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La diplomacia de la exigencia

“Si la humanidad quiere sobrevivir, ahora mismo es necesario hacer un enorme trabajo sobre los errores. Y es imperativo castigar a Rusia. Legal, financiera, moral, históricamente. Y eso es un escenario realista. De verdad”, ha escrito Mijailo Podolyak en un post en el que hace parecer la victoria algo sencillo que solo depende del suministro de armas. Esa será la parte central del plan de victoria que Volodymyr Zelensky presentará a Joe Biden la próxima semana y que, a juzgar por los detalles que están publicándose en la prensa estos días, será una lista de las acciones que Ucrania precisa de otros países para conseguir su objetivo de recuperar la integridad territorial según las fronteras internacionalmente reconocidas sin pararse siquiera a pensar en la opinión de la población de esos territorios, especialmente la de quienes hace una década eligieron ser parte de la Federación Rusa en lugar de Ucrania. Pero la guerra no es solo un acontecimiento militar que se resuelva con una cantidad adecuada de las armas de una lista de deseos presentada a los países proveedores. De ahí que sea habitual que, incluso en aquellos mensajes que dan por hecho que Ucrania no ha vencido todavía por carecer del material necesario, oficiales como Podolyak incluyan también otros aspectos recurrentes: las sanciones, reparaciones de guerra, rendición de cuentas (únicamente de la parte rusa) y un factor comunicativo de control del discurso. Es común que Podolyak insista en la necesidad -o en la obligación- de no prestar atención a las narrativas prorrusas, un concepto que nunca llega a definir, pero que no solo incluye a los medios rusos, vetados y sin capacidad de influencia sobre el público occidental al que apela Kiev, sino también todo aquel texto o idea que se desvíe mínimamente del discurso oficial: todo marcha según el plan, las bajas rusas triplican a las ucranianas, Rusia está aislada, Moscú está a punto de quedarse sin misiles, la desestabilización interna está a punto de hacer caer al régimen ruso.

El control del discurso tiene un objetivo claro: mostrar una imagen de consenso mundial a favor de Ucrania. Ese aspecto propagandístico es en realidad político y forma el núcleo central de la estrategia de Zelensky de obligar a Rusia a buscar la paz, eufemismo con el que el presidente ucraniano se refiere a su deseo más firme: que, gracias a la presión militar, económica y política de sus socios, Rusia tenga que negociar en posición de debilidad, prácticamente sin voz y, desde luego, sin voto, la resolución del conflicto militar y político entre los dos países. Sin embargo, ese ambicioso e improbable objetivo exige el consenso real, no solo la imagen distorsionada de unidad mundial que Ucrania intenta hacer pasar por la realidad.

Ante la celebración de la Asamblea General de Naciones Unidas, donde, como cada año desde 2022, Ucrania intentará posicionarse como la cuestión internacional más acuciante del momento y de la que depende incluso la supervivencia humana, es importante observar los pasos que Kiev está dando estos días con respecto a sus aliados, pero es aún más interesante analizar cómo el presidente Zelensky está tratando a ciertos países neutrales. Tres ejemplos muestran el estado de la búsqueda de consenso mundial en favor de la paz justa de Zelensky entre sus países afines y aquellos que se han mantenido más distantes o que han optado por defender la diplomacia.

El tracking del Instituto de Kiel mostraba el año pasado que los países nórdicos se habían convertido en uno de los soportes fundamentales del suministro de armas, algo que puede hacerse extensible también al apoyo político. De las lágrimas de la primera ministra socialdemócrata en el funeral de un ultraderechista a la entrada en la OTAN pasando por el aumento de la asistencia militar, Finlandia ha sido uno de los países que más han luchado por mostrarse como un aliado clave de Kiev. Ayer, los medios ucranianos destacaban las declaraciones de su presidente, Alexander Stubb, que apeló a la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para hacer que el Sur Global se sienta más integrado y, sobre todo, para eliminar la posibilidad de veto de un solo país. Si quedaba alguna duda del porqué de la propuesta, Stubb también mencionó algo que Ucrania lleva tratando de lograr desde hace una década: expulsar a Rusia. Sin mencionar, por supuesto, guerras ilegales como la de Irak, en la que participaron sus aliados, el presidente finlandés instó a expulsar a cualquier país involucrado en una guerra ilegal “como Rusia está haciendo ahora en Ucrania”. Como guinda del pastel, Stubb insistió también en levantar el veto al uso de armamento occidental contra territorio ruso, dando a entender que Ucrania está viéndose lastrada por precauciones excesivas por parte de Occidente. Esa es la colaboración política y diplomática que Kiev espera de sus socios.

