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Alemania, Minsk, Rusia, Ucrania

La sombra de Minsk

Instalada en la vía militar como única vía para resolver la guerra de Ucrania, su único proyecto de política exterior, y en el rearme como garantíaa de que la ruptura continental se mantenga más allá de un posible alto el fuego, la Unión Europea no puede evitar repudiar a toda aquella persona que muestre una opinión disidente. La ira es especialmente marcada cuando la persona que se ha desviado del camino proviene de sus propias filas. Quizá no haya en Europa una persona más odiada por esos motivos que la excanciller Angela Merkel, líder prácticamente indiscutible del proyecto europeo durante dos décadas, pero ahora condenada por sus actos, sus declaraciones y sus opiniones. Retirada de la política tras su largo paso por el Gobierno alemán, Merkel ha vuelto a la escena mediática en momentos escasos y muy concretos, casi siempre, como ocurre ahora, vinculados a la promoción de sus memorias.

El episodio actual comenzó con un tuit de Viktor Orbán, quizá el jefe de Gobierno más odiado por el establishment liberal europeo, al que se le adjudica la etiqueta de prorruso y se le exige que cese en sus adquisiciones de petróleo ruso y deje de amenazar con bloquear el acceso de Ucrania a la UE, a la OTAN o la imposición de sanciones a Rusia. “Una vez canciller, siempre canciller para nosotros. ¡Bienvenida a Hungría, Angela Merkel!”, escribió el miércoles, 1 de octubre, el presidente de Hungría en un post publicado en las redes sociales acompañado de la imagen de la recepción a Merkel y grandes banderas de Alemania y Hungría adornando el edificio. Las primeras críticas se centraron en señalar la deslealtad que, a juzgar por think-tankers, políticos e influencers  liberales europeos, suponía premiar a un dirigente contrario al consenso de guerra con la fotografía junto a alguien de la talla política que alcanzó Angela Merkel.

No fue hasta el fin de semana, después de que un medio público se hiciera eco de la entrevista concedida por la excanciller a un medio húngaro, Partizan¸ cuando comenzó realmente el chaparrón de críticas destructivas que ayer por la mañana era ya una campaña de acoso y derribo contra quien, hace no tanto tiempo, lideraba el proyecto político europeo que ahora dicen defender. Aunque han sido escasas, las declaraciones que Merkel ha realizado a los medios desde su retirada, y especialmente desde la invasión rusa de Ucrania, muestran una lejanía propia de quien es consciente de que poco queda de su proyecto europeo, transformado, puede que de forma permanente, por la reacción continental a la guerra actual. Como pudo observarse ayer, la percepción de una brecha insalvable entre esas dos ideas de qué ha de ser la Unión Europea es mutua y cada vez conlleva más desprecio y voluntad de humillación.

“Un buen recordatorio de que fue Merkel quien permitió que esta guerra ocurriera debido a su débil respuesta al impedir que Ucrania se uniera a la OTAN y a la UE. Su “solución” de dejar a Ucrania en una zona gris política y de defensa condujo a un genocidio en pleno centro de Europa. Pero lo peor es que todavía hay gente que quiere repetir este error”, escribía el periodista Paul Shapoval en uno de los muchos ejemplos del sector que considera que el problema no es la guerra, sino la actuación europea anterior a ella, insuficientemente punitiva con respecto a Rusia pese a que en 2014 se había iniciado ya la década de sanciones y habían desaparecido progresivamente los vínculos políticos que unían el continente. El hecho de que Alemania se plantara ante las presiones de Estados Unidos y siquiera adelante con el proyecto del Nord Stream 2, del que era copropietaria y que estaba construyéndose según los términos occidentales y no de los de Gazprom, es algo que el establishment europeo no puede perdonar a Ángela Merkel. “Los países bálticos son los que más claras han tenido las intenciones de Rusia y acertaron al advertir al resto de la Alianza. Merkel envalentonó a Rusia y debilitó la cohesión de la Alianza con la insistencia en el Nord-Stream 2 y la aceleración del desastroso desmantelamiento nuclear de Alemania”, añadía, en esa misma línea, Rebeccah Heinrichs, think.tanker del Hudson Institute, cuyo objetivo dice ser promocionar “el liderazgo americano para un mundo seguro, libre y próspero”, es decir, los intereses de Estados Unidos, que en el caso de la energía, chocan con la competencia que hasta ahora suponía Rusia en el mercado más lucrativo, el europeo. “Totalmente vergonzoso y bochornoso. La señora Merkel preferiría culpar a quienes tenían razón antes que admitir que ella se equivocó”, sentenciaba la belicista Jessica Berlin, tan aferrada a la guerra que el relato sobre el intento de detenerla -por aquel entonces la guerra de Donbass, sin la que no puede entenderse la de 2022- resulta un insulto.

