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Armas, Ejército Ucraniano, Estados Unidos, Rusia, Sanciones, Ucrania, UE

Compartir los riesgos

“Ucrania ya ha perdido muchas vidas defendiendo su territorio. No hay indicios de que Rusia esté dispuesta a cesar las hostilidades, por lo que Europa comprende que la paz aún no está cerca. Ahora toda la atención se centra en aumentar el coste para Rusia, obligarla a tomar las negociaciones más en serio, llevarla a la mesa de negociaciones y llevarla a una situación en la que esté realmente dispuesta a hacer concesiones”, afirmaba ayer desde Kiev el corresponsal de la BBC, resumiendo a la perfección la táctica europea de continuar escalando el conflicto militar y económicamente hasta que Rusia acepte negociar una resolución que tenga menos que ver con los equilibrios de poder y el resultado real de la guerra y más con el equilibrio de fuerzas políticas y económicas teniendo en cuenta, no solo a los dos países, sino también a los aliados de Kiev. Ni los países europeos ni Ucrania han escondido nunca que buscan imponer un final de la guerra que tenga lo menos en cuenta posible la dinámica del frente. De ahí que, durante la fracasada contraofensiva, Mijailo Podolyak afirmara que Ucrania no planeaba luchar pueblo a pueblo hasta recuperar la integridad territorial. El subtexto es que Kiev espera que la fortaleza de sus aliados le devuelva aquello que no ha conseguido recuperar su ejército por sí mismo.

En tres años y medio, la elevación de la retórica para justificar el rearme continental con el objetivo de causar una carrera armamentística, la constante imposición de sanciones y el aumento de la asistencia militar, incluyendo armamento cada vez más pesado y con mayor alcance para ser utilizado en territorio ruso, han conseguido llevar la guerra a una situación en la que una resolución política parece improbable -y posiblemente poco deseable para los países europeos, que han demostrado estar dispuestos a luchar contra Rusia hasta el último ucraniano-, pero no han podido debilitar a Rusia tal y como esperaban. Sin embargo, nada de eso ha hecho cambiar de opinión a los países e instituciones europeas, cuya voluntad de no aceptar una resolución que se desvíe de la línea marcada por Bruselas, Londres y Paris.

El cuanto peor, mejor al que los aliados europeos de Kiev se han adherido desde la invasión rusa de febrero de 2022 y al que se ha sumado ahora Donald Trump debe conseguir doblegar a Moscú, pero, al menos a corto y medio plazo, condena la guerra a continuar la dinámica de escaladas periódicas, aumento de la gravedad de los bombardeos en el frente y en la retaguardia -no solo en Kiev, sino en lugares como Jersón u Odessa, atacadas por las tropas rusas ayer- e intensificación de la lucha de trincheras en Donbass, desde hace once años frente principal de este conflicto. Los mapas de control territorial, incluso el de DeepState, una fuente ucraniana afiliada al Ministerio de Defensa, muestran que las tropas rusas combaten ya en la ciudad de Pokrovsk. No es casualidad que Ucrania prefiera no hablar de la situación en el frente.

Continuar con la estrategia no solo implica ampliar constantemente las sanciones, algo que la UE hace de forma regular, comenzando a trabajar en el siguiente paquete nada más aprobar el anterior, sino aumentar el nivel de suministro de armas y de financiación. Keir Starmer “presionará a sus aliados para que proporcionen a Ucrania más misiles de largo alcance para atacar objetivos rusos en una reunión que se celebrará el viernes en Londres”, escribía ayer la BBC sobre las intenciones del Gobierno laborista británico para la reunión de la “Coalición de Voluntarios”, un encuentro tan previsible que su crónica puede generalmente escribirse de antemano. Pese al desmentido de Trump, que ha querido desmarcarse de una decisión que es evidente que ha tomado, los países europeos son conscientes de que Ucrania podrá utilizar los misiles europeos con componentes estadounidenses en territorio de la Federación Rusa según sus fronteras internacionalmente reconocidas (además de en los territorios internacionalmente reconocidos como ucranianos, entre ellos Crimea). Kiev y sus aliados saben también que, salvo las contadas excepciones como con los Tomahawks, demasiado peligrosos como para ser puestos en manos de Ucrania en estos momentos, podrán adquirir armamento estadounidense con el que continuar la guerra. Con las sanciones garantizadas, ya que la Unión Europea ha demostrado estar dispuesta a tirar piedras contra su propio tejado por el bien de la ruptura continental, y un amplio mercado en el que obtener armas, la UE y el Reino Unido, encargados por Donald Trump de correr con los costes de la guerra, solo tienen que garantizar la financiación.

