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Ucrania y las prioridades del trumpismo

La reunión de ayer del Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania, la primera en la que participaba el nuevo secretario de Defensa de Estados Unidos, fue muy diferente en su contenido y su forma a las que se habían realizado hasta ahora y habían servido como cumbres de reafirmación de la necesidad de continuar manteniendo el apoyo a Kiev mientras sea necesario. Pese a los cambios, sí se mantuvo la constante de que fuera el representante de Washington quien llevara la voz cantante y marcara tanto la agenda como el resultado. La jornada comenzó con las palabras del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que insistió en la necesidad de aumentar el gasto militar de los países miembros y dio hasta el verano como fecha límite alcanzar el 2% exigido hasta ahora por la Alianza, una propuesta insuficiente a ojos del Pentágono. “El presidente Trump ha pedido un 5% y estoy de acuerdo”, pronunció ante sus aliados europeos, a los que les pide duplicar el gasto en defensa. “Aumentar el compromiso con la seguridad propia es un anticipo para el futuro”, sentenció con una idea ligeramente diferente a la que actualmente se escucha en Europa, pero perfectamente complementaria.

Esta misma semana, Dinamarca, el país cuya integridad territorial está siendo amenazada por su aliado norteamericano, afirmaba citando a su inteligencia que “es probable que Rusia esté más dispuesta a utilizar la fuerza militar en una guerra regional contra uno o varios países europeos de la OTAN si percibe que la Alianza está militarmente debilitada o políticamente dividida”. Ante las amenazas, sean reales o imaginarias (Rusia es consciente de que un ataque a la OTAN sería un acto suicida que llevaría a la guerra nuclear), es preciso aumentar el compromiso en defensa, la exigencia que actualmente plantean Donald Trump y sus emisarios. Estados Unidos, por supuesto, es la parte que más tiene que ganar de todo ello, ya que ese será el origen de gran parte de las armas que adquieran los países europeos en su fervor militarista. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, cuando el continente era el teatro principal de la Guerra Fría y era preciso vigilar a los aliados e impedir cualquier tendencia aperturista hacia la Unión Soviética o el bloque del este, Europa ya no es una prioridad para Estados Unidos, algo que ha quedado claro en meses anteriores, pero que los países europeos han necesitado escuchar directamente en boca de Pete Hegseth.

El televisivo secretario del Pentágono de Donald Trump afirmó estar “hoy aquí para expresar directamente y sin ambigüedades que las crudas realidades estratégicas impiden que Estados Unidos esté centrado principalmente en la seguridad de Europa”. Consolidada la vinculación o incluso subordinación política y económica de los países europeos a Estados Unidos y sin un rival capaz de crear un bloque contrario a Washington y atraer a más países europeos y muy lejos del escenario principal de la actual lucha entre grandes potencias -Asia-Pacífico- Europa pierde todo el interés para la Casa Blanca. Hace décadas que la presencia militar estadounidense en Europa no está justificada y muchos han sido los momentos en los que se ha planteado, siempre infructuosamente, la necesidad de una arquitectura de seguridad europea propia. Sin embargo, el encargo de hacerse cargo de la seguridad llega en una coyuntura de guerra. Los países europeos pagan así el precio de no haber podido o querido crear un entorno de seguridad continental que incorporara a la otra gran potencia del continente, Rusia, algo que ha sido posible en varios momentos, especialmente en los años 90. Incluso entonces, con la Rusia más debilitada del último siglo, ni Estados Unidos ni las capitales europeas consideraron oportuno modificar las estructuras de seguridad para adaptarlas al momento, abriendo la puerta a la expansión sin sentido de la OTAN hasta las fronteras rusas, aspecto que solo podía conducir al choque.

Los países europeos no fueron tampoco capaces de evitar que el conflicto político derivara en uno militar y no supieron detener a tiempo la guerra de Ucrania por la vía del cumplimiento de los acuerdos de Minsk y el compromiso de no incluir al país en la Alianza, una promesa fácil de realizar teniendo en cuenta que dos de las grandes potencias de la OTAN, Estados Unidos y Alemania, se oponían a la adhesión. El amor propio de no mostrarse débil ante el enemigo concediéndole esa exigencia y la negativa de Ucrania a implementar los acuerdos de Minsk para otorgar una autonomía limitada a Donbass hicieron imposible el acuerdo y Europa quedó condenada al conflicto, una guerra que continuó más allá de 2022 por el desinterés de Estados Unidos y el Reino Unido por ofrecer a Ucrania las garantías de seguridad que requería de sus aliados.

“Debemos empezar por reconocer que volver a las fronteras de Ucrania anteriores a 2014 es un objetivo poco realista”, afirmó Hegseth en su discurso. El diagnóstico es evidente teniendo en cuenta la tendencia del frente, donde pese a ciertos intentos de contraataque ucraniano en la zona de Pokrovsk y la presencia en Kursk, es Rusia quien mantiene la iniciativa. Esta realidad ha sido evidente incluso para los oficiales del Pentágono de la era Biden desde el principio de la guerra rusoucraniana. Crimea ha sido siempre la principal línea roja para Rusia y el peligro de perder el control de la península, base de la flota del mar Negro y cuya población mostró su apoyo masivo a la adhesión a la Federación Rusa en 2014, probablemente habría activado doctrina nuclear rusa, circunstancia que nunca estuvo cerca de producirse.

