“Paz por medio de la fuerza”, escribió el viernes por la noche, añadiendo el emoji de un bíceps sacando músculo, el jefe de la Oficina del Presidente, Andriy Ermak en una de sus muchas muestras de triunfalismo de esta semana. Estos días el Gobierno ucraniano ha compaginado tener que retractarse de una de sus medidas estrella ante las órdenes internacionales pero, frente a la humillación y completa ausencia de soberanía que implica que una llamada telefónica de Bruselas pueda cambiar las leyes en Ucrania, Kiev ha recibido también la confirmación de que está a punto de encontrarse en su escenario soñado. La paz por medio de la fuerza que siempre ha esperado Ucrania es la del lenguaje del ultimátum, con sanciones insoportables contra Rusia, suministro masivo de armas con el que poder atacar territorio ruso en profundidad y una oferta de alto el fuego en los términos ucranianos y en la que Moscú no tenga más voz que la de aceptar el diktat. Ese era el Plan de Victoria que Zelensky anunció cuando aún creía que la contraofensiva terrestre de 2023 iba a conseguir poner a Rusia entre la espada y la pared y lo sigue siendo actualmente, con su ejército incapaz de recuperar territorios bajo control ruso, cada vez más problemas de reclutamiento y su Gobierno cuestionado por primera vez desde la invasión rusa por su audiencia más importante, los socios extranjeros que han de seguir financiando al Estado.
En la división del trabajo, Kiev depende de la Unión Europea para sostener a Ucrania, pero precisa de Estados Unidos para destruir Rusia. El jueves, unas horas después de que Trump diera a Vladimir Putin una semana para aceptar el alto el fuego, Volodymyr Zelensky afirmó creer que “se puede presionar a Rusia para que ponga fin a esta guerra. Inició y se le puede obligar a terminarla. Pero si el mundo no se propone cambiar el régimen en Rusia, eso significa que, incluso después de que termine la guerra, Moscú seguirá intentando desestabilizar a los países vecinos”. Evidentemente, a la hora de realizar un cambio de régimen, Ucrania mira siempre a Estados Unidos, de quien asume la capacidad de desestabilizar de tal manera el país hasta producir un golpe de estado o el colapso. Eso que Estados Unidos ha realizado con éxito en Irak o Libia, con las consecuencias que ha tenido para los propios países y para sus vecinos, es lo que ahora sugiere abiertamente Zelensky. El presidente de Ucrania se escuda en que la postura de Donald Trump es cada vez más indistinguible de la suya, por lo que puede seguir presionando para conseguir aún más que grandes cantidades de armamento, que se espera que lleguen a corto plazo, o las sanciones que la Casa Blanca ya predica.
“El presidente Trump, por supuesto, entiende mejor que nadie lo que es la influencia. Y creo que su declaración sobre la introducción de lo que yo llamaría aranceles y sanciones devastadores contra Rusia el 8 de agosto, en ausencia de un alto el fuego, es un paso serio. Porque, ¿cómo financia Rusia esta guerra? ¿Cómo puede pagar a un recluta, a un soldado raso, que probablemente irá al frente y morirá dos semanas después de un entrenamiento mínimo?”, ha afirmado esta semana el embajador de Estados Unidos en la OTAN, proyectando sobre Rusia unos problemas -el reclutamiento, la falta de una instrucción digna y la reducida esperanza de vida en el frente- que también padece Ucrania. “La conclusión es que Putin necesita vender petróleo. Lo vende a China, India, Brasil. Y ahora estos países se enfrentarán a graves consecuencias por hacer negocios con Rusia. Rusia no tendrá amigos, ni socios comerciales, y su capacidad para financiar la guerra cesará”, añadió. Ayer, Andriy Ermak se jactaba de los planes indios de abandonar el petróleo ruso, mientras que The New York Times, que afirmaba que “oficiales indios dijeron que seguirán comprando petróleo barato de Rusia a pesar de la amenaza de sanciones del presidente Trump, el último giro en una cuestión que Nueva Delhi creía haber resuelto”, citaba al portavoz de Asuntos Exteriores confirmando que el país no ha dado orden de detener las adquisiciones de petróleo ruso.
“Le aplicaremos sanciones, y él es muy bueno gestionándolas. Sabe cómo evitarlas”, ha declarado esta semana Donald Trump, provocando titulares mediáticos que han puesto en duda la intención estadounidense de aplicar sanciones verdaderamente duras contra Rusia y sus aliados. Quienes aún afirman que Vladimir Putin ordenó una operación para ayudar a Donald Trump a alcanzar la Casa Blanca en 2017 insisten en la cercanía de ambos presidentes y cuestionan las palabras y los actos del presidente estadounidense en estos momentos. Sin embargo, hace varios meses que la ira de Trump está dirigida únicamente hacia Moscú, no se han repetido escenas de reproches a Zelensky, la breve suspensión de la entrega de armamento a Kiev fue obra del Pentágono y no de la presidencia y es evidente que tanto el Departamento de Estado como el propio Donald Trump se guían por la información transmitida por Keith Kellogg, un hombre muy cercano al liderazgo ucraniano.