Difícilmente sostenible a largo plazo la continuación de las subvenciones a fondo perdido y los créditos que la Ucrania completamente dependiente ni puede devolver ni tiene intención de hacerlo en el futuro, los países europeos han apostado por el uso creativo de la legalidad para justificar lo que a todas luces es la expropiación de los activos rusos retenidos en la Unión Europea desde febrero de 2022. El cambio de Gobierno en Alemania había eliminado al principal obstáculo para tomar esa decisión, Olaf Scholz, aparentemente el único de los líderes de los países más importantes de la UE en ser consciente del mensaje de inseguridad jurídica del sistema financiero europeo que enviaría a terceros países. Por otra parte, la entrega a Ucrania de una cantidad equivalente a modo de crédito sin intereses que Kiev solo tendría que devolver tras recibir de Rusia reparaciones de guerra por esa cantidad implica que Rusia debería entregar a Ucrania la cantidad retenida para recuperar esos fondos, un absurdo diseñado para garantizar que no vaya a producirse. La decisión parecía clara y debía ratificarse este pasado jueves. Sin embargo, para sorpresa de muchos, entre ellos algunos de los participantes, la valentía con la que líderes europeos se muestran en sus declaraciones sobre la fortaleza europea y la debilidad rusa desaparecen cuando las medidas tomadas pueden tener consecuencias reales para los propios países (y no solo para el proxy ucraniano y su población).

“Los líderes de la UE no han respaldado un préstamo de 140.000 millones de euros a Kiev utilizando activos estatales rusos congelados tras la oposición de Bélgica, lo que ha frustrado las esperanzas de Ucrania de acceder a los fondos a principios del próximo año para evitar la agresión de Rusia. Los líderes de la UE, reunidos el jueves en Bruselas, debatieron la posibilidad de utilizar el efectivo procedente de unos 190.000 millones de euros en activos soberanos rusos congelados para financiar un «préstamo de reparación» para Kiev, ante el fracaso de los esfuerzos por poner fin a la guerra de Rusia contra Ucrania y la retirada del apoyo de Estados Unidos”, escribía ayer Financial Times. La culpa, como se encargaban de señalar ayer los medios europeos, la tiene Bélgica, el país que iba a soportar prácticamente todos los riesgos. “Bélgica, uno de los seis miembros fundadores de la UE y conocida por su amor por el arte del compromiso clásico europeo, logró suavizar enormemente el lenguaje publicado en una cumbre celebrada en Bruselas”, se lamentaba Politico, que posteriormente optaba por un enfoque sensacionalista que apelaba al nacionalismo o al populismo en lugar de centrarse en la validez o no del argumento del sin duda derechista Gobierno belga. “El primer ministro en cuestión, Bart De Wever, es un nacionalista flamenco de derecha que está bajo presión en su país por el plan, ya que afirma que la operación conlleva enormes riesgos financieros y legales para Bélgica, donde se encuentran la mayoría de los activos rusos. Los líderes de la UE dicen que comprenden sus preocupaciones, pero no han encontrado la manera de tranquilizarlo”, insistía el medio.

Se trata de “un texto lo suficientemente equilibrado como para permitir interpretaciones que respondan a todas las necesidades y sensibilidades, de modo que cada uno pueda dar una interpretación que le resulte adecuada”, afirma una fuente diplomática que da a Politico exactamente la línea que el medio busca para señalar a Bélgica, acusando a Bruselas de mantener una postura irracional e injustificada. Bélgica, como sede de Euroclear, es el país que sufriría en primer lugar la previsible respuesta rusa. Según los datos publicados por Politico, Euroclear retiene 180.000 millones de euros en activos públicos y privados de la Federación Rusa, una cantidad muy superior a los 28.100 millones en manos de Japón, los 26.600 en el Reino Unido o los 19.000 en Francia. Alemania apenas controla 210 millones de euros.

“Si nos quedamos con el dinero de Putin, Putin se quedará con el nuestro”, afirmó el primer ministro de Wever a su llegada a la reunión. “Quiero que los riesgos sean plenamente compartidos porque es un gran riesgo”, añadió para insistir en que ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial los activos enemigos fueron confiscados. La diferencia entre esos dos casos es evidente, especialmente porque los países europeos ni siquiera se encuentran técnicamente en guerra, único supuesto en el que la expropiación podría considerase legal.

“Una base legal no es un lujo”, afirmó el primer ministro belga, que no es contrario al préstamo, pero que no está dispuesto a que Bélgica sufra todo el riesgo de una actuación que evidentemente es común. “La pregunta clave sobre el fracaso de la UE ayer en acordar el secuestro de activos rusos para un préstamo a Ucrania es por qué los Estados miembros de la UE no aceptaron la exigencia de Bart De Wever de compartir el riesgo. Esta era una petición totalmente razonable, ya que Bélgica, sede de Euroclear, asume un riesgo desproporcionado. La verdadera razón por la que Francia y Alemania rechazan compartir el riesgo es que no desean hacer sacrificios financieros. Son unos hipócritas”, comentaba ayer el politólogo alemán Wolfgang Munchau.

En realidad, la postura belga con respecto a la expropiación de facto de los activos rusos no difiere en exceso que la de Polonia en lo que respecta a la cuestión del potencial derribo de aeronaves rusas que violen el espacio aéreo de países de la UE o la OTAN. Evidentemente favorable a ello, Varsovia no dudó en exigir al resto de países aliados una actuación común ni en ratificar que Polonia no actuaría sola, solo en cooperación con el resto de sus socios. Ni Polonia en términos militares ni Bélgica en los económicos quieren enfrentarse de forma individual a las represalias rusas. Puede que Rusia sea una gasolinera haciéndose pasar por país, pero nadie quiere enfrentarse sola a ella.

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