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Historia, Putin, Rusia, Ucrania, Unión Europea

Guerra de narrativas

“Más de 25 millones de soviéticos murieron durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, muchas familias rusas aún conmemoran la victoria soviética sobre la Alemania nazi el 9 de mayo”, escribía ayer en las redes sociales para compartir uno de sus artículos Deutsche Welle en el que puede considerarse el mensaje más extraño en un día de contrastes, manipulación de la realidad y mucha propaganda. El medio alemán no vio la necesidad de explicar por qué considera una contradicción que las familias de una república exsoviética como Rusia celebren la victoria en un conflicto que destruyó su país, causó millones de víctimas y provocó una movilización total contra una guerra de aniquilación en la que la ambición alemana era mantener el territorio, esclavizar a la parte de la población necesaria para actuar de clase trabajadora esclava y expulsar o exterminar al resto.

La demonización de la celebración del 9 de mayo, una política activa en la Unión Europea y en Ucrania desde 2014, pese a que esos países habían participado en las conmemoraciones en años anteriores, precede a la invasión rusa de 2022, pero la tarea de contrarrestar el Día de la Victoria con el Día de Europa vio ayer su ejemplo más claro del uso político de las imágenes y del intento de mantener abierta una brecha política que Bruselas espera mantener más allá de la guerra. “Putler criminal de guerra”, podía leerse en un enorme cartel colgado en el museo de Narva, Estonia, para que pudiera ser visto desde el lado ruso. Días antes, Rusia había colocado varias pantallas gigantes en su parte del río para que la población rusa de la ciudad estonia pudiera seguir el desfile del 9 de mayo. Para disgusto de las autoridades, centenares de personas acudieron a la orilla del río para poder ver el concierto del Día de la Victoria que se emitía desde el lado ruso.

De la celebración de la victoria común -en la que se ha llegado a ver un desfile de tropas en Moscú en el que la bandera ucraniana adquiría el mismo protagonismo que la rusa- se ha pasado a proclamar el fracaso de Rusia en la organización del evento a base de mofarse del supuestamente bajo perfil de los asistentes. Sin embargo, las imágenes que ayer llegaron de Moscú y de Lviv, donde Ucrania había contraprogramado el desfile de la Victoria con un acto de homenaje a sí misma con la presencia de dirigentes de la Unión Europea contaba una historia muy diferente.

Sin siquiera preocuparse por mostrar una fotografía mínimamente estética en una ciudad monumental, Kaja Kallas publicaba su mensaje de unidad europea en forma de una fila de representantes de los países miembros y una ofrenda floral en un cementerio plagado de banderas rojas y negras, utilizadas hoy por el Praviy Sektor y en el pasado por sus ascendientes ideológicos de OUN y UPA. Mientras tanto, en Moscú, Vladimir Putin se mostraba acompañado por Xi Jinping, líder de la segunda potencia mundial, y rodeado por dirigentes de países de Asia, África, América Latina y Europa. Ese claro mensaje geopolítico de una diversidad de la que carece actualmente la diplomacia de la Unión Europea, encerrada en sí misma y en el fanatismo de sus representantes, fue también el enviado por los medios rusos. La presencia de coros de Indonesia, India, China, Sudáfrica, Tanzania y Zambia en la versión de “Guerra sagrada”, uno de los himnos en memoria de la Segunda Guerra Mundial envía un mensaje similar y más acorde con el mundo multipolar que ya existe y en el que tanto la UE como Estados Unidos y Canadá siguen pretendiendo que pueden mofarse de otros países y dirigentes desde su superioridad moral.

El día de ayer mostró a una Rusia que ha perdido prácticamente todos sus aliados europeos, a excepción de Eslovaquia y Serbia, cuyos dirigentes desafiaron la orden de Kaja Kallas de no acudir a Moscú, pero que mantiene un atractivo diplomático en el Sur Global. El relativo éxito de la convocatoria -y no el fracaso que presagiaban personas como Anton Geraschenko, que camuflaban de análisis lo que eran simplemente sus deseos- es lo que ha provocado la oleada de demonización del acto. “Crearse un problema fatal —sufrir pérdidas masivas— y luego declararse «vencedores». Este es el ciclo habitual e ineludible de la historia rusa. A mediados del siglo XX, abastecieron a los nazis con recursos, los ayudaron a reconstruir su ejército, se confabularon para dividir Europa y perdieron más de 20 millones de vidas. Hoy lo celebran. Y han ocupado voluntariamente el lugar de esos mismos nazis, ahora en el siglo XXI”, escribió ayer Mijailo Podolyak. La distorsión deliberada de la historia es flagrante.

