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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Sanciones, Ucrania

Contra el proceso de paz que nunca empezó

Hoy, en Roma, continúa nuestro formato de seguridad, la Coalición de Voluntarios”, anunciaba ayer Andriy Ermak, que especificaba que “la reunión está en marcha ahora mismo. Por primera vez, se han unido a este formato representantes de Estados Unidos: el general Keith Kellogg y los senadores Lindsey Graham y Richard Blumenthal”. Roma es estos días el centro neurálgico de la lucha de Ucrania por conseguir sus principales objetivos: más armas, financiación a corto plazo para su industria militar y a largo plazo para la reconstrucción. Sobre esta última se pronunciaron a lo largo del día varios líderes europeos, ya que la cumbre anual de reconstrucción, un formato de promoción empresarial que se realiza desde 2022, era el lugar indicado. Más claro que el resto, Pedro Sánchez afirmó que el objetivo de lo que Eldiario.es calificaba correctamente de “encuentro empresarial” es dedicarlo a “aquellas corporaciones que estén interesadas en poder contribuir a la reconstrucción”.

La cumbre de reconstrucción es también el foro ideal para volver a exigir una financiación extranjera que perdure más allá de la actual guerra, que ha acabado con la parte del tejido productivo que tres décadas de privatizaciones y economía oligárquica no había destruido a excepción, claro está, de la industria militar, que Ucrania trata de proteger. La escasez de defensas aéreas y el trabajo de inteligencia que se ha realizado en los últimos meses está suponiendo que una parte importante de los drones y misiles rusos disparados en los ataques nocturnos actuales estén dirigidos precisamente a interrumpir la producción de armas, especialmente drones, que se realiza en el país. Ucrania, que se ha autoproclamado potencia mundial en innovación y producción de drones, busca estos días inversiones extranjeras para sostener esa industria que no puede permitirse mantener con sus propios recursos.

“En la Conferencia de Recuperación de Ucrania, dije: «Debemos construir una coalición de recuperación, con un plan de recuperación similar al del Plan Marshall». Y, a medida que Rusia intensifica sus ataques, no podemos permitirnos una escasez de fondos para la producción de defensa”, afirmó Zelensky en su discurso. Tres años y miles de millones en ayuda humanitaria, financiera y militar después, el presidente ucraniano sigue exigiendo aún más dinero a sus aliados, de los que espera un compromiso a largo plazo, en parte para que los actuales ingresos extranjeros no se conviertan en una deuda que Ucrania no tiene intención ni capacidad de pagar. Aun así, haciendo uso de la arrogancia de la guerra, los oficiales ucranianos siguen permitiéndose el lujo de  mofarse de la Federación Rusa, su industria, su producción y su economía. “Las perspectivas siguen siendo las mismas: caída del rublo en el segundo semestre, déficit total de 7-8 billones de rublos a finales de año, seguido del agotamiento total del Fondo Nacional de Riqueza y de reservas federales y regionales similares, y la inevitable confiscación de los depósitos bancarios de los ciudadanos”, presagiaba ayer Mijailo Podolyak desde un país, Ucrania, que depende de los pagos periódicos de la Unión Europea para sostener el Estado, pretender que su economía sigue en pie y que, como refleja la apelación de Zelensky al Plan Marshall, es consciente de que su subordinación económica a los aliados occidentales no va a desaparecer con el final de guerra. Es más, ese es el principal objetivo económico de Kiev a día de hoy, garantizar que no se detengan los pagos y que sean Rusia por medio de reparaciones y los países occidentales los que corran con el coste de la multimillonaria reconstrucción.

