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Alto el fuego, Donbass, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Minsk, Rusia, Ucrania

Baile de acusaciones

“Hablé con los medios de comunicación en el día de recuerdo de los niños ucranianos asesinados por Rusia”, escribió ayer Volodymyr Zelensky, que en un mensaje anterior había insistido en que “cada año, en este día, honramos la memoria de los niños asesinados por la agresión rusa”. La narrativa exige olvidar cómo empezó la guerra de Donbass- origen de la actual y sin la que sería impensable el escenario que se vive en Rusia y Ucrania- y a los y las menores que han muerto al otro lado del frente a lo largo de los últimos once años, que han dejado imágenes como la del cuerpo desmembrado de una bebé al lado del cadáver de su madre en un parque de Gorlovka en un día de fin de semana. Uno de los principales éxitos de Ucrania ha sido su capacidad para imponer el relato desde ese primer momento en el que su uso de la vía militar para resolver un problema político causó el derramamiento de sangre. Esa dinámica continúa a día de hoy en la batalla de reproches a causa de los memorandos intercambiados y en el que tanto Moscú como Kiev presentaron, no sus propuestas de negociación, sino las de máximos, dos textos inviables sobre los que una buena mediación debería ser capaz de distinguir el trigo de la paja.

En su mensaje, el presidente ucraniano afirma que “en Estambul, los rusos nos dieron un ultimátum, no un memorando. La paz requiere una reunión de líderes. Estoy dispuesto a reunirme en los próximos días con Putin, así como con los presidentes Trump y Erdoğan”. Este breve post es la síntesis de la posición ucraniana, que busca cada vez con más claridad un escenario como el de la negociación de los acuerdos de Minsk, en la que Poroshenko contó con el apoyo de dos de sus aliados, Alemania y Francia, y se pactó -para nunca ser cumplido, como ahora reconocen tanto el Gobierno ucraniano de aquel momento como el actual- una hoja de ruta impuesta desde arriba, que únicamente contenía los puntos básicos sin entrar en una letra pequeña que debía negociarse en el Grupo Trilateral de Contacto de Minsk, un formato que Ucrania sabotearía sistemáticamente hasta que la invasión rusa dio carpetazo a un proceso de paz que Kiev nunca se tomó en serio.

Ese proceso de siete años, en los que Rusia, a través de Donetsk y Lugansk, planteó constantemente concesiones y exigencias solo de un cumplimiento básico, incluso simbólico, de algunos puntos, está demasiado reciente como para olvidar que un conflicto no puede resolverse en una única reunión y que un alto el fuego no es viable si no existe un marco político claro y voluntad de ambas partes que lo haga sostenible. De ahí que la intención rusa sea que esa reunión de tres o cuatro presidentes, si es que Erdoğan consigue ser el mediador elegido, se produzca cuando haya ya una serie de resultados de las reuniones técnicas en las que basar las decisiones finales. Para Ucrania, la hoja de ruta ya está escrita, los detalles menores no son importantes y su memorando, absolutamente inviable como acuerdo de paz que, como admiten incluso analistas ucranianos, equivaldría a la capitulación de Rusia, es el acuerdo que Vladimir Putin debe firmar. Aprendida la lección del populismo en el sentido más peyorativo del término, ofrecer soluciones sencillas a problemas complejos, Zelensky propone exactamente la solución que Donald Trump quiere oír.

“Estamos listos para la reunión de líderes. En cualquier lugar: Estambul, el Vaticano, Suiza. Proponemos una reunión a partir del lunes y más adelante. Es importante un alto el fuego antes. Cuando nos reunamos, se aclarará si hay voluntad de desescalar. De no ser así, el alto el fuego finalizará ese mismo día”, insistió Zelensky, que añadió que “si vemos voluntad de continuar el diálogo y buscar la desescalada, mantendremos el alto el fuego con las garantías de mediación de Estados Unidos. Si Rusia no desea un alto el fuego prolongado, la reunión de líderes puede celebrarse cualquier día a partir de mañana. El alto el fuego durará de dos a tres días”.

Es curioso que sea Zelensky, cuyos servicios secretos han atacado en las últimas horas bases militares de importancia nuclear, derribado puentes que han causado víctimas civiles e intentado derribar el puente de Crimea, quien, con la arrogancia de quien sabe que seguirá contando con la financiación y apoyo político de sus aliados pase lo que pase, exija a su enemigo voluntad de desescalada. Sin embargo, el hecho de que Donald Trump aún no haya mencionado la operación ucraniana del domingo y que Keith Kellogg se haya referido a ella de una forma que no pueden ser calificada de dura ni acusatoria da aún más confianza a Ucrania en su capacidad para imponer unos términos que no se corresponden con el equilibrio de fuerzas entre las partes. “Agradeceríamos que el presidente Trump apoyara esta idea. Confío en que el presidente Erdoğan la apoyará. Durante nuestra reunión, me dijo que quería una reunión de cuatro líderes: el presidente Erdoğan, el presidente Trump, yo y Putin. Estamos listos para una reunión así cualquier día”, sentenció el presidente ucraniano.

