la tienda con una mano y con la otra sujeta la mano de una anciana. Está claro que la tienda era pequeña, muy pequeña. Mientras piensa se toca la pierna herida. Le digo rápidamente: “En cuanto abras, vendremos a tomar un café. Vendremos solo para eso”.
Y responde con seriedad: “Os estaré esperando”.
Muy buenos reportajes con gran contenido humano a pesar de la guerra siempre hay otra cara.Gracias
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Buen dia gracias por compartir la parte humana de esta liberacion y transformacion del mundo, ademas de permitirnos estar mas cerca de la realidad pues (al menos aqui en colombia) todas las agencias de noticias rusas estan bloqueadas incluso desde web universitarias institucionales que uno cree son mas democraticas y/o neutrales pues hablan de pluridad ..pero se queda en la letra solamente
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Reblogueó esto en PédePera.
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¡ Precioso el final del artículo !. Os seguiré leyendo como hasta ahora porque sois el contrapunto humano a tanto sufrimiento. Vale la pena pasarse por aquí como llevo haciendo desde aquel lejano 2014. Gratitud y reconocimiento a vuestra labor. Más de uno de vuestros texto ha dejado huella.
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