En los próximos días, Volodymyr Zelensky visitará nuevamente España. Aunque los detalles de la llegada y la agenda del presidente ucraniano son escasos, es previsible que sea recibido y agasajado por la presidencia del Gobierno -con quien visitará el Museo Reina Sofía para ver el Gernika de Picasso- y la jefatura del Estado, aspectos mínimos para que Zelensky considere útil la visita. Como uno de los escasos países que se han mostrado contrarios al aumento del gasto militar de la OTAN al 5% del PIB -a pesar de haber firmado posteriormente el compromiso a hacerlo-, es previsible que España sea el escenario de la reafirmación ucraniana de la importancia de la Alianza Atlántica, del compromiso de continuar proporcionando armas a Ucrania y alentar el rearme europeo para su uso en el actual conflicto, pero también en vistas de una futura guerra fría con Rusia que las autoridades europeas preparan para el día después a un futuro alto el fuego. “El peligro que representa Rusia no terminará cuando finalice la guerra en Ucrania. En un futuro previsible, Rusia seguirá siendo una fuerza desestabilizadora en Europa y en el mundo”, ha insistido recientemente el secretario general de la OTAN. Ese discurso implica el uso de la guerra de Ucrania como herramienta para debilitar a Rusia a costa de las vidas de la población y las tropas ucranianas y un rearme que habrá que mantener en un futuro a medio e incluso a largo plazo.
Actualmente, la guerra y el peligro de invasión inmediata que repiten constantemente los países bálticos e incluso Alemania es suficiente para que gran parte de la población acepte sin rechistar la idea de recortes en partidas sociales a cambio del aumento del gasto militar. En este sentido, es lógica la afirmación realizada por la primera ministra danesa, que alertó de que la paz podría ser más peligrosa que la guerra. Sin un conflicto bélico activo, será más difícil para los países europeos convencer a sus pueblos de que la movilización de recursos y priorización del rearme es la oportunidad histórica que proclaman medios como The Economist. Preparar el terreno supone alertar no solo de los peligros -reales o imaginarios- del presente, sino de los del futuro. Como el pasado septiembre, cuando en su discurso más geopolítico Kaja Kallas redujo los problemas internacionales que padece la Unión Europea a dos -Rusia y el hecho de que Rusia no está sola-, las últimas declaraciones de Mark Rutte muestran de forma clara el intento de crear un eje de potencias revisionistas que buscarán conflicto con los países europeos.
“En el futuro previsible, Rusia seguirá siendo una fuerza desestabilizadora en Europa y en el mundo. Y Rusia no está sola en sus esfuerzos por socavar las normas mundiales. Como saben, está colaborando con China, Corea del Norte, Irán y otros países. Están aumentando su colaboración industrial en materia de defensa hasta niveles sin precedentes. Se están preparando para una confrontación a largo plazo”, insistió el secretario general de la OTAN. Como demostró la actuación china y rusa el pasado mes de junio, cuando ofrecieron a Irán apoyo político y diplomático, pero en ningún caso militar, ese eje existe únicamente en el discurso occidental, que lo utiliza para justificar la recuperación de un tipo de keynesianismo aplicando solo al sector militar la idea de aumento del gasto público, sin ninguna más de las características de ese modelo económico.
Pero el discurso de rearme a largo plazo y de forma continuada no hace menos relevante la exigencia de aumento rápido del gasto militar, especialmente aquel dedicado a Ucrania, en parte para preparar a los países europeos para el escenario del día después. Sin embargo, el futuro más alejado no es la única prioridad. Periódicamente, figuras como Anders Fogh Rasmussen, líder de la OTAN entre 2009 y 2014, reaparecen en los medios para insistir en la importancia del momento actual y para proponer un modelo que hace mucho más probable el choque entre potencias que los países europeos y la Alianza dicen no desear.
“Putin no tiene ningún incentivo para participar en negociaciones de paz mientras crea que puede ganar en el campo de batalla. Se necesitan cambios en la velocidad y la mentalidad”, ha argumentado Rasmussen, que como el resto del establishment evita plantear la posibilidad de que la forma más sencilla de atraer a Rusia a una negociación sea ofrecer el modelo de arquitectura continental que garantice la seguridad de todas las partes, a uno y otro lado del muro simbólico –o físico en el caso, por ejemplo, de Polonia- que va a partir el territorio europeo incluso a pesar de una futura paz. El discurso de Rasmussen, como el de sus sucesores al frente de la OTAN, solo pasa por la guerra. “Si no realizamos cambios sustanciales en la estrategia, nos enfrentaremos a una guerra eterna”, alertó antes de proceder a mencionar los pasos a dar, una receta completa que garantiza precisamente lo que dice tratar de evitar. “Tenemos que ayudar a los ucranianos a protegerse contra los misiles y drones rusos construyendo un escudo aéreo que les ayude a derribarlos. Los países de la OTAN vecinos de Ucrania pueden ser la ubicación de un sistema de defensa aérea y antimisiles basado en la OTAN”, alegó para recuperar la exigencia ucraniana de que la OTAN cierre los cielos y, como hiciera en Israel, participe directamente en el derribo de drones y misiles rusos. Como debería resultar evidente, la participación directa de terceros países, especialmente si son miembros de la OTAN, es el escenario propicio para una escalada de la guerra, ya que Rusia ni siquiera tendría que apelar a la propaganda para transmitir a su población que Occidente ha declarado la guerra al país. La Coalición de Voluntarios “debería desplegar tropas inmediatamente”, afirmó en una entrevista concedida a la BBC. El exsecretario general de la OTAN no solo defiende la opción de participación directa de la OTAN en fase defensiva, sino la presencia de soldados de los países de la Coalición, miembros europeos de la Alianza, sobre el terreno sin mediar siquiera un alto el fuego. El subtexto de estas propuestas es la misma idea que ha mantenido Zelensky a lo largo de la guerra: con F-16, Rusia no tendrá nada que hacer; si Ucrania dispone de Tomahawks, Rusia tendrá que negociar y Ucrania ni siquiera tendrá que utilizar esos misiles. Las armas milagrosas no han funcionado y Estados Unidos por el momento no está dispuesto a enviar los ansiados misiles para escalar aún más la guerra. Las posibilidades de negociación son inexistentes e incluso los más optimistas, como Steve Witkoff, ven la diplomacia en un futuro lejano, cuando Rusia y Ucrania vean que la paz puede darles beneficios económicos. La guerra sigue siendo la respuesta para todo y personas como Rasmussen buscan garantizar que Ucrania disponga de una ayuda sustancialmente más importante de la que ha recibido hasta ahora.