Pero pese al rito anual de la cumbre en la que se trata el futuro del país, sus reformas, la necesidad de colaboración público-privada -es decir, la privatización de lo poco que sobrevivió a los años 90, a Petro Poroshenko y a Volodymyr Zelensky-, lo más importante para Kiev ahora no son las promesas de 10.000 millones de euros de inversiones futuras, sino lo que llegará a Ucrania a corto plazo en forma de armamento, cooperación militar y sanciones contra Rusia. “Anoche y durante la mañana, los rusos infligieron otro ataque terrorista masivo contra el pueblo de Ucrania: 400 drones, 18 misiles, 2 personas muertas en Kiev y docenas de heridos, una clara escalada del terrorismo. Un llamado a nuestros socios: debemos acelerar todo: la producción de armas, las sanciones, la presión. Cada retraso cuesta vidas. Rusia debe sufrir las consecuencias”, escribió Yulia Svyrydenko, a lo que Volodymyr Zelensky añadió que “solo esta noche, en Kiev, dos personas murieron y dieciséis resultaron heridas”. La baja mortalidad que están causando los últimos ataques ucranianos denotan dos aspectos: el hecho de que Rusia no está atacando objetivos civiles sino fundamentalmente logística e industria militar y la falta de defensas aéreas. Son los derribos o desvíos de drones y misiles los que redirigen esos proyectiles contra edificios residenciales causando gran parte de las víctimas civiles. Paradójicamente, y contra el discurso ucraniano que afirma que los sistemas Patriot salvan miles de vidas, la población civil está más segura cuando la defensa aérea tiene más dificultades para derribar los Shaheds y otros drones rusos.

Sin embargo, es más importante para Ucrania mantener la seguridad de su industria militar, necesaria para compensar aquello que sus aliados no suministran. De ahí las plegarias de aumentar masivamente el suministro de armas para, según la narrativa ucraniana, lograr la paz por medio de la fuerza. “La fórmula para acabar con el terrorismo sigue siendo la misma: sanciones económicas, capacidades de largo alcance para destruir la producción de máquinas de matar y un escudo en el cielo hecho de drones y sistemas de misiles”, escribió Andriy Ermak resumiendo en pocas palabras gran parte de las aspiraciones de Kiev: medidas coercitivas contra Rusia y misiles de largo alcance para volver a recuperar la estrategia fallida de la fase final de la era Biden.

“Esta presión coordinada marcará la diferencia”, declaró ayer sir Keir Starmer en referencia a la legislación que Lindsey Graham y Richard Blumenthal han comenzado a tramitar en el Senado y que dará a Donald Trump la posibilidad de firmar una ley que implicaría la imposición de aranceles del 500% a los productos de aquellos países que sigan adquiriendo petróleo ruso y que no contribuyan a la financiación del esfuerzo bélico de Ucrania. La definición de Graham, cuyo odio a Moscú y Beijing ha quedado constatado a lo largo de los años, está evidentemente pensada para China, que no ha contribuido un solo euro a la defensa de Ucrania y que sigue comerciando de forma normal con su aliado ruso mientras sus oponentes occidentales le amenazan con este tipo de medidas. Después de tres años, 18 paquetes de sanciones, miles de millones de euros invertidos en el sostenimiento del Estado y el ejército de Ucrania, la principal esperanza de las capitales europeas es el hombre que abiertamente habló de luchar contra Rusia “hasta el último ucraniano” y que puso sobre la mesa de Donald Trump la idea de hacerse con los recursos minerales de Ucrania.

La legislación de Graham y Blumenthal comienza ahora su andadura, pero los comentarios de ayer de Marco Rubio, que dejó en manos de Donald Trump la decisión sobre el momento de firmarla, recuerda a lo propuesto por el lobista Marc Thiesen en un artículo publicado por The Washington Post, en el que calificaba la medida de espada de Damocles sobre la cabeza del líder ruso y añadía que la aprobación de la ley y la amenaza de la firma presidencial “daría más poder a Trump y reforzaría su influencia en las negociaciones al otorgarle la facultad de imponer sanciones paralizantes contra Rusia en el momento que él elija. Y pondría de relieve que Estados Unidos está políticamente unido a Trump en su apoyo a este enfoque”. Aún sin un acuerdo comercial con Estados Unidos, que amenaza con imponer aranceles que encarecerían notablemente los productos continentales en el mercado norteamericano, la Unión Europea no ha dudado en unirse a la amenaza de cerrar el mercado estadounidense para los productos de su principal socio comercial, China.

