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Alto el fuego, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Minsk, Rusia, Ucrania

Diplomacia intermitente

Siguiente paso del repetido ciclo que comienza con amenazas, continúa con una inesperada (o temida, dependiendo de la posición de cada una de las partes) apertura a la diplomacia que finalmente se rompe, varios medios están dando ya por hecho que la anticipada cumbre de Budapest entre Vladimir Putin y Donald Trump no va a producirse. “Trump y Putin cancelan la cumbre sobre Ucrania”, titulaba Financial Times en un artículo que indicaba que “la decisión de cancelar la cumbre se produjo después de que el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, y el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, Sergey Lavrov, conversaran por teléfono el lunes. Estaba previsto que se reunieran a lo largo de la semana para sentar las bases para la cumbre”. Aunque una fuente de la Casa Blanca declaraba al medio que la llamada había sido “productiva” y, por lo tanto “no es necesaria una reunión presencial adicional entre el secretario y el ministro de Asuntos Exteriores”, la misma fuente añadía que “no hay planes para que el presidente Trump se reúna con el presidente Putin en un futuro inmediato”.

Aunque tanto Rusia como Hungría, el país más interesado en que Vladimir Putin llegue a su territorio para un encuentro de tan alto nivel, insistían ayer en que los preparativos continúan y que una cumbre que no había sido convocada no puede cancelarse, las palabras de Donald Trump fueron inequívocas. «He cancelado la reunión con Vladimir Putin», afirmó, alegando que el presidente ruso «no ha sido honesto». Se repite así el habitual habitual parón de la diplomacia en cada ocasión que puede haber un ligero avance hacia el diálogo. “Putin reta a Trump para descarriar las conversaciones de paz”, titulaba ayer The Telegraph, añadiendo un juicio de valor a partir de dos datos: las declaraciones del citado oficial de la Casa Blanca y el rechazo de Sergey Lavrov a aceptar el alto el fuego incondicional que Marco Rubio habría exigido a Rusia como paso inicial para continuar con la diplomacia. A ojos de Rusia, “detenerse sin más supondría olvidarse de las causas originales del conflicto”. La falta de honestidad que Trump achaca a Rusia es repetir lo que Moscú lleva tres años afirmando.

“Ahora escuchamos de Washington que tenemos que detenernos inmediatamente y que no deberíamos discutir nada más. Parar y dejar que sea la historia la que juzgue”, se lamentó Lavrov, que subrayó también que el propio Donald Trump ha mencionado en el pasado esas causas fundamentales de la guerra. El comentario del ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa se refiere a la cuestión de la seguridad, concretamente al avance de la OTAN hacia las fronteras rusas, uno de los factores señalados por Moscú como existenciales y por el que, en al menos una ocasión, el actual presidente de Estados Unidos se mostró comprensivo. Sin embargo, la intermitente diplomacia de Trump, que carece de continuidad y que avanza, se detiene y vuelve a comenzar desde el principio, se ha centrado exclusivamente en el aspecto territorial y siempre ha intentado evitar la seguridad.

En cada uno de esos conflictos que dice haber resuelto, el modus operandi de Trump ha sido el mismo, centrarse en la parte más sencilla de resolver o detener temporalmente, dejando para el futuro los aspectos más conflictivos. En Irán, Trump dio orden a Netanyahu de cesar el fuego consciente de que Irán haría lo propio, sin que se haya pasado a una fase diplomática en la que resolver el conflicto político existente. En la República Democrática del Congo, se ha alcanzado un acuerdo de alto el fuego que no resuelve el conflicto y que está siendo activamente incumplido. En Gaza, Trump ha creado todo un espectáculo alrededor de un alto el fuego que Israel manipula a su antojo y que no tiene ninguna opción de avanzar hacia una resolución digna para la población palestina. En Ucrania, la Casa Blanca prefiere creer que se trata de un conflicto por el territorio y pretende conseguir un alto el fuego dando la orden de detenerse a los dos ejércitos y asumir que eso va a resolver lo que no se ha solucionado en once años de conflicto político. Sin ningún interés por estudiar la historia reciente del conflicto, a Trump no le interesa admitir que ningún alto el fuego es sostenible si no está apoyado por un marco político y diplomático que lo haga viable. El realismo mágico de pensar que se puede imponer un alto el fuego sin haber negociado primero las condiciones del día después indican la falta de voluntad de Estados Unidos de realizar el trabajo previo necesario para llegar a ese momento. La Casa Blanca puede imponer un alto el fuego sobre Israel, un proxy cuya defensa depende de los sistemas de defensa aérea estadounidenses y que precisa de munición y financiación de Washington, o sobre Hamas, una milicia en un territorio aislado, devastado y cuya población se moría de hambre, pero no sobre una potencia nuclear que avanza en el frente, mantiene a flote su economía, es capaz de suministrar armamento y munición a su ejército y es consciente de que la clave de la guerra no es el territorio, sino la arquitectura de seguridad continental que va a derivar de su resultado.

