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Armas, Estados Unidos, OTAN

Dogmas de esta guerra

La guerra de Ucrania ha puesto en cuestión dogmas que hasta ahora no se ponían en duda. En 2022, Kiev y sus aliados occidentales, especialmente la prensa, incidieron hasta la saciedad en el intento de desmontar la fortaleza militar rusa que se había dado por hecho durante décadas. Las mofas ucranianas partían la caracterización del ejército ruso como “segundo ejército del mundo”, una descripción de la Guerra Fría que justificaba la militarización occidental pero que convivía con el desprecio al armamento soviético, siempre considerado claramente inferior al occidental. La propaganda ucraniana transformaba ese segundo ejército del mundo en el segundo ejército en Ucrania, dando por hecha la inferioridad de las tropas rusas con respecto a las ucranianas y del armamento ruso en comparación con el occidental. En guerra, las certezas son solo momentáneas y cualquier desprecio al enemigo puede volverse en contra.

Dos años después, tras 200.000 millones de dólares en asistencia occidental, con las tropas ucranianas equipadas y entrenadas por los países de la OTAN y tras una reforma con la que debían dejarse atrás las formas de actuación soviéticas, Ucrania no solo no ha sido capaz de derrotar a la tan inferior Rusia, sino que miembros de la Oficina del Presidente recuperan la etiqueta de segundo ejército del mundo de una forma muy diferente, en este caso como una amenaza seria y un argumento para exigir más armas y alertar de un peligro común de invasión de países europeos en caso de obtener la victoria en Ucrania. La mala actuación de las tropas rusas en los primeros meses y el claro fracaso de la operación de Kiev en la primavera de 2022 fueron utilizados para asumir que el potencial militar ruso se había desvanecido, una percepción acrecentada por las dos derrotas de aquel otoño en Járkov y Jersón.

La excesiva confianza en la superioridad ucraniana que, en parte, se debía a los ocho años de experiencia de combate de los que el ejército ruso carecía, se extendió a los socios de Ucrania, que dieron por hecho que Rusia no sería capaz de recomponerse ni de aprender. La contraofensiva de 2023, en la que Kiev no consiguió romper la defensa de la que tanto se habían burlado Ucrania y Occidente, hizo caer el dogma de la inferioridad rusa y también el de la superioridad del material occidental, que ha sufrido las mismas situaciones en las que se ha visto el armamento ruso.

Pero la guerra no solo cuestiona los dogmas militares, sino también los políticos. La seguridad con la que la Unión Europea y Estados Unidos anunciaban en febrero de 2022 que sus sanciones pondrían en jaque la economía rusa daba por hecho que aquellos países fuera de su órbita se adherirían por su propia voluntad o tendrían que hacerlo. Dos años y medio después, la política de sanciones es uno de los puntos del Plan de Victoria de Zelensky. “Seguimos trabajando en materia de sanciones: hoy aplicamos dos nuevos paquetes de sanciones. El primero se dirige a quienes traicionaron a Ucrania, y el segundo se centra en la producción militar de Rusia, es decir, en aquellas entidades jurídicas y personas que trabajan para fomentar el terrorismo. Seguiremos realizando nuestras sanciones y nuestra presión sobre el enemigo de forma sincronizada con todas las personas en el mundo que, como los ucranianos, quieren una paz real”, escribió Zelensky a principios de octubre, acusando de odiar la paz todo aquel país que no se haya sumado a las sanciones contra Rusia. Ucrania denuncia también el exponencial aumento del comercio de los países europeos con Kirguistán, Kazajstán o Tayikistán, todos ellos Estados que no se han sumado a las sanciones contra Rusia y que están aprovechándose de la oportunidad de actuar de enlace entre quienes imponen las sanciones y el país sancionado.

“Está claro que los Estados no tienen amigos abstractos, sólo intereses nacionales. Esta sencilla máxima queda fielmente ilustrada por el comercio de la UE con los países del Cáucaso y Asia Central. Desde 2022, las exportaciones europeas a estos países han aumentado cientos de puntos porcentuales. Esta extraña prosperidad está alimentada principalmente por… la tragedia ucraniana: las importaciones de los países vecinos a la Federación Rusa se han disparado en ellos cientos por ciento. De una manera tan primitiva y abierta, el agresor elude las sanciones comerciales importando no sólo artículos domésticos, sino también herramientas y componentes para la producción de armas”, añadió esa semana Mijailo Podolyak, que aportaba el gráfico en el que se podía observar esa evolución.

Aumento del comercio de los países de la Unión Europea con Kirguistán, marcado con una línea roja el momento de la invasión rusa.

