“Trump se está dando cuenta de que Putin no quiere la paz, sino Ucrania. Zelensky está dispuesto a negociar, pero los ataques continúan. Me alegra que se haya revertido la suspensión de la ayuda”, afirmó en una reciente entrevista concedida a CNN, el lugar al que acuden a colocar su discurso las antiguas figuras Republicanas o trumpistas que reniegan de Trump o rechazan la estrategia de alicientes y amenazas con la que Donald Trump creía ingenuamente que conseguiría una paz rápida. El presidente de Estados Unidos confiaba en que su posición como principal proveedor de Ucrania sería suficiente para imponer sobre Kiev la vía de la diplomacia y que su buena relación con Vladimir Putin iba a ser suficiente para obligar al Kremlin a aceptar un plan que no fuera concluyente y que no resolviera la cuestión más importante, la expansión de la OTAN, que incluso Trump había aceptado como causa fundamental de la guerra.
Pence, cuyo conocimiento de la guerra es tan escaso como el de quien fuera su jefe en la Casa Blanca pero expresa el sentir general del establishment estadounidense y europeo, se equivoca en su referencia a la voluntad de Zelensky de negociar. El líder ucraniano ha aceptado, en gran parte para no alienar al autoproclamado presidente de paz estadounidense, la retórica de necesidad de terminar el conflicto, pero en ningún momento ha apelado a un proceso de negociación. Es más, la opción preferida de Zelensky, más allá de seguir recibiendo asistencia masiva para continuar luchando hasta situarse en posición de conseguir sus objetivos políticos, nunca ha sido la negociación, escenario más temido por Kiev y sus aliados europeos, conscientes de que, en guerra, el diálogo está marcado por los equilibrios marcados en el frente. La negociación no era una opción en el otoño de 2022, ya que incluso entonces, momento de máxima debilidad rusa, Ucrania no habría podido exigir a Moscú el deseo más preciado: Crimea. En una posición mucho más comprometida desde el fracaso de la ofensiva terrestre de 2023, cuando Ucrania elevó artificialmente las expectativas para exigir más armas a sus aliados y provocó una fuerte decepción cuando no logró romper el frente de Zaporozhie, Kiev tendría ahora muchos menos argumentos para poder exigir nada a Rusia, ni siquiera la retirada de aquellos territorios que el Kremlin estaba dispuesto a devolver según el preacuerdo de Estambul de 2022.
La opción ideal para Zelensky y su equipo, perdida momentáneamente la opción de la continuación de la escalada progresiva que había marcado la era Biden, era precisamente la favorita de Donald Trump: una reunión a tres en la que los presidentes resolvieran aquello que puede resolverse fácilmente y todo lo demás quedara pendiente. Esa imagen habría sido suficiente para que el líder estadounidense se apuntara el tanto y añadiera la guerra de Ucrania a los conflictos que dice haber resuelto y lo utilizara como un argumento más en su descarada campaña publicitaria para el Premio Nobel de la Paz. Ese tipo de resolución, muy similar a la cumbre en la que tras una noche de negociaciones entre presidentes se firmó en febrero de 2015 el segundo acuerdo de Minsk, también habría sido satisfactoria para Zelensky por los mismos motivos por los que lo fue el acuerdo de hace diez años. Por una parte, Ucrania lograría impedir más avances rusos que, aunque extremadamente lentos, siguen produciéndose en el frente más importante, el de Donbass, una analogía más a la situación en la que las tropas ucranianas se encontraban cuando Petro Poroshenko aceptó firmar el acuerdo que había negociado para él Angela Merkel. Por otra parte, también como entonces, el proceso daría lugar a una mesa de negociación en la que, sin ninguna mediación viable, podría alargarse hasta la eternidad, cronificando el conflicto, justificando la militarización de Ucrania, Rusia y Europa en general y sin posibilidad real de resolución. Como hace diez años -y como los siete años posteriores-, la postura negociadora de Kiev se limitaría a realizar a Rusia unas exigencias que no se correspondían con la situación sobre el terreno, que en los casos de resolución no concluyente de una conflicto, marcan el diálogo de paz.
