Desde que comenzó la guerra, Ucrania ha contado con el inestimable apoyo de sus socios occidentales, que en cada fase del conflicto se ha traducido en asistencia económica, militar, política y diplomática. Esa sociedad se gestó antes incluso de la victoria de Maidan y se ha mantenido intacta a lo largo de los años a pesar de la actuación de Kiev. Ni Estados Unidos ni sus socios europeos, fundamentalmente Alemania, retiraron a Ucrania su apoyo con el inicio de la operación antiterrorista, con la que Kiev trató de acabar con las protestas de Donbass y que rápidamente se convirtió en una guerra abierta en la que miles de personas perdieron la vida en las batallas del verano de 2014 y el invierno del año siguiente. Ucrania no fue públicamente reprendida tampoco por construir una presa para impedir el paso del agua del Dniéper al canal de Crimea, arruinando así la agricultura de las tierras negras de la península y dificultando para Rusia el suministro a la población civil. Puede entenderse en el silencio occidental una aprobación implícita al castigo colectivo a la población.
En 2014, Ucrania cesó también el pago de salarios públicos, pensiones y prestaciones sociales en los territorios bajo control de la RPD y la RPL. Lo hizo primero de facto, alegando que era imposible enviar los fondos, y posteriormente de iure por decreto del entonces presidente Petro Poroshenko. Pese a la estabilización de la guerra, los puntos de los acuerdos de Minsk que preveían la reanudación de relaciones económicas entre Kiev, Donetsk y Lugansk y el supuesto compromiso de Ucrania a recuperar el sistema bancario de Donbass, interrumpido también en 2014, los pensionistas se vieron obligados a cruzar el frente o depender de intermediarios -siempre a cambio de una elevada comisión- para obtener sus pensiones. Incluso en esos casos, los pagos solo podían recibirse en caso de que la persona se hubiera registrado como desplazada interna. En la práctica, una parte importante de esa población, posiblemente la más vulnerable de la guerra, se quedó únicamente con las pequeñas pensiones que la RPD y la RPL, con fondos que llegaban de Rusia, instauraron a partir de 2015. Los impagos fueron denunciados en los tribunales europeos, que no decepcionaron y llegaron a la conclusión de que esas demandas habían de ser presentadas ante las autoridades ucranianas, las mismas que emitían órdenes de búsqueda contra algunas de esas personas a las que, por acción, omisión o simple parentesco con un terrorista, acusaba de separatismo. Pese a las numerosas propuestas que se presentaron a lo largo de los años, incluida una de Cruz Roja, que se ofreció como intermediaria, tanto Poroshenko como Zelensky se negaron a modificar la situación. Y al margen de dos menciones de Naciones Unidas, ambas extremadamente educadas y sin alzar la voz, los reproches a Ucrania por los impagos a la población anciana solo llegaron de Rusia. Ni Alemania, ni Francia, y por supuesto tampoco Estados Unidos y el Reino Unido, exigieron nunca a Kiev que reanudara el pago de pensiones en Donbass.
Ni el impago de pensiones, ni el corte de agua a más de dos millones de personas, ni la negativa de Ucrania a implementar el acuerdo de paz que había firmado supusieron críticas públicas a Ucrania, a la que siempre se permitió, si no jaleó, todo exceso contra la población civil de Donbass y contra políticos, activistas, periodistas y civiles opositores. Con la invasión rusa, ese apoyo diplomático y político, y en menor medida económico, que Estados Unidos, el Reino Unido y los países de la Unión Europea habían mantenido se convirtió en un masivo aumento de la asistencia económica, financiera y militar, que se sumó al aún más firme apoyo político. La simbiosis de intereses compartidos ha temblado ligeramente en una única ocasión: el momento en el que Ucrania trató de presentar el impacto de un proyectil de su defensa antiaérea en Polonia como un ataque, no solo ruso, sino deliberado contra un país miembro de la OTAN. En aquella ocasión, cuando los objetivos estratégicos de Kiev y Washington (más sus socios junior europeos) dejaron de coincidir, Zelensky fue educada pero firmemente rebatido de forma clara y sin filtraciones ni declaraciones de oficiales anónimos. El propio presidente Biden desmintió a su aliado de Kiev confirmando que no había signos del ataque ruso con el que Zelensky pretendía que se activara el Artículo V de la carta de la OTAN sobre la seguridad colectiva. El intento del Gobierno de Ucrania de involucrar directamente a sus socios en la guerra fue tan evidente como el rechazo de Washington, e incluso de Polonia, a seguir ese juego.
