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Cómo Rusia se recuperó

Ningún desmentido ruso, alegación de objetivos cumplidos, excusa de participación de la OTAN o desequilibrio de efectivos en favor de Ucrania puede esconder a estas alturas que el plan inicial de Rusia en la guerra fracasó de forma rotunda. Rusia avanzó rápidamente por el sur y por Lugansk, pero se estancó en Mariupol y se retiró de Kiev tras sufrir enormes bajas de personal y grandes pérdidas materiales sin haber obligado a Ucrania a firmar un acuerdo de paz ni haber aislado a la guarnición ucraniana de Donbass, que se perfilaba ya como el frente clave de la guerra terrestre. Lo que Rusia había percibido como un plan de ataque rápido y retirada de gran parte de los territorios capturados -Moscú ofrecía en Estambul retirarse de todo el territorio bajo su control a excepción de Crimea y Donbass- se convirtió en una guerra de alta intensidad que, tres años y medio después, no consigue encaminar hacia una resolución.

En 2022, de la exhausta ofensiva de verano, que recuperó iniciativa tras la captura de Popasnaya, pero que se agotó tras la toma del control de Severodonetsk y Lisichansk, se pasó a las dos derrotas militares más duras, la ofensiva relámpago en la que Rusia perdió en Járkov lo que había tardado meses en capturar y la retirada de Jersón capital ante la certeza de un escenario de guerra urbana en el que sus opciones de victoria eran inexistentes. En ese momento de mayor debilidad, Rusia se encontró en una posición en la que, si Ucrania y sus aliados hubieran optado por negociar, su capacidad de resistir habría sido limitada. Sin embargo, percibiendo la debilidad rusa como definitiva y aludiendo incluso a posibilidad de que Rusia pudiera utilizar armas nucleares, algo de lo que nunca hubo ningún indicio más allá de la propaganda estadounidense, los aliados de Ucrania optaron por buscar la victoria completa. En aquel momento, la victoria completa habría sido posible con un avance rápido a través del frente central, poniendo en peligro el control de Crimea.

El resultado de la contraofensiva de 2023 deja claro que Occidente y Ucrania habían caído en un error similar al de Moscú en febrero de 2022, subestimar la capacidad de resistencia del oponente, a lo que se sumaba también creerse su propia propaganda y considerar que Rusia no tenía margen de mejora. Una de las líneas habituales del discurso occidental pasa por explotar la idea de que el Gobierno ruso vive en el pasado, en ocasiones en la Unión Soviética, en otras en el Imperio Ruso, argumento utilizado para mostrar al Kremlin como algo arcaico, un Estado de museo que simplemente parece un flashback en blanco y negro incapaz de mostrarse a sí mismo en color. El peligro de la propaganda es no recordar que es útil para la batalla mediática, pero puede resultar contraproducente en el mundo real, como ocurrió en 2023. Increíblemente, esta ofensiva preparada en Alemania en colaboración con Estados Unidos y el Reino Unido -como siempre se supo, pero no se comentó abiertamente hasta que The New York Times lo reveló en un extenso reportaje-no solo asumía que Rusia no sería capaz de innovar, sino que tampoco sería capaz de defenderse. Ucrania se vio sorprendida por la mejoría rusa en aspectos como los drones, pero increíblemente también por el hecho de que las tropas rusas hubieran preparado líneas férreas de defensa y de que hubieran minado los campos en los que rápidamente quedaron atrapadas las armas milagrosas de aquel momento, los tanques Leopard alemanes escoltados por numerosos blindados occidentales y de origen soviético.

Varios artículos, entre los que destaca el escrito por Stephen Biddle y publicado en Foreign Affairs, han explicado ya algunos de los motivos por los que Ucrania no consiguió romper el frente de Zaporozhie, por donde debido a la composición del frente era evidente que iba a llega la contraofensiva, pero no han proliferado en exceso los análisis sobre cómo Rusia superó su fallida fase inicial. Ceñirse al hecho de que Rusia llevaba ocho años de desventaja con respecto a Ucrania, cuyo ejército se había probado ya en las trincheras de Donbass y en la guerra fundamentalmente terrestre y casi cuerpo a cuerpo que fueron los primeros meses de la guerra rusoucraniana, explica tan solo una parte de los motivos por los que las tropas rusas no cumplieron ninguna de las expectativas que se esperarían del que tradicionalmente ha sido considerado el segundo ejército del mundo. Esa definición, que Ucrania reutiliza periódicamente para exagerar sus éxitos o atemorizar a sus aliados por el riesgo de fracaso y lograr así más financiación y armas, hace posible la constante repetición de la idea de que Moscú esperaba ganar la guerra en 72 horas, algo que, pese a haberse convertido en dogma -Trump la ha modificado ligeramente a un plazo de una semana, pero se adhiere a la misma teoría-, jamás fue un objetivo ruso. Es más, la frase procede del estadounidense Mike Milley.

