“No hay reto común al que no podamos enfrentarnos juntos”, escribió el viernes Joe Biden en referencia a la visita del primer ministro británico Keir Starmer a la Casa Blanca para una reunión tras la que el presidente estadounidense añadió que “Estados Unidos y el Reino Unido seguirán abordando los problemas globales como los amigos y aliados más cercanos”. Al otro lado del Atlántico, Volodymyr Zelensky se reunía con su amigo Boris Johnson en el marco de los actos anuales de reivindicación ucraniana de Crimea, un foro en el que, cada año desde hace una década se promete retornar la península bajo control ucraniano, siempre sin pedir la opinión de la población. “Estoy agradecido por su atención a Ucrania y apoyo en el suministro de la asistencia internacional a Ucrania desde el inicio de la invasión a gran escala. Los ucranianos siempre recordarán a aquellos que estuvieron a su lado”, escribió el presidente ucraniano. Los dos mensajes constatan la importancia del Reino Unido en aspectos importantes de la guerra: el suministro de armas y la presión en busca de mantener, si no aumentar, la intensidad de la guerra.
Al contrario que en Estados Unidos, donde se especula sobre los cambios que supondría una victoria electoral de Donald Trump, el nuevo Gobierno laborista británico ha continuado sin ninguna variación la política sobre la guerra que heredó de las administraciones de Johnson, Tuss y Sunnak. Constancia de ello son las declaraciones de David Lammy, que en su visita a Kiev junto al Secretario de Estado de Estados Unidos Antony Blinken afirmó que “la valentía y resistencia del pueblo ucraniano es inspiradora. Junto con Estados Unidos, estamos comprometidos a dar a Ucrania lo que necesita para resistir la invasión ilegal de Rusia. Su lucha por la libertad y la democracia es también una lucha por la seguridad británica, europea y mundial. Con Estados Unidos, estamos firmemente con Ucrania el tiempo que sea necesario”, un discurso que no difiere en absoluto del que mantuvo, por ejemplo, David Cameron.
Junto a Francia, el Reino Unido compone el eje partidario de permitir a Ucrania utilizar contra territorio ruso los misiles donados. Frente a ellos se encuentran Estados Unidos y Alemania, que hasta ahora se han mostrado reticentes. Tras declararse partidario de buscar una vía hacia la negociación, el canciller alemán reiteró el viernes su negativa al suministro de a Ucrania de los deseados misiles Taurus, con un alcance mayor que los Storm Shadow británicos o sus equivalentes franceses SCALP, motivo de la insistencia ucraniana en disponer de ellos. Pese a que ha pasado un año desde la rueda de prensa en la que Dmitro Kuleba se dirigió a Annalena Baerbock con un presagio, “nos vais a entregar misiles Taurus. Solo es cuestión de tiempo”, Scholz repitió que “Alemania ha tomado una decisión clara sobre lo que haremos y lo que no. Esa decisión no va a cambiar”.
Sí parece en vías de cambiar la decisión de Washington, hasta ahora reticente a suministrar a Ucrania armas con las que no puede conseguir el objetivo que busca. Repetidamente, oficiales del Pentágono han insistido en que Rusia ha alejado sus aeronaves, principal objetivo que Kiev ha puesto sobre la mesa, del rango de los ATACMS que exigen Zelensky y su Gobierno. Esa certeza, sumada al hecho de que Ucrania dispone ya del permiso del uso de misiles occidentales contra su otro objetivo prioritario, Crimea, hace pensar que los objetivos ucranianos van más allá de los que ha admitido públicamente y es probable que los blancos reales contra los que Kiev piensa utilizar ese armamento formen parte del plan que Zelensky quiere presentar a Joe Biden en su próxima reunión. Es ahí donde Zelensky promete presentar a Biden su plan de victoria, un resultado que Kiev no puede conseguir por sí misma y que requiere de un notable aumento de la potencia destructora de Ucrania, para lo que son imprescindibles los misiles que lleva meses exigiendo.
