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Alto el fuego, Donbass, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Minsk, Rusia, Ucrania

El lenguaje del ultimátum

“Camino a Kiev. Por Ucrania, por Europa”, escribió ayer por la mañana (en varios idiomas) Emmanuel Macron. A su llegada a Ucrania, recibido por un impecablemente trajeado Andriy Ermak, que ha abandonado definitivamente la vestimenta de guerra en cada ocasión que se reúne con representantes occidentales, el presidente francés estaba acompañado del presidente polaco, el canciller alemán y el primer ministro británico. De esos cuatro países, solo Starmer representa a un Estado que no estuvo presente en la firma del acuerdo de reparto del poder firmado entre la oposición y el entonces presidente Yanukovich el 22 de febrero de 2014 e incumplido inmediatamente por los proxis occidentales, que prefirieron tomar el poder rápidamente en lugar de esperar a la realización de elecciones. La forma en la que los representantes de la Unión Europea observaron impasibles cómo se incumplía el primero de muchos acuerdos firmados desde entonces era el presagio de cuál iba a ser la actuación europea en su apoyo incondicional a Kiev hiciera lo que hiciera. En estos once años, los países europeos y Estados Unidos han participado directa o indirectamente en las conversaciones de Ginebra, que dieron lugar a un acuerdo de diálogo inclusivo que Kiev prefirió no realizar, y en el proceso de Minsk, en el que Ucrania desde el primer momento comenzó a reescribir el documento firmado para adaptarlo a sus exigencias y que cronificó la guerra de Donbass a riesgo de provocar la guerra más amplia que comenzó con la invasión rusa.

Desde entonces, incluso a pesar de que Ucrania ha admitido repetidamente que nunca tuvo intención de implementar los acuerdos, se ha instalado en el establishment mediático y político la idea de que fue Rusia quien deliberadamente saboteó la implementación de los acuerdos de paz. En estos años, desde los países europeos se ha querido ver el lado bueno de las cosas y personas como Angela Merkel han destacado que los siete años de Minsk dieron tiempo a Ucrania para reforzarse. Otros participantes en el proceso de negociación, como el entonces presidente francés François Hollande, han ido un paso más allá para sugerir que ese fue siempre el objetivo de los acuerdos, conseguir por la vía diplomática detener el avance ruso -en realidad de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk- sin que hubiera ninguna posibilidad de que Kiev cumpliera con las condiciones que había firmado. Esa postura es la que mejor ha definido la actuación de la última década y supone una de las causas de la extrema desconfianza con la que Moscú ve cada paso de los países europeos, que han contribuido destacadamente al principal éxito de Ucrania esta década: instalar en la conciencia colectiva que es inútil negociar con la Federación Rusa, incapaz de negociar de buena fe.

La visita de ayer se enmarca en los actos que se han realizado estos últimos días, en los que se ha trazado una línea directa entre la victoria europea contra el fascismo -en la que se ha incluido a Ucrania, pero en la que se ha excluido expresamente a Rusia como sucesora de la Unión Soviética y a Bielorrusia por su vinculación a Moscú a pesar de la heroica lucha partisana de su población contra el nazismo- y la Unión Europea actual, de la que Ucrania ha de ser una parte fundamental. La creación de una identidad europea contra todo lo referente a Rusia es evidente en la Unión Europea del rearme y el intento de mantener activa la guerra hasta que Kiev se encuentre en una posición de fuerza con la que negociar e imponer a Moscú unos términos que Bruselas considere aceptables. No lo son, como muestra la beligerante revisión de la oferta final de Washington, los marcados por la hoja de ruta que Estados Unidos esperaba que Ucrania aceptara el mes pasado en la fallida cumbre de Londres. Sin embargo, la firma de Ucrania en el acuerdo de extracción de minerales y la férrea postura rusa en defensa de sus intereses, algo que aparentemente la Casa Blanca no esperaba, han reducido las tensiones con Kiev al tiempo que han aumentado con Moscú.

El viernes, tras varios días de duras declaraciones de oficiales estadounidenses, especialmente de JD Vance, considerado más favorable a Rusia que a Ucrania, Bloomberg afirmaba que “Europa”, es decir, la Unión Europea y el Reino Unido, “negocia con Estados Unidos un ultimátum para poner fin a la guerra en Ucrania. Según fuentes familiarizadas con el asunto, oficiales europeos se encuentran en conversaciones con la administración Trump para concretar un acuerdo sobre un alto el fuego de 30 días en Ucrania que impondría nuevas sanciones a Rusia si el presidente Vladimir Putin no cede”. Tras el nerviosismo que provocó el pasado febrero el cambio de discurso de la Casa Blanca, su giro hacia la paz y la apertura de la diplomacia con conversaciones directas con Vladimir Putin y encuentros con Sergey Lavrov y una tensión que llegó a provocar el corte de suministro de armamento e inteligencia a Ucrania, los países europeos parecen volver a encontrar su sitio tratando de reinsertarse en el círculo de toma de decisiones.

De la preocupación de los primeros meses del año, se ha pasado a las sonrisas mostradas ayer en Kiev, en parte gracias a la confianza de que, poco a poco, Donald Trump parece haberse aproximado a la visión europea del proceso diplomático, en el que han de ser las potencias occidentales las que planteen cuál será la resolución, es decir, ofrecer a Rusia unos hechos consumados a los que someterse o arriesgarse a un castigo que se anuncia como algo aún no visto. En realidad, como admite Bloomberg, las esperanzas europeas pueden no concretarse, ya que “los planes aún no son definitivos, y su avance aún depende de Estados Unidos, que ha pedido una tregua incondicional de un mes y que tanto Rusia como Ucrania rindan cuentas de respetar la santidad de las negociaciones directas”.