En cualquier caso, la relativa mejoría de las tropas rusas no puede esconder la corrupción que se ha dado en el sector militar en los años de restauración capitalista -que ha costado el puesto a una parte relevante del alto mando del Ministerio de Defensa- y tampoco que, como uno más de los ejércitos europeos, el énfasis en las últimas décadas se ha puesto en producir armas que vender en ferias militares internacionales y no mantener cierto nivel de preparación. Ahí sí, la ventaja de Ucrania y su experiencia en la guerra de Donbass fue un activo a su favor que Rusia ni siquiera se planteó como posible. Rusia acudió a la guerra con un contingente insuficiente, un ejército en el que las cifras teóricas no se correspondían con las reales, sin experiencia de combate y careciendo de elementos esenciales de la guerra moderna como los drones. Y sin embargo fue capaz de sobreponerse, en parte a costa de enormes bajas en los meses iniciales y una labor de preparación de defensas que no pasaba por los planes del Estado Mayor, para frenar la ofensiva ucraniana y recuperar la iniciativa, algo que en noviembre de 2022 resultaba imposible de imaginar para Ucrania y, sobre todo, para sus aliados occidentales.

“El resultado ha sido nuevas tácticas en el campo de batalla —codificadas en programas de entrenamiento y manuales de combate— y mejores armas.”, escribe en el número más reciente de la influyente revista Foreign Affairs Dara Massicot, analista militar con una amplia experiencia desde el Departamento de Defensa a RAND Corporacion y actualmente Carnegie Endowment for Internacional Peace. Su artículo, cuyo título es inequívoco, “Cómo Rusia se recuperó”, pretende mostrar fríamente aquello en lo que Moscú se ha repuesto de sus fallos iniciales y lo hace fundamentalmente para alertar a Occidente de aquello que ha de aprender y también los aspectos en los que Rusia sigue siendo vulnerable, aunque en ocasiones peca de lo que critica, la falta de espíritu crítico a la hora de analizar los datos. Massicot se aferra, por ejemplo, a los datos de bajas dados por los países occidentales, que de ninguna manera pueden ser considerados imparciales, o a la idea de las hordas humanas que atacan sin que sus vidas tengan valor alguno para el mando ruso. La realidad actual del frente, en el que han desaparecido los grandes convoyes o contingentes de ataque en favor de pequeños grupos de asalto muestra una diferencia fundamental entre las batallas de Arytomovsk-Bajmut y Pokrovsk-Krasnoarmeisk que no trasluce en el artículo. Sin embargo, se trata de uno de los ejemplos más serios de intento de análisis del cambio que han supuesto para el ejército ruso estos tres años de batalla de trincheras y cambios obligados para adaptarse a la guerra moderna.

Massicot admite mejoras sustanciales -aunque no siempre tantas como para equipararse a Ucrania, a quien como cada analista occidental da ventaja por la mayor calidad que, como dogma establecido, se adjudica a su material militar- en cada uno de los aspectos clave de la guerra: entrenamiento y preparación de las tropas, instrucción táctica de oficiales de menor grado, blindaje de los vehículos, logística, precisión, desarrollo de armas modernas y adaptadas al frente (especialmente los drones, aspecto en el que admite el éxito de unidades creadas de la nada como Rubicon, aunque siempre alegando que son superados por las unidades equivalentes ucranianas, cuyas publicaciones niegan esa versión y admiten la superioridad rusa) y producción de armas. Resumiendo su argumentación, la analista indica que “ Moscú ha desarrollado nuevas formas de utilizar drones para localizar y matar a soldados ucranianos y destruir activos ucranianos, convirtiendo lo que antes era un punto débil en un punto fuerte. Ha construido mejores misiles y ha creado sistemas blindados más resistentes y capaces. Está dando a los comandantes subalternos más libertad para planificar”.

