A excepción de aquella catastrófica reunión en la Casa Blanca, en la que en lugar de acatar los reproches y callar decidió, frente a toda la prensa mundial, rebatir al encendido vicepresidente JD Vance, una de las cualidades más importantes de Volodymyr Zelensky y su equipo ha sido siempre su camaleónica capacidad de leer el momento y camuflar su discurso, siempre el mismo, con las palabras precisas en cada momento. De esta forma, la narrativa ucraniana se ha adaptado a las diferentes fases del estado emocional de Donald Trump con respecto a la guerra de Ucrania. A lo largo de los meses en los que el presidente de Estados Unidos alabó la paz y prometió un acuerdo rápido, Zelensky no solo abandonó la idea de victoria, sino que comenzó a referirse repetidamente a la idea de acortar y terminar la guerra. Sin embargo, ahora que la Casa Blanca ha recuperado el lenguaje del ultimátum y la fuerza que durante tanto tiempo utilizó la administración Biden, el presidente ucraniano insiste nuevamente en que “las armas son las que deciden quién sobrevive”.
En su discurso ante las Naciones Unidas, que culminó con el grito de OUN “Slava Ukraini!”, Zelensky afirmó que “no hay garantías de seguridad sin amigos ni armas”. “Hoy solo nosotros podemos garantizar la seguridad con alianzas firmes y nuestras propias armas”, insistió para ahondar en la idea de la militarización posterior a la guerra a la que siempre ha pretendido el Gobierno que aspira a convertirse en un “gran Israel”. “El siglo XXI no es diferente al pasado, si una nación quiere la paz, necesita armas, ni la cooperación internacional ni el derecho internacional funciona a menos que tengas amigos poderosos dispuestos a defenderte”, sentenció. El discurso de las armas vuelve a ser el principal argumento para defender una paz que ha de llegar por medio de la fuerza, sea económica y militar o mediante las amenazas, y que imposibilita la diplomacia y recupera la idea de victoria como objetivo occidental.
Con rapidez, la Unión Europea reaccionó al mensaje de Donald Trump en su red social, en el que se refirió a la necesidad de Ucrania de “actuar” para recuperar sus territorios perdidos, apelando otra vez a la integridad territorial, concepto que había quedado ligeramente apartado desde que Pete Hegseth anunció que no era posible y dio a los países europeos la orden de aumentar el gasto militar para hacerse cargo de su seguridad y de la guerra para que Estados Unidos pudiera centrar todos sus esfuerzos en la contención de China. El conflicto ucraniano, contenido, al menos por ahora, en Ucrania y la retaguardia rusa, nunca fue ajeno a la geopolítica mundial. En la actual reconfiguración de unos bloques en los que, al contrario que en la Guerra Fría, no existe disputa ideológica, Rusia es objetivamente importante para China, mientras que Ucrania trata de presentarse como imprescindible para Estados Unidos.
Aunque no haya argumentos para defenderlo, esa es también la narrativa de los países europeos, que insisten en la idea de la guerra existencial, conceden a Donald Trump todos sus caprichos para garantizar que Estados Unidos siga entregando armas para Ucrania y se muestran exultantes cada vez que hablan de la guerra e insisten en “obligar a Rusia a sentarse en una mesa de negociación” que nunca se le ha ofrecido. “Rusia sigue rechazando las iniciativas de paz y hace todo lo posible para prolongar la guerra”, escribió ayer Zelensky a pesar de que no ha habido ninguna iniciativa formal de paz a lo largo de este proceso que nunca ha llegado siquiera a una negociación. Las sonrisas que siempre han acompañado a los comentarios sobre la guerra en las capitales europeas son aún mayores al escuchar a JD Vance admitir que “Trump está perdiendo la paciencia con Rusia” y se suma al coro que exige que el Kremlin negocie con Kiev como si estuviera en posición de debilidad. A ello se dirige la dureza de los términos que Trump está utilizando actualmente para referirse al mismo país que, hace apenas un mes en Alaska, calificaba de segunda potencia mundial.