Kiev, que jamás deseó la tregua de 30 días que Estados Unidos le obligó a aceptar, siempre se ha basado en la certeza de que Moscú no iba a aceptar incondicionalmente un plan de alto el fuego temporal sin ninguna garantía de avanzar hacia una resolución del conflicto. Este mismo fin de semana, en una entrevista concedida a la ABC estadounidense, Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin insistió en que Vladimir Putin no es contrario al famoso alto el fuego de 30 días, actualmente principal argumento de los países europeos, más reticentes aún que Kiev a la tregua y a la diplomacia, sino que exige saber cómo se controlaría su cumplimiento y, sobre todo, unas condiciones que garanticen que va a convertirse en el primer paso hacia una resolución definitiva. Ese escenario de resolución, con una serie de postulados claros y definitivos, entre los que destacaría la renuncia de Ucrania a la OTAN, es radicalmente contrario al buscado por Ucrania y la coalición de voluntarios que ayer visitó Kiev, cuya intención es detener el avance ruso y mantener el statu quo hasta poder recuperar el territorio perdido ya sea por la vía militar o política.

La presión a Rusia para que acepte incondicionalmente el alto el fuego que le ofrece Ucrania -y en el que, sin ninguna duda, sería acusada de incumplimiento, como ya ha ocurrido en los dos momentos de tregua decretada por Rusia en Pascua y estos tres últimos días-, a la que se ha unido Estados Unidos sería la primera esperanza de Kiev y sus aliados europeos de poder poner en marcha el escenario más favorable para sus intereses. “Si no se respeta el alto el fuego, Estados Unidos y sus socios impondrán más sanciones”, escribió en su red social personal Donald Trump, antes incluso de que se acepte la tregua y comiencen las previsibles acusaciones políticas de incumplimiento. Con siete años de experiencia incumpliendo los términos pero convenciendo a la prensa y sus aliados de que es el oponente quien no sigue los postulados que se le exigen, Kiev confía en poder seguir presionando en busca de sus objetivos, especialmente el sueño de contar con presencia militar de la OTAN en su territorio “mientras”, como afirma su propuesta de alto el fuego, “no haya consenso” para su adhesión a la alianza militar.

Muy lejos de que se cumplan las condiciones que Rusia busca para aceptar el alto el fuego -entre las que está que se detenga el suministro de armas a Kiev, ya que, de lo contrario, sería evidente que Ucrania estaría utilizando la tregua para reforzarse, como ya hiciera en Minsk-, los países europeos precisan de amenazas, desde hace más de una década el único lenguaje que han utilizado en su diálogo con Moscú. “Habrá un endurecimiento masivo de las sanciones y la asistencia masiva a Ucrania continuará” si Rusia rechaza la tregua de 30 días, amenazó el canciller Merz, que pretende utilizar la política exterior para mostrar una fortaleza de la que carece a nivel interno, como demostró su votación de investidura. Aunque la amenaza de sanciones es relativa -tras más de quince paquetes de sanciones y la ruptura prácticamente total de las relaciones con la Federación Rusa-, pero eficiente para la autoconfianza europea. Como hasta ahora, el endurecimiento de la postura occidental contra Rusia depende de Estados Unidos. Pero para el agrado de las capitales europeas, la frustración de la administración Trump a la hora de resolver un conflicto que no entiende y en el que ya solo le queda ordenar a las partes que dejen de luchar esta “estúpida guerra” hace más factible que Washington se sume a los planes europeos de conseguir un acuerdo temporal, aceptar parte de los términos de Londres y París para poder jactarse de una aparente resolución y pasar a otra cosa. Ese es el anhelo de Kiev y sus aliados europeos, que esperan conseguir que Trump obligue a Vladimir Putin a aceptar unos términos en los que no tenga voz ni voto: congelación del conflicto, presencia militar de países de la OTAN en territorio ucraniano, quizá incluso en la frontera de facto y un veto a la adhesión de Ucrania a la Alianza que posiblemente expire con la llegada de un nuevo presidente.

Tomando las riendas de un proceso que quieren dirigir y en el que es consciente de que Estados Unidos quiere deshacerse, los líderes europeos han optado por ser ellos quienes den el ultimátum y dan dos días a Rusia para aceptar los términos que se le presentan o ser vista como el único obstáculo para la paz. “A partir del lunes 12 de mayo debe comenzar un alto el fuego completo e incondicional durante al menos 30 días, y así se lo exigimos a Rusia. Los intentos de poner cualquier condición serán pruebas de prolongación de la guerra e intentos de perturbar la diplomacia. Es muy posible supervisar el alto el fuego en coordinación con Estados Unidos. Debería durar 30 días para dar a la diplomacia una oportunidad real. Durante este tiempo, el trabajo se centrará en definir las bases políticas, de seguridad, humanitarias y de paz. La exigencia de alto el fuego es bien acogida no sólo por los socios europeos, sino también por Estados Unidos, que fue el primero en proponer una idea semejante”, afirmó Zelensky flanqueado por sus aliados europeos, ninguno de los cuales deseaba esa tregua que ahora exigen y que no busca evitar males mayores para Ucrania, sino encarrilar un proceso que juegue el mismo papel que el de Minsk.

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