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Donbass, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania

Incentivos y amenazas, repaso al primer año de intento diplomático

A un mes de que se cumpla el cuarto año de guerra entre Rusia y Ucrania y casi doce desde la victoria de Maidan, que dio lugar a los enfrentamientos que llevaron al conflicto de Donbass, 2025 ha dejado una mezcla de escalada y diplomacia intercaladas entre sí sin que exista aún ninguna certeza sobre qué dirección tomará en estos momentos que parecen decisivos. En unos días se cumplirán doce meses desde la toma de posesión de Donald Trump, que llegó al poder con la confianza de quien sobreestima su poder, su capacidad de controlar los acontecimientos y no conoce que la diplomacia es diferente cuando no se puede permitir usar la fuerza masiva contra su oponente.

El cambio que se ha producido en Estados Unidos ha marcado el año, ya que todas las partes han tenido que acomodarse a la retórica de paz del hombre que ha bombardeado al menos cinco países -Irán, Siria, Yemen, Somalia y Nigeria- además de las aguas internacionales del Caribe y el Pacífico. El final de la era Biden presagiaba un cambio fuera quien fuera la persona que alcanzara el poder en Estados Unidos, ya que se agotaban las posibilidades de Washington de continuar ofreciendo asistencia militar y económica eterna a Ucrania y no se esperaba de Kamala Harris el compromiso personal a favor de Ucrania que Biden mostró en su etapa de presidente y vicepresidente. El giro retórico hacia la paz se inició antes de la victoria de Trump, cuando su retorno parecía una posibilidad cada vez menos remota. Zelensky publicó su Plan de Victoria, una lista de actuaciones que sus aliados debían cumplir para obligar a Rusia a la paz, una paz entendida como la victoria de Ucrania, pero que permitía al presidente ucraniano una apertura para modelar su discurso ante las exigencias pacifistas de Donald Trump.

En los más de once meses desde su investidura, Trump no ha cambiado su visión de una guerra que no ha querido comprender al considerarla estúpida, pero de la que su país se ha lucrado y en la que aún espera lograr más beneficios. El objetivo sigue siendo el mismo, conseguir el final del derramamiento de sangre, aunque lejos quedan las prisas o las promesas pronunciadas a la ligera sobre lo sencillo que iba a ser imponer la paz en un solo día. La labor de Trump comenzó como se esperaba, con una apertura diplomática a Rusia, a quien se prometió la recuperación de las relaciones económicas tras la paz, primer paso para el retorno de Moscú al círculo de las relaciones internacionales de Occidente, aspecto al que se resisten con todas sus fuerzas los países europeos, contrapeso a cualquier intento de normalización.

Incapaz de comprender la relevancia de la guerra para Rusia y la importancia simbólica de Donbass, donde una parte de la población tomó las armas para resistirse a Kiev y buscó protección en Moscú, Trump aún no ha conseguido descifrar por qué esos incentivos económicos que ofrecía al Kremlin y a los que añadió incluso una invitación vacía al retorno al G8 no han conseguido reducir las exigencias rusas para la paz. El año comenzó con incentivos para Rusia y amenazas para Ucrania. Mientras Moscú recibía promesas de negocios futuros, Kiev recibía por primera vez el castigo de Washington, que durante unos breves días de invierno interrumpía el suministro de armas e inteligencia como represalia por lo que interpretaba como una actitud poco constructiva de Bankova. Se aplicaban así los postulados del plan Kellogg-Fleitz, según el cual el suministro de armas a Ucrania estaría supeditado a la aceptación de negociar la paz. Esos días coincidieron con el final de la operación rusa para recuperar los territorios perdidos en la región de Kursk, lo que facilitó el discurso proucraniano que alegó que la derrota, en marcha desde hacía semanas, se debió fundamentalmente al abandono de Estados Unidos.

Con esa retirada cuando la derrota ya se había consumado, Zelensky perdió una importante carta de negociación. Los territorios de Kursk, especialmente la ciudad de Suya, la localidad más grande bajo control ucraniano y donde Kiev había realizado sus principales acciones de relaciones públicas -como la destrucción de la estatua de Lenin-, debían ser una garantía para que Zelensky consiguiera en una futura negociación el intercambio de esos territorios por aquellos que Ucrania consideraba prioritarios. Entre ellos destacaba la misma zona por la que Zelensky lucha ahora, la central nuclear de Zaporozhie, situada en la localidad de Energodar, bajo control ruso desde marzo de 2022. El golpe que supuso para Ucrania la contraofensiva rusa en Kursk ponía fin al único argumento militar victorioso al que podía aferrarse el presidente ucraniano, que cuando la realidad ya era evidente cometió el error de exigir demasiado a Donald Trump en el ya célebre escarnio público del Despacho Oval. “No tienes cartas”, le insistió el presidente de Estados Unidos, por aquel entonces instalado en la visión de que era a Ucrania a quien debía presionar especialmente en busca de la paz.