“El brusco cambio de tono de Trump se ha producido en un momento en el que Rusia sigue sin lograr avances significativos en el campo de batalla, la economía rusa se ralentiza y Zelensky realiza un esfuerzo concertado para ganarse el favor del presidente estadounidense”, escribía ayer The Wall Street Journal que, ciñéndose completamente al prematuramente triunfalista discurso ucraniano, cree haber descubierto el motivo del cambio de opinión de Trump. “Trump ha pasado los últimos días con funcionarios estadounidenses que llevan mucho tiempo presionando para que se adopte una postura más firme hacia Ucrania, mientras se preparaba para la reunión con Zelensky, entre ellos el enviado a Ucrania Keith Kellogg y el nuevo embajador ante la ONU Mike Waltz”, añadía el medio sin explicar que esas dos figuras han ejercido en el círculo de Donald Trump la labor de lobby proucraniano, en ocasiones con argumentos más que cuestionables.
“«El presidente de Estados Unidos es una persona que escucha, pero necesita verificar, comparar, hablar con mucha gente, y para mí eso es absolutamente normal», dijo el asesor principal de Zelensky, Andriy Ermak, en una entrevista el martes. «Es nuestro trabajo como equipo de líderes hablar, consultar, repetir, aportar pruebas e intercambiar información»”, citaba The New York Post, dejando claro cuál es la información que ha hecho que Donald Trump comience a creer en que Ucrania puede ganar la guerra y recuperar incluso Crimea, la más roja de las líneas rusas.
Tanto Kellogg como su superior, Marco Rubio, se han aferrado a las cifras de bajas aportadas por Ucrania y que carecen de credibilidad incluso para la población ucraniana y el general se ha distinguido recientemente por sus estrafalarias declaraciones. “Les patearíamos el culo”, afirmó la semana pasada sobre un posible enfrentamiento entre las tropas de Estados Unidos y Rusia, una declaración tanto irresponsable -incluso Biden era consciente de que había que rebajar la tensión y mantenerla lejos de chismes sobre choque entre grandes potencias militares- como arrogante procedente de un país que, desde la Segunda Guerra Mundial, no se ha enfrentado a un ejército convencional mínimamente coherente y bien equipado. “Trump está frustrado con Putin después de las llamadas telefónicas y las cumbres de Arabia Saudí, Turquía y Alaska”, ha expresado en las últimas horas Mike Waltz, actualmente embajador de Estados Unidos en la OTAN. Sus palabras denotan el cansancio de Trump, pero también su escasa consistencia. Llamadas bilaterales y tres reuniones jamás iban a resolver una guerra de tres años y medio ni un conflicto de más de una década.
“Europa está intensificando su esfuerzo: el 5% del PIB, comprar armas estadounidenses. Pero tienen que dejar de comprar gas y petróleo ruso mientras piden ayuda” , añadió Waltz para apuntar a uno de los objetivos del mensaje de apoyo a Ucrania de Donald Trump, dar órdenes a los países europeos. En el reparto de tareas, los aliados europeos de la OTAN han de responsabilizarse del continente mientras Estados Unidos se encarga de China y del control, al más puro estilo de la Doctrina Monroe y el corolario de Roosevelt, de América. La colaboración de Washington con armas para Ucrania y sanciones contra Rusia depende de una aún mayor sumisión de las capitales europeas a los intereses de Estados Unidos y los del gran capital norteamericano.
El entusiasmo del primer momento ha dado paso a algunas dudas por parte de los países europeos, quizá por ser conscientes de que las condiciones que Trump pretende imponerles son también una forma de orden, amenaza y castigo. “El presidente Trump ha declarado que Ucrania podría, con el apoyo de la Unión Europea, recuperar todo su territorio. Este sorprendente optimismo esconde la promesa de una menor intervención estadounidense y una transferencia de la responsabilidad del fin de la guerra a Europa. La verdad es mejor que la ilusión”, escribió Donald Tusk, una versión más moderada del miedo que han mostrado, de forma anónima, otros oficiales europeos. “Los funcionarios europeos temen que la última retórica de Donald Trump sobre Ucrania tenga como objetivo asignarles una misión imposible que permita al presidente estadounidense desviar la culpa de Washington si Kiev flaquea en la guerra o se queda sin fondos”, escribía Financial Times, posiblemente el medio con mejor acceso a fuentes diplomáticas y políticas. Mostrando que una parte del establishment europeo no confía en exceso en Donald Trump, el medio añadía que “«este es el comienzo de un juego de culpar a otros», dijo un funcionario sobre el repentino cambio de opinión de Trump. «Estados Unidos sabía que los aranceles a China y la India serían imposibles» de aceptar para la UE. Trump «está construyendo la vía de escape» para poder culpar a Europa cuando lo necesite, afirmó un asesor del Gobierno europeo. El cambio fue «espectacular» y «en general positivo», pero Trump estaba «poniendo el listón muy alto», señaló un funcionario alemán”.