El origen de la ira liberal europea era un post de un tabloide, The Daily Mail, que escribía: “Excanciller alemana, de 71 años, culpa a Polonia y los países bálticos por la guerra de Putin con Ucrania”. Sumando al habitual estilo de manipulación de este tipo de medios la necesidad de utilizar aún más sensacionalismo para llamar la atención de las redes sociales, el tuit exageraba incluso el titular al que enlazaban. “Ángela Merkel dice que Polonia y los países bálticos son responsables de la guerra de Putin en Ucrania”, titulaba el medio, de por sí tergiversando las palabras de la excanciller alemana. “Lo he arreglado para ti, Frau Merkel”, se burlaba Jessica Berlín, que añadía una imagen del titular de The Daily Mail con las palabras “Polonia y países bálticos” tachadas y un “Rusia” escrito por encima. “La ex canciller alemana Angela Merkel ha culpado a Polonia y a los países bálticos de la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin. Merkel, que dirigió el país entre 2005 y 2021, hizo esta explosiva afirmación en una entrevista con el medio húngaro Partizan. Dijo que culpaba a Polonia y a los países bálticos de la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Rusia y la UE, lo que, según ella, condujo a la invasión solo unos meses después. Según su versión de la historia, la negativa de Polonia a apoyar los Acuerdos de Minsk, un par de acuerdos internacionales clave entre Rusia y la UE, animó a Putin a invadir Ucrania en 2022”, afirma el texto.

Sin necesidad de leer más allá del titular del manipulador artículo, conocidas cuentas proucranianas se adherían al ad hominem para insistir en la humillación sin necesidad de apelar a argumentos. “Primero, visita a Viktor Orbán en Hungría para promocionar su autobiografía. Luego, culpa a Polonia y a los países bálticos por la guerra en Ucrania. Sé que es una competencia difícil con personas como Gerhard Schröder, pero ¿es Angela Merkel la peor canciller en la historia de Alemania?”, escribía, por ejemplo, Pekka Kalliomieni, conocido propagandista de la causa ucraniana. “Schröder llevó a cabo una importante reforma del mercado laboral, mientras que Merkel no emprendió ninguna reforma económica durante sus demasiado largos 16 años en el poder”, respondía el radical Anders Åslund, ubicando a Merkel en una posición incluso peor que la del denostado Schröder, entre cuyos pecados imperdonables está su rechazo a renunciar a la amistad de Vladimir Putin o su puesto en el consejo de administración de Gazprom. “Mantuvo a Orban en el PPE. Ella generó AfD a través de su desastrosa política de inmigración en 2015. Promovió el Nord Stream 2. ¡Qué desastre!”, continuaba Åslund en su diatriba contra Merkel. “Es una vergüenza para sí misma, para Alemania y para la CDU”, sentenciaba. “Esto es simplemente ridículo. Merkel debería volver a lo que la caracteriza: «merkelear», que significa «no hacer nada, no tomar decisiones, no emitir declaraciones»”, sentenciaba, en el tono más humillante posible, la autoproclamada “estratega geopolítica” Velina Tchakarova, que posteriormente se dirigió “a los nuevos expertos en Rusia (después de 2022)”, para ofrecerles “un amable recordatorio de que antes del lanzamiento de la primera invasión rusa de Ucrania en 2014, la UE y la mayoría de los miembros de la UE, incluido Alemania, habían seguido en su mayoría la llamada política de «Rusia primero» en sus relaciones con Europa del Este”. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

