Cuando Vladimir Putin ofreció el pasado sábado por la noche -sin suspender las numerosas reuniones y encuentros en con jefes de Estado y de Gobierno de los países que habían visitado Moscú para el Día de la Victoria- el inicio de negociaciones en Turquía, sus palabras tenían unas implicaciones claras. La mención al trabajo realizado en Estambul en 2022 despejaba cualquier duda tanto en el lugar como en el tipo de representación que proponía y los objetivos que buscaría. Como escribieron los académicos Sergey Radchenko y Samuel Charap en Foreign Policy el pasado año tras tener acceso a los documentos de trabajo de aquella negociación, las bases que se sentaron entonces, cuando se llegó más lejos de lo que se hizo saber públicamente, podrían ser un buen punto de partida cuando Rusia y Ucrania recuperaran la vía diplomática. Eso es precisamente lo que ofreció en su discurso el presidente ruso, que en ningún momento dio a entender que la negociación fuera a producirse en forma de reunión presidencial y que dio por hecho que se produciría en Estambul. Con su habilidad para moldear el discurso y evitar que la realidad obstaculice sus planes, el presidente ucraniano ha conseguido transformar la oferta de recuperar el formato de Estambul para continuar con el trabajo que allí se interrumpió -la oferta evidente que reflejaban las palabras de Vladimir Putin- en una reunión cara a cara entre los dos presidentes en Ankara. “Si no viene es porque no busca una victoria política”, afirmó Zelensky para seguir presionando a su homólogo ruso en una entrevista. Putin no estará en Turquía, país al que envía una delegación técnica liderada por Vladimir Medinsky, otro signo de continuidad, ya que fue el exministro de cultura de la Federación Rusa quien encabezó el equipo ruso en Estambul en 2022 y creyó haber alcanzado un acuerdo con su homólogo ucraniano David Arajamia.
En ella, Volodymyr Zelensky, relativamente seguro de que el presidente ruso no iba a acudir a la convocatoria del líder del país más necesitado de negociaciones y de lograr un alto el fuego para detener la pérdida de territorio y soldados, dejó claros cuáles son sus objetivos. Zelensky no solo buscaba una victoria política en la que jactarse de haber obligado a Vladimir Putin a acudir a una reunión que debía haber sido política, pero también técnica y que no correspondía a los jefes de Estado sino a las delegaciones que, como en Estambul son capaces de estudiar paso a paso cada punto de los diferentes aspectos de la guerra, sino objetivos mucho más tangibles e importantes para la situación del frente. Insistiendo en que no acudir sería “una derrota total” para Vladimir Putin, el presidente ucraniano afirmó, según recogía ayer la prensa francesa que “Si me reúno con él, tenemos que salir de esto con una victoria política: un alto el fuego, un intercambio de prisioneros todos por todos o algo similar”.
Además de las diferentes declaraciones de los líderes que buscaban obligar a Vladimir Putin a acudir a una reunión en la que hay escasas posibilidades de lograr un resultado constructivo o de las palabras de quienes utilizaban esa presión para preparar el terreno y poder alegar que Rusia no desea la paz y teme enfrentarse cara a cara a Ucrania, ayer se produjeron dos noticias relevantes. En primer lugar, totalmente eclipsada por la especulación interesada de si Vladimir Putin se presentaría en Turquía, se conoció el importante avance de las tropas rusas en el centro de Chasov Yar, con lo que, tras más de un año de lucha, Rusia inicia el camino a abrirse paso hacia Konstantinovka, última barrera urbana antes de la aglomeración de Kramatorsk-Slavyansk.
Por otra parte, la Unión Europea anunció su decimoséptimo paquete de sanciones contra la Federación Rusa, un paso útil únicamente para la propaganda, pero que los países europeos quieren acompañar de sanciones más duras en caso de que el Kremlin no actúe tal y como le ordenan París, Londres o Kiev. Para ello precisan de la participación de Estados Unidos, que no descarta, como afirmó ayer otra vez Donald Trump, “imponer sanciones secundarias”. Para ello cuenta ya con el trabajo realizado por uno de los más fanáticos senadores, Lindsey Graham, que afirma tener el apoyo de alrededor de 70 senadores para imponer medidas económicas severas contra cualquier país que comercie con Rusia. Teniendo en cuenta que ello implicaría sancionar a China o India, la amenaza de Graham puede resultar tan eficiente como sus descubrimientos minerales. Graham fue el senador que descubrió trillones de dólares en minerales en Afganistán que Estados Unidos jamás encontró, algo similar a lo que puede ocurrir en el futuro con las grandes reservas de tierras raras en Ucrania que nunca han sido probadas.