En el lado contrario se encuentra esta semana, aunque no la pasada, un aliado estratégico imprescindible: Polonia. Las relaciones entre los dos países siguen siendo turbulentas a pesar de la unidad que les ha aportado tener un enemigo común. La semana pasada, Ucrania se mostraba feliz a causa de las declaraciones de Sikorski, que defendía retirar las prestaciones sociales a la población refugiada en la Unión Europea para incentivar -o forzar- el retorno a Ucrania para que los hombres pudieran ser reclutados. Kiev respondía, como agradeció Donald Tusk en las redes sociales, ofreciendo ayuda para contrarrestar los efectos de las inundaciones de los últimos días en el este de Europa. Sin embargo, la paz diplomática nunca es duradera y estos días los medios polacos se refieren a las tensiones entre Sikorski y Zelensky en una reunión en la que la representación polaca quedó sorprendida por la actitud del presidente ucraniano. Varios fueron los reproches que Zelensky achacó a Polonia: una ayuda militar insuficiente, escaso apoyo en el intento de lograr una vía rápida de acceso a la Unión Europea, o el rechazo de Polonia a derribar misiles rusos son solo algunos de los ejemplos. A ellos hay que sumar, por supuesto, la recurrente cuestión de Volinia, que incluso Donald Tusk exigió a Ucrania “resolver” si desea acceder a la UE. Varsovia exige una disculpa por los asesinatos masivos de población polaca en esa región de Ucrania durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que Kiev enaltece a los grupos que la perpetraron como héroes por la libertad de Ucrania. En su arrogancia de verse capaz de lograr prácticamente todo lo que busca, el Gobierno ucraniano parece haber olvidado que, sin la colaboración de Polonia, la asistencia militar occidental sería prácticamente imposible y, sobre todo, que es inviable su adhesión a la Unión Europea sin el apoyo de Varsovia. Pero tensar la cuerda para conseguir el máximo de sus aliados es una de las constantes de la diplomacia ucraniana.

La exigencia no se limita a los aliados, sino que se extiende a aquellos países a los que Kiev aspira a atraer a su postura. Si la cumbre de Suiza no convenció siquiera a parte de sus aliados, decepcionados por la forma y el fondo de aquella cumbre de paz que no habló sino de guerra, la situación es aún más frágil en el intento de apelar a países como China o Brasil e incluso India, que aunque realizó una visita del más alto nivel a Ucrania con el viaje de Modi a Kiev, insiste en que continuará comerciando con Moscú y beneficiándose de los bajos precios del crudo ruso. El aislamiento económico de Rusia que exige Ucrania es inviable sin países como China e India, motivo por el que el régimen de sanciones no ha logrado sus objetivos. Pero Ucrania no solo busca que esos países abandonen económicamente a Moscú, sino que lo hagan también políticamente, algo aún más improbable teniendo en cuenta su postura durante los dos años y medio transcurridos desde la invasión rusa. El nerviosismo de Zelensky se puso de manifiesto la semana pasada, cuando el presidente ucraniano afeó públicamente su postura a China y Brasil. “¿Cómo podéis ofrecernos aquí está nuestra iniciativa sin preguntarnos nada a nosotros?”, afirmó el enfadado presidente ucraniano sobre la iniciativa de paz común de los países. El problema de Zelensky con el plan chinobrasileño no es la falta de comunicación con Ucrania, sino que llama a la renuncia a la escalada por parte de los dos países y a la negociación directa, que solo puede llevar al compromiso, precisamente el escenario que Kiev quiere evitar aunque sea el camino natural para finalizar la guerra. “¿Por qué habéis decidido de repente que debéis poneros del lado ruso o en alguna postura intermedia? ¿En medio de qué?”, se quejó el presidente ucraniano, que no está dispuesto a aceptar ninguna postura que no sea apoyo incondicional a su postura. Ni de sus aliados, ni de sus enemigos, ni de quienes únicamente quieren evitar una escalada sin control que lleve a Ucrania, Rusia y probablemente a Europa al desastre.

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