“Me acaban de informar de que casi 20.000 soldados rusos han muerto este mes en esta ridícula Guerra con Ucrania. Rusia ha perdido 112.500 soldados desde que empezó el año. ¡Eso es mucha MUERTE innecesaria! Ucrania, sin embargo, también ha sufrido mucho. Han perdido aproximadamente a 8.000 soldados desde el 1 de enero de 2025 y ese número no incluye a los desaparecidos. Ucrania también ha perdido civiles, aunque en cantidades más pequeñas, cuando los cohetes rusos caen en Kiev y en otras ciudades ucranianas. Esta Guerra no tendría que haber ocurrido, esta es la Guerra de Biden, no la de “TRUMP”. ¡Yo solo estoy aquí para ver si la puedo parar!”, escribió el viernes en su red social personal con un mensaje en el que, como hiciera Rubio unos días antes, alega que Rusia ha perdido más de 100.000 soldados muertos este año, mientas que aporta una irrisoria cifra en el caso de las bajas ucranianas. Curiosamente, el presidente de Estados Unidos no menciona las bajas civiles rusas.
Los datos de bajas militares que transmite Trump, sin duda procedentes de Ucrania, implicarían un ratio de 14:1 a favor de Ucrania, muy superior al que incluso Kiev ha alegado en el pasado y que habría sido sin duda detectado por quienes, como Mediazona, realizan el seguimiento de las bajas rusas. El último recuento hasta el 1 de agosto de 2025 recogía en esa base de datos el registro de 121,507 soldados rusos muertos en la guerra, una cifra muy elevada y que debería preocupar al liderazgo ruso, pero incoherente con las actuales alegaciones de bajas por encima de toda lógica. El hecho de que Trump utilice argumentos que posiblemente provengan de la oficina de la inteligencia militar de Ucrania es relevante ya que su opinión siempre ha sido maleable y tiende a ser la misma que la de la persona que más le influye en cada momento. Parece obvio en su argumentación que a día de hoy esa persona en Keith Kellogg, en cuyo plan está aumentar el flujo de armamento a Ucrania si Rusia se niega a negociar.
En realidad, Moscú no ha rechazado una negociación, aunque sí la exigida por Occidente y Ucrania. El viernes, Volodymyr Zelensky volvía a insistir en que “sabemos quién toma las decisiones en Rusia y, por eso, Ucrania se ofrece una vez más a ir más allá de las conversaciones técnicas: no para intercambiar declaraciones, sino para reunirse realmente a nivel de líderes”. Como los países europeos, Ucrania busca el alto el fuego que le exige Trump, que en ese mismo momento cantaría victoria y se jactaría de haber detenido otra guerra que, como las anteriores que dice haber resuelto, no implicaría el final del conflicto. Esa es la única resolución que una reunión de presidentes puede lograr en un conflicto de once años en el que hay cuestiones territoriales, políticas, militares y humanitarias espinosas que resolver. Horas antes de las declaraciones de Zelensky, tanto Sergey Lavrov como Vladimir Putin habían ofrecido a Ucrania el escenario de negociación que Kiev busca evitar a toda costa. “Ya se han celebrado tres rondas de conversaciones. Además de importantes acuerdos humanitarios, presentamos una propuesta para crear grupos de trabajo sobre cuestiones políticas y militares. Esto podría suponer un gran paso hacia un acuerdo duradero”, afirmó Lavrov en declaraciones a la prensa.
“Ya es hora de que los rusos dejen de lado las palabras vacías y de vivir en un mundo de fantasía para afrontar la realidad: una reunión de líderes es posible, pero es Rusia la que no la quiere. Demasiadas declaraciones sobre “querer la paz” mientras continúan los ataques con misiles, y ni un solo paso real hacia la paz por parte de Moscú. ¿Dónde está el alto el fuego que Estados Unidos propuso en marzo, el que acordamos? El presidente de Estados Unidos está haciendo mucho para lograr la paz. El presidente Zelensky comparte el principio de la paz a través de la fuerza. Es hora de que Rusia deje de quedarse en el banquillo y empiece a ser específica”, escribió Ermak, que de una forma un poco más extensa, presentó la vía de resolución a la que sigue aspirando Ucrania: un alto el fuego impuesto por Donald Trump sin promesas futuras de una resolución que tendría que estar basada en una negociación que Ucrania podría dilatar como lo hizo durante siete años en Minsk. La forma que Rusia tiene de ser específica no es ofrecer negociaciones concretas sobre cuestiones específicas, sino sometiéndose a la orden de alto el fuego dada por Donald Trump y aceptar que la negociación posterior se realizaría sobre la base de la hoja de ruta de Keith Kellogg, absolutamente favorable a Ucrania en las cuestiones territoriales, de seguridad e incluso en el aspecto del levantamiento de las sanciones, y no la de Steve Witkoff, menos detallada y con más margen de negociación.