Con la exigencia de una reunión de jefes de Estado, Ucrania trata de escapar de un proceso, el de Estambul, y una negociación larga y dura, requisito necesario para llegar a un acuerdo en el que se resuelvan, o al menos queden limitadas, las causas del conflicto entre los dos países y que sienten las bases para la convivencia futura. Ese tipo de negociación buscaría un tratado final, algo que Kiev trata de evitar, ya que consolidaría las ganancias rusas, implicaría una serie de concesiones ucranianas que serían, quizá no definitivas, pero sí vinculantes a corto y medio plazo. Con una paz más o menos definitiva, Ucrania dejaría de ser uno de los centros de la agenda de las relaciones internacionales, con la pérdida de fuerza diplomática y reducción de ingresos que eso implicaría.

La respuesta rusa al baile de memorandos y acusaciones de escalada llegó ayer. En su reunión con el Gobierno, Vladimir Putin cuestionó la posibilidad de realizar una reunión de presidentes tras los “ataques terroristas” del pasado domingo. El presidente ruso no ser refería a los bombardeos de bases militares rusas -aspecto en el que el Kremlin prefiere no incidir, en parte para evitar la vergüenza por no haber sido capaz de proteger sus infraestructuras, pero también para controlar al ala nacionalista a su derecha, que exige una respuesta dura-, sino a los ataques a las infraestructuras ferroviarias. “En Ucrania se tomó la decisión de cometer tales crímenes por motivos políticos. Lo ocurrido en la región de Briansk es un ataque selectivo contra civiles. Todos los crímenes tenían como objetivo interrumpir el proceso diplomático en Estambul. El régimen ilegítimo de Kiev está degenerando gradualmente en una organización terrorista. Y sus patrocinadores se están convirtiendo en cómplices de los terroristas”, afirmó el presidente ruso en unos términos que no difieren en exceso de los que Zelensky acostumbra a utilizar para referirse a las autoridades rusas.

Presionada mediática y políticamente y con una delegación ucraniana en Estados Unidos con el objetivo de recabar aún más apoyo estadounidense, Rusia se limita a preguntarse cómo podría negociar con un Gobierno que se aferra a la guerra para mantener el poder y que se rebaja a atacar infraestructuras consciente de que va a causar víctimas civiles. En esta lucha por imponer la forma en la que vaya a gestionarse la diplomacia, si desde arriba con una reunión de presidentes para dar lugar a un escenario similar al de Minsk o desde abajo, con un proceso mucho más lento pero capaz, en caso de tener éxito y voluntad, de conseguir una paz más estable, el único recurso en manos de Rusia es ahora mismo la presión militar. Rusia ha capturado ya una docena de aldeas de Sumi, sus drones FPV alcanzan la capital regional y continúan tanto el avance ruso como las evacuaciones ucranianas mientras Ucrania trata de responder presionando a Rusia en la zona de Tyotkino, región de Kursk. Pero es en Donbass, zona prioritaria para Moscú aunque hace tiempo que no para Kiev, donde los progresos son más relevantes. Paso a paso o calle a calle, Rusia avanza en Chasov Yar y se aproxima por tres direcciones a Konstantinovka, con la posibilidad de crear una situación complicada para Ucrania en uno de los últimos obstáculos en dirección a la aglomeración urbana de Slavyansk y Kramatorsk. Como afirmó ayer Zelensky y concordaría Vladimir Putin, “querer un alto el fuego no quiere decir que no vayamos a hacer nada mientras tanto”.

La guerra continúa y persiste el peligro de fuerte escalada. Ucrania ha mostrado sus capacidades y sugiere que continuará tratando de golpear a Rusia en la retaguardia, ya sea en objetivos civiles o militares. Y pese a que no se ha producido ninguna declaración incendiaria tras el ataque con drones contra bases militares por toda Rusia, según afirmó ayer Donald Trump informando de su conversación con Vladimir Putin “dijo, y con mucha firmeza, que tendrá que responder a los recientes ataques en las bases aéreas”. Trump, que no ha condenado ni comentado los ataques ucranianos, parece aceptar también la futura respuesta rusa. Ni siquiera el presidente de Estados Unidos, posiblemente el hombre más optimista de este conflicto, ve cerca un acuerdo. Refiriéndose a su conversación de 75 minutos con su homólogo ruso, Donald Trump indicaba que, pese a haber sido “buena”, no fue “una conversación que vaya a dar lugar a la paz”.

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