En ese hiperbólico discurso de amenazas e igualmente exageradas expectativas, el presidente de Estados Unidos no se ha quedado en las advertencias. “No sé si irá si yo no estoy”, afirmó ayer sobre la posibilidad de acudir hoy a Turquía para conseguir una reunión entre Putin y Zelensky. De gira por Oriente Medio, tras obtener un enorme regalo personal en forma de un avión de lujo del emirato de Qatar y alabar el pasado de Jolani, antiguo miembro de al-Qaeda en Siria, Donald Trump tiene previstas para el día de hoy varias reuniones en los Emiratos Árabes Unidos, aparentemente un aliado al que estaba dispuesto a dar plantón -no así su equipo, que admitió que el cambio de agenda sería un caos logístico- para conseguir la foto que desea desde hace mucho tiempo y jactarse de haber logrado lo que nadie había conseguido desde 2019.
Fue entonces, en la cumbre del Formato Normandía de París, cuando Vladimir Putin y Volodymyr Zelensky se reunieron por última y única vez. También entonces, el objetivo del presidente ucraniano, en el que Rusia aún confiaba para llegar a un acuerdo para resolver la guerra de Donbass, tenía una agenda política clara que impuso gracias a sus interlocutores, Angela Merkel y Emmanuel Macron. Como contrapartida a las vagas promesas públicas de implementar los acuerdos de Minsk -y el anuncio privado a sus aliados de que Ucrania no tenía intención de hacerlo-, Zelensky consiguió de Rusia la prolongación del acuerdo de tránsito de gas, entonces un ingreso importante para las arcas ucranianas, y un gran intercambio de prisioneros. Durante tres años, la guerra de Donbass permaneció estable, sin un alto el fuego completo, con Ucrania aprovechándose de los acuerdos e incumpliendo las partes que no le eran favorables y sin ninguna perspectiva de avance. Los paralelismos con aquella situación son llamativos. Ucrania sigue contando con la fuerza de sus aliados para presionar a Rusia, de la que ya no busca un acuerdo comercial, pero sí las demás condiciones que buscaba en aquel momento. También entonces Zelensky, presionado en sus primeros meses por la extrema derecha nacionalista, que temía un compromiso con Rusia, precisaba de una victoria política que, en el caso actual, tendría claras implicaciones militares. Es Ucrania, no Rusia, quien precisa de un parón para evitar más pérdidas territoriales y quien sufre a la hora de reclutar soldados para suplir a los soldados perdidos. Es de sobra conocido que la cifra de prisioneros de guerra en manos de Rusia es significativamente superior a la de soldados rusos cautivos en Ucrania, por lo que el intercambio todos por todos que Zelensky buscaba en 2019 y busca ahora supondría una concesión importante para Moscú. La comunicación -directa o indirecta- entre los dos países nunca se ha roto completamente y, como prueba la continuación de los procesos de intercambio de prisioneros, ese ha sido desde 2014 el aspecto en el que más fácilmente se han producido acuerdos. También en este caso, un compromiso en este sentido sería el resultado más probable de un primer contacto diplomático.
Ni las amenazas de sanciones ni las declaraciones cruzadas o la incertidumbre hasta ayer por la noche de quién representaría a Rusia y si la delegación ucraniana aceptaría reunirse con la rusa han disuadido a Donald Trump de su optimismo. Horas después de advertir de la posibilidad de nuevas sanciones, el presidente de Estados Unidos anunció ayer que podían darse buenas noticias entre el día de ayer, hoy o mañana. Aunque nada indique que, incluso aunque se hubiera producido un encuentro bilateral entre presidentes o trilateral con la participación del líder estadounidense, vaya a ser posible ningún avance digno de ser exaltado incluso antes de producirse. Las elevadas expectativas de Donald Trump, que parece seguir pensando en que esta guerra puede resolverse en una reunión, en 24 horas o simplemente mirando a la cara de Putin y Zelensky y dando la orden de cesar el fuego, pueden ser útiles para la parte que consiga convencerle de que no es el obstáculo para la paz. El péndulo de Trump ha oscilado, dependiendo del momento, de culpar a Zelensky a culpar a Putin y la actitud de los dos países ante este amago de negociación puede ser determinante para su actuación a corto o muy corto plazo. Teniendo en cuenta sus rápidos cambios de parecer, su escaso conocimiento del conflicto y lo maleable de sus opiniones, nunca hay garantía de que las palabras que un día pronuncia el presidente de Estados Unidos sigan siendo su política en unos días o incluso horas.
