Como ha podido comprobarse con la actitud hacia la celebración del Día de la Victoria, la tregua de tres días anunciada por Vladimir Putin se ha limitado al ámbito militar, en el que pese a lugares en los que la lucha ha continuado, los informes del frente apuntan a una mayor tranquilidad. Aunque dispuesta a calificar la situación como “tregua farsa”, incluso las Fuerzas Armadas de Ucrania -no así su ministro, cuyo parte de guerra daba a entender la continuación normal de la guerra- admitían la noche del 7 al 8 de mayo que no se habían producido ataques con misiles o incluso con drones, signo inequívoco de reducción de la actividad militar rusa. La tensión continúa en el cruce de declaraciones, acusaciones mutuas de obstaculizar la paz y exigencias desbocadas que amenazan con repetir el escenario de ruptura de Estambul en 2022 y condenar a la guerra a su continuación.
Sin embargo, incluso en esas condiciones, las partes siguen siendo capaces de negociar algunos aspectos, generalmente con la mediación de terceros países, habitualmente los Emiratos Árabes Unidos. A consecuencia de la negociación en la sombra, el martes se realizó un gran intercambio de prisioneros en el que 205 soldados regresaron a Rusia y otros 205 a Ucrania. Esa igualdad no eclipsa la cifras totales: no hay un censo oficial de prisioneros de guerra, pero las grandes operaciones de 2022 dejaron un número mucho más elevado de prisioneros de guerra ucranianos en cautiverio ruso, origen de las exigencias ucranianas de un intercambio “todos por todos”. Esa propuesta, aparentemente humanitaria, recuerda también a la guerra de Donbass, en la que la situación era similar (aunque con una menor desproporción entre los soldados capturados en la RPD/RPL y Ucrania) y fue repetidamente manipulada por la parte ucraniana, que retiraba de forma interesada los nombres de las listas de prisioneros a ser intercambiados. En un contexto en el que la confianza entre las partes es inexistente y está basada, no solo en las circunstancias actuales, sino en el temor a la repetición de escenarios recientes, el futuro de las propuestas que se lanzan al espacio informativo en lugar de a una mesa de negociación es limitado.
Lo mismo puede decirse de la última ocurrencia de Ucrania, una propuesta que Moscú afirma no haber recibido de Kiev, pero que ya ha llegado a la prensa. El martes, los medios ucranianos recogían la noticia de que el general Kellogg destacaba que Ucrania había planteado la idea de una zona desmilitarizada que sería monitorizada por terceros países. Según recoge The Kiyv Independent, el enviado de Donald Trump para Ucrania “describió la propuesta como una zona buffer en la que ambas partes se retirarían 15 kilómetros, creando un área de 30 kilómetros monitorizada por observadores de terceros países”. También en esta propuesta hay algo que hace recordar a Minsk, un acuerdo en el que el alto el fuego estaba basado en la retirada del frente y la creación de una zona de amortiguación entre las partes que debía separar. La monitorización corría a cargo de un centro de control y monitorización conjunto en el que participaban Rusia, Ucrania, las Repúblicas Populares y la OSCE y que nunca funcionó. La retirada nunca se produjo realmente, las armas se detuvieron solo en las zonas más tranquilas del frente y el papel de la OSCE fue constantemente cuestionado por la población de Donbass, cuyas quejas oscilaban entre las acusaciones de desinterés absoluto por los bombardeos de las aldeas del frente hasta la puesta en cuestión de la integridad de los efectivos de la misión de observación y su colaboración con Ucrania.
Ucrania, cada vez con más confianza en su posición desde que la hostilidad de Donald Trump hacia Volodymyr Zelensky ha ido disipándose, vuelve con esta idea a tratar de reescribir los términos del posible proceso de paz en su beneficio. Evidentemente, Kiev parte de la base del plan de paz preparado junto a sus aliados del Reino Unido, Francia y Alemania y entregada a Estados Unidos como respuesta a la propuesta teóricamente final de la administración Trump. A esa hoja de ruta que incluye puntos que hacen inviable un acuerdo y que, sobre todo, no resolverían las causas del conflicto sino que las obviaría para imponer un cierre en falso en forma de un alto el fuego que probablemente sería solo temporal Ucrania añade ahora el primer esbozo de cuál es la intervención militar extranjera que espera de sus aliados.
Teniendo en cuenta que la propuesta habla de países europeos y no europeos dispuestos a participar en las garantías de seguridad a Ucrania, es evidente que Kiev espera contar con la presencia de sus principales aliados continentales, todos ellos miembros de la OTAN. Frente a lo que se ha sugerido estos meses, una misión con efectivos limitados y que fundamentalmente se destinaría a la retaguardia, donde ejercería de herramienta de disuasión, Kiev parece esperar una participación directa en el mantenimiento del alto el fuego. Incluso durante la guerra de Donbass, la OSCE nunca fue suficiente, pese a que en sus momentos de guerra más caliente la misión se encontraba bajo la dirección de un representante canadiense, miembro de la diáspora nacionalista ucraniana en el país. Durante años, el Gobierno ucraniano luchó por lograr una misión armada con presencia en el frente. La lógica sigue siendo la misma ahora, ya que Ucrania no ha escondido que espera que sus aliados presionen a Rusia para conseguir recuperar parte de sus territorios perdidos.
