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Diplomacia, Economía, Estados Unidos, Lavrov, Rusia, Ucrania

La influencia de Marco Rubio

“El máximo representante económico de Rusia ha llegado a Estados Unidos para mantener conversaciones «oficiales» pocos días después de que el presidente Donald Trump anunciara nuevas sanciones severas contra Rusia, según informaron en exclusiva a CNN el viernes fuentes con conocimiento de la visita”, escribía ayer el medio estadounidense sobre la visita de Kiril Dmitriev a Washington en un momento extraño, precisamente cuando la Casa Blanca ha impuesto las sanciones que Ucrania le exigía. Apenas dos días después de que Estados Unidos impusiera sanciones contra las dos grandes empresas petroleras rusas, Rosneft y Lukoil, lo que implica sanciones a aquellas empresas o países que comercien con ellas, el director del Fondo Ruso de Inversiones Directas llegaba a Estados Unidos para reunirse con Steve Witkoff, enviado de Donald Trump para Rusia. El encuentro, que ha de considerarse excepcional teniendo en cuenta las escasas visitas de oficiales rusos al país desde la invasión rusa de 2022, había sido “planeado hace tiempo a invitación de la parte estadounidense”, escribió Dmitriev, que precisó que Estados Unidos “no lo ha cancelado, a pesar de la serie recientes pasos no amistosos”. “Continuaremos el diálogo”, añadió para precisar que las sanciones contra Rusia solo van a conseguir aumentar el precio de la gasolina para la población estadounidense.

El papel de Dmitriev es continuar el diálogo económico, aspecto en el que Moscú considera que puede ofrecer algo que resulte de interés a Estados Unidos. Las negociaciones económicas han sido utilizadas por parte de Rusia como un incentivo a la Casa Blanca, especialmente teniendo en cuenta el especial interés del trumpismo por los recursos naturales, el gas y el petróleo y, sobre todo, el acceso al Ártico. Sin embargo, el intento ruso de utilizar las posibilidades de cooperación económica entre dos grandes potencias que rivalizan entre sí por diferentes mercados -algo evidente en la voluntad estadounidense de acabar con el Nord Stream y en las órdenes que ha dado actualmente a los países europeos de abandonar completamente la energía rusa-, sufre de confundir deseos y realidad. El hecho de que la reunión con Witkoff, el más prorruso de los miembros del equipo de política exterior de Donald Trump, no haya sido cancelada difícilmente puede ser considerada un elemento que mantenga ciertas esperanzas de cooperación económica ni diálogo político. Los intereses rusos y los estadounidenses son opuestos en prácticamente todos los sectores, el comercio entre los dos países, que nunca fue especialmente boyante, llegó a su máxima expresión hace más de una década y se ha reducido tanto que Trump ni siquiera se molestó en imponer aranceles. Sancionar al petróleo ruso es, vaya a funcionar o no, el intento definitivo de Washington de destruir la economía rusa para obligar a Moscú a ceder política y militarmente en Ucrania.

La coyuntura en la que se encuentra actualmente Moscú hace que sea necesario creer -o querer creer, algo que se estila habitualmente en el Kremlin, ansioso desde hace décadas de conseguir la amistad de Estados Unidos- que una cooperación económica con Washington no solo es posible, sino que puede ser el inicio de una apertura que resuelva las contradicciones políticas existentes entre los dos países. La absoluta subordinación de los países europeos a la voluntad de Estados Unidos en política exterior, a pesar de su insistencia en conseguir que, a cambio de concesiones en todos los demás temas de política exterior e interior, la Casa Blanca siga estando presente en la coalición occidental de apoyo a Ucrania hace aún más importante mantener cualquier vínculo posible con Washington. Incluso ahora, cuando la Casa Blanca ha optado por cancelar la diplomacia en favor de sanciones de implicaciones mundiales -el alza del precio del petróleo fue inmediata, una preocupación limitada para Trump teniendo en cuenta que los precios han de ser relativamente elevados para que la extracción estadounidense sea rentable-, la postura de Estados Unidos sigue siendo más constructiva que la de los países europeos.

La Casa Blanca ha puesto en cuarentena la preparación de una reunión con Vladimir Putin, pero la puerta no está, al menos a ojos del Kremlin, completamente cerrada a la cooperación, como sí lo está la de los países europeos. Tras la reunión del viernes de la “Coalición de Voluntarios”, Volodymyr Zelensky anunciaba buenas noticias económicas que desvelará en el futuro. Pese a que los países europeos aún no han alcanzado un acuerdo para dejar en manos de Ucrania una parte importante de los activos rusos retenidos en la UE, el presidente ucraniano afirmó que en la reunión se había garantizado, no solo la financiación para la guerra en 2026, sino también en 2027. Los países europeos, que hace años que renegaron de cualquier diplomacia que no implique imponer sus términos, siguen centrados en garantizar al menos dos años más de guerra, independientemente de las consecuencias que eso pueda tener para Ucrania en términos de pérdidas territoriales y económicas, destrucción de infraestructuras, bajas civiles y militares, fuga de población y ausencia general de expectativas de recuperación de una cierta normalidad civil. Tras décadas en las que Rusia presentaba a la Unión Europea, que entonces incluía al Reino Unido, como un simple proxy de Washington, el papel de la UE es espolear la guerra común, mientras que los únicos canales de diálogo existentes no son con Berlín sino con Washington.