Consciente de que debe aportar a Estados Unidos algo sobre lo que sostener la continuación del proceso de diálogo entre los dos países, Lavrov presentó ayer a Marco Rubio una nueva propuesta que, según el Secretario de Estado de Estados Unidos, es novedosa y será trasladada a Donald Trump, mucho más escéptico ahora de cualquier palabra llegada de Rusia que hace unos meses, cuando ingenuamente esperaba que Washington tendría la posibilidad de conseguir el final de la guerra por la simple presencia de Estados Unidos en una mesa de diálogo. “Necesitamos más presión sobre Rusia. No se están preparando para la paz. Putin rechazó todas las ofertas de paz y sigue intensificando la situación”, insistió una vez más ayer Volodymyr Zelensky con unas palabras muy similares a las del enviado de Trump para Ucrania. “Estamos intentando alcanzar un alto el fuego. Llegamos a un acuerdo razonable con Ucrania. Pero Rusia nunca cumple”, afirmó Keith Kellogg. Esa es la nueva línea oficial del trumpismo, mostrada también por el presidente del Congreso de Estados Unidos, Mike Johnson, que añadió que “Vladimir Putin ha demostrado su falta de voluntad de ser razonable y de hablar seriamente sobre las negociación de la paz”.

El discurso estadounidense se basa en afirmar que Rusia se ha negado a realizar concesiones o directamente a negociar pese a que se le han ofrecido diferentes vías de diálogo y formas de lograr el alto el fuego. En él pesa cada vez más la figura de Keith Kellogg, rechazado por Moscú como mediador al ser considerado un exponente del complejo militar industrial y ser percibido correctamente como excesivamente cercano a Kiev. Estados Unidos ha tardado meses en unirse a esta tendencia, liderada por Ucrania y sus aliados europeos,  que aceptaron la idea del alto el fuego impuesto a Rusia precisamente porque no implicaría una negociación, algo que rechazan abiertamente ya que su esperanza sigue siendo continuar luchando hasta que Kiev pueda llegar a un proceso de paz en situación de fuerza.

En los casi seis meses que lleva en el cargo, Donald Trump no ha conseguido lo que deseaba, el alto el fuego, aunque ha avanzado más que Biden y sus socios europeos con su estrategia de escalada progresiva, ya que, cuando menos, se han producido dos enormes procesos de liberación de prisioneros de guerra. Más allá de esa medida humanitaria, el tiempo ha transcurrido con Washington tratando de obtener lo que Kellogg califica de hoja de términos, es decir, las posición negociadora de las partes. En lugar de ver en ello el punto de partida del futuro diálogo, Kellogg ha instalado la opinión de que el rechazo ruso a los términos de su propuesta -que es, en realidad, la de los países europeos y Ucrania, diseñada para ser inadmisible para el Kremlin al incluir presencia militar de los países de la OTAN en el país- es “no cumplir”. Lo es también no aceptar el ultimátum de alto el fuego planteado por los países europeos, que amenazaban con unas sanciones decisivas que no se produjeron porque debían venir de Estados Unidos. Entre el espectáculo dantesco de los planes de Starmer y Macron, que en ocasiones dan por hecha la pronta llegada de tropas europeas a Ucrania y en otras niegan esa posibilidad, y la incompetencia del trumpismo, que no ha comprendido que aún no se ha producido ningún proceso de negociación, la crispación aumenta, los halcones vuelven a los titulares con sus amenazas y el riesgo de una paz que resuelva el conflicto -el escenario más temido por Kiev y sus aliados europeos- se reduce notablemente. La guerra continúa mientras líderes mundiales hablan de una reconstrucción cuyo inicio no pueden ver a corto plazo.

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