La consecuencia es clara, el ejército ruso se ha convertido en un organismo “capaz tanto de evolucionar durante esta guerra como de prepararse para futuros conflictos de alta tecnología. Debido a estos cambios, es probable que Ucrania se enfrente a una destrucción aún mayor en los próximos meses. Tendrá que hacer frente a ataques con drones rusos más rápidos y numerosos, lo que provocará más daños a las ciudades, a la población civil y a las infraestructuras críticas. Un mayor número de misiles atravesará las defensas de Ucrania. Las diez millas que conducen al frente, ya de por sí muy peligrosas, se volverán aún más peligrosas y difíciles de atravesar. Es posible que estos cambios no supongan ningún avance espectacular para Rusia, gracias a las defensas de Ucrania y a los intensos ataques con drones y artillería. Pero sí significan que Moscú puede seguir sacrificando la vida de sus soldados a cambio de lentos avances en el Donbás, con la esperanza de que la OTAN se canse del conflicto”. Con este análisis, Massicot apunta a la continuación de una guerra de desgaste que ha cambiado sustancialmente, aunque se niegue a ver que también lo ha hecho en el uso del personal y ninguna batalla se está produciendo con grandes números de soldados sino por medio de la saturación de las defensas a base de artillería y drones.

Evidentemente, cualquier progreso tecnológico o táctico de un ejército curtido en la batalla acarrea un aspecto geopolítico que ha de preocupar a quienes temen o aspiran a convertirse en sus oponentes. De ahí que uno de los grandes objetivos del artículo sea ayudar a Occidente a enfrentarse a esa posible amenaza militar del recuperado ejército ruso. “El ejército ruso saldrá de su invasión con una amplia experiencia y una visión clara del futuro del combate, y está compartiendo su experiencia con China, Irán y Corea del Norte. Ha sentado las bases para un período más intenso de aprendizaje y reconstitución tras el fin de la guerra. Rusia seguirá estando limitada por su mala disciplina y tendrá dificultades para producir el equipo más sofisticado. Pero estará tan preparada para la nueva forma de guerra como cualquier otro Estado, a pesar de las limitaciones de sus recursos”, indica, permitiéndose otra vez el lujo de utilizar un lugar común, la indisciplina -pese a los notorios ejemplos existentes al otro lado del frente, con su enorme tasa de deserción, incomparable a la rusa-, pero señalando sectores en los que las mejoras rusas pueden llegar a adelantar a Occidente. Por supuesto, no puede faltar la mención a los potenciales aliados rusos, entre los que incluye a Irán, un socio tan cercano que ni Rusia ni China acudieron militarmente en su ayuda cuando fue agredido por Israel el pasado verano.

“Si no quieren quedarse atrás, Washington y las capitales europeas deben empezar a aprender de la guerra en Ucrania, en lugar de darle la espalda. En lugar de descartarla, deben estudiar lo que Rusia está estudiando y luego empezar a hacer sus propios cambios”, sentencia. “Para evitar quedarse atrás, Estados Unidos y Europa deben empezar a prestar más atención, sobre todo porque Moscú está transmitiendo sus conocimientos a sus socios autocráticos. Pero eso significa que deben ver al ejército ruso tal y como es: imperfecto, pero resistente a su manera. Sus problemas estructurales son muy reales y serían especialmente graves en caso de conflicto con la OTAN. Sin embargo, su proceso de aprendizaje es implacable”, añade, insistiendo en un eje de alianzas que no existe -China no necesita que Rusia comparta información para aprender de esta guerra- y sin poder huir del tópico de que el ejército ruso es tremendamente peligroso pero, a la vez, es a todas luces inferior a los de la OTAN.

“Las fuerzas armadas rusas seguirán modificando sus tácticas, introduciendo nuevas armas y expandiéndose a medida que comienzan un esfuerzo de reconstitución que durará una década. A los expertos les gusta decir que los ejércitos dan forma a la guerra. Pero la guerra también da forma a los ejércitos”, concluye a tono de advertencia. La realidad es que solo dos ejércitos, el ruso y el ucraniano, están actualmente en posición de dar lecciones sobre la guerra moderna tal y como se está librando actualmente. Intentar hundir a Rusia en el campo de batalla implica, a modo de acción-reacción, la necesidad rusa de resolver problemas estructurales y modernizar su armamento y sus tácticas de forma que no habría logrado de otra manera. Y en otro detalle que se escapa a los dirigentes europeos que alegremente hablan de la paz como más peligrosa que la guerra, solo Rusia está realizando este proceso en una guerra que no tiene comparación a ninguna de las que han luchado los países de la OTAN, que siempre se han enfrentado a ejércitos en descomposición, guerrillas o formaciones armadas contra las que disfrutaba de casi completa superioridad aérea.

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