Esa opinión ha sido cambiante a lo largo del año y Donald Trump ha oscilado entre reproches a Ucrania y reproches a Rusia dependiendo del momento, con cambios bruscos en los momentos menos esperados. El más llamativo se produjo en septiembre, semanas después de que los países europeos hubieran dado a Trump lo que pedía -acuerdos comerciales escandalosamente favorables y la promesa de invertir el 5% del PIB en el sector militar-, cuando afirmó públicamente que Ucrania podía ganar la guerra. La situación en el frente no había cambiado en exceso y ni siquiera la espectacular Operación Telaraña, en la que Ucrania infligió fuertes pérdidas en la aviación estratégica rusa e incluso amenazó su triada nuclear, había conseguido desviar a Rusia de su táctica de guerra de desgaste y avances sostenidos en el único frente que a día de hoy sigue siendo relevante, el de Donbass. Rusia aceleraba sus progresos en algunos de los sectores más fortificados, pero Donald Trump resaltaba las capacidades ucranianas. Era un momento de reproches y amenazas a Rusia, algo igualmente extraño teniendo en cuenta que en agosto se había producido la cumbre Trump-Putin, y el presidente de Estados Unidos utilizaba su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas para anticipar sanciones contra el petróleo ruso. Esas medidas coercitivas contra el sector más importante de la economía rusa -casualmente adversario del petróleo estadounidense en el intento de Trump de capturar más cuota de mercado internacional- se produjeron y perdurarán más allá de la guerra, pero no han cambiado la dinámica del frente ni de la retaguardia. En estos meses, Rusia ha conseguido dos éxitos que hace unos meses habrían resultado inesperados: las capturas de Seversk y Guliaipole, dos lugares en los que las tropas rusas no habían tenido éxito en tres años y fueron capturados de forma acelerada, poniendo de manifiesto la escasez de infantería de Ucrania.

En este tiempo, la negociación, inconsistente y discontinua, ha continuado con normalidad, en su formato bilateral de dos delegaciones -las más proucraniana dialogando con Kiev y la más prorrusa viajando a Moscú- en una dramatización de la diplomacia que no ha dado ningún resultado hasta que el plan de 28 puntos negociado por Steve Witkoff supuso el primer momento en el que un borrador trataba todos los aspectos fundamentales de la guerra. El estado de la negociación es el reflejo inequívoco de la situación de la guerra y de la forma elegida por el trumpismo para tratar de conseguir su final. La estrategia de incentivos y amenazas persiste y Estados Unidos exige a ambos países sacrificios que siempre han considerado líneas rojas. Trump ofrece a Ucrania las garantías de seguridad que Joe Biden le negó en 2022, cuando Moscú y Kiev negociaban en Estambul el final de la guerra antes de que se produjeran gran parte de la muerte y destrucción, pero exige a cambio un compromiso territorial que Zelensky trata de evitar. Al otro lado del frente, Trump ofrece a Rusia mantener el territorio ahora bajo su control e incluso parte de aquello que no ha logrado capturar, pero le exige aceptar la existencia de Ucrania como Estado militarizado y con presencia de tropas de países de la OTAN, la más roja de las líneas rusas. En la capacidad del equipo negociador de Estados Unidos está lograr un punto medio en el que los dos países vean beneficios a detener la lucha.

El compromiso aún está lejos y la negociación se encuentra aún en su primera fase de acuerdo Ucrania-Estados Unidos. En paralelo se está produciendo el diálogo Rusia-Estados Unidos, aparentemente con el mismo optimismo de Washington, que sigue insistiendo en que ambos países quieren la paz. Sin la más mínima certeza de que no haya contradicciones fundamentales entre los dos proyectos de acuerdos bilaterales y menos aún de que Moscú y Kiev vayan a aceptar las condiciones que les exige Trump cuando aún mantienen la capacidad de seguir luchando, todas las guerras continúan: la del frente, la de la diplomacia y la lucha mediática por colocarse en una mejor posición negociadora para una diplomacia que tendrá que continuar en el nuevo año.

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