“Putin no quiere acabar esta guerra, pero creo que el presidente Trump puede hacerlo”, afirmó ayer Volodymyr Zelensky. Signo de que el proceso de negociación para lograr una resolución diplomática a la guerra se encuentra en un potencial punto de inflexión, el presidente ucraniano pronunció esas palabras en su cuarta visita a la Unión Europea desde el 1 de diciembre. El objetivo de este viaje, segundo esta semana tras su presencia en Berlín para la negociación política con Steve Witkoff bajo la tutela del canciller Merz, era apoyar la iniciativa de la Unión Europea de garantizar dos años más de financiación para Ucrania. “Tenemos un objetivo final: la paz para Ucrania a través de la fuerza. Y para ello es esencial cubrir las necesidades financieras de Ucrania para 2026-27. Hay dos propuestas sobre la mesa. Acordamos que hoy encontraremos una solución”, afirmó a su llegada Úrsula von der Leyen proclamando, en realidad, la paz a través de la guerra eterna. Un conflicto sin fin que, según el presidente Zelensky, solo Trump puede detener, pero ha de hacerlo dentro del cada vez más estrecho margen que dejan las exigencias de Ucrania y la Unión Europea que, incapaces de lograr la victoria militar ni de presentar un plan de paz, buscan hacer efectivo su poder de veto por la vía económica y elevando sus exigencias políticas. Para disgusto de Kallas, von der Leyen y Merz, el acuerdo alcanzado no cumple con todas las expectativas de apoyar a Ucrania y condenar simultáneamente a Rusia.
El planteamiento de la Comisión Europea es la aplicación práctica de la idea de apoyar a Ucrania mientras sea necesario y hacerlo a costa, si es preciso, de la integridad y supervivencia del propio país y su población. “Queremos usar activos rusos para financiar al ejército ucraniano durante al menos dos años más. No queremos que esta medida prolongue la guerra. Queremos que termine lo antes posible”, escribió en su cuenta oficial el canciller Friedrich Merz, sin ningún temor en caer en la contradicción de buscar dos años más de guerra bajo el argumento de que la UE no busca prolongarla. En línea con el intento de mostrar fortaleza y erigirse como líder de una «Europa» unida, el canciller Merz escribió a altas horas de la noche, cuando von der Leyen y Costa anunciaron el acuerdo, que «El paquete financiero para Ucrania ya está en marcha: Ucrania recibirá un préstamo sin intereses de 90.000 millones de euros, como sugerí. Esto envía una señal clara de Europa a Putin: esta guerra no merecerá la pena. Mantendremos los activos rusos congelados hasta que Rusia haya compensado a Ucrania». Sin miedo a las contradicciones, Merz se jacta ahora de haber liderado la opción que durante todo este tiempo ha criticado. «En mi opinión, debemos utilizar los activos rusos. Llevan una semana inmovilizados, por lo que Rusia no puede acceder a ellos. Deberíamos usarlos con un préstamo para apoyar a Ucrania durante los próximos dos años», había afirmado a la prensa a su llegada a la cumbre.
La lógica de tratar de evitar la próxima guerra haciendo perdurar la actual persiste en el establishement europeo, que busca hacer sostenible el mantenimiento de las Fuerzas Armadas de Ucrania. “Ahora tenemos una elección sencilla: o dinero hoy, o sangre mañana. No me refiero solo a Ucrania, me refiero a Europa. Es nuestra decisión. Y solo nuestra. Todos los líderes europeos deben finalmente estar a la altura del desafío”, afirmó ayer Donald Tusk, alumno aventajado de Estados Unidos y la OTAN como uno de los países que más han aumentado el gasto militar, fundamentalmente para militarizar su frontera y luchar heroicamente contra la población migrante, en muchos caso procedente de Oriente Medio, que aspira a llegar a la Unión Europea en busca de una vida mejor y para mantener la tensión con Bielorrusia, vista como una extensión de la Federación Rusa, el enemigo con el que justificar el perpetuo aumento de la inversión militar.
“Putin confía en que no actuaremos. No podemos permitirnos hacerle ese favor. El préstamo para reparaciones es la opción más clara para una financiación sostenida para Ucrania”, añadió Kaja Kallas, siempre dispuesta a reducir Rusia a su presidente. Con la habitual sonrisa con la que se refiere a la guerra, la líder de la diplomacia comunitaria defendía la necesidad de la expropiación de facto de los activos rusos retenidos en la Unión Europea para su uso militar, pero, ante todo, para hacer un poco más difícil que Rusia y Estados Unidos puedan llegar a un acuerdo que causa en Bruselas un rechazo aún mayor que en Kiev, algo que la UE ya consiguió con la inmovilización definitiva de los fondos. Aunque lo que se decidía ayer en Bruselas es únicamente la cuestión económica, la política de la guerra sigue muy presente en el debate, que únicamente se busca financiar un modelo en el que coinciden gran parte de los Estados miembros. La única división interna está entre quienes consideran que el uso de los activos rusos puede conllevar riesgos jurídicos o financieros y limitar las posibilidades de paz y quienes prefieren arriesgarse a todo ello por el bien de la financiación del ejército ucraniano y el sostenimiento del Estado.