El papel de Steve Witkoff en el equipo de Trump también es un aspecto relevante. Empresario interesado en utilizar su actual labor diplomática para obtener beneficios económicos para su familia -algo que el trumpismo considera corrupción solo en el caso de Joe y Hunter Biden-, el enviado de la Casa Blanca para Rusia ha demostrado voluntad de diálogo y capacidad de comunicación con el Kremlin. Fue Witkoff quien, en una reunión ampliamente criticada por haber acudido sin un traductor de la embajada, confiando en la traducción del Kremlin, presentó a Vladimir Putin la propuesta más favorable que va a recibir Moscú de Estados Unidos. Aquel documento implicaba congelar la guerra según sus fronteras actuales, dejaba en manos de Rusia los territorios actualmente bajo su control, reconocido únicamente de facto, planteaba la eliminación de las sanciones estadounidenses y ofrecía el reconocimiento de Washington del control de Crimea, territorio cuya independencia y posterior anexión puede equipararse a la independencia de Kosovo y no, por lo tanto, adquirido por conquista. Witkoff, que por aquel entonces ni siquiera era capaz de nombrar los cuatro territorios ucranianos cuyo control se disputa, no había comprendido tampoco que la parte más importante de esta guerra no es la territorial sino la seguridad. De ahí que su hoja de ruta, presentada a Rusia como final, abriera la puerta a la presencia militar de países de la OTAN en Ucrania y, a largo plazo, a la adhesión completa, vetada únicamente por la palabra de Trump, fácilmente revertida por cualquier futuro presidente.

La oferta de Witkoff, insuficiente para Rusia pero excesivamente prorrusa para el gusto de los países europeos y otros sectores trumpistas, se encontró con el mismo problema que la idea de organizar una reunión Trump-Putin en Budapest, la intervención de la parte del ejecutivo abiertamente proucraniana. En aquel momento, fue Kellogg quien rápidamente consiguió que la oferta estadounidense dejara de ser la de Witkoff para adoptar la ucraniana y europea, evidentemente mucho más favorable a los intereses de Kiev y también menos viable como parte de un acuerdo con Rusia, a quien no se le ofrecía siquiera el reconocimiento limitado de la soberanía de Crimea, rusa desde hace once años con el visto bueno de la población. Witkoff ha demostrado, tanto en sus reuniones con Rusia como en su intervención en la aparentemente desastrosa reunión con Zelensky en la Casa Blanca la pasada semana, ser capaz de defender su opinión ante Trump. Sin embargo, su falta de experiencia diplomática y política -Witkoff es, ante todo, un empresario sin experiencia política que está ahí por su relación personal con Donald Trump-, ha hecho que nunca haya sido capaz de mantener el pulso con quienes han adquirido experiencia diplomática, política o militar y conocen los entramados del poder.

De la misma manera que solo hizo falta la intervención de Keith Kellogg para eliminar la hoja de ruta de Witkoff antes incluso de que Rusia tuviera tiempo de rechazarla -o de aceptarla, quizá el motivo por el que el ala proucraniana del trumpismo actuó con tanta rapidez-, la reunión entre Trump y Putin ha desaparecido de la agenda con una única, sencilla y breve intervención. El desarrollo de los acontecimientos, su posicionamiento ideológico y recorrido profesional, que le había valido sanciones personales tanto de Rusia como de China hacía evidente que la intervención decisiva para el rápido e ilógico giro de guion de la apertura a la diplomacia a las sanciones en apenas unos días había corrido a cargo de Marco Rubio. El secretario de Estado mantuvo con Sergey Lavrov la conversación tras la que Trump criticó la deshonestidad de Vladimir Putin. Según lo reportado tanto por Rusia como por Estados Unidos, el mensaje transmitido por Lavrov -el rechazo al alto el fuego incondicional y la necesidad de tratar las causas fundamentales de la guerra como única vía de resolución del conflicto- fue exactamente el mismo que Rusia lleva manteniendo desde el principio. La única diferencia es el interlocutor, Marco Rubio en lugar de Steve Witkoff, un cambio suficiente como para hacer descarrilar sin más una apertura a la diplomacia que no gusta a todos los sectores.

Aunque siempre fue evidente, Bloomberg confirma que “el cambio repentino también se debió a la valoración del secretario de Estado Marco Rubio —un veterano halcón antirruso que en su día calificó a Putin de «gánster»— de que Moscú no había realizado ningún cambio sustancial en su postura, según funcionarios estadounidenses y europeos familiarizados con el asunto”. La situación en el frente y en la retaguardia no ha cambiado, por lo que esperar un cambio de postura en Rusia es simplemente una excusa para alegar que no hay voluntad de diálogo, una buena oportunidad para el neocon Marco Rubio de evitar la posibilidad de un avance hacia la diplomacia. En ocasiones anteriores, el paso del diálogo a las amenazas ha precisado de una negativa a una propuesta o de actos en el frente. En esta ocasión, la repetición de un mensaje que Rusia no ha negado en tres años y medio ha sido suficiente, no solo para evitar una nueva reunión Trump-Putin, sino para imponer las sanciones más duras que Estados Unidos tenía a su disposición.

“La influencia de Rubio en el cambio de opinión de la administración señala un papel aún más amplio para el máximo diplomático estadounidense, quien también ha abogado por un enfoque más agresivo hacia Venezuela como asesor interino de seguridad nacional de Trump. Su postura contrastaba con la estrategia más conciliadora hacia Rusia defendida por Steve Witkoff, amigo de toda la vida y enviado especial de Trump”, añade Bloomberg. Por su radicalidad, obsesión por la lucha anticomunista y por el intervencionismo, esta preminencia del halcón neocon antirruso y antichino obsesionado con acabar con el Gobierno cubano y sus aliados regionales, el ascenso de Marco Rubio como eje de la política exterior de Donald Trump no es solo una mala noticia para la guerra entre Rusia y Ucrania, sino también para el resto del mundo.

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