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Crimea, Donbass, Donetsk, DPR, Ejército Ucraniano, LPR, Minsk, Rusia, Ucrania, Zaporozhie

El plan

La falta de resultados tangibles en una contraofensiva que Kiev y sus socios llevaban prácticamente un año preparando sigue siendo una preocupación en las capitales occidentales, cuya prensa refleja también esa ansiedad por lograr unos objetivos que justifiquen el esfuerzo realizado hasta ahora y pueda garantizarse el apoyo para el futuro. Ni siquiera los más optimistas o fantasiosos sectores del Gobierno ucraniano, como el ministro Reznikov, confían ya en que la actual ofensiva pueda ser lo suficientemente rápida y definitiva como para derrotar definitivamente a Rusia. En un aparente alarde de prudencia contra el triunfalismo que reinaba entonces, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba, había afirmado ya antes incluso del inicio del ataque sobre el frente de Zaporozhie que la ofensiva que se encontraba a punto de comenzar no sería la última. En realidad, no se trataba de rebajar el triunfalismo existente en Ucrania desde la exitosa ofensiva de Járkov y la confirmación de que las tropas contarían con tanques Leopard alemanes, las armas determinantes que iba a cambiarlo todo en la guerra, sino de garantizar una asistencia económica, financiera y militar mucho más allá de la consecución de ciertos objetivos.

Un mes después del inicio de la ofensiva y dos cambios de táctica después, Ucrania aún parece sorprendida de la resistencia rusa con la que se ha encontrado. Pese a que oficiales ucranianos e inteligencias occidentales habían asegurado que las fortificaciones rusas sufrían carencias, concretamente que una parte de ellas había sido erigida con excesiva rapidez ante la sensación de que la ofensiva ucraniana se produciría de forma más precipitada de lo que finalmente ha ocurrido, las defensas rusas se han mantenido incluso en los momentos de desestabilización. El sábado pasado, Ucrania no pudo aprovecharse del motín de Evgeny Prigozhin, cuyos tanques apuntaron a Rostov y a Moscú en lugar de al frente. Dos fueron los motivos principales. Por una parte, las tropas de Wagner no se encontraban en primera línea, como sí estuvieron durante los meses de la batalla de Artyomovsk, por lo que no hubo una retirada inesperada que las tropas ucranianas pudieran aprovechar. Por otra parte, al margen de los apoyos internos del cuadro de mando que Prigozhin esperara lograr, no hubo una sola retirada del frente ni una disidencia interna de tropas que se unieran a las de Wagner. La defensa se mantuvo y Ucrania solo pudo aprovecharse de los hechos política e informativamente.

La situación ha cambiado notablemente desde que el pasado septiembre las tropas rusas huyeran de forma desorganizada y dejando atrás equipamiento importante ante el rápido e inesperado avance ucraniano sobre Balakleya, Kupyansk o Izium. En este tiempo, especialmente durante los meses en los que la operación militar especial estuvo dirigida por el general Surovikin, Rusia no solo ha recuperado una cantidad de efectivos con los que aspira a mantener el frente, sino que ha preparado una defensa escalonada y flexible que se está mostrando como un obstáculo inesperado para Kiev. El viernes, en un encuentro con medios de comunicación llegados de España, cuyo presidente del Gobierno ha elegido Kiev para celebrar el inicio de su presidencia de turno de la Unión Europea, el presidente ucraniano justificaba la lentitud de la contraofensiva alegando no poder enviar soldados a campos minados. Esa frase aparentemente inocua -y que no refleja la realidad, ya que Kiev ha enviado a la muerte a miles de soldados en una batalla inútil como la de Artyomovsk durante meses- refleja dos preocupaciones: la posible escasez de efectivos y el problema de las minas.

Por primera vez desde el inicio de la guerra, Ucrania debe plantearse seriamente el problema de las bajas entre su personal. Rusia ha conseguido consolidar un frente más manejable que aquel con el que se encontró el pasado marzo, excesivamente extenso para el número de efectivos con el que contaba. La movilización parcial realizada en septiembre ha logrado compensar las bajas sufridas en los primeros meses y no ha sido necesaria, de momento, otra oleada de reclutamiento. Estabilizada la economía y con una industria militar capaz de reponer lo utilizado en el frente, Rusia está preparada para una guerra larga. En ese posible escenario, el tamaño de los dos países da ventaja a Rusia en términos de capacidad de movilización. Como Rusia el año pasado, Ucrania no puede ya permitirse sufrir una excesiva cantidad de bajas si no quiere perder competitividad.

Es curioso también que sea Ucrania, que no solo minó los campos de Donbass durante ocho años y distribuye minas antipersona en la ciudad de Donetsk, sino que ha minado las playas de Odessa y campos de zonas del país a las que las tropas rusas nunca tuvieron opción de llegar, se lamente e incluso parezca sorprenderse del uso de minas en campos abiertos por los que era evidente que iba a transcurrir una ofensiva ucraniana cuya base iban a ser las grandes columnas blindadas que pudieron verse ardiendo durante los primeros intentos de avance.

