Entrada actual
Economía, Estados Unidos, Rusia, Ucrania, Unión Europea, Unión Soviética

Rusia y el espacio postsoviético, una relación económica marcada por la guerra

Fracaso, colapso y aislamiento han sido algunos de los términos utilizados estos años por medios y autoridades políticas para describir el estado de la economía rusa, generalmente al margen de la realidad. No han conseguido el objetivo del colapso ruso los 19 paquetes de sanciones impuestos por la Unión Europea, la expulsión del sistema de pago internacional Swift, el cierre del mercado europeo, el veto a las dos grandes productoras de petróleo -Rosneft y Lukoil- y la amenaza de sanciones secundarias a aquellos países o empresas que sigan comerciando con sectores estratégicos rusos, fundamentalmente el energético, competidor que Estados Unidos está intentando derrotar escudándose en la guerra. No es cierto que Rusia haya transformado su sistema en una economía de guerra, como no lo es tampoco que no haya habido consecuencias -inflación, recalentamiento de la economía, recortes en otros ámbitos para potenciar la industria militar, etc.-, pero es posible que el mayor espejismo que se ha producido estos años es la falacia del aislamiento ruso.

Más interconectado que nunca, el mundo actual ofrece tanto facilidades como dificultades a la hora de realizar bloqueos, imponer sanciones y aislar países. La dependencia del dólar y la interconexión del comercio y especialmente de los servicios financieros pueden ejercer de barrera para impedir el acceso de determinados países a bienes o productos imprescindibles para el funcionamiento normal de la economía. La desconexión de los bancos rusos del sistema Swift, anunciada inmediatamente después de la invasión de Ucrania, debía ser esa opción nuclear que hiciera imposible el normal funcionamiento de la economía de la Federación Rusa, que no podría compensar las pérdidas derivadas de la falta de acceso a determinados mercados. Sin embargo, la conectividad y la incapacidad de los países occidentales de ejercer el poder blando que antaño abriera la posibilidad de imponer sus decisiones a todo el mundo ofrece facilidades para esquivar esas sanciones y lograr vías alternativas para la obtención de productos o componentes deseados.

Célebre fue, por ejemplo, la aparición de quesos parmesanos y mozzarella, productos típicos italianos, procedentes de Bielorrusia durante los años de guerra en Donbass, cuando comenzaron las primeras sanciones sectoriales contra la federación Rusa. Teóricamente prohibidos los productos agrícolas de la Unión Europea, Rusia diversificó el mercado y buscó alternativas a los tomates españoles (Marruecos), los plátanos de Canarias (Ecuador), el vino francés (en Cáucaso y el mar Negro) y otros muchos ejemplos que podían comprobarse en la sección de frutas y verduras de los supermercados, donde habían desaparecido los orígenes europeos occidentales en favor de los procedentes de países como Irán, Jordania o Israel. Para aquellos productos en los que no había una alternativa evidente estaban los terceros países  que ejercían de puente para camuflar, a base de añadir una etiqueta del país, los productos técnicamente vetados.

Desde febrero de 2022, una de las principales exigencias de Ucrania ha sido la imposición de sanciones verdaderamente capaces de detener la economía rusa e impedir la producción industrial, especialmente la militar. Hacer saltar por los aires la economía rusa se presagiaba como el camino más directo a la victoria, ya que ningún país sería capaz de continuar una operación militar a gran escala solo, sin ningún aliado que suministrara armamento ni financiación y sin capacidad de producción. La guerra de Ucrania ha causado muchas preguntas e incertidumbres, pero también ha despejado otras, como la capacidad de Occidente de imponer su voluntad a otros países. El intento de imponer un bloqueo similar al de Cuba contra Rusia, el país más extenso del planeta con una frontera de miles de kilómetros con su principal socio comercial, China, siempre estuvo condenada al fracaso, pero los casi cuatro años transcurridos han demostrado la capacidad rusa de esquivar las medidas coercitivas, buscar nuevos mercados de importación y exportación y utilizar terceros países para conseguir aquellos bienes o servicios occidentales que aún siguen siendo necesarios. En ese sentido, unas de las prácticas habituales de Ucrania ha sido analizar los restos de drones o misiles rusos, iraníes o norcoreanos para destacar la presencia de componentes occidentales en las armas de tres de los países más sancionados por Occidente y exigir mecanismos para el cumplimiento real de esas medidas coercitivas. Aunque gran parte de las acusaciones ucranianas y europeas se han dirigido a China y las estadounidenses a India, otra serie de países han actuado y siguen haciéndolo como puente a la hora de evitar el deseado aislamiento ruso.