“Este es un nuevo y lamentablemente muy bajo punto de vista de Angela Merkel: culpar a los países bálticos y a Polonia por desencadenar la guerra imperial rusa. Lamentablemente, esto ensombrece todo su periodo como canciller alemana. Ni siquiera voy a hablar de Nord Stream”, reflejaba, personalmente ofendido, Marko Mihkelson, presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento de Estonia, uno de los países directamente afectados. El principal problema de este tipo de declaraciones no es solo que estén basados en la reafirmación belicista de quienes siempre prefirieron la guerra a una situación de paz -entendida como ausencia de conflicto- con Rusia, sino que parte de la base de unas acusaciones que Ángela Merkel no ha realizado. En la entrevista concedida a un medio húngaro, Merkel afirma que “en junio de 2021 sentí que el Protocolo de Minsk (de 2014) ya no era tomado en serio por Putin. Por eso, quise un nuevo formato, para que la Unión Europea (UE) hablara directamente con Putin”, a lo que añade que “por eso, quise un nuevo formato, para que la Unión Europea (UE) hablara directamente con Putin”. “Mi opinión era que entonces teníamos que trabajar para tener una política común. En cualquier caso, no se llevó a cabo. Luego dejé el cargo (en diciembre de 2021) y entonces comenzó la agresión de Putin”, sentencia Merkel, resumiendo los hechos más que dirigiendo las culpas a esos países. El hecho de que Merkel añada otro factor, la pandemia, para explicar cómo se llegó a febrero de 2022, refuerza esta visión. “Está claro que el coronavirus cambió la política mundial. Porque ya no podíamos reunirnos. Putin no asistió a la cumbre del G20 en 2021 porque tenía miedo a la pandemia. Si uno no puede reunirse, si no puede resolver las diferencias cara a cara, entonces tampoco se encuentran nuevos compromisos”, explicó. El hecho de que si no hay diálogo directo los conflictos son más difíciles de resolver es difícilmente discutible. Pese al enfado de algunos sectores europeos, lo es también que la falta de voluntad de diálogo por parte de los países europeos es un factor que llevó la situación al extremo y que nunca favoreció una resolución diplomática al conflicto ucraniano.

Apegados a la versión de los acuerdos de Minsk que han dado estos años los medios que no siguieron el día a día de aquel proceso, algunos comentaristas se han ofendido por la “manipulación” que ven en las palabras de Merkel, posiblemente la única dirigente europea que quiso creer en aquellos acuerdos. “Esta es la distorsión más descarada de la historia que esta mujer ha cometido. O es demasiado estúpida para entender que el Kremlin nunca pretendió que los Acuerdos de Minsk funcionaran —eran una forma de presionar a Kiev para que se sometiera a Moscú— o es una mentirosa descarada. Apuesto por lo segundo. Merkel es una de las principales artífices de la guerra. Su ingenua idea de vender Ucrania para obtener gas barato de Rusia en tiempos de paz no solo fracasó, sino que creó las condiciones que hicieron inevitable la guerra. Tiene las manos manchadas de sangre y será recordada por su duplicidad”, argumentaba el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de San Diego Branislav Slantchev, que parece haber olvidado las repetidas y orgullosas admisiones ucranianas sobre su nula intención de implementar los acuerdos de Minsk. El propio Zelensky ha explicado que fue en diciembre de 2019, en la cumbre de jefes de Estado o de Gobierno del Formato Normandía, cuando comunicó a Merkel y Macron que los acuerdos de Minsk eran inviables. Si hay algo que se puede achacar a la excanciller no es beneficiar a Rusia, sino haber evitado en todo momento presionar -pese a que Alemania tenía herramientas para hacerlo- a Kiev para que cumpliera su parte del único acuerdo de paz que se ha firmado en este conflicto.

Merkel tardó, según sus propias palabras, un año y medio en comprender que la hoja de ruta que había negociado personalmente para Ucrania en febrero de 2015 en una maratoniana noche en la capital bielorrusa no iba a resolver el conflicto, enquistado desde el momento en el que una de las partes trató de reescribir los términos desde el primer día posterior a la firma. Aunque el tratado devolvía los territorios de Donbass a Ucrania a cambio de que se concediera una serie de derechos políticos, culturales y económicos mínimos -una autonomía muy inferior a la que disfrutan regiones como el País Vasco en Europa y, por supuesto, las que disponen regiones generalmente apoyadas por el establishment europeo como el Kurdistán iraquí- esas concesiones eran inaceptables para un país que prefería mantener activa la guerra en lugar de garantizar derechos a una parte de su población. Kiev no solo se negó a implementar