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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Sanciones, Ucrania

Promesas milagrosas

“La ofensiva de verano de Rusia claramente ha fracasado”, sentenciaba la semana pasada en referencia a una ofensiva que ni ha existido ni se ha anunciado en ningún momento el editorial de The Washington Post, que tiraba de un tópico históricamente aplicado a las facciones palestinas en sus negociaciones con Israel y afirmaba que “se dice que los rusos nunca pierden una oportunidad para perder una oportunidad”. Siguiendo todos y cada uno de los puntos del discurso ucraniano, el artículo concluía que la llamada telefónica entre Lavrov y Rubio había hecho descarrilar el proceso de paz. El hecho de que el mensaje transmitido por el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa fuera el mismo que Vladimir Putin trasladó a Steve Witkoff y que ha pronunciado en cada una de sus apariciones públicas en las que se ha referido a la resolución del conflicto ucraniano es un detalle sin importancia que, al no encajar en el argumento, es mejor pasar por alto.

Es más sencillo aferrarse a que “Rusia no quiere que Ucrania mantenga su soberanía o reciba garantías de seguridad significativas de sus socios occidentales”. Lo curioso es que el trumpismo, centrado en la parte sencilla de resolver de la guerra, la cuestión territorial, ni siquiera ha entrado aún en materia de seguridad, que es precisamente la prioridad en la negociación tanto para Kiev como para Moscú. En esta guerra en la que el frente informativo es, sin duda, más importante que el real, el seguimiento diario de las declaraciones, incoherencias y continuidades del discurso de las partes es un trabajo excesivamente arduo, especialmente cuando el análisis puede limitarse a la brocha gorda.

En este inexistente proceso de paz marcado por la arbitrariedad de los cambios de humor constantes de Donald Trump, que en apenas unos días pasó de pactar con Vladimir Putin una próxima cumbre, negar Tomahawks a Zelensky, dudar de su voluntad de paz a cancelar la reunión con su homólogo ruso sin que se hubiera producido ningún cambio, el factor fundamental de la completa parálisis es, a día de hoy, la rabieta del presidente de Estados Unidos en cada ocasión en la que una de las partes se niega a aceptar su imposición. Ucrania, que depende directamente del suministro de armas de Estados Unidos -a costa del presupuesto de sus aliados europeos-, no dispone de la soberanía necesaria para poder negarse a las órdenes de Donald Trump, de ahí que Kiev a regañadientes y bajo presión aceptara en marzo la idea de un alto el fuego que Zelensky volvió a aceptar la pasada semana para congelar el frente.

En ambos casos, la apuesta era segura, ya que Rusia es consciente del significado de aceptar un alto el fuego sin un marco político previamente establecido para que sea sostenible y avance hacia un proceso de resolución del conflicto. Solo Rusia, que mantiene su autonomía debido a que está sola en esta guerra y no depende de terceros países sino de sus recursos para tomar decisiones, puede permitirse contradecir las órdenes llegadas de Washington. Para alegría de Ucrania y sus aliados europeos, esa soberanía y rechazo a negociar en una posición de debilidad que no se corresponde con el equilibrio de fuerzas en el frente y en la retaguardia, implica la imposición de sanciones contra Moscú.

Kiev ha obtenido todo lo que ha exigido a lo largo de los últimos tres años: artillería de largo alcance, tanques occidentales, misiles Storm Shadow y Scalp, ATACMS, F-16 más aviación europea y las sanciones contra la energía rusa que iban a destruir todo intento ruso de mantener a flote su economía. Ucrania se enorgullece también de sus grandes éxitos en la producción de armas. Pese a que el aumento en los éxitos de sus ataques con drones contra refinerías rusas -iniciados durante un mes en el que se trataba de impulsar la diplomacia- coincide con el momento en el que, según Financial Times, Estados Unidos empezó a suministrar la inteligencia para ello, Zelensky se jacta habitualmente de esos bombardeos por los que todo el mérito ha de ser otorgado a Ucrania. Kiev insiste también en las altas capacidades de su misil Flamingo, pese a que son los misiles occidentales los que ha utilizado recientemente, mientras que el misil ucraniano parece rodeado por todo tipo de datos imaginarios y propaganda en busca de más financiación.