A ello está dedicado un artículo publicado por el analista, académico y disidente ruso Anton Barbashin, que indaga en los datos disponibles sobre las relaciones entre Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas. “Tras la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en 2022, muchos expertos en el espacio postsoviético llegaron a la conclusión de que la guerra conduciría directamente a un fuerte declive o incluso al colapso total de la influencia rusa en la región. Los principales argumentos se centraban en la idea de que las sanciones occidentales y el cambio de la economía rusa hacia una situación de guerra reducirían inevitablemente la huella económica de Moscú, mientras que el rechazo de la invasión por parte de la mayoría de los países del norte de Eurasia erosionaría la influencia política y las herramientas de poder blando. Se suponía que todos los socios clave de Rusia, excepto Bielorrusia, se distanciarían activamente para minimizar sus propios riesgos”, afirma en la apertura de su artículo. La certeza era aún mayor en el caso de las repúblicas de Asia Central, donde la influencia económica china es especialmente relevante desde su independencia de la Unión Soviética y especialmente en los últimos años.

Los datos disponibles muestran que le comercio con China ha aumentado de 107.800 millones de dólares al año en 2020 a 244.800 millones, un aumento solo ligeramente superior al que ha visto el comercio entre Moscú y las Repúblicas exsoviéticas (de 63.000 millones en 2020 a 125.00 en 2025). La conclusión de Barbashin, que basa su argumentación en esa evolución del comercio entre Rusia y los diferentes países, contradice abiertamente las predicciones occidentales de 2022 y afirma que “en  cierto sentido, la guerra de Ucrania ha obligado a Rusia a redescubrir el espacio postsoviético, revelando que el interés por cooperar con Moscú sigue siendo significativo en casi todas partes (con raras excepciones)”.

“Moscú no solo ha mantenido sino que ha expandido activamente la cooperación con muchos de sus vecinos,” afirma el artículo, que divide las dinámicas de comercio entre Rusia y las Repúblicas exsoviéticas en cinco bloques, desde el descenso claro del comercio con Moldavia, que ha aprovechado la guerra como argumento político de acercamiento a Occidente hasta el enorme aumento del comercio con Armenia, país en el que se da el crecimiento porcentual más elevado y donde a finales de 2024 Rusia suponía el 39% del comercio exterior. Pese a que se espera una contracción en 2025, este comercio es especialmente llamativo, ya que su aumento, basado en importación de productos para esquivar las sanciones, se ha producido en paralelo al deterioro de las relaciones políticas entre Moscú y Ereván y el intento del presidente Pashinyan de lograr la integración en Occidente. El siguiente nivel está compuesto por Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán y Kirguistán, especialmente estos dos últimos, donde el comercio con Moscú alcanza niveles similares a los del comercio con China y las exportaciones se han multiplicado por cinco y siete respectivamente. En los dos grupos de crecimiento moderado se encuentran Bielorrusia y Tayikistán por un lado, las Repúblicas exsoviéticas con mayor relación económica con Rusia, lo que deja poco espacio para el aumento, y Georgia y Kazajistán por otro. El caso kazajo es similar al tayiko, mientras que el georgiano es más relevante, ya que, teóricamente, los dos países no han llegado a normalizar completamente las relaciones desde la guerra de 2008. El aumento del comercio entre Georgia y otros países de Asia Central, que en muchos casos tiene a Rusia como destino final, distorsiona ligeramente unos datos de relación económica bilateral que posiblemente sea incluso superior a la que muestran los datos.

La principal conclusión es la importancia de los países de la antigua Unión Soviética en el esfuerzo ruso por evitar el aislamiento internacional y la superación de las sanciones occidentales, elemento central de la resiliencia económica rusa. Necesitada de nuevos mercados de exportación e importación, Rusia se ha escudado en una potencia económica aliada y geográficamente cercana, pero también en aquellos países con los que, hasta hace poco, compartía espacio político y en los que, más allá de la guerra, tratará de mantener esa presencia económica, reflejo de un poder blando que se daba por perdido.

Comentarios

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Reportes del frente archivados.

Registro

diciembre 2025
L M X J V S D
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031  
Follow SLAVYANGRAD.es on WordPress.com

Ingresa tu correo electrónico para seguir este Blog y recibir notificaciones de nuevas noticias.

Únete a otros 2.260 suscriptores

Últimos resúmenes del frente

Estadísticas del Blog

  • 2.505.528 hits