“Casi todos los días en Kiev hay un momento en el que la guerra hace una ruidosa entrada en la ciudad” escribe con solemnidad The Economist, que no se refiere a ataques con misiles o drones rusos, cada vez más frecuentes en la capital ucraniana y en otros lugares del país a medida que escasea la munición para las defensas aéreas, minadas por el superior potencial ruso. “Es entonces”, continúa el medio británico, “cuando aparecen los cortejos fúnebres, que circulan por las principales arterias hacia Jreshchatyk, la vía central de la capital. El tráfico se detiene. Una sirena con música patriótica transmite las historias de los soldados caídos. A continuación, las columnas se dirigen a la Plaza de la Independencia, escenario de numerosas revoluciones ucranianas en el pasado. Los camaradas encienden bengalas y se despiden. Plantan banderas ucranianas en los parterres, convertidos desde hace tiempo en campos de tela azul y amarilla”. Y con la sutileza de quien no quiere causar alarma, añade que “en los últimos días, a medida que se intensifica la ofensiva rusa en Donbass, las ceremonias se han hecho más frecuentes”.
Los momentos de avance ruso, incluso si se producen con cierta rapidez y, como ocurre ahora, sin que estén dándose grandes batallas, provocan de forma prácticamente automática afirmaciones mediáticas que resaltan las elevadísimas bajas rusas y que cuestionan cuánto tiempo más puede Rusia continuar luchando. Sin necesidad de más prueba que las declaraciones oficiales de las Fuerzas Armadas de Ucrania o de su inteligencia militar, los medios han convertido en dogma la idea del escaso valor que las vidas de sus soldados tiene para el comando ruso, cuyas tácticas actuales difieren notablemente de las utilizadas en los momentos en los que las bajas sí eran notoriamente elevadas. Sin embargo, ni siquiera la comprobación del aumento de actos funerarios en honor a soldados caídos en el frente, donde Ucrania sufre dificultades en Donbass, Járkov y Kursk, provoca un cuestionamiento público de cuál es realmente el nivel de bajas ucranianas, el secreto mejor guardado de Ucrania.
Ocultar el número aproximado de bajas confirmadas y de soldados desaparecidos -entre los que se encuentran personas que han muerto y cuyos cuerpos no han podido ser retirados, desertores que han huido del país o al otro lado del frente o personas que han sido capturadas- no es solo una cuestión militar. Es evidente que dar a conocer una cifra lo suficientemente alta para crear alarma social puede minar el esfuerzo y la moral de la tropa, desincentivar el reclutamiento o incluso provocar una nueva oleada de intentos de huir del país. Pero, lo que quizá sea más importante, puede quebrar el cuidado discurso que la Oficina del Presidente ha creado para mantener a la población dispuesta a continuar luchando mientras sea necesario. Hasta ahora, Zelensky se ha mantenido al margen de luchas partidistas y políticas, protegido inicialmente por la reacción nacionalista provocada por la invasión rusa y posteriormente por la ausencia de una figura política que pudiera hacer sombra al presidente que, según la maquinaria de prensa ucraniana y occidental, ha conseguido unir a la nación. El apoyo extranjero, que implica la continuación del flujo de financiación que a día de hoy sostiene tanto a las Fuerzas Armadas como al propio Estado, garantiza que el presidente sea considerado por una parte de la población como garante del statu quo. De esta forma, con contadas excepciones como la de Mariana Bezuhla, que utiliza las redes sociales para hacer oposición, generalmente para exigir una forma aún más dura de hacer la guerra, o Vitaly Klitschko, a quien la prensa internacional tiende a dar más peso político del que tiene en realidad, la política se detuvo en febrero de 2022.
En los últimas semanas, especialmente desde el anuncio de medidas populistas como las mil grivnas por persona que Ucrania pretende otorgar para paliar la situación de las familias, ha vuelto a aparecer en los medios la sombra de la cuestión electoral. Describiendo la normalidad de Kiev más allá de la proliferación de funerales de militares caídos en el frente, el reportaje de The Economist destaca que “los políticos cotillean”. La situación ha cambiado y todo se ha complicado para Ucrania: el frente de Donbass se tambalea, se especula con un aumento de la actividad rusa en zonas de Zaporozhie y se espera que Moscú trate de recuperar el máximo territorio posible en Kursk antes de enero. A todo ello hay que sumar la incertidumbre que supone la llegada de Donald Trump, cuyas palabras sobre la consecución de la paz chocan con las formas en las que su futuro Asesor de Seguridad Nacional pretende lograr que Rusia acepte negociar, imponiendo sanciones draconianas y permitiendo a Ucrania atacar objetivos en el territorio de la Federación Rusa. El equipo de transición del futuro ejecutivo Republicano aún no ha publicado quién es la persona elegida, pero sí se ha filtrado a Fox News que el anuncio del nombre del enviado de Trump para la paz en Ucrania se producirá en breve. Será entonces cuando pueda deducirse realmente cuáles son las intenciones de la nueva administración de la Casa Blanca.