Durante aquel proceso, tras una guerra que Ucrania no había podido ganar, Ucrania se mantuvo firme en su línea roja de no negociar ningún aspecto político en un formato que no fuera el de presidentes, algo que vuelve a repetirse ahora. Solo las decisiones tomadas por el Formato Normandía, en el que participaban los jefes de Estado o de Gobierno de Alemania, Francia, Ucrania y Rusia, eran tenidas en cuenta. Normandía tomaba decisiones que pasaban posteriormente al Grupo Trilateral de Contacto de Minsk, donde se encallaban en el bloqueo del que nunca saldrían. De esa forma, Ucrania no consiguió recuperar los territorios perdidos de Donbass, algo que nunca fue su prioridad, pero no se vio obligada a realizar una concesión a la que nunca estuvo dispuesta: el estatus especial para Donetsk y Lugansk, unos derechos políticos que contradecían la intención de imponer un modelo centralizado y nacionalista, es decir, antirruso. Perpetuar el conflicto implicaba también mantener viva la posibilidad de seguir reclamando Crimea en el futuro y daba pie a exigir armas y financiación a sus aliados sobre la base de la guerra existente, siempre ante la amenaza de que Rusia perdiera la esperanza de que Ucrania fuera a implementar los acuerdos firmados y se implicara militarmente. Esa posibilidad no apareció realmente hasta finales de 2021, cuando se produjo un cúmulo de circunstancias en las que Rusia vio claramente que no iba a producirse implementación de Minsk, ya que Ucrania se centraba aún más firmemente en conseguir sus dos grandes objetivos: obtener ayuda para exigir la devolución de Crimea -con la Declaración Crimea, que afirmaba que Kiev utilizaría todos los medios a su alcance para recuperar el territorio- y acercarse a la adhesión oficial a la OTAN a base de invitar a países como el Reino Unido a crear bases militares en lugares como Odessa. La intensificación de los bombardeos de Donbass, herramienta utilizada habitualmente para elevar la tensión y presionar a Rusia en busca de concesiones, solo fue un aspecto más de una estrategia de elevar la tensión que fue respondida por parte de Rusia con la diplomacia coercitiva de acercar tropas a la frontera primero y la invasión de febrero de 2022 después.
Nada fue inevitable y, prácticamente hasta el último momento, la ampliación de la guerra a todo el territorio ucraniano y parte del ruso pudo evitarse por la vía del cumplimiento de los acuerdos de Minsk y la renuncia de la OTAN a aceptar a Ucrania como miembro. En aquel momento, no hubo intención por parte de Ucrania y sus aliados de negociar ninguno de los dos aspectos. Sin embargo, se mantenía aún la apariencia de llamamientos a la paz y tanto Kiev como las capitales continentales, que apelaban a Minsk como un acuerdo para el que no había alternativa. Solo después de la invasión rusa Ucrania y sus aliados europeos confirmaron lo que siempre fue evidente: Kiev nunca tuvo intención de implementar los acuerdos, como Zelensky comunicó a Merkel y Macron en 2019, pero aprovechó el tiempo para reforzar su ejército y su relación con Occidente.
En su entrevista a CNN, Mike Pence se jactó de que “bajo nuestra dirección, Ucrania recibió un apoyo real: misiles, no mantas. Putin no invadió el país bajo nuestra supervisión”. Aunque es cierto que la primera administración Trump, cuya política ucraniana fue exactamente la misma heredada de Obama-Biden, aprobó la entrega de misiles antitanque Javelin, escasamente útiles en un momento en el que no había ningún intento de las Repúblicas Populares de avanzar sobre territorio ucraniano, pero no fue ese suministro el que impidió una invasión que tuvo mucho más que ver con las tensiones políticas que con el suministro de armas. Sin embargo, es relevante que Mike Pence, como acostumbra también a hacer Donald Trump, se jacte del flujo de armas a Kiev, cuyo efecto ambos están dispuestos a exagerar, ya que indica la tendencia del momento.