Como es habitual, las propuestas cuya base es la escalada de la guerra son presentadas como proposiciones que harán la paz más posible. “Unas garantías de seguridad férreas facilitarían al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, vender a su propio pueblo un acuerdo de paz que implicara la pérdida de territorio ucraniano, afirmó Rasmussen”, recogía ayer The Guardian, destacando la única referencia de Rasmussen a la posibilidad de una paz que llegaría a través de la participación de la OTAN en el conflicto, una contradicción que el establishment europeo prefiere no ver.
“¿Qué posibilidades hay de que la OTAN haga lo que pide Rasmussen?”, se pregunta la historiadora ucraniana Marta Havrsyhko, “la Coalición de los dispuestos se parece cada vez más a una Coalición de la espera, porque la OTAN no quiere tener nada que ver con un enfrentamiento directo con Rusia, ni con misiles rusos sobrevolando el Louvre o la Puerta de Brandeburgo. En cambio, parecen contentos de desangrar a Rusia a costa de vidas ucranianas, mientras duren esas vidas”. Aunque se negara durante casi una década, la guerra de Ucrania, incluso en su fase de Donbass, cuando comenzaron las sanciones contra Moscú, siempre fue una guerra proxy contra Rusia que formaba parte de un enfrentamiento geopolítico entre dos entidades, la Federación Rusa y la OTAN, que seguía latente desde el final de la Guerra Fría. Y la aspiración de Ucrania ha sido siempre implicar más a sus aliados, una forma de conseguir integración militar como primer paso hacia la ansiada adhesión a la Alianza.
Si el discurso de Rasmussen parece exactamente el mismo que el del Gobierno ucraniano, el parecido no es casualidad. “Rasmussen, que ha forjado estrechos vínculos con los dirigentes ucranianos, está realizando una gira por las capitales europeas, incluida Londres, para reunirse con el asesor de seguridad nacional del Reino Unido, Jonathan Powell. Ambos discutieron si Estados Unidos podría ofrecer garantías de seguridad a Ucrania, utilizando un lenguaje similar al empleado recientemente por Estados Unidos cuando ofreció garantías de seguridad a Qatar tras el ataque de Israel a su capital, Doha”, escribía ayer The Guardian. La sutileza del medio británico no puede ocultar que Anders Fogh Rasmussen es una de las personas más cercanas a Andriy Ermak en su labor de lobby. La gira de Rasmussen es un tour de propaganda como parte de esa labor que, ni es nueva, ni desconocida.
“Hemos creado un grupo de trabajo de alto nivel copresidido por mí mismo y el exsecretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen. Entre sus miembros se encuentran algunos de nuestros amigos más cercanos, como William Hague, exministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia, y Carl Bildt, ex primer ministro de Suecia”, anunciaba el 11 de agosto de 2022 el propio Ermak en un artículo publicado precisamente por The Guardian. “Los aliados de Ucrania deberían comprometerse a realizar transferencias de armas a gran escala legalmente vinculantes y a invertir durante varias décadas en la defensa del país, según un informe que analizaba alternativas a las aspiraciones a largo plazo de Kiev de unirse a la alianza de la OTAN. El informe fue encargado por el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, y elaborado conjuntamente por el exsecretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, y el jefe de gabinete de Zelensky, Andrey Ermak”, escribía el editor diplomático del medio, Patrick Wintour, dos meses después en referencia al resultado de la colaboración. En 2023, Wintour informaba de que “un exsecretario general de la OTAN ha presentado una propuesta para que Ucrania se incorpore a la alianza militar, pero sin los territorios ocupados por Rusia. Anders Fogh Rasmussen lleva mucho tiempo trabajando junto a Andriy Errmak, asesor del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, especialmente en vistas a la última cumbre de la OTAN celebrada este año en Vilna, que terminó sin una invitación a Ucrania para su adhesión”. “Kurt Volker, ex embajador de Estados Unidos ante la OTAN, advirtió que Estados Unidos y Alemania vetarán el plan, enviando una señal a Vladimir Putin para que siga adelante, y añadió: «Esto significa que es probable que la guerra dure al menos un año más». Las propuestas para que se garantice a Ucrania una fecha de adhesión a la OTAN fueron publicadas a principios de esta semana por un grupo de trabajo en el que participaba Volker, presidido por el jefe de la oficina presidencial de Ucrania, Andriy Ermak, y el exsecretario general de la OTAN, Anders Rasmussen”, volvía a escribir Wintour un año después.
Las últimas declaraciones de Rasmussen, en esta ocasión para exigir participación directa de la OTAN en la distancia -derribando drones y misiles- y su presencia sobre el terreno, son un paso más en la colaboración del exsecretario general de la Alianza y la Oficina del Presidente, que ahora presenta la idea como el paso definitivo hacia una paz que, en realidad, supondría no solo más guerra, sino más peligro.
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