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Donbass, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Ucrania

El factor económico: el «préstamo de reparación», la división interna y la eterna financiación de guerra

Como ha quedado claro con la publicación del plan de 28 puntos de Estados Unidos, las aspiraciones europeas de modificación, las negociaciones entre Umerov y Witkoff, las repetidas declaraciones ucranianas y la respuesta rusa, las cuestiones clave que determinarán la posibilidad de un acuerdo entre Moscú y Kiev van limitándose cuantitativamente, aunque no necesariamente cualitativamente. A día de hoy, los principales escollos son el estatus de la parte de Donbass que Kiev mantiene, el control de la central nuclear de Energodar, la financiación de la reconstrucción, las aspiraciones atlantistas de Ucrania y el límite de tropas ucranianas que el Gobierno de Kiev y sus aliados europeos están dispuestos a aceptar.

En la cuestión territorial, Zelensky insistió nuevamente ayer en que Ucrania se retirará el equivalente a la distancia que se retire Rusia, un guiño a Minsk que Ucrania sabe que no va a ocurrir. Al contrario que Ucrania, Rusia es consciente de que es capaz de continuar avanzando en Donbass, poniendo a Ucrania en una posición mucho más difícil en el futuro. Ucrania exige también la devolución de la central nuclear de Energodar, que el presidente ucraniano calificó de “nuestra central nuclear de Zaporozhie” para rechazar el término medio que propone Witkoff: control de facto ruso, supervisión estadounidense y reparto el 50% de la energía producida (posiblemente el arreglo más realista que puede darse en las condiciones actuales). Las declaraciones de Zelensky a lo largo de la semana indican que no hay tampoco voluntad de conformarse con las garantías de seguridad platino, similares a lo que ofrecería el Artículo V de la OTAN, que Trump está dispuesto a ofrecer y que Biden negó a Ucrania durante la negociación de Estambul.

Las aspiraciones de adhesión a la OTAN en el momento en el que se levante el actual veto trumpista persisten, al igual que elevar de 600.000 a 800.000 el tope de tropas que Ucrania estaría autorizada a mantener en tiempos de paz, una cifra similar a la que dispone en plena guerra y que es difícilmente sostenible. “Ucrania no será capaz de mantener de forma independiente un ejército de 800.000 hombres después de un alto el fuego”, admitió el sábado Volodymyr Zelensky, que, pese a todo, sigue manteniendo la exigencia. “Por lo tanto, es necesario el apoyo de los socios, que serviría como garantía de seguridad hasta que la economía se recupere después de la guerra”, añadió. Cada exigencia a Rusia acarrea otra paralela a sus socios occidentales, encargados de financiar el proyecto ucraniano de guerra y de posguerra. Al final, casi todo se reduce a la cuestión económica, que determina si Ucrania podrá crear el Estado militarizado y con presencia de la OTAN camuflada bajo sus banderas nacionales en ese marco político en el que espera mantener la reclamación de territorios y la exigencia a medio plazo de adhesión a la Alianza. Kiev sabe que no puede ganar la guerra, pero espera ganar la paz.

En esa labor, el paso dado esta semana por la Unión Europea, que, por un lado, ha eliminado de un plumazo de la negociación la posibilidad de uso de los activos rusos retenidos como forma de reparación de guerra y financiación y, por otro, ha garantizado dos años más de fondos para la guerra de Ucrania, pone a Kiev en una mejor posición en la negociación que verdaderamente importa. Eliminado el riesgo de bancarrota del que había advertido el Fondo Monetario Internacional y consciente de que continuará recibiendo financiación para sostener la batalla, Ucrania puede permitirse seguir presionando para que el acuerdo Washington-Kiev que emerja de sus conversaciones no implique para Kiev concesiones irreversibles en materia de territorios o seguridad.

Bajo la premisa de la necesidad de defender Ucrania e imponer la paz “por medio de la fuerza” para defender el resto de Europa, una forma de condenar a la guerra al país que se dice proteger, la Unión Europea ha trabajado para conseguir aprobar el deseado “préstamo de reconstrucción” que finalmente ha fracasado. Poco a poco va quedando claro cómo la Unión Europea conseguirá en el mercado de capitales los 90.000 millones de euros que irá entregando a Ucrania por tramos. Como explicaba ayer Euronews, “como ni la UE ni sus Estados miembros disponen en este momento de 90.000 millones de euros, la Comisión Europea acudirá a los mercados y recaudará el dinero desde cero emitiendo una mezcla de bonos a corto y largo plazo”. “El presupuesto de la UE absorberá los tipos de interés para evitar a Ucrania, ya muy endeudada, cualquier carga adicional”, continúa el medio, que añade que “los Estados miembros se repartirán los intereses en función de su peso económico. Alemania, Francia, Italia, España y Polonia soportarán los costes más elevados”. Además de los 90.000 millones de euros, que Ucrania no puede devolver y que requeriría de una situación de derrota militar para que Rusia aceptara pagar, la Unión Europea deberá hacer frente al pago de los intereses del préstamo. “La Comisión calcula que, con los tipos actuales, los pagos de intereses ascenderán a 3.000 millones de euros al año. Esto significa que el próximo presupuesto de la UE (2028-2034) tendrá que hacer sitio para unos 20.000 millones de euros.”, afirma Euronews.

Los días posteriores a la aprobación del préstamo han servido también para que se conozca que, frente a la demonización pública de la postura de Bélgica, un país que parecía ser el único en rechazar la opción de exponerse a la represalias rusas, eran muchos los miembros de la UE que preferían buscar otra opción. Pese a los titulares de prensa y la aparente unanimidad rota únicamente por Bélgica, la opción defendida por Merz de expropiar en la práctica los activos rusos para su uso militar resultó no contar con el apoyo esperado. Especialmente dolorosa ha resultado ser la postura de Francia. “Macron ha traicionado a Merz y sabe que tendrá que pagar un precio por ello”, afirmaba ayer Financial Times citando a un diplomático europeo. Y los riesgos, que las autoridades de la Unión Europea alegaba felizmente que eran inexistentes, han resultado ser un argumento poderoso para todos y cada uno de los países que mantienen en su territorio activos rusos retenidos. Es el caso de Francia, que ha recibido reproches por negar información sobre los más de 18.000 millones en fondos rusos que se encuentran en su país y que, según las malas lenguas, ha tratado de ocultar. En realidad, frente a la agresiva campaña que se ha realizado a nivel mediático y político contra Bélgica, que exigía la colectivización absoluta del riesgo al que era consciente que se exponía, ninguno de los Estados de la Unión Europea ha optado por actuar unilateralmente, expropiar los activos rusos en su territorio y entregárselos a Ucrania.

El riesgo supuestamente inexistente ha resultado ser suficiente argumento para que la UE se conforme con retener los activos indefinidamente y presentar a sus poblaciones una versión rebajada del plan original, siempre sin explicar las consecuencias reales de sus actos. El crédito de 90.000 millones, concedido sin intereses, es un préstamo a fondo perdido que la UE ha de ser consciente de que no va a recuperar. Rusia se había mostrado abierta a dar por perdidos sus fondos para que pudieran ser utilizados para la reconstrucción de Ucrania. Ese acto, que podría ser entendido como una forma de reparaciones de guerra y admisión implícita de culpa, estaba supeditado a que fuera utilizado para la reconstrucción, no para la guerra o militarización. En ambos casos -el fallido préstamo de reparación y el actual garantizado por el presupuesto de la Unión Europea-, Ucrania solo tendría que devolver lo recibido tras el pago de reparaciones de guerra por parte de Rusia, una quimera aún más difícil después de las maniobras de las capitales europeas.

Tras el fracaso de la aprobación del préstamo de reparación en la Unión Europea, el Reino Unido ha mostrado también su intención de no expropiar los fondos rusos presentes en su territorio. “No haremos movimientos sin socios internacionales”, afirmó un portavoz del Gobierno. Los países que esperaban que Bélgica se expusiera a lo que decían que serían riesgos inexistentes prefieren no actuar de forma unilateral, abriendo la puerta a represalias económicas rusas contra sus Estados. El Reino Unido adquirió con Ucrania el compromiso de entrega de asistencia militar por valor de 3.000 millones de libras a Ucrania. Según Financial Times, “las autoridades británicas anunciaron el viernes que el Gobierno «reperfilaba» 2000 millones de dólares en garantías para préstamos del Banco Mundial, adelantando el compromiso existente hasta 2026 para cubrir las «necesidades inmediatas de financiación» de Ucrania”. Esta guerra nunca ha corrido el riesgo de quedarse sin financiación.

Además de esos pasos más ortodoxos, el Reino Unido dispone de una vía más de negociación por medio de la presión política y la amenaza prácticamente mafiosa. La oligarquía, el poder y la guerra siempre han estado unidas y en ocasiones dan oportunidades como la que Londres pretende aprovechar en estos momentos. En 2014, Roman Abramovich fue sancionado por las autoridades británicas por su relación con el Kremlin y cercanía a Vladimir Putin, lo que obligó al oligarca a desprenderse de la joya de su corona, el Chelsea, y a abandonar el Reino Unido (aprovechándose de las ventajas fiscales de ejercer su derecho de retorno a un país que no es el suyo, Israel, Abramovich estará exento de pagar impuestos durante diez años). Haber ejercido de mediador y ser un representante aceptado por Ucrania para realizar ese papel en un momento en el que era posible un acuerdo directo entre Moscú y Kiev no ha ayudado al oligarca a evitar la ira británica. “Mi mensaje a Abramovich es que el tiempo se acaba, honra el compromiso que hiciste y paga ahora”, afirmó sir Keir Starmer en el Parlamento británico. “Si no lo haces, estamos dispuestos a ir a la justicia para que cada penique llegue a aquellos cuyas vidas han sido destruidas por la guerra ilegal de Putin”, añadió. El dinero de la venta del Chelsea que Londres exige ahora a Abramovich, casualmente cuando la financiación se ha convertido en un problema, no está destinado para mejorar las vidas de la población sino para continuar la guerra, insistir en el “vamos a seguir luchando” que Boris Johnson le habría dicho a Zelensky en 2022, cuando personas como Abramovich mediaban en favor de la paz, y seguir soñando con una resolución al conflicto impuesta desde Kiev, Washington, Londres, París y Berlín.

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