El esfuerzo diplomático de la Casa Blanca no solo se ve minado por la falta de conocimiento sobre el conflicto político en el que se enmarca la guerra o por la inconsistencia de las opiniones de Trump, sino por la doble vertiente de la negociación, un canal Estados Unidos-Ucrania y otro Estados Unidos-Rusia, gestionados por personas cuyas opiniones son prácticamente opuestas. Mucho más cercanos a las tesis ucranianas y antirrusas, Keith Kellogg y Marco Rubio ya contribuyeron el pasado mayo a transformar la oferta final de Steve Witkoff en la contrapropuesta ucraniana, que ni siquiera fue posteriormente negociada con Rusia como propuesta formal.

Para superar el impasse, y sobre todo para reescribir unos términos que, de seguir adelante con la cumbre Trump-Putin iban a ser muy negativos para Ucrania, a quien se ha dejado claro que el escenario más optimista es mantener los territorios bajo su control actualmente, los países europeos y Ucrania han comenzado a dar los pasos que se esperaba. Zelensky, que ayer firmó un acuerdo con Suecia para la adquisición de hasta 150 aeronaves Gripen -cuyo coste correrá, como es habitual, a cargo de la Unión Europea, patrocinador principal de Ucrania-, espera garantizar financiación para poder seguir luchando durante tres años más. Ese es el cálculo de los países europeos en su plan de poner en manos de Ucrania por medio de una cierta legalidad creativa los activos rusos intervenidos en la Unión Europea para la adquisición de armas. Esta semana, el presidente ucraniano participará en la reunión del Consejo de Europa y de la “coalición de voluntarios” que lleva meses realizando la única negociación que interesa a Zelensky, aquella en la que obtiene todo lo que pide, no participa Rusia y las conclusiones a las que se llega son independientes de la situación sobre el terreno.

La postura ucraniana sigue pasando por exigir más armas, rechazar concesiones, y demandar sanciones más duras contra Rusia, pasos que contribuyen al mantenimiento del statu quo de la continuación de la guerra como única salida posible, aunque enmarcado en una retórica de paz que no se corresponde con la realidad. “Los aliados de Ucrania no han visto indicios de que Putin se aleje de sus exigencias maximalistas, según ha declarado un alto funcionario del Gobierno europeo. El único cambio que ven es en Trump, quien, según pensaban los aliados, había aceptado la necesidad de aumentar la presión sobre Rusia, pero aparentemente ha dado marcha atrás tras hablar con Putin, según ha declarado el funcionario”, escribía ayer Bloomberg. El discurso es claro: todas las partes están dispuestas a hacer la paz y solo Rusia la bloquea. “Nos hemos acercado a un posible final de la guerra, eso te lo puedo decir con certeza”, insistió Zelensky en un claro intento de decir aquello que Trump quiere oír, pero sin intentar reflejar la realidad, teniendo en cuenta que no ha comenzado siquiera el proceso diplomático de negociación real que será necesario para que la paz sea una posibilidad en el horizonte. “Eso no significa que sea definitivo que vaya a acabar, pero el presidente Trump ha conseguido mucho en Oriente Medio y sobre esa ola quiere acabar la guerra de Rusia contra Ucrania”, añadió con una declaración vacía de más contenido que querer halagar a quien lleva nueve meses tratando sin éxito de convencer a Rusia de aceptar lo que sería un cierre en falso al conflicto.

En esta labor, en la que tanto Kiev como sus aliados europeos buscan evitar una resolución vinculante que implique pérdida de territorios para Ucrania y la recuperación de peso en las relaciones internacionales para Rusia, el temido escenario de derrota estratégica, Zelensky cuenta con la constancia de líderes como Keir Starmer. La semana pasada, Axios informaba de que el premier británico había propuesto desarrollar una hoja de ruta similar a la que ha impuesto Donald Trump en Oriente Medio. La información del medio estadounidense, muy cercano al trumpismo, no precisaba, por supuesto, si sería revisada a favor del aliado de Estados Unidos tras ser considerado final, como ocurrió con la hoja de ruta para Gaza, modificada por Netanyahu y Trump sin la participación de Qatar, Turquía o Egipto.

