Artículo Original: Alexey Zotiev
“El proceso de Minsk ahora mismo está más vivo que muerto. Aún no ha agotado todo su potencial, así que ahora tenemos que trabajar dentro del marco del proceso de Minsk y sacar el máximo jugo posible por la seguridad de Ucrania”. Estas palabras fueron pronunciadas por el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitry Kuleba.
Ahora, en vistas de los informes que hablan de un agravamiento de la situación en Donbass, se ha puesto de moda describir lo que está ocurriendo relacionándolo con la implementación de los acuerdos firmados anteriormente. Ucrania está haciendo todo lo posible para garantizar que la paz reine en el sudeste del país, mientras que Rusia lleva bloqueando el proceso de negociación con todos los medios posibles desde julio de 2020, provocando el retorno del conflicto al plano militar. Este es a día de hoy la forma en que se acostumbra a comentar lo que está ocurriendo en Donbass. Y recientemente, la Oficina del Presidente de Ucrania ha afirmado que los acuerdos de Minsk no pueden ser implementados, pero la parte ucraniana hará todo lo posible por implementarlos.
En este contexto, las afirmaciones de algunos políticos se hacen cada vez más claras y predicen el inevitable inicio de la guerra con Rusia y exigen una reacción más firme del actual Gobierno a la “violación de los acuerdos anteriormente alcanzados”. Cambiando su retórica conciliadora por una más militante, Alexey Arestovich, asesor de la Oficina del Presidente, predijo una nueva escalada en la “zona de contacto” para el inicio del verano. Y el líder de la delegación ucraniana en el Grupo de Contacto de Minsk, Leonid Kravchuk, afirmó que es necesario dar una respuesta dura en el frente, que, por cierto, contradice completamente el acuerdo firmado en julio, que contiene una cláusula de no responder a provocaciones. ¿Qué significa todo esto y a quién beneficia el paso del conflicto a una llamada “fase caliente”?
Parece que la situación en Donbass ha pasado al plano público y político y el principal “teatro de operaciones” está en Kiev. Los políticos ucranianos ahora escalan el conflicto por su cuenta y después lo pasan a la fase diplomática. Al mismo tiempo, nadie presta atención al hecho de que la situación en el frente se mantiene tensa, pero aún estable [el aumento de bombardeos y de bajas no implica, de momento, modificación de la línea del frente-Ed].
El empeoramiento gubernamental de la situación en Donbass, y las preguntas sobre la relevancia de los acuerdos de Minsk que le acompañan, está causado nada más y nada menos que por la necesidad de predecir el humor del nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y ver el tono con el que planteará las relaciones con Rusia. De ahí que, por si acaso, Rusia sea una vez más acusada de “bloquear deliberadamente el proceso de negociación” y de “escalar el conflicto militar en Donbass”. Así que, por si acaso, al no saber cuál será la forma de relación con Rusia y con Ucrania que el nuevo presidente tendrá que elegir, se lanza también la idea de la “disponibilidad de seguir con el proceso de Minsk”. En general, todas las opciones se han probado ya y los oficiales de Kiev están preparados tanto para “resolver la situación en Donbass” agravándola si el necesario, siempre creando la ilusión de que es Moscú quien tomó la iniciativa. Solo queda esperar al anuncio de la postura oficial de Biden, que está siendo deliberadamente frío en su forma de tratar al presidente de Ucrania Volodymyr Zelensky.
El modelo político del conflicto militar en Donbass que ha creado Kiev es simple y está claro. ¿Pero qué pasa con el componente militar, que no está menos influido por lo que está pasando que las intrigas de los juegos de los políticos ucranianos? La respuesta a esta pregunta viene dada por los periodistas ucranianos, que, al analizar las perspectivas de futuro de los acuerdos de Minsk, preguntaron directamente a los participantes en el conflicto que están en la línea del frente, los militares ucranianos.
“En el ejército, la escasez de personal llega al 30-40%”. “Las tropas son un desastre, no hay nadie para luchar. El problema es que los pocos soldados experimentados que quedan son los que están luchando desde el año 14. Incluso los oficiales de alto rango que quedan tienen poca experiencia de combate. El nivel de instrucción del personal ordinario está por debajo de los límites, muchos de ellos no serían capaces de ensamblar una ametralladora, por no hablar de conocimiento de equipamiento militar”. “El patriotismo y el deseo de luchar desaparecen en cuanto comienzan los ataques. Los hombres valientes desaparecen inmediatamente mientras sus camaradas mueren ante sus ojos. No quedan soldados verdaderamente motivados en el frente ahora mismo. Están los contratistas, que vienen por dinero. La ofensiva es posible solo cuando los voluntarios de 2014-2015 vuelvan a la tropa”. En general, como se dice en esta situación la moral de la tropa está baja y el deseo de iniciar una ofensiva es inexistente.
En este contexto, los políticos ucranianos, acostumbrados a iniciar y concluir operaciones militares sin necesidad de levantarse del sofá, tienen que darse cuenta de que solo hay una conclusión posible en esta situación: si el proceso de Minsk está más vivo que muerto, entonces es Ucrania quien debe hacer todos los esfuerzos para garantizar que resucite.
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