Curiosamente, ese temor coincide con las esperanzas de su principal némesis, la cara visible del sector más radical del nacionalismo ruso, Alexander Dugin, que el miércoles escribía que “puede que me equivoque, pero interpreto la extraña publicación proucraniana de Trump de forma un poco diferente. Veo aquí una despedida de Kiev. Trump quiso decir: bueno, si ustedes (Zelensky y la OTAN europea) son tan poderosos y Rusia es tan débil como pretenden: vayan a combatirlos. Solos. Sin mí. Les venderé armas”. Esa postura se ha generalizado en las últimas horas en los medios occidentales. “Funcionarios estadounidenses afirmaron que Trump emitió la declaración en parte para presionar al presidente ruso, Vladímir Putin, a fin de que llegara a un acuerdo, ya que no se habían logrado avances reales para poner fin a la guerra desde la reunión del mes pasado entre Trump y Putin en Alaska”, escribía The Wall Street Journal, uniéndose a la tendencia de los menos convencidos en el cambio de retórica de Donald Trump, que en su mensaje dio vía libre a los países europeos, pero no aportó nada sobre cómo lograr el final de la guerra.
En su estilo de quedarse solo con la parte positiva, Volodymyr Zelensky ha querido ver en las palabras del presidente de Estados Unidos una voluntad de ofrecer garantías de seguridad una vez terminada la guerra, aspecto sobre el que Trump no ha modificado su postura, al menos públicamente, y una apertura a nuevas peticiones de armas. La generosidad de los países europeos permite que Zelensky no tenga que preocuparse por la financiación y pueda seguir elevando la apuesta. “«Tienen que saber dónde están los refugios antiaéreos», dijo Zelensky sobre los funcionarios del Kremlin. «Lo necesitan. Si no detienen la guerra, lo necesitarán en cualquier caso»”, publicaba ayer Axios, un medio cada vez más cercano al trumpismo, como anticipo de la entrevista al presidente ucraniano realizada esta semana. Farol o amenaza, Zelensky insistió. “«El presidente Trump lo sabe, ayer le dije lo que necesitamos, una cosa». «La necesitamos, pero eso no significa que la vayamos a utilizar», continuó. «Porque si la tenemos, creo que supondrá una presión adicional para que Putin se siente a negociar»”. Aunque no se ofrece a Moscú ninguna negociación, solo que acepte los términos marcados por Occidente, Zelensky, que siempre ha sido partidario de continuar luchando hasta conseguir una posición de fuerza que, a día de hoy, solo es imaginaria, insiste en esa mítica diplomacia inexistente.
Rusia, por su parte, ha respondido a las amenazas en su línea habitual. Por una parte, el portavoz del Kremlin ha admitido que ve una retórica diferente proveniente de Washington”, pero ha añadido que “por ahora, partimos del hecho de que el presidente Trump mantiene la voluntad política de paz. Rusia sigue abierta al diálogo”. Más crítico, Sergey Lavrov afirmó ayer que “Occidente ha declarado la guerra a Rusia a través de Ucrania”. En su radicalidad habitual, el expresidente Dmitry Medvedev publicó en las redes sociales un mensaje en el que, dando por hecho que Zelensky se refería a armas nucleares -otras especulaciones apuntan a Tomahawks-, afirmaba que “lo que este loco necesita saber es que Rusia puede usar armas contra las que un refugio antiaéreo no protege. Los estadounidenses también deberían tener esto en cuenta”.
Sobre el terreno, la situación no ha cambiado. Ucrania se jacta de su fuerza y vuelve a soñar con Crimea mientras es incapaz de recuperar terreno en Donbass y pierde, poco a poco, posiciones en Járkov, Donetsk y Dnipropetrovsk. Las palabras de Trump y las amenazas de Zelensky no han tenido, por ahora, su reflejo en cambios en la dinámica diaria del la guerra de desgaste, que continúa sin cambios, haciendo imposible que ninguna de las partes vaya a derrotar completamente a la otra. Pese a la desidia de Trump, que prefiere recuperar el lenguaje utilizado por su predecesor y utilizar las mismas amenazas, Crimea, y la nula voluntad de los países europeos por alcanzar una paz que deje de desangrar a Ucrania, solo una negociación real puede lograr un alto el fuego sostenible y una resolución, al menos temporal. Por el momento, la única estrategia de negociación vuelve a ser la exigencia de rendición bajo amenaza de más guerra. Como en los buenos tiempos de Joe Biden.
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