Más consistencia han mostrado sus asesores, entre los que destacan los dos hombres, Keith Kellogg y Steve Witkoff destinados a ejercer de interlocutores con Ucrania y Rusia respectivamente. “El presidente ha lanzado un ultimátum a ambas partes: si no hay conversaciones directas, y si éstas no se producen con rapidez, cree que Estados Unidos debe retirarse de este conflicto, signifique lo que signifique, y no implicarse”, declaró Witkoff en una entrevista publicada por un medio de extrema derecha afín al trumpismo. Witkoff, de quien se ha criticado su efusividad al referirse a sus numerosas reuniones con Vladimir Putin, insistió en que Washington quiere “mediar en esto” para ayudar a terminar la guerra por medio de un alto el fuego que permita “abordar los principales problemas”. Confiado en poder lograrlo, Witkoff mencionó los aspectos que considera más complicados: “los territorios, la central nuclear, la forma en que los ucranianos pueden utilizar el río Dniéper y salir al mar”. Cuesta creer que a estas alturas los representantes estadounidenses no comprendan que la prioridad para ambos países no es el territorio sino la seguridad y que ni Witkoff ni Kellogg sean conscientes de que las condiciones que están planteando son inasumibles para Rusia, que tendría que cruzar una de sus principales líneas rojas, la posibilidad de la presencia de tropas de la OTAN en su frontera con Ucrania, una de las principales causas de la guerra.
“Hay cosas que no creo que vayan a ser difíciles de resolver si sentamos a las partes a la mesa, si hablan entre ellas, si reducimos los problemas entre ellas, y luego llegamos a compromisos y soluciones creativas para abordar cada una de sus preocupaciones. Si lo conseguimos físicamente, y creo que, con suerte, pronto tendremos buenas noticias, pero si lo conseguimos físicamente, tenemos, en mi opinión, muchas posibilidades de poner fin a este conflicto”, añadió Witkoff. A sus palabras hay que añadir las de Keith Kellogg, el más proucraniano de los miembros del equipo de política exterior de Donald Trump, que ha asumido como propios prácticamente todos los postulados de seguridad que actualmente mantiene Ucrania. El general ha insistido en que es preciso un alto el fuego previo a cualquier negociación y presenta como oficial la idea ucraniana de una zona buffer de 30 kilómetros -15 a cada lado del frente-, una “tercera fuerza” intermedia y tropas europeas al oeste del Dniéper. Kellogg se ha permitido incluso la libertad de añadir la presencia de tropas polacas -posibilidad negada rotundamente ayer por Radek Sikorski en representación de Polonia, que prefiere ver los toros desde la barrera- a las francesas, británicas y alemanas, países que sí han mostrado su interés por poner botas sobre el terreno en Ucrania, aunque a una distancia prudencial del frente.
Aunque es posible que Rusia pacte mas temprano que tarde el intercambio de prisioneros que Zelensky exige -el precedente de Minsk es que no es posible un todos por todos por la manipulación de las listas y los intereses cruzados- e incluso pueda presionarse al Kremlin a aceptar un alto el fuego, quizá únicamente para no poder ser presentada como un obstáculo para la paz, es difícil imaginar que el escenario de seguridad que pinta Kellogg sea viable para Moscú. Rusia, que insiste en que la negociación ha de tratar las causas de la guerra -es decir, la cuestión de la seguridad y la expansión de la OTAN a sus fronteras- aspira a evitar esa presencia militar occidental, no a darle su visto bueno y perpetuarla. De momento, ni los incentivos ni las amenazas son suficientes para que Rusia cruce esa línea roja.
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