El resultado de la propuesta de Starmer es, según Bloomberg, un plan de doce puntos diseñado por los países europeos y que busca lograr lo que Trump consiguió en Oriente Medio, detener la guerra en sus términos, sin tener en cuenta la opinión del otro lado del frente. Nuevamente, este símil ignora que la comparación entre Rusia y Hamas en la que Zelensky insiste repetidamente desde que Estados Unidos anunció el incumplido alto el fuego no es equiparable debido al diferente equilibrio de fuerzas. Rusia no se encuentra aislada ni en inferioridad de condiciones. Las tropas de Moscú luchan ya en el entorno urbano de Kupyansk y se acercan al centro de Pokrovsk-Krasnoarmeysk. La economía rusa, pese a las dificultades, no depende de créditos de sus aliados para pagar otros créditos o para sostener el Estado. Y pese a no disponer del dinero de la Unión Europea para adquirir sistemas de defensa aérea, Rusia sigue suministrando a su ejército las armas con las que continuar la guerra de desgaste en el frente y los ataques de larga distancia en la retaguardia.

Después de cinco meses de tratar de imponer a Rusia el ultimátum de 48 horas para aceptar el alto el fuego incondicional que los países europeos plantearon el 9 de mayo, Zelensky y sus aliados continentales siguen intentando imponer su versión de la resolución de la guerra sin necesidad de más negociación que las conversaciones entre la “coalición de voluntarios” y Donald Trump. “Seguimos comprometidos con el principio de que las fronteras internacionales no se pueden cambiar por la fuerza”, escribía un comunicado bajo el título “por la paz para Ucrania” publicado el martes por Ucrania, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Polonia, el Consejo de Europa, la Comisión Europea, Noruega, Finlandia, Dinamarca, España y Suecia. Quienes afirman que Ucrania ha hecho todo lo posible por lograr la paz y es Rusia quien la bloquea plantean un escenario, el de la recuperación de las fronteras de 1991, que habría que lograrse conta la opinión de la población de territorios como Crimea y que, once años después de la adhesión a Rusia, solo podría conseguirse por la vía militar.

En realidad, ese planteamiento no busca justificar la guerra hasta una victoria final que incluso los más optimistas han de ser conscientes de que no es posible, sino consolidar un escenario en el que no haya reconocimiento oficial de unas fronteras que siempre van a ser consideradas provisionales. El plan de doce puntos de Starmer y sus aliados confirma esa sensación. “Una vez que Rusia siga los pasos de Ucrania y acepte un alto el fuego, y ambas partes se comprometan a detener los avances territoriales, las propuestas prevén el regreso de todos los niños deportados a Ucrania y el intercambio de prisioneros. Ucrania recibiría garantías de seguridad, fondos para reparar los daños causados por la guerra y una vía para incorporarse rápidamente a la Unión Europea.”, escribe Bloomberg, único medio que ha dado algún detalle sobre esta propuesta con la que los países europeos pretenden atraer a Donald Trump. “Las sanciones contra Rusia se levantarían gradualmente, aunque los aproximadamente 300.000 millones de dólares en reservas del banco central congeladas solo se devolverían una vez que Moscú aceptara contribuir a la reconstrucción de Ucrania tras la guerra. Las restricciones se reimpondrían si Rusia volviera a atacar a su vecino”, continúa el artículo con una propuesta de reparaciones de guerra que hace inviable cualquier participación rusa. La guinda del pastel es, sin duda, la forma con la que se quiere apelar al ego del presidente de Estados Unidos. “Según personas familiarizadas con el asunto, una junta de paz presidida por el presidente estadounidense Donald Trump supervisaría la implementación del plan propuesto”, propone, adaptando el plan colonial que Trump ha diseñado para Gaza al ámbito ucraniano y con el que se busca mantener un control similar sobre Ucrania.

Pero la parte más importante es aquella en la que, según Bloomberg, “Moscú y Kiev iniciarían negociaciones sobre la gobernanza de los territorios ocupados, aunque ni Europa ni Ucrania reconocerán legalmente ningún territorio ocupado como ruso, según afirmaron los ciudadanos”. El intento de mantener presencia e influencia ucraniana en los territorios perdidos es evidente, como también lo es el parecido a Minsk, que en su primera adopción en septiembre de 2014 preveía patrullas conjuntas de la frontera con Rusia y que en su segunda versión apelaba a una cooperación entre Kiev, Donetsk y Lugansk que Ucrania nunca tuvo intención de realizar. Pero, ante todo, implica un claro intento de detener la guerra en su situación actual para evitar más pérdidas territoriales de Ucrania y busca una situación en la que Kiev pueda adquirir, en gran parte gracias a sus aliados, una posición de fuerza con la que reescribir los resultados de la guerra, exactamente el motivo por el que Lavrov afirma que es inviable un alto el fuego que no trate las causas fundamentales de la guerra.

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