“Para nosotros hoy, la decisión de los líderes de la UE de proporcionar un préstamo sin intereses de 90.000 millones de euros a Ucrania es una victoria importante”, escribió ayer a media tarde Volodymyr Zelensky, cuyo equipo tardó horas en diseñar un discurso que consiguiera presentar como victoria un resultado que no pone en sus manos los activos rusos retenidos en la Unión Europea como Kiev llevaba semanas exigiendo. Ucrania ha conseguido la cantidad que buscaba -en realidad un parche temporal para el sostenimiento de un Estado y un ejército que precisan de inyecciones periódicas de cada vez más liquidez para poder seguir luchando contra un enemigo más grande-, pero no ha conseguido la segunda parte de su exigencia, castigar a Rusia. El “préstamo de reparación” ha fracasado y con él la principal iniciativa de Friedrich Merz, principal impulsor de utilizar los activos rusos como garantía de un préstamo que Ucrania no tendría que devolver y que sería utilizado para el sector militar, no para la reconstrucción tal y como se preveía en el plan de 28 puntos original presentado por el trumpismo como base para la negociación.
El halo de esperanza para Ucrania no es solo la cantidad de financiación que le promete la Unión Europea, que acudiendo al mercado de capital se hace responsable del sostenimiento de su nueva colonia, sino en que los activos rusos hayan quedado inmovilizados a largo plazo, lo que ha hecho que desaparezcan incluso de las propuestas estadounidenses. Según The Telegraph, los 100.000 millones de los fondos rusos que Washington esperaba destinar a la reconstrucción de Ucrania junto a otros 100.000 que aportaría la UE ya no forman parte de la negociación. Ese es el principal éxito de Zelensky, von der Leyen y Kallas esta semana, eliminar uno de los pocos alicientes que Rusia tenía para aceptar el plan de paz y eliminar de un plumazo una cantidad nada desdeñable que Ucrania iba a poder utilizar para su reconstrucción. La guerra es más importante que la reconstrucción y hay que olvidar el futuro para centrarse en el presente.
“Sin estos fondos, sería muy difícil para nosotros. En cualquier caso, esto está vinculado a las reparaciones rusas. Y estos son pasos importantes. El hecho de que los líderes europeos hayan encontrado este formato y que nuestro equipo haya colaborado con Europa para alcanzar una decisión positiva”, añadió Zelensky, que admitió que “no hay resultados positivos en la guerra”, pero quiso ver en las medidas económicas “una señal positiva para nuestra sociedad y una dura señal para el enemigo”. En realidad, la aprobación de los fondos para Ucrania son la consolidación del statu quo, la continuación de la situación actual hasta nueva orden, la cronificación de la guerra, del conflicto con Rusia, de la dependencia económica ucraniana y de la certeza de que finalmente será la UE quien tenga que correr con los costes. Como indicaba Zelensky, el préstamo “está vinculado a las reparaciones rusas”, es decir, Ucrania no tendrá que devolverlo mientras Rusia no pague las reparaciones de guerra que la UE pretende imponer. En el más que probable caso de que Bruselas no pueda imponer esa condición, será la Unión Europea quien tendrá que cargar con el coste.
Esa posición pone a los países europeos al frente de la responsabilidad sobre Ucrania, algo que ya ha tenido consecuencias. No habían pasado ni 24 horas desde la aprobación del préstamo cuando, repentinamente, Emmanuel Macron anunció al necesidad de reabrir el diálogo con Vladimir Putin. No es la primera vez que los países europeos se plantean la posibilidad de recuperar la comunicación con Rusia. Su anterior intento es ilustrativo de lo que Macron pretende. En esa ocasión, se decidió que fuera el Reino Unido, posiblemente el último país europeo con el que Rusia querría negociar, el elegido para representar al colectivo en una llamada en la que, según la versión rusa, el objetivo no fue escuchar o dialogar, sino tratar de imponer. Las palabras de ayer de Kaja Kallas, que cínicamente deseaba “buena suerte con eso” a Estados Unidos en su voluntad de recuperar las relaciones económicas con Rusia, es indicativo de la postura europea.