La creación de unas condiciones en las que Rusia se vea obligada a aceptar una paz impuesta por Estados Unidos -que Kiev presentaría como impuesta por sus Fuerzas Armadas- requiere debilitar a Moscú en todos los ámbitos: económico, político, geopolítico y militar. Las sanciones y las amenazas a terceros países con sanciones unilaterales buscan aislar económica y políticamente a Rusia además de minar su capacidad de seguir financiando la guerra. Esta actuación no tiene en cuenta que la mayor implicación de un país como Estados Unidos puede suponer un efecto boomerang en el que la población rusa se sienta agredida por Occidente y vea, como insiste el Kremlin, que la guerra de Ucrania es existencial. A esas amenazas económicas se añaden las militares, algunas de ellas verdaderamente alocadas. No se trata ya de anuncios de fuerte aumento del suministro militar a Kiev, algo que se da por hecho desde que Trump consiguiera que los países europeos aceptaran sufragar todos los costes, sino del uso del lenguaje que más respeto produce en Rusia: el nuclear.
El factor Medvedev
El 22 de julio, Dmitry Medvedev, expresidente y exprimer ministro de Rusia, ahora vicepresidente del Consejo de Seguridad, un puesto de más nombre que capacidad de participación en la toma de decisiones, criticó duramente la actuación de Estados Unidos en Oriente Medio, concretamente en Irán. La tesis de Medvedev, antaño un liberal considerado prooccidental pero ahora un halcón con excesivo uso de las redes sociales, es que el ataque estadounidense había sido contraproducente. Dentro de un hilo más extenso, el expresidente ruso escribió que “El enriquecimiento de material nuclear —y, ahora podemos decirlo abiertamente, la futura producción de armas nucleares— continuará” en Irán, a lo que añadió que “varios países están dispuestos a suministrar directamente a Irán sus propias armas nucleares”. Un mínimo conocimiento de la postura rusa hacia la proliferación o incluso la lectura del mensaje habría descartado que Dmitry Medvedev estuviera sugiriendo que Moscú, que respetó el embargo de armas a Irán impuesto por el Consejo de Seguridad de Naciones, tardó años en suministrar a Irán las defensas aéreas que solicitaba y que no ha ofrecido ayuda material al país durante el tiempo que fue atacado por Estados Unidos e Israel, se disponía a inclumplir sus obligaciones de no proliferación. Aun así, el tuit provocó la ira de Donald Trump y obligó a Medvedev a responder. En un estilo mucho más diplomático del habitual, el expresidente escribió que “sobre las preocupaciones del presidente Trump: condeno el ataque estadounidense contra Irán. No consiguió sus objetivos. Sin embargo, Rusia no tiene intención de suministrar armas nucleares a Irán porque, al contrario que Israel, somos firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear”. La rectificación parcial de Medvedev fue solo un alto el fuego tuitero que ha estallado por los aires esta semana después de una respuesta del expresidente ruso a un tuit de Lindsey Graham y otro comentario que Donald Trump ha querido interpretar como una amenaza.
Todo comenzó con la respuesta de Dmitry Medvedev al ultimátum de 50 días de Donald Trump el día que se redujo a “diez o doce”. En aquel momento, escribió que “Trump está jugando al ultimátum con Rusia: 50 días o 10… Debería recordar dos cosas: 1. Rusia no es Israel, ni siquiera Irán. 2. Cada nuevo ultimátum es una amenaza y un paso hacia la guerra. No entre Rusia y Ucrania, sino con su propio país. ¡No sigas el camino de Sleepy Joe!”. Aunque no había nada de ofensivo en el mensaje, fue retuiteado por Lindsey Graham, exultante ante su éxito de haber convencido a Donald Trump de regresar a la táctica de la amenaza contra Rusia que siguió Joe Biden, que, como senador de Estados Unidos, se otorgó a sí mismo la legitimidad de dar órdenes a otro país. “A aquellos en Rusia que creen que el presidente Trump no habla en serio sobre poner fin al baño de sangre entre Rusia y Ucrania: Usted y sus clientes pronto se equivocarán lamentablemente. Pronto también verán que Joe Biden ya no es presidente. Vayan a la mesa de paz”, escribió, a lo que Medvedev respondió con un tuit que ofendió a Graham: “No les corresponde a ustedes ni a Trump dictar cuándo sentarse a la mesa de negociaciones. Las negociaciones terminarán cuando se hayan alcanzado todos los objetivos de nuestra operación militar. ¡A trabajar por Estados Unidos primero, abuelo!”. Es probable que haya sido este último mensaje el que haya hecho saltar la liebre. Sin la atención de Lindsey Graham, es probable que Donald Trump hubiera ignorado la diatriba de Medvedev.