En este año y medio de guerra rusoucraniana, los medios y representantes políticos occidentales han resaltado la capacidad de aprendizaje ucraniano, exaltando la mejora en las tácticas, la incorporación de la doctrina occidental, del armamento de la OTAN o de la maestría en el uso de Patriots -algo cuestionable teniendo en cuenta que, pese a la prohibición del Gobierno de publicar esos materiales, no han sido pocos los vídeos en los que se ha observado el mal uso de esos sistemas antiaéreos occidentales- y se ha dado por hecho que las obsoletas tropas rusas no serían capaces de seguir el mismo camino. El primer mes de ofensiva ucraniana ha mostrado también la curva de aprendizaje de las tropas rusas, que se han fortificado correctamente, han mejorado la coordinación entre la infantería y artillería, han logrado que la aviación se convierta en un elemento determinante y han generado un uso efectivo -especialmente teniendo en cuenta la relación coste-beneficio- de drones kamikaze, que unidos a la artillería y el uso de helicópteros de combate han conseguido obligar a Ucrania a cambiar de táctica.

Sintiéndose políticamente seguro, así se lo trasladó también a la prensa española -eso sí, sin recordar que ha logrado esa prominencia política a base de demonizar a toda oposición mínimamente incómoda, retirar el acta de diputados e incluso la nacionalidad a diputados electos y coaccionar a las demás facciones opositoras bajo amenaza de sufrir las mismas represalias-, Zelensky admite que necesita resultados tangibles que presentar a la cumbre de la OTAN que se celebra en apenas una semana. A medida que se acerca esa fecha, el discurso ucraniano ha comenzado a filtrar que son los socios occidentales quienes piden resultados a corto plazo, una exigencia que supondría unas tácticas más agresivas que implicarían un nivel más elevado de bajas propias, algo en lo que Ucrania no ha escatimado hasta ahora. Sin embargo, la guerra ha entrado ya en la fase existencial para ambos bandos y la resistencia rusa va a ser necesariamente más férrea ya que la ofensiva ucraniana busca aproximarse al lugar más importante para Rusia: Crimea.

Al igual que la justificación de la escasez de armas teniendo en cuenta que Ucrania ha recibido desde febrero de 2022 una asistencia militar similar a todo el presupuesto militar ruso, la idea de que son sus socios quienes quieren acelerar los tiempos suena a excusa para justificar un resultado que no se corresponde con las expectativas que el mismo Gobierno ucraniano había creado. Todo apunta a un cambio en el discurso público para ajustarse a la realidad de una ofensiva que no va a ser rápida y en la que simplemente es más sencillo culpar de los problemas a la falta de armas o a las prisas de quienes las envían. Sin embargo, todo indica que los intereses de Kiev y las capitales occidentales siguen coincidiendo, por lo que la actuación conjunta continuará pese a cualquier reproche público o privado del Gobierno ucraniano.

“Públicamente, hay oficiales ucranianos que han expresado su frustración con las críticas a la velocidad a la que se está desarrollando la ofensiva de momento”, escribe este fin de semana The Washington Post, que continúa diciendo que “sin embargo, en privado, los planificadores militares de Kiev dependen de la optimista confianza de Burns y otros para recuperar un territorio sustancial antes del otoño; mover artillería y sistemas de misiles cerca de la línea divisoria con la Crimea ocupada por Rusia; empujar más profundamente en el este de Ucrania y abrir negociaciones con Moscú por primera vez desde que las conversaciones se rompieron en marzo del año pasado”. En pocas palabras, The Washington Post ha dejado claro cuál es un plan que nunca fue difícil de descifrar: poner en peligro el control de Crimea para obligar a Rusia a aceptar el dictado ucraniano. Sin embargo, ese plan implica un avance que, por el momento, no se está produciendo. De ahí que Ucrania exija más armas y que Estados Unidos esté planteando anunciar próximamente -puede que antes de la cumbre de la OTAN- el envío de los tan deseados misiles de largo alcance con los que poder atacar ampliamente Crimea y munición de racimo. Esas son ahora las nuevas wundewaffe con las que Kiev pretende castigar a las tropas y población rusa en el frente sur y llevar la guerra a Crimea por primera vez desde que Ucrania perdiera el control de la península hace casi nueve años.

El plan occidental pasa entonces por entregar el armamento que sea necesario, incluso armamento prohibido, para que Kiev pueda poner en peligro el control de Crimea y obligar a Moscú a negociar. “Rusia solo negociará si se siente amenazada”, afirma The Washington Post citando a un oficial anónimo del Gobierno ucraniano. Sin embargo, no fue Rusia quien rompió las negociaciones en abril de 2022, un proceso que había comenzado apenas unos días después de la invasión rusa, con Moscú en clara posición de fuerza. Y ocho años después de la firma de los acuerdos de Minsk, que implicaron una negociación con Rusia en posición de fuerza, y tras siete de proceso de Minsk en el que Moscú no dejó de proponer concesiones a cambio del cumplimiento ucraniano de aquella hoja de ruta, el mito de que el Kremlin solo negociará si se siente amenazado persiste. Quizá el problema sea semántico. Ucrania, que ha equiparado el significado de paz al de su victoria, parece creer también que el significado de negociación no es otro que sometimiento a su dictado. Evidentemente, ese tipo de negociación puede solo realizarse tras completar exitosamente el plan y en condiciones de derrota militar.

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