Las referencias a la posibilidad de una negociación desaparecen rápidamente del discurso europeo que, como el ucraniano, vuelve a la dinámica de la exigencia de más armas, triunfalismo sobre la posibilidad de victoria y la vía militar como forma de lograr la resolución deseada. “Los continuos ataques masivos de Rusia contra civiles ucranianos son deplorables. Hoy mismo insté a los líderes a tomar medidas adicionales para que Ucrania cuente con más munición y defensas aéreas. Acabo de hablar con el presidente Trump y ahora estoy trabajando estrechamente con los aliados para que Ucrania reciba la ayuda que necesita”, declaró ayer Mark Rutte.
Las armas financiadas con los fondos aprobados por el Congreso de Estados Unidos en la era Biden se acaban y la administración Trump estaba a punto de encontrarse en una situación comprometida que lo es un poco menos si se apela a la idea de que Rusia ha renunciado a negociar. El equipo de Trump ha conseguido obtener las posiciones de partida de Rusia y Ucrania, pero no ha sabido convertir esos documentos en una negociación entre las partes. La completa ausencia de confianza entre Kiev y Moscú y lo incompatible de sus exigencias en materia territorial y, sobre todo, de seguridad, hacía necesaria una mediación competente y comprometida que simplemente no existe. Frente a las esperanzas de rápida resolución del conflicto de Donald Trump, la guerra no solo no se ha detenido, sino que actualmente exige más armas, especialmente defensivas, ya que, pese a los constantes presagios, Rusia sigue sin quedarse sin misiles y ha mejorado notablemente en la capacidad de sus drones. En ese contexto, Trump tendría que elegir entre abandonar o aumentar su implicación. La primera opción supondría retirarse, aceptando implícitamente la derrota en su objetivo de lograr la paz, y dejar a Ucrania a merced de las capacidades europeas de compensar la pérdida del material estadounidense. La segunda supone renunciar a la idea del presidente de paz -o aplicar la misma definición de paz que se ha utilizado en el caso de Irán, es decir, bombardear- y aprobar nuevas entregas de armas, especialmente defensa aérea y quizá las armas de largo alcance para atacar Rusia que vuelven a exigir Andriy Ermak y otros miembros del círculo cercano a Volodymyr Zelensky.
“Los ucranianos, los estadounidenses y los europeos creen en las mismas cosas: la familia, su tierra, el trabajo duro, el deber y el derecho a proteger lo que es suyo. Lo que nos une es la idea de que la paz no es debilidad, sino el resultado de la fuerza, la acción y los principios”, escribió ayer Andriy Ermak, que en su simplificación de los hechos, ha conseguido hacer que toda la población de Ucrania, Estados Unidos y Europa -entendida como Unión Europea, Reino Unido y Ucrania- comparta una única opinión, concretamente la de una actuación que implica más fuerza que paz y que, por primera vez en seis meses, cuenta con la aprobación del presidente de Estados Unidos. “Ya verán lo que va a pasar”, afirmó ayer de forma provocadora Donald Trump, que el jueves había anunciado a la prensa una gran declaración sobre Rusia para el próximo lunes. Parece evidente que el presidente de Estados Unidos se refiere tanto a la aprobación del paquete de sanciones propuesto por Lindsey Graham y Richard Blumenthal como al suministro de armas.
En este último sentido, Axios publicaba ayer que “Trump planea enviar armas a Ucrania por medio de sus aliados de la OTAN”. “El presidente Trump está planeando vender armas a los aliados de la OTAN con el entendimiento de que luego se las proporcionarán a Ucrania, afirman a Axios tres fuentes familiarizadas con las discusiones”, escribe el medio, que precisa que una parte de la Casa Blanca entiende que esa fórmula supondría garantizar el suministro sin aumentar la implicación estadounidense, una trampa infantil de quien no quiere aceptar el fracaso de la que fue su propuesta estrella de política exterior. Trump conseguiría, eso sí, su objetivo de dejar en manos de los países europeos la financiación de la guerra sin renunciar a los ingresos que supone un conflicto bélico de alta intensidad para el país con el mayor complejo militar industrial del mundo. A la espera de la declaración el lunes, todo indica que la guerra se encamina a una nueva fase de escalada.
Comentarios
Aún no hay comentarios.