El jueves, en un mensaje que calificaba las economías rusa e india de “muertas”, Donald Trump escribía “que le digan a Medvedev, el fracasado expresidente de Rusia, que sigue pensando que es presidente, que mida sus palabras. Está entrando en territorio muy peligroso”. En un estilo no muy diferente al del presidente de Estados Unidos -que tras su fracaso en la reelección de 2020 creyó que seguía siendo presidente y que jamás ha medido sus palabras-, Medvedev respondió con un mensaje más extenso: “Sobre las amenazas de Trump hacia mí en su red personal Truth, que prohibió operar en nuestro país. Si algunas palabras del expresidente de Rusia provocan una reacción tan nerviosa en un presidente de EE. UU. tan imponente, significa que Rusia tiene toda la razón y seguirá su propio camino. Y sobre la «economía muerta» de India y Rusia y la «entrada en territorio peligroso», que recuerde sus películas favoritas sobre los «caminantes muertos», así como lo peligrosa que puede ser la inexistente «mano muerta»”.
Ninguno de los mensajes de Medvedev, hace tiempo alejado del círculo de toma de decisiones importantes, puede considerarse una amenaza. Sin embargo, el cúmulo de la mención a la posibilidad de una guerra directa entre potencias, la referencia a personajes zombis de películas o series estadounidenses (los caminantes muertos de The Walking Dead) y la ofensa a Lindsey Graham han sido suficientes para ver en sus palabras una amenaza de guerra nuclear. “Las palabras son peligrosas”, afirmó el viernes Donald Trump, dispuesto a utilizar cualquier argumento para elevar la tensión, aumentar la presión a Rusia, hacer perder los nervios a Moscú para obligar al Kremlin a temer la posible reacción del líder estadounidense a partir del 8 de agosto. Las palabras pueden ser un peligro, pero al parecer no lo son los submarinos nucleares que Trump afirmó que han sido movilizados a causa de las declaraciones de Dmitry Medvedev, según Donald Trump, como “defensa”. “Teníamos que hacerlo… Hubo una amenaza y no nos pareció apropiada, así que tengo que ser muy cuidadoso. Lo hago por la seguridad de nuestra gente”, alegó el viernes por la noche Donald Trump. Ante la especulación sobre si se refería a submarinos potenciados por energía nuclear o con armas nucleares o si se trataba de una orden dada al Pentágono o simples palabras, Trump precisó ayer que se encuentran “más cerca de Rusia”, una respuesta que no explica nada, pero que busca seguir elevando la presión. Trump, al que tanto le gusta destacar sus éxitos, puede jactarse ya de haber sido el primer presidente de la historia en movilizar submarinos nucleares como respuesta a los tuits de un expresidente.
Siguiendo con los símiles televisivos, mostrando la euforia de que Donald Trump, el presidente de paz, haya cruzado otra línea roja, utilizando la palabra nuclear en el marco del enfrentamiento con Rusia y con la arrogancia de quien espera que su socio consiga por la fuerza lo que no ha podido conseguir por sí misma, Ucrania sigue exultante. “Todos veíamos lucha libre. En Ucrania, era tremendamente popular, cuando la televisión transmitía combates con Ric Flair, Hulk Hogan, The Undertaker y Stone Cold. Todos los niños estaban pegados a la pantalla: era una época de poder y personalidad. Y lo que Donald Trump hizo ayer en respuesta a los comentarios de Medvedev fue un clásico golpe de Tombstone Piledriver.Tranquilo. Poderoso. Seguro. Justo como debe ser”, escribió Andriy Ermak con referencias a uno de los shows favoritos de Donald Trump, la lucha libre de la empresa encabezada por Vince McMahon, esposo de la actual ministra de Educación, que durante décadas ha realizado ese espectáculo falso, plagado de escándalos de tráfico de drogas y abusos sexuales y laborales, y en el que el presidente Trump ha participado repetidamente.
La imagen publicada por Ermak, un dibujo estilo retro de Donald Trump cogiendo por los pies a un derrotado Vladimir Putin, a punto de arrojarlo en la lona el estilo de WWE indica el estado actual del mundo occidental, a la espera de que Donald Trump acabe con Rusia. Es posible que lo infantil del dibujo sea también representativo de esa forma de pensar.
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