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Armas, Donbass, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Francia, Minsk, Reino Unido, Rusia, Ucrania

Estados Unidos y el plan Starmer-Macron

“He apelado a los participantes de la reunión de hoy en el formato del Grupo de Contacto de Rammstein a centrarse, ante todo, en la defensa aérea de Ucrania”, afirmó Zelensky en su intervención a distancia realizada desde su ciudad natal de Krivoy Rog a sus aliados de la OTAN en Alemania. “Realmente lo necesitamos”, continuó, “diez sistemas Patriot, el mundo libre los tiene. Lo que necesitamos ahora son más decisiones políticas para hacer que trabajen por la paz. Necesitamos ese resultado”. Trabajar por la paz implica más armas y menos negociaciones, ya que los países europeos y Ucrania han optado por la táctica de exigir la incondicionalidad. “Hace un mes que Ucrania aceptó un alto el fuego de 30 días y Rusia aún no lo ha aceptado”, ha insistido nuevamente esta semana Kaja Kallas en referencia a una tregua que ni Bruselas ni Kiev deseaban y a cuya exigencia se han sumado únicamente como forma de presionar a Moscú.

“Nuestro trabajo como ministros de Defensa es poner en manos de los luchadores ucranianos ayuda militar urgente”, afirmó antes de la reunión John Healey, que ante la ausencia de Pete Hegseth quiso convertirse en líder de la cumbre. Calificando 2025 como un año crítico para Ucrania, el ministro británico insistió en que “hoy comprometemos miles de millones más” en ayuda militar. El resultado del encuentro fue la promesa de suministrar a Ucrania asistencia militar por valor de 23.800 millones de dólares. Pese a que por primera vez desde 2022 se están celebrando conversaciones en busca de una resolución de la guerra, varios países, entre ellos el Reino Unido, han anunciado sus mayores aportaciones anuales desde el inicio del conflicto. En la misma línea que su homólogo británico, Boris Pistorius mostró también su apuesta por la presión militar. “Rusia tiene que entender que Ucrania puede seguir luchando y nosotros la apoyaremos”, afirmó. La versión alemana es que “dada la continua agresión de Rusia contra Ucrania, debemos admitir que la paz en Ucrania parece estar fuera de nuestro alcance en un futuro inmediato”. La respuesta europea a la situación es aumentar el flujo de asistencia a Ucrania, incentivar la producción militar europea y proceder con la política de rearme sin abrir ninguna vía a la negociación para evitar la escalada y rebajar las tensiones.

Desde el otro lado del bonito océano, mucho más lejos de la batalla y sin especial interés por el futuro de Ucrania más allá de su uso como colonia extractivista, Donald Trump tampoco ha cambiado de discurso y exige una rápida resolución a una guerra cuyas causas políticas no entiende y que aún no ha conseguido encontrar la manera de solucionar. “Rusia se tiene que empezar a mover”, escribió en su red social personal, “demasiadas personas ahí están MURIENDO, miles a la semana en una guerra terrible y sin sentido. ¡Una guerra que nunca debería haber ocurrido y que no habría ocurrido si yo hubiera sido presidente!”. Donald Trump ha olvidado que la  política ucraniana de su primera legislatura fue exactamente la misma que habían seguido Obama y Biden y que tampoco él fue capaz de solucionar el conflicto de Donbass, cuya resolución habría hecho menos probable la invasión rusa de 2022.

Sin embargo, pese a su desconocimiento de la realidad de la guerra y los constantes errores y manipulaciones en las cifras que ha dejado el conflicto, la iniciativa de Donald Trump sigue siendo la única en la que participan los dos países y que busca pasar de la fase caliente de la guerra a la diplomacia. El viernes por la noche, durante alrededor de cuatro horas, Steve Witkoff, enviado de Estados Unidos para Oriente Medio e interlocutor clave en la negociación con la Federación Rusa, se reunió con Vladimir Putin en un encuentro en el que participaron los importantes asesores rusos Kiril Dmitriev y Yuri Ushakov. Se trata de la tercera ocasión en la que Witkoff se reúne con Vladimir Putin desde la llegada al poder de Donald Trump. Antes del encuentro, del que aún no se han desvelado detalles, Dmitry Peskov insistió en que no debían esperarse grandes avances.

El escepticismo ruso y, sobre todo, la experiencia de los siete años de proceso de Minsk, suponen un obstáculo para que Rusia, consciente del riesgo de un cierre en falso similar al incumplido alto el fuego de 2015, actúe con rapidez. Aun a riesgo de ofender a Donald Trump y conseguir que Ucrania logre su objetivo de presentar a Moscú como principal obstáculo para la paz, la táctica rusa no ha cambiado y el Kremlin insiste en que es preciso resolver las causas subyacentes del conflicto en lugar de precipitarse a una tregua que posiblemente siguiera el mismo camino que las que se encadenaron una tras otra durante los años de la guerra de Donbass.