Pese a que la cuestión territorial no es actualmente la primera prioridad de ninguna de las partes en conflicto, Kiev y sus aliados europeos quieren imponer un acuerdo de paz que deje abierta la puerta a la continuación de la lucha por la recuperación de la integridad territorial de Ucrania por la vía de la presión política, diplomática, económica y, quizá en el futuro, militar. La lectura de la contrapropuesta ucraniana al planteamiento estadounidense deja claro que el equipo de Zelensky quiere garantizarse la recuperación de infraestructuras que considera clave, mientras aspira a negociar la frontera de facto que resultaría del tratado. En otras palabras, Ucrania quiere asegurar la parte del frente que más le interesa, pero aspira a exigir a Rusia concesiones territoriales que no se corresponden con la situación sobre el terreno, una práctica que también recuerda a Minsk. Durante aquella negociación, en la que Kiev trató de reescribir los términos de la hoja de ruta firmada desde el primer momento, Ucrania no dudó en aprovecharse de la existencia de la llamada zona gris, el área de amortiguación que debía separar a las partes y hacer factible el alto el fuego, para avanzar sus posiciones y capturar parte de los territorios que había perdido. Esa táctica, calificada por Arsen Avakov de estrategia de pequeños pasos, fue realizada pese a la presencia de la misión de observación de la OSCE, que vio impasible cómo Kiev acababa con la zona neutral, una de las bases de la parte militar de Minsk. Esa experiencia hace prácticamente inviable esta última propuesta de Ucrania, que en esta ocasión no espera disponer de una fuerza de interposición neutral, como debía ser la OSCE, sino con países europeos, es decir, afines y probablemente incluso menos reacios a favorecer ese tipo de movimientos.
Ayer, en la comparecencia pública de Vladimir Putin y Xi Jinping, el presidente de la República Popular China, de visita en Moscú para asistir a la conmemoración del 80º aniversario de la victoria contra el fascismo, los dos presidentes insistieron en la necesidad de atajar las causas de la guerra a la hora de buscar una resolución. Desde el punto de vista ruso, con un argumento que ha sido parcialmente aceptado por Donald Trump y su equipo de política exterior, la esencia de la guerra está en la cuestión de la seguridad, es decir, en el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas. En las últimas horas, el presidente de Estados Unidos ha instado a China a actuar para cerrar la brecha existente entre las propuestas de los dos países en conflicto, que proponen medidas absolutamente contradictorias para resolver la cuestión de las garantías de seguridad que precisan ambos Estados. “Rusia exige demasiado”, afirmó el miércoles JD Vance, generalmente mucho más crítico con Rusia que con Ucrania. Aunque es probable que el vicepresidente de Estados Unidos se refiera a la cuestión territorial y a la teórica exigencia rusa de obtener íntegramente los territorios de Donetsk, Jersón y Zaporozhie (además de Crimea y Lugansk, ya bajo su control), no es la cuestión territorial sino el ámbito de seguridad el que va a marcar la postura rusa.
“Creo que estamos cerca. El hombre que puede conseguirlo, creo, es el presidente Trump, siempre que Putin esté de acuerdo. Y ese seguramente es uno de nuestros impedimentos para progresar, que el presidente de Rusia ahora mismo no está de acuerdo”, afirmó el martes Keith Kellogg, como el resto del trumpismo, empeñado en creer que el obstáculo hasta ahora insalvable puede ser resuelto por un solo hombre, Donald Trump que, pese a su evidente inconsistencia y escaso conocimiento de la realidad en Rusia y en Ucrania, iba a conseguir rápidamente que las partes aceptaran sus propuestas. Mucho más condicionada por la necesidad de mantener la asistencia militar y de inteligencia de Estados Unidos, Ucrania aceptó bajo presión la idea de un alto el fuego de 30 días que recordaba en exceso a las innumerables treguas del proceso de Minsk, un acuerdo inviable al carecer de un marco político que lo sostuviera. Sin tapujos, Kiev y sus aliados europeos ofrecen un planteamiento similar en ese sentido, una serie de vagas propuestas que detendrían la guerra en el frente y que harían continuar el camino de Ucrania hacia la OTAN, causa principal de la actual situación bélica. Desinteresado por el futuro de Ucrania o de Rusia y con el único deseo de lograr la imagen de la firma de un acuerdo que lleve el nombre de Donald Trump, Estados Unidos parece dispuesto a aceptar esa idea, posiblemente asumiendo que una posible reanudación de las hostilidades no se produciría hasta que las partes recuperaran su fortaleza, es decir, más allá de la legislatura del actual presidente. Solo así puede leerse la admisión, recogida por The New York Times, según la cual incluso los oficiales trumpistas recuerdan que el veto a la adhesión de Ucrania a la OTAN no sería vinculante y un nuevo presidente de Estados Unidos podría revertir esa decisión personal de Donald Trump. Es ahí y no en la cuestión territorial, donde Rusia va a continuar exigiendo garantías incluso a riesgo de alienar completamente al actual líder de la Casa Blanca, que ha cometido el error de presentarse como una persona capaz de resolver una guerra estúpida sin ser consciente de la dificultad que tiene resolverla.
Trump quiere únicamente una imagen de la que pueda jactarse; Zelensky quiere un parón temporal que le permita obtener asistencia de sus socios para continuar avanzando hacia los objetivos que provocaron la guerra y Rusia busca una resolución definitiva que hace que su postura sea vista como la más férrea, beligerante e intransigente. Y ninguno de los actores mediadores parece capaz de resolver esas contradicciones. Puede que ese sea el motivo por el que Trump ha apelado en los últimos días tanto a Beijing como a Ankara para ejercer un papel mediador. Lo que haga falta para conseguir lo que busca y poder centrarse en el objetivo real, la contención de China.
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