“La política no ha cambiado”, ha afirmado Estados Unidos esta semana, aunque gran parte de la prensa ha dado por hecho que Washington se encuentra en proceso de aprobar los ataques con misiles en territorio ruso. Quizá la mayor sorpresa ha sido que la decisión no se anunciara tras la reunión del viernes entre el presidente estadounidense y el primer ministro británico tal y como se había especulado durante días. Ese era uno de los objetivos de Starmer en su visita a Joe Biden, ya que, al igual que Francia, Londres busca acelerar la eliminación de los vetos de uso de misiles occidentales y ejerce ahora la presión diplomática que ha exigido Ucrania. “Gran Bretaña ya ha indicado a Estados Unidos que está dispuesta a permitir que Ucrania utilice sus misiles de largo alcance Storm Shadow para atacar objetivos militares rusos lejos de la frontera ucraniana. Pero quiere el permiso explícito del señor Biden para demostrar una estrategia coordinada con Estados Unidos y Francia, que fabrica un misil similar. Funcionarios estadounidenses afirman que el señor Biden no ha tomado una decisión, pero que escuchará al señor Starmer el viernes”, escribía The New York Times horas antes de la reunión.
Pese a la buena sintonía y a una opinión aparentemente sin fisuras sobre el desarrollo de la guerra, no hubo ningún anuncio sobre la entrega de misiles estadounidenses, algo que Blinken parece estar preparando, ni el levantamiento del veto al uso de Storm Shadows británicos. Según The Guardian, la decisión está tomada, aunque Londres y Washington no quieren anunciarla aún. “Si el presidente lo aprueba, la medida podría ayudar a Ucrania a mantener la línea después de apoderarse de territorio ruso, como hizo durante su incursión por sorpresa en la región rusa de Kursk”, añadía The New York Times ayer sin explicar en qué medida disponer de permiso para atacar a centenares de kilómetros del frente va a impedir a Rusia tratar de recuperar territorio perdido junto a la frontera. El aumento del rango de los misiles suministrados y su uso en suelo ruso es el siguiente paso en la estrategia de la escalada progresiva y la prensa parece haber renunciado a ofrecer una explicación mínimamente coherente para su necesidad. Biden “ha dudado en permitir que Ucrania utilice armas estadounidenses de la misma manera, sobre todo después de las advertencias de las agencias de inteligencia estadounidenses de que Rusia podría responder ayudando a Irán a atacar a las fuerzas estadounidenses en Oriente Medio”, añade el artículo. Con ese razonamiento, se pone de manifiesto el peligro de enfrentamiento directo entre Rusia y Estados Unidos, aunque de tal forma que no afecte a Ucrania.
El jueves, un día antes de la reunión tras la que también el Kremlin esperaba que Estados Unidos autorizara el uso de Storm Shadows británicos contra objetivos rusos, Vladimir Putin declaró que la entrega de misiles de largo alcance “cambiaría de forma significativa la propia naturaleza del conflicto”. El presidente ruso añadió que “significaría que los países de la OTAN , Estados Unidos, los países europeos, están en guerra con Rusia”.
“No pienso mucho en Putin”, afirmó Joe Biden a la pregunta de la prensa sobre las advertencias del presidente ruso. La sonrisa de Biden contrasta con el tema que está poniéndose sobre la mesa: bombardear objetivos en el territorio de una de las principales potencias nucleares. Y, como reveló Olaf Scholz en relación al uso de misiles Storm Shadow y SCALP, el envío de misiles de largo alcance estadounidenses tiene más implicaciones que la procedencia de la munición. “La cuestión de proporcionar ciertas capacidades también se refiere a que el uso de las armas implicará el apoyo directo de Occidente – el apoyo de inteligencia en su uso”, explicaba Michael Kofman, uno de los expertos más citados en la prensa occidental y que escribe desde una posición favorable a Ucrania. Lamentándose de que en el tercer año de guerra, la población aún no comprenda ese detalle, Kofman añade que “significaría que Estados Unidos y otros países estarían, en muchos casos, directamente involucrados en la selección de objetivos, planificación, análisis de inteligencia de apoyo a los ataques contra Rusia”. Es lógico que Ucrania, que lleva más de dos años tratando de involucrar directamente a la OTAN en la guerra -única vía con la que sería posible recuperar todos sus territorios perdidos-, intente ocultar el peligro que eso supone, pero es incomprensible que líderes mundiales como Joe Biden lo traten con la ligereza que el presidente estadounidense mostró el viernes. Los misiles “no son la panacea estratégica” para la situación de Ucrania, ha explicado Kofman, recordando que no hay armas milagrosas. Sin embargo, el uso de misiles en territorio ruso es el siguiente paso en la estrategia de escalada progresiva que hace imposible que la guerra se encamine hacia la vía diplomática y contribuye a que pueda extenderse.
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