“Ahora todo gira en torno a Donald Trump y el compás de espera”, explica The Economist. “¿Se inclinará su nueva administración del lado de Ucrania o del de Rusia? ¿Podrá imponer un alto el fuego? ¿Se celebrarán elecciones? Por el momento, hay dos fechas en boca de los políticos de Kiev: El 20 de enero de 2025, fecha de la toma de posesión de Trump, el primer momento para un posible alto el fuego y el levantamiento de la ley militar, y el 25 de mayo, la fecha más temprana para unas elecciones”, añade atreviéndose incluso a dar una posible fecha para unos futuros comicios en los que especula si Zelensky sería el favorito o si debería cumplir su promesa de optar a un único mandato. Incluso para los medios que de forma más activa han defendido a Ucrania y al actual presidente, es evidente que Zelensky ya no cuenta con el favor entre la población del territorio bajo control de Kiev que provocó la invasión rusa y que cuidadosamente moldeó su equipo de comunicación para lograr identificar su figura con la de todo el pueblo ucraniano (ignorando siempre la existencia de una población que, desde 2014, lucha contra las Fuerzas Armadas de Ucrania).
Esa realidad política y la erosión de la imagen de Zelensky, que ya no es capaz de conseguir lo que demanda solo con su presencia, como si ocurría en los primeros meses, es evidente y está influida por la coyuntura internacional y también por lo incierto de la situación interna, marcada por el fortalecimiento de las tropas rusas ante las dificultades ucranianas. Según Financial Times, el think-tank militar CDS prevé que el frente pueda moverse hasta 30-35 kilómetros, una distancia importante teniendo en cuenta la estabilidad que la línea de separación ha mantenido en los dos últimos años. En esta situación y con un Parlamento purgado y a su servicio, que sin duda aprobaría cualquier medida de modificación de la legalidad para acomodar un proceso electoral, reaparece la idea de celebrar unas elecciones. Según The Economist, “el trabajo preliminar parece haber comenzado. Las sedes electorales regionales se están movilizando y se está empezando a trabajar en las listas de candidatos. Los representantes de uno de los posibles rivales presidenciales de Volodymyr Zelensky afirman que Ucrania necesita elecciones, pero les preocupa hacer una declaración pública en este sentido, por temor a una dura reacción de la oficina presidencial”.
La fuente del artículo es, evidentemente, alguna de las familias políticas que se han visto perjudicadas por el éxito internacional de Zelensky, que en ningún momento ha mostrado interés por celebrar unos comicios mientras dure la guerra. La llegada de Donald Trump, que no parece ver en los valores democráticos lo más importante en un líder político, hace aún más improbable que el actual presidente ucraniano quiera apresurarse a realizar un proceso prácticamente inviable en el contexto de guerra y en el que pondría en juego un puesto en el que, incluso a pesar del creciente descontento de la población por la situación, aún no está siendo cuestionado. Sin embargo, el hecho de que algún grupo opositor a Zelensky comience a filtrar intenciones políticas es lo suficientemente representativo de la incertidumbre del momento. Un proceso electoral solo sería posible en caso de una victoria militar, lo que prácticamente garantizaría la reelección de Zelensky -o cualquier persona que fuera presentada como su sucesora- o tras un alto el fuego, en cuyo caso la oposición tendría margen de maniobra para demonizar al presidente ya fuera por haber pactado una tregua o por haberlo hecho demasiado tarde. “Volodymyr Zelensky se enfrenta a una lucha de poder en 2025”, titula el artículo aunque, por ahora, no haya indicio del retorno de la política. Con el mando cada vez más concentrado en el presidente y su círculo, toda advertencia de luchas de poder o especulación sobre futuras elecciones o cambios en la presidencia muestran las intenciones de la oposición de aprovecharse de las circunstancias en el momento en el que estas lo permitan. Sin embargo, por el momento, desbancar a Zelensky, que cuenta con el apoyo de las capitales occidentales, parece más deseo que posibilidad. Pese a que Poroshenko, cuyo entorno previsiblemente sea la fuente de The Economist, esté ya trabajando para ganarse a la audiencia más importante en la política ucraniana en estos momentos, el presidente electo de Estados Unidos. La incertidumbre del actual momento abre la puerta al retorno incluso para aquellos que habían perdido todo su capital político.
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