Artículo Original: Michael Jabara Carley / Strategic Culture
Parece que cada semana algún periodista occidental proclama el inicio de una “nueva guerra fría” entre Estados Unidos y la Federación Rusa. Como prueba, apuntan al golpe de Estado fascista apoyado por Estados Unidos y la Unión Europea en Kiev, los movimientos de la OTAN en las fronteras occidentales de Rusia, la continua escalada de hostilidades contra Siria, aliado de Rusia o las objeciones de Estados Unidos a los BRICS, entre otros muchos elementos de una larga lista.
La Guerra Fría, me gustaría recordar a los lectores, comenzó en noviembre de 1917, cuando los Bolcheviques llegaron al poder en Rusia. La misma banda de siempre, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, reaccionaron inmediatamente, animando al comandate en jefe del Ejército Ruso a desobedecer las órdenes del nuevo Gobierno soviético. Cuando trató de hacerlo, el pobre hombre fue linchado por sus propios soldados. Desanimados y aterrorizados por la revolución socialista en Rusia, la llamada Entente lanzó grades fajos de notas bancarias a cualquiera que se ofreciera a luchar contra los soviets. La Entente envió sus propias tropas a las cuatro lejanas puntas de Rusia para hacer el trabajo ellos mismos. Fue la intervención “Aliada” que se alargó hasta 1921 en el oeste y hasta 1922 en el este de Siberia.
Desgraciadamente para las élites occidentales, sus soldados, después de haber sobrevivido a la odisea del frente occidental, se negaron a luchar una nueva guerra contra la Rusia soviética. Hubo quejas, hubo quienes se negaron a embarcar, y en el caso de los franceses, incluso motines.
“Si queréis luchar contra los bolch”, dijeron los soldados franceses a sus comandantes, “id a hacerlo vosotros mismos”. Los marineros franceses subrayaron su determinación de no luchar izando la bandera roja en uno de los buques franceses del mar Negro. Los escandalizados oficiales temieron que el personal cediera el control de los barcos a los bolcheviques. “El completo fracaso de una ridícula aventura”, describió un comentarista francés. La guerra de la Entente contra la Rusia soviética estaba guiada por el miedo y el odio al bolchevismo.
El odio a lo ruso y el odio a lo soviético no desaparecieron tras el fracaso de la intervención occidental. Al contrario, la enemistad continuó hasta la misma invasión Nazi de la Unión Soviética en 1941. El odio a la Unión Soviética fue intenso en Occidente en los años 20 y en los años 30 impidió la formación de una gran alianza contra la Alemania Nazi. Francia pagó el precio en mayo de 1940, cuando se colapsó en pocas semanas sin el aliado soviético.
En 1941, la gran alianza de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética fue una especie de matrimonio de conveniencia impuesto por el peligro común que suponía la Alemania de Hitler. A pesar de todo, el comando británico casi nunca se entendió con sus homólogos soviéticos. En un principio, los generales británicos aceptaron que el Ejército Rojo no podía luchar, ¿pero quienes eran ellos para hablar? En 1941, Gran Bretaña aún no había ganado una sola batalla contra la Wehrmacht. Cuando el Ejército Rojo derrotó a los alemanes en la estratégica batalla de Moscú en diciembre de 1941, los generales británicos tuvieron que tragarse sus palabras, aunque lo hicieran de mala gana. La alocada “Operación Impensable”, un plan de emergencia británico de 1945 para la guerra contra la URSS, simplemente subrayaba que no había disminuido el odio a lo soviético, compartido, por supuesto, con Estados Unidos, ya ausenste el presidente Franklin Roosevelt, que murió en abril de 1945. Se puede decir que la Guerra Fría se reanudó antes incluso del final de la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto, Estados Unidos, inmerso en su excepcionalismo y plagado de memorias a extremadamente corto plazo y profundamente autocomplacientes, pensó que la Guerra Fría, guiada por principios ideológicos, fue algo que comenzó después de 1945. Se equivocaban, aunque su idea, como un zombie, es difícil de matar.
El problema es que ya no existe la Unión Soviética para alimentar el odio occidental a lo soviético. Lo que ocurre ahora es una rusofobia más tradicional, creada por diversas fuentes, especialmente la intolerancia estadounidense a cualquier estado que no se preste a agachar la cabeza ante la gran hegemonía americana. Es una rivalidad más similar a la anterior a la Primera Guerra Mundial, agravada por la imprudencia de la imperial Alemania, cuyo papel juega ahora Estados Unidos. ¿Son ellos los nuevos hunos? Incluso en los años 90, cuando Rusia estaba arrodillada y dirigida por el corrupto y borracho títere Boris Yeltsin, Estados Unidos aplicó una política de cerco a Rusia empujando a la OTAN hacia las fronteras del sur y el oeste de Rusia, olvidando sus promesas de no hacerlo. La corta guerra ruso-georgiana de 2008, la crisis ucraniana, la intensificación de la agresión estadounidense contra Siria son signos de la misma política beligerante dirigida contra Rusia. Esta actuación de Estados Unidos, paradójicamente liderada por el premio Nobel de la Paz Barack Obama, es la fórmula segura de la continuación de las hostilidades entre Rusia y Estados Unidos, si no de una guerra abierta.
Puede que sea necesario recordar a aquellos que desean provocar a Rusia que los invasores han tendido a no salir bien parados contra los ejércitos rusos. Incluso los mongoles, que destruyeron la Rus de Kiev en el siglo XIII, fueron finalmente expulsados. Otros invasores, los teurones, polacos, lituanos, turcos, suecos, franceses, alemanes, por no hablar de la Entente entre 1918 y 1920 o los japoneses entre 1918 y 1922 y 1945, todos acabaron mal. Tak bylo, tak budet [así fue, así será] parece una advertencia apropiada para posibles invasores. Pero la rusofobia que Estados Unidos y la beligerancia occidental están alimentando no es una “nueva guerra fría”. Es un tipo de conflicto más antiguo, anterior a 1914, y todos sabemos a qué llevó aquello.
Reblogueó esto en Las Variedades de Venezuela y El Mundo Sin Borregos..
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Publicado por cesarmarcano | 16/08/2015, 06:17¡ Si señor !, una magistral clase de historia. La realidad histórica que por aquí pocos conocemos, porque por lo general esta versión no la verás nunca en los libros de texto, al menos en los españoles.
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Publicado por ahiur | 20/08/2015, 11:15