Solventado aquel episodio simplemente pasando página, ni siquiera la creciente certeza de que Ucrania es la principal sospechosa de haber hecho explotar las tuberías del Nord Stream y Nord Stream-2 ha logrado separar a los aliados. Incluso en ese caso, el interés común de mantenerse unidos en su guerra común conta Rusia ha impedido que la relación se resienta. Lo ha hecho básicamente a costa del silencio cómplice de Alemania, uno de los principales afectados. Lo ocurrido con el Nord Stream muestra la diferencia entre el aspecto táctico y el estratégico y también quién es la fuerza dominante que delimitar esos intereses por parte de los aliados de Ucrania. Los intereses económicos de Alemania no eran lo suficientemente importantes ni determinantes para la situación estratégica para provocar la pérdida de apoyo a Ucrania.
Algo similar ocurrió el mes pasado a raíz de la reacción de Volodymyr Zelensky al comprender que su país no recibiría de la OTAN la invitación a la adhesión inmediata a la Alianza por la que tanto había presionado durante meses. Los excesos verbales de su aliado de Kiev estuvieron a punto, si hay que creer a la prensa occidental, de modificar los términos del comunicado final para rebajar más aún las limitadas promesas que Ucrania obtuvo en la cumbre. El enfado de los países occidentales por la escasa gratitud de Ucrania, que pese al constante flujo de armas y financiación que le permiten seguir luchando, siempre exige más, quedó patente con las declaraciones del ministro de Defensa del Reino Unido y ahora está siendo recogido por medios estadounidenses como CNBC. El artículo, que incide en las diferencias de parecer que se han producido en los últimos meses, coincide con un momento de estancamiento de las tropas ucranianas en su ofensiva en el frente sur. Incapaces de lograr rápidamente aquello que habían presentado como inevitable -romper el frente ruso y avanzar sobre Melitopol-, Ucrania se ve presionada por Occidente, que simplemente comienza a estar ansioso al ver que no se cumplen las expectativas que había creado el propio Gobierno ucraniano.
En los últimos meses, las diferencias de opinión han sido claras en varios momentos, por ejemplo, en la batalla por Artyomovsk, una ciudad que Estados Unidos dejó claro que no consideraba estratégica y por la que no merecía la pena perder personal, armamento y munición. Ese reproche de derrochar preciados recursos donados por sus proveedores simplemente por el simbolismo creado por la propaganda, que ya se dejó claro durante la batalla, se repite ahora en cada uno de los artículos que mencionan las disparidades de opinión de Kiev y Washington. Citando a una fuente anónima, CNBC añade también que “Estados Unidos ha recomendado activamente a Ucrania no hacer ciertas cosas, pero Kiev las hace de cualquier manera, dejando de lado o ignorando las preocupaciones de Estados Unidos. Y vienen donde Estados Unidos, o a Washington o a la administración Biden, quejándose de que no se les incluye en las conversaciones de la OTAN”. Las quejas por la falta de gratitud de Ucrania ante quienes están financiando su guerra parece patente, como también el desacuerdo en ciertos aspectos de la guerra.
Sin embargo, ni los desacuerdos ni las declaraciones han de ser considerados como una muestra de alejamiento entre Kiev y sus socios, cuyos intereses continúan alineados. Las diferencias en el aspecto táctico -la posibilidad de atacar objetivos en Rusia, la dirección de la ofensiva o la insistencia en volver a luchar por Artyomovsk- existen, pero no afectan al objetivo estratégico que Kiev y Washington comparten. Solo en caso de desacuerdo en ese nivel podría verse un alejamiento real de Estados Unidos y un descenso en la asistencia que los países de la OTAN prestan a Ucrania. Aun así, e incluso pese a la imagen de héroe que la maquinaria de propaganda occidental ha creado para Zelensky, Occidente ha dado a entender esta semana que el actual presidente de Ucrania no es imprescindible. Así puede entenderse el artículo publicado por Político, un medio muy cercano a la administración Biden, en el que se habla de los planes de contingencia en caso de asesinato o muerte del presidente. Con un subtexto que suena a advertencia de que su presencia no es indispensable, las fuentes de Político aseguran que nada cambiaría y que un gobierno colectivo posiblemente liderado por Andriy Ermak, mano derecha del actual presidente, continuaría sin cambios. Así será mientras los objetivos estratégicos de Washington sigan siendo comunes a los de Kiev. En ese tiempo, cualquier exceso será perdonado y toda infracción incluso de las líneas rojas marcadas por sus aliados será justificada.
Comentarios
Aún no hay comentarios.