El fracaso de las sanciones a la hora de destruir la economía rusa e impedir la producción militar, ha demostrado que Occidente nunca ha logrado el aislamiento internacional de la Federación Rusa al que aspiraba y que confiaba lograr con facilidad. Un ejemplo claro del fracaso de la política de aislamiento es el tratamiento que Occidente está dando a China, principal aliado y vecino de Rusia, a quien se trata de atraer a las posiciones occidentales y, al mismo tiempo,  se le amenaza con sanciones y se le acusa de participar directamente en la guerra por la colaboración militar con la Federación Rusa. La presión occidental no ha logrado amedrentar a China, que no solo no se ha sumado a las sanciones, sino que rechazó participar en la cumbre de paz de Suiza organizada por Andriy Ermak para mostrar que la comunidad internacional estaba del lado de Ucrania y no se ha molestado en ofenderse por las repetidas acusaciones de envío de material militar chino a Rusia lanzadas, siempre sin ninguna evidencia, desde Occidente. El mejor reflejo de la postura china en el conflicto no es que la fila de China en la base de datos con la que el Kiel Institute realiza el seguimiento de asistencia a Ucrania esté vacía -según esa fuente, China no habría entregado a Ucrania ninguna asistencia militar, financiera o humanitaria en estos dos años y medio-, sino la propuesta de negociación que Beijing esponsoriza junto a Brasil.

Al igual que el plan chino-brasileño, todas las propuestas de paz y/o negociación presentadas hasta ahora comparten origen: el Sur Global, ese resto del mundo con el que Occidente contaba para forzar un aislamiento internacional de Rusia que no llega. Políticamente, la guerra de Ucrania y la respuesta de los países fuera de la órbita de la OTAN -e incluso algunos aliados prácticamente incondicionales de Occidente, entre los que destacan los países del Golfo- ha derribado también una parte del halo de invencibilidad de la hegemonía occidental. Estados Unidos ha logrado uno de sus principales objetivos, erigir un muro imaginario de ruptura de las relaciones económicas y políticas continentales en Europa, una situación que se simboliza perfectamente en las imágenes del Nord Stream. La subordinación de Europa a Estados Unidos es un hecho que se materializa en la renuncia a las materias primas de procedencia rusa o en la medalla que Frank-Walter Steinmeier entregó a Joe Biden el pasado viernes en su última visita a Alemania. Sin embargo, el sometimiento voluntario de los países europeos a Washington no esconde la pérdida de influencia de Estados Unidos y sus aliados europeos en la realidad mundial, otro dogma cuya credibilidad se tambalea.

Ante el ascenso de rivales como China o las posibilidades de crecimiento de bloques que, por el momento, no son más que vagas promesas de futuro -es el caso de los BRICS, que pese al aumento del peso relativo en la economía mundial, ni siquiera cuenta con un acuerdo de libre comercio entre los países miembros y es más un foro de discusión que una organización supranacional-, los países occidentales tratan de mantener su hegemonía a base de reforzar sus instituciones. Un ejemplo claro es el G7, un grupo obsoleto y que hace décadas que no representa a las economías más industrializadas del planeta, como sí hacía en su fundación. “El G7 debe ser como un tábano que tiene fuerza para picar al resto del mundo”, ha afirmado esta semana Guido Crosetto, ministro de Defensa del Gobierno de Georgia Meloni y anfitrión de la primera reunión del G7 en nivel de ministros para tratar la cuestión de Defensa. Sin sorpresas, el intento del G7 de mantener visibilidad y dar una imagen de órgano ejecutivo que trabaja de forma colectiva tuvo tres temas principales: el apoyo a Israel en su masacre de Gaza y Líbano, la reafirmación del “camino irreversible” de Ucrania a la OTAN y la contención de China. Las actuales tensiones, están causadas, según el ministro italiano, por “dos visiones diferentes, puede que incompatibles del mundo”, una forma de dividir el planeta en dos bloques, uno que está con nosotros y otro contra nosotros. Las reacciones a la guerra de Ucrania y a la masacre israelí en Gaza muestran que existe un mundo más allá del diktat occidental, aunque no hay, como parece temer el G7, ninguna configuración contrahegemónica real. Sin embargo, la mera existencia de países que no se sumen a la opinión mayoritaria en Occidente es suficiente para causar temor en instituciones como el G7, que se aferra a la retórica de la Guerra Fría para justificar su trabajo por mantener el statu quo, que intenta a toda costa perpetuar para que el dogma de la superioridad occidental no caiga por su propio peso.

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