Ayer, el presidente ucraniano añadió un dato más para destacar el estado de colapso que desde hace años ve en el ejército ruso. Según Zelensky, Rusia ha perdido este año 365.000 soldados entre los muertos y los heridos no recuperables, unas cifras fuera de toda lógica teniendo en cuenta el tipo de guerra que se está librando actualmente, sin grandes batallas ni asaltos frontales con grandes guarniciones como los que se dieron en Artyomovsk. Sin embargo, el dato dado por Zelensky no buscaba solo alegar que Rusia sufre un nivel de bajas varias veces superior al de Ucrania, a quien la prensa sigue sin preguntar cuáles son las cifras reales de pérdidas. El líder ucraniano dio ese dato para vincularlo con la movilización rusa. Los datos de bajas del otro bando dados por las partes han de ser considerados siempre como propaganda, un argumento de la guerra informativa para desmoralizar al enemigo. En este caso, Ucrania busca alegar, como ya repiten sus influencers en las redes sociales, que Rusia ha perdido este año el equivalente a toda su movilización.

Sin miedo a las contradicciones, por las que sabe que no va a recibir incómodas preguntas de la prensa, el mismo día que anunció que Rusia habría perdido a un equivalente a todos los soldados incorporados al ejército este año, Zelensky se lamentó también de la enorme inferioridad numérica que sus tropas sufren en uno de los puntos más calientes del frente a día de hoy, Pokrovsk-Krasnoarmeisk -cuya situación merece un análisis completo-, donde las tropas rusas siguen avanzando. La ofensiva rusa fracasó; la economía rusa ha colapsado ya o está a punto de hacerlo; Rusia ha perdido este año una cantidad de soldados que harían imposible seguir luchando; Rusia se encuentra siempre al borde de decretar el reclutamiento; las armas rusas no funcionan y Ucrania ha conseguido la paridad en términos de drones. Esa es la visión que Ucrania quiere dar de la guerra pese a que no existió ninguna ofensiva y el mando ruso optó por continuar la guerra de desgaste, que le está dando resultados en Pokrovsk, Kupyansk, Lyman e incluso Seversk; es Kiev quien ha de suplicar a sus aliados que aumenten su asignación económica; es Ucrania quien sufre grandes dificultades para mantener los números de tropas en el frente; es Kiev quien prorroga continuamente el reclutamiento forzoso del que trata de huir una parte importante de la población masculina en edad militar; las armas desarrolladas en Ucrania tienen que ser financiadas desde el extranjero y precisan de la inteligencia estadounidense para dar resultados y la cantidad de drones en el aire y causando impactos es notablemente favorable a Rusia.

Tres años y medio después de la invasión rusa, Ucrania se encuentra en el momento más favorable, al menos teniendo en cuenta sus exigencias. Por primera vez en esta guerra, Kiev dispone de todo aquello que ha suplicado a sus socios durante todo este tiempo. Pero como es tradición, en el momento en el que obtuvo lo que exigía, lo que iba a ser definitivo y forzar a Rusia “a negociar”, Ucrania encontró una exigencia más. A las medidas económicas, que iban a detener la economía rusa, obligando a sus fábricas a detenerse, ha de sumarse lo que Ucrania califica irónicamente de “sanciones ucranianas”, los ataques contra las refinerías, que iban a paralizar al ejército ruso. Tras amenazar con continuar el diálogo, Trump anunció las medidas que Kiev le había exigido, las sanciones más duras posibles contra Lukoil y Rosneft, que tendrán que buscar la forma de esquivar unas sanciones difíciles de evadir. Pero ni siquiera eso fue suficiente. Ucrania quiere, según Zelensky afirmó a Axios, bombardeos de larga distancia estadounidenses. De repente, tras meses en los que las sanciones contra los bancos y el petróleo iban a marcar la diferencia, Ucrania añade ahora que necesita Tomahawks. Contra un ejército que se queda sin soldados, Ucrania no consigue avanzar en ninguna de las partes del frente y exige a sus aliados más armamento de largo alcance y no solo para el presente sino para el futuro. “En cualquier escenario, Ucrania debe estar siempre suficientemente equipada con capacidades de largo alcance”, afirmó ayer Zelensky en su último discurso para exigir más misiles occidentales para la guerra y para una futura posguerra.

Zelensky, el presidente que afirmó que, en caso de que Ucrania contara con cazas F-16 Rusia no tendría “nada que hacer”, insiste en que “la única forma de trabajar con Putin es la presión”, base sobre la que argumenta que, de obtener los deseados Tomahawks, su ejército ni siquiera necesitaría utilizarlos de inmediato. Como buena arma milagrosa, la mera presencia de los misiles subsónicos estadounidenses, que no han derrotado a los hutíes de Yemen, va a conseguir que Rusia acuda a una mesa de negociación que no se le ha ofrecido en un proceso en el que Ucrania ya ha determinado el resultado: no a la concesión de territorios, no a cualquier exigencia rusa de seguridad, imposición de reparaciones de guerra y continuación de la ruptura continental en términos económicos. Y si los Tomahawks no logran el milagro que se espera de ellos, siempre habrá nuevas armas y más financiación que exigir a los aliados.

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