“El presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que Europa necesita encontrar su propia manera de interactuar con el Kremlin en las conversaciones de paz, advirtiendo que dejar todo en manos de los esfuerzos liderados por Estados Unidos deja fuera tanto a Europa como a Ucrania. Desde el punto de vista de Putin, la cuestión no es si hablar o no, sino de qué tratarían realmente las conversaciones. ¿Qué puede ofrecer Macron para que Putin se interese en hablar con él, o incluso con Europa? Puede contestar el teléfono, pero sin una razón clara, no llegará a ninguna parte”, comentó Tatiana Stanovaya, del Carnegie Russia Eurasia Center con unas palabras que reflejan a la perfección la definición de negociación, entendida como juego de suma cero en el que una parte ha de imponer su postura sobre la otra y en la que el diálogo, única vía de romper el hielo en este momento, es un acto inútil si no ofrece un camino directo a la resolución deseada. Esta postura, que se ha repetido a lo largo de la última década, ha impedido a los países europeos estar en una posición en la que utilizar la diplomacia en favor de una resolución primero en Donbass y posteriormente en Ucrania.
Durante los años de guerra de baja intensidad, cuando tan solo Ángela Merkel parecía tener un mínimo interés en los acuerdos de Minsk, las instituciones y Estados europeos apostaron por una visión de lo firmado en la que las únicas exigencias eran para Rusia, Ucrania ya había cumplido su parte y no había necesidad de ver las tácticas de dilatar los tiempos que Kiev utilizó durante años mientras proyectaba esa misma queja sobre Moscú. En la etapa de negociación de Estambul, entonces de la mano de Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido apostaron de forma clara por prometer a Ucrania el apoyo necesario para hacer exactamente lo que Kiev deseaba hacer, rechazar el compromiso -que entonces habría sido más draconiano en materia de seguridad, más favorable en la territorial y habría evitado gran parte de la muerte y destrucción de esta guerra- y apostar por la vía militar para lograr lo que la diplomacia nunca iba a conseguir, infligir sobre Rusia la derrota con la que lleva años soñando lo que Branko Milanovic llama el “Occidente político”. Desde entonces, la postura de Londres, París, Berlín y Bruselas como capitales cuyas opiniones determinan la actuación del bloque europeo de ese sistema-mundo se han regido estrictamente por la idea de seguir sosteniendo a Ucrania y sancionando a Rusia mientras sea necesario. Este punto de vista se ha basado siempre en la certeza de que va a poder imponer exactamente el tipo de día después de la guerra que se desea, sin tener en cuenta más opinión que la propia y sin dar voz a la otra parte de la guerra, Rusia, ni preguntarse la opinión de la población que va a quedar al otro lado de la frontera de facto que irremediablemente va a surgir de este conflicto.
Desde la superioridad moral de los países occidentales, se ha generalizado una visión maniquea de esta guerra de buenos y malos en la que “la población ucraniana” es tomada como un todo con posición única favorable a continuar la guerra hasta la victoria final. En ese juego, se ha utilizado a la población al otro lado del frente, fundamentalmente la de Jersón y Zaporozhie -ya que se da por vacío a Donbass y oprimida hasta el lavado de cerebro o sustituida por población rusa la de Crimea- como argumento para continuar luchando o para negar que se den las condiciones para celebrar elecciones. Ayer, en su rueda de prensa, Vladimir Putin quiso responder a la pregunta de qué ocurrirá con el derecho a voto de la población ucraniana en los territorios bajo control ruso. El presidente ruso anunció que dará orden para permitir que la población ucraniana de esos territorios pueda ejercer su derecho al voto, un arma de doble filo para Ucrania teniendo en cuenta que Donbass o Crimea, regiones a priori más pobladas, difícilmente van a votar por las figuras políticas que han emergido durante estos años -Zaluzhny, Budanov, Biletsky, etc.-, sino que, en el improbable caso de una elección mínimamente abierta, podrían crear un bloque partidario de opciones menos nacionalistas. No sería de extrañar que las palabras de Putin hicieran resurgir discursos como el de la Nobel de la Paz Oleksandra Matviichuk, que en repetidas ocasiones se ha referido a la juventud e infancia de los “territorios ocupados” como un futuro riesgo de seguridad nacional para Ucrania debido a lo que percibe como adoctrinamiento y militarización que supone la educación. La población de Donbass, Crimea, Jersón o Zaporozhie existe cuando es útil para argumentar que es preciso continuar luchando hasta liberarla, pero resulta incómoda cuando pueden manifestar opiniones que difieran de lo que se espera de la población ucraniana, es decir, el nacionalismo como único discurso nacional y el conflicto con Rusia como base de la política del Estado, un objetivo perfectamente alineado con los intereses de los principales patrocinadores económicos de Ucrania, la Unión Europea -a excepción de los tres países que no van a unirse a la búsqueda de fondos para Kiev: Hungría, Eslovaquia y Chequia- y el Reino Unido.
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