Si embargo, en una lucha de propaganda, la realidad es menos importante que el discurso y el hecho de que medios y ciudadanos continuaran publicando mensajes en las redes sociales durante el desfile militar es de escasa importancia para quienes únicamente buscan imponer un relato. Repentinamente, el país que ha prohibido por ley los símbolos de la victoria contra el fascismo y ha enaltecido como héroes por la libertad de la patria a la pequeña minoría -millones de ucranianos y ucranianas lucharon en el Ejército Rojo y en las unidades partisanas cuyos monumentos han sido vandalizados y derribados primero por la extrema derecha y después por el Estado- que luchó de la mano de la Alemania nazi en grupos como OUN-UPA o en la División Galizien de las SS, se ha convertido en la máxima autoridad para denunciar el revisionismo ruso. Con la prohibición de los símbolos de la victoria y del ejército que causó la mayor cantidad de víctimas en el ejército invasor alemán, Ucrania eligió en 2015 autoexcluirse de la celebración que hasta entonces había sido común. Ahora, mientras gran parte de las exrepúblicas Soviéticas participa en la celebración del 9 de mayo en Moscú (ya sea con la presencia de sus líderes políticos, el desfile de sus tropas o ambas), Kiev exige que le sea reconocido el inmenso papel que realmente jugó el pueblo ucraniano en la victoria.

Lo hace demonizando iniciativas como el regimiento inmortal, un desfile de reivindicación de familiares o allegados que lucharon en la guerra, que se ha exportado a otros países y que Ucrania ha querido denunciar como injerencia rusa o uso propagandístico de una victoria de la que aparentemente no le corresponde nada. Ucrania celebró ayer el Día de la Victoria deteniendo a una anciana que acudió, portando el retrato de su padre, veterano de la guerra, a homenajear a quienes dieron su vida en la guerra. Al contrario que el puñado de personas que hicieron lo propio en ciudades como Odessa, que únicamente portaban flores y no banderas ni símbolos, la detenida en Kiev vestía una gorra partisana a la que no había retirado un símbolo prohibido, la hoz y el martillo, que desde 2015 es equivalente en Ucrania a la esvástica nazi.

En el mismo mensaje publicado en las redes sociales, Mijailo Podolyak, asesor de Andriy Ermak, afirmaba falsamente que Rusia había interrumpido las comunicaciones en toda la Rusia europea para impedir los ataques con los que, de una forma escasamente velada, había amenazado Volodymyr Zelensky. En la misma línea se mostró Anton Geraschenko, asesor del Ministerio del Interior en tiempos de Arsen Avakov y uno de los hombres que introdujo a Azov como batallón policial en la Guardia Nacional. “Durante el desfile hay francotiradores por todos los tejados de Moscú. Ha habido bromas de que Putin está utilizando a Xi Jinping como una especie de defensa aérea y que es por eso por lo que ha estado tan ansioso por la llegada de Xi”, escribió en las redes sociales confundiendo deliberadamente la protección de invitados de alto perfil y la responsabilidad de tomarse en serio una amenaza evidente con temor irracional. La visita de Xi Jinping nunca estuvo en duda, pese al evidente intento de Ucrania de atemorizar a los potenciales invitados al desfile a base de crear la sensación de que Rusia no sería capaz de mantener la seguridad en pleno centro de su capital. Solo Viktor Orban e Ilham Aliyev sucumbieron al miedo y cancelaron sus visitas, un bagaje pobre para una amenaza que no debió pasar desapercibida.

Varios medios afirmaron ayer que Vladimir Putin había estado acompañado por cuatro veteranos de la Gran Guerra Patria que han superado los cien años de edad, un dato que recuerda que la Segunda Guerra Mundial deja poco a poco de ser una memoria viva para pasar a ser el recuerdo que mantienen las generaciones que no estuvieron allí para luchar en ella. La pérdida de esas voces con la autoridad moral que da haber participado en los hechos supone una mayor responsabilidad para quienes han de encargarse de la custodia de esa memoria, desde las familias que cada año pasean por el centro de las ciudades rusas con los retratos de sus padres, abuelos o bisabuelos, a los y las profesionales de la historia y de la clase política, cuya tentación de manipular el recuerdo para fines políticos es evidente. La lucha por el discurso que se vivió ayer, el intento de la Unión Europea de resignificar el 9 de mayo como “Día de Europa” -modificando también la definición de Europa, de continente a bloque político con derecho de admisión- y la demonización de la celebración colectiva de la victoria contra el fascismo fue solo un episodio más de la ruptura continental, del intento occidental de mantener el poder y la narrativa y el preludio a un enfrentamiento político y geopolítico que continuará pase lo que pase en los próximos meses en el frente ucraniano.

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