Esa realidad implica la continuación de la guerra, de las acusaciones mutuas de incumplimiento del compromiso de no atacar ciertos objetivos y los constantes rumores de movimientos de ataque. “La nueva ofensiva de primavera contra el noroeste de Ucrania ya ha comenzado”, afirmó Oleksandr Syrsky en su reciente entrevista concedida a LB.UA en la que se refiere a los ataques rusos en Sumi o Járkov, locales y limitados a hacer retroceder a las tropas ucranianas para impedir un nuevo escenario como el de Kursk, y la reanudación de la batalla de mayor intensidad en los alrededores de Pokrovsk-Artyomovsk, donde continúa la guerra de desgaste que se prolonga en Donbass. Las palabras de Syrsky se producen en un contexto en el que el general trata de defenderse de las acusaciones de mala gestión en escenarios como el de Kursk, una lucha que se ha producido a costa de sacrificar recursos que eran necesarios en el frente del sur y el este. Denunciar una ofensiva enemiga actúa como forma de desviar la atención y también como reclamo a sus aliados, a los que puede exigírseles un aumento del suministro de armas alegando un mayor peligro. Para ello solo es necesario exagerar la magnitud de unas acciones ofensivas cuyas capacidades son limitadas. Así lo demuestra la lentitud con la que se ha movido el frente en todos los escenarios a excepción del de Kursk.

La relativa paralización del frente en la guerra de desgaste, la continuación de los ataques mutuos en la retaguardia y la incapacidad de la diplomacia de conseguir dar pasos decisivos hacia algún tipo de resolución deja la puerta abierta a que los países europeos sigan insistiendo en su plan de la coalición de voluntarios para enviar una misión de disuasión a Ucrania una vez se firme un alto el fuego. Según varios medios, seis países han mostrado su interés por enviar tropas -entre ellos Francia y el Reino Unido, que apadrinan la iniciativa-, mientras que Estados Unidos reitera que no participará, aunque aprecia, según afirmó Hegseth en su intervención en el grupo de Rammstein, los esfuerzos europeos. El plan de Starmer y Macron está especialmente pensado para atraer a Donald Trump, a quien se le solicita una participación externa en forma de mecanismo de seguridad a cambio de la promesa de que el coste y el riesgo correrá a cargo de los países de la Unión Europea y el Reino Unido como lleva meses exigiendo.

“Aunque Kellogg indicó que la participación de Estados Unidos en la coalición sería limitada, animó a Starmer y a otros líderes europeos a «descolgar el teléfono» y defender su caso”, afirma The Times en un reportaje a partir de una entrevista realizada al enviado de Trump para Ucrania, creador del plan de incentivos y amenazas que la Casa Blanca está aplicando para obligar a Kiev y Moscú a negociar y posiblemente el hombre más favorable al Gobierno ucraniano de todo el entorno de la administración estadounidense. Se trata de una señal clara de que, al menos, una parte de la administración Trump está dispuesta a ofrecer a los países europeos ese mecanismo de seguridad que buscan para hacer viable su ansiada misión militar, que depende militar y políticamente de la voluntad de la Casa Blanca. Solo Washington puede imponer a Moscú la presencia militar de países de la OTAN que el Kremlin siempre ha considerado una línea roja.

“Kellogg, de 80 años, afirmó que la fuerza liderada por anglo-franceses al oeste del río Dnipro, que divide Ucrania de norte a sur y atraviesa Kiev, «no sería provocadora en absoluto» para Moscú. Afirmó que Ucrania es un país lo suficientemente grande como para albergar varios ejércitos que intenten imponer un alto el fuego”, añade The Times, que en el reportaje aporta también una aparentemente nueva idea del general, que ha causado un notable revuelo tanto por la medida en sí como por la interpretación que se ha realizado del símil que implica. “Casi podría parecerse a lo que ocurrió con Berlín tras la Segunda Guerra Mundial, cuando había una zona rusa, otra francesa, otra británica y otra estadounidense”, afirmó Kellogg en unas palabras que quiso matizar ayer al entender que habían sido malinterpretadas. The Times, que presenta la idea aportando un mapa de las diferentes zonas de influencia y añade la infografía de las zonas de ocupación de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, no esconde que entiende de las palabras de Kellogg una propuesta de partición de Ucrania con las que el general dice no identificarse. “El artículo de The Times tergiversa lo que dije. Me refería a una fuerza de resiliencia tras el alto el fuego en apoyo de la soberanía de Ucrania. Al hablar de la partición, me refería a áreas o zonas de responsabilidad de una fuerza aliada (sin tropas estadounidenses). NO me refería a una partición de Ucrania”, escribió ayer Kellogg. No se trata de una partición de Ucrania, sino del apoyo explícito del enviado de Donald Trump para Ucrania -cuya opinión no representa necesariamente la del resto de la administración, como ha quedado claro en el pasado- al plan de Starmer y Macrcon de enviar una misión militar europea a Ucrania como parte de un acuerdo de paz.

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