Ucrania y sus aliados optaron por no negociar a finales de 2022, el único momento en el que, ante la máxima debilidad rusa, Kiev habría podido negociar en posición de fuerza, y rechazaron el acuerdo de Estambul, cuyos términos eran más generosos en el aspecto territorial de lo que Rusia ofrecerá ahora. Para ello, Zelensky cree guardarse un as en la manga, los territorios bajo control ucraniano en la región rusa de Kursk, que según ha comentado en una entrevista, pretende utilizar como moneda de cambio para recuperar parte de los territorios perdidos. El presidente ucraniano rechaza mencionar ninguno en concreto, alegando que todos son igualmente importantes, aunque es evidente que, ante las dificultades para la producción eléctrica, salta a la vista que uno de ellos podría ser Energodar, donde se ubica la central nuclear de Zaporozhie, que en el pasado Ucrania ha atacado con la intención de hacer imposible la permanencia de Rusia en el territorio. Ayer, Rusia denunciaba ataques en la zona. Moscú ha rechazado también cualquier intercambio de territorios para recuperar sus zonas perdidas en Kursk.

La cuestión territorial, que siempre fue más sencilla de resolver, sigue sin ser la prioridad de Volodymyr Zelensky, que ha comprendido perfectamente el mensaje que llegaba desde Washington. Más duro para el presidente ucraniano es escuchar del jefe del Pentágono que “Estados Unidos no cree que el ingreso de Ucrania en la OTAN sea un resultado realista de un acuerdo negociado”, otra evidencia que la anterior administración prefirió ocultar. Con respuesta para todo, el presidente ucraniano afirmó, en una entrevista concedida a The Economist el 11 de febrero que “si Ucrania no está en la OTAN, entonces Ucrania construirá la OTAN en su propio territorio. Por eso necesitamos un ejército tan grande como el ruso actual. Y para eso necesitamos armas y dinero. Y se lo pediremos a Estados Unidos”. Quizá Zelensky ha hecho cálculos y ha llegado a la conclusión de que, con los 500.000 millones de dólares que Trump le exige en tierras raras para recuperar su inversión en Ucrania, que no alcanza ni la mitad de esa cifra, Ucrania disponga aún de crédito para exigir muchas más armas.

El desinterés estadounidense por la seguridad de Europa se extiende también a Ucrania, conflicto que Donald Trump quiere finalizar cuanto antes y del que espera conseguir un importante beneficio económico en forma de minerales, un plan que Volodymyr Zelensky parece dispuesto a aceptar con la esperanza de que sean parte de las garantías de seguridad que Kiev sigue exigiendo y Estados Unidos sigue rechazando. Ayer, el mismo día en el que se confirmó la primera llamada telefónica entre Donald Trump y Vladimir Putin, y en la que el presidente estadounidense insistió en que es preciso poner fin a esta guerra “que está matando a millones”, Pete Hegseth se reafirmó en la voluntad de Washington en no participar tampoco en una posible misión de paz en Ucrania tras el alto el fuego.

“Una paz duradera para Ucrania debe incluir sólidas garantías de seguridad que aseguren que la guerra no volverá a empezar. Esto no debe ser Minsk 3.0”, afirmó el secretario del Pentágono, dejando claro que el objetivo no es abandonar a Ucrania, sino conseguir un acuerdo que la Casa Blanca considere razonable, cumpla con sus intereses y pueda presentar como una victoria. Y pese a que la adhesión a la OTAN no va a ser considerada viable, Hegseth abrió la puerta a la segunda mejor opción para Ucrania, la de las fuerzas de paz sobre el terreno. Eso, sí, siempre con matices. “Cualquier garantía de seguridad debe estar respaldada por tropas europeas y no europeas capaces. Si estas tropas se despliegan como fuerzas de paz en Ucrania en algún momento, deberían desplegarse como parte de una misión no perteneciente a la OTAN. Y no deberían estar cubiertas por el Artículo 5. También debe haber una sólida supervisión internacional de la línea de contacto. Para que quede claro, como parte de cualquier garantía de seguridad, no habrá tropas estadounidenses desplegadas en Ucrania”, insistió el oficial estadounidense. El planteamiento de Estados Unidos, que insiste también en que la “abrumadora mayoría” de las armas que tengan que ser enviadas a Ucrania a partir de ahora deben correr a cargo de los países europeos, implica una paz armada en la que los costes y los riesgos quedarían en manos de los países participantes. Y aunque no complacería a Ucrania, cuyo presidente insiste en que no aceptará garantías de seguridad en las que no participe Estados Unidos, tampoco gustaría a Rusia, consciente de que entre esos países presentes en Ucrania habría, sin duda, países de la OTAN como el Reino Unido. En su papel de poli malo frente al bueno de Trump, Hegseth afirmó también que “la bajada de los precios de la energía, combinada con un uso más eficaz de las sanciones energéticas, contribuirá a sentar a Rusia a la mesa de negociaciones”. Estados Unidos ha perdido interés por Europa y por Ucrania, pero no por hacer daño a Rusia, que aun así, prefiere ignorar esos comentarios y las partes de la propuesta que le son adversas para centrarse en lo importante, complacer a Donald Trump, una actitud que nada difiere de la estrategia ucraniana.

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