En ese bucle de búsqueda eterna de recursos para mantener activa una guerra en la que seguir esperando resultados diferentes repitiendo siempre los mismos actos, las palabras de ayer de Zelensky, como las de sus patrones europeos, buscaban exagerar el peligro ruso para justificar la continuación de la guerra como mal menor en el que Ucrania sigue desangrándose y se acumulan las muertes en ambos ejércitos y la destrucción asola las áreas cercanas a la línea de separación a ambos lados del frente. Como los medios occidentales han destacado esta semana, no hay signos de relajación de las exigencias de la Federación Rusa, dispuesta a continuar luchando hasta lograr sus objetivos u obligar a Ucrania a aceptar las condiciones que tantas veces ha repetido: renunciar a Donbass y neutralidad.
Las palabras de ayer de Zelensky apuntan en la misma dirección. La presión ucraniana para conseguir que los activos rusos retenidos en Occidente sean puestos en sus manos al servicio de la guerra y no de la reconstrucción es un signo evidente, como lo es también la insistencia en obtener el control de la central nuclear de Energodar, creando una isla ucraniana en territorio ruso y en una zona excesivamente comprometida para que Moscú pueda siquiera valorarlo. “El problema no es solo que esta sea nuestra central. Hay muchas preocupaciones diferentes. No solo la electricidad, no solo el dinero. El problema del acceso a la central. El hecho de que siga militarizada. El problema es que se encuentra en una situación peligrosa”, afirmó Zelensky, líder del país que ha utilizado los bombardeos de artillería y drones contra la central con el objetivo de hacer insostenible el control ruso de esas infraestructuras tan importantes y, teniendo en cuenta la presencia de material nuclear, tan sensibles.
En la guerra contra el enemigo ruso, todo está justificado, desde prolongar la guerra en de una futura victoria inalcanzable, hasta perpetuar la exigencia de adhesión a la OTAN pese a la certeza de que se trata de uno de los elementos determinantes para su estallido. Siempre oportunista, pero sin miedo a decir en voz alta lo que los demás piensan pero prefieren ocultar, años antes de la invasión rusa, Oleksiy Arestovich, entonces asesor del presidente Zelensky, afirmó que una gran guerra sería el precio que Ucrania tendría que pagar para ser aceptado en Occidente y por su entrada en el bloque militar occidental. La guerra era ya entonces el mal menor en busca de un objetivo más importante. Las palabras de ayer de Zelensky apuntan a que esa forma de pensar perdura pese a las consecuencias que ha sufrido Ucrania en estos tres años y medio de guerra y que ya sufrió Donbass durante los ocho años anteriores. Lo mismo puede decirse de quienes prefirieron arriesgarse a una guerra de tal magnitud en lugar de negociar una solución pacífica en materia de seguridad.
“Incluso antes de que empezara el conflicto”, afirmó Zelensky en Bruselas, “Joe Biden me dijo directamente que Ucrania no iba a entrar en la OTAN”. Realizado con la ligereza de quien no se arrepiente de nada, el comentario indica una voluntad activa de imponer a su población años de falsas esperanzas y de utilizar la supuesta cercanía a la OTAN como vía para mantener la guerra. Por parte de quienes han abogado por la solución militar como única posible, el argumento es aún más cínico. Como indican esa admisión de Zelensky en referencia a la voluntad de Biden, la OTAN estaba dispuesta a mantener la ficción de una pronta adhesión aunque implicara la guerra en lugar de admitir públicamente lo que se decía abiertamente a Ucrania. Como ahora, en Minsk o en Estambul, todo era aceptable menos la negociación. En ese contexto, la realidad no puede eclipsar un discurso triunfalista ni exigencias que, en materia de seguridad, siguen siendo maximalistas. Un proxy exigente, Zelensky no puede conformarse con las garantías de seguridad de platino de su aliado estadounidense, un tratado que afirma que sería similar a la protección del Artículo V de la Alianza, y necesita mostrar que no va a ceder en ninguno de los ámbitos en los que se le exige rebajar sus expectativas. Como debió quedar claro la semana pasada, cuando Zelensky afirmó renunciar a la “exigencia” de adhesión a la OTAN como prerrequisito para la paz, el “gran compromiso” de no exigir algo que no está en condiciones de pedir, el comentario no era una renuncia a la adhesión a la Alianza. No hay necesidad, insistió Zelensky, de retirar de la Constitución ucraniana el “camino euroatlántico de Ucrania”. El objetivo perdura y lo hace también el sueño. “Estados Unidos no nos ve en la OTAN por ahora. Todo en nuestras vidas es para ahora. Quizás la situación cambie en el futuro. Los políticos cambian, alguien vive, alguien muere. Y así es la vida”, insistió Zelensky en la rueda de prensa de este viaje del que regresará a Ucrania con la promesa de otros 90.000 millones de euros para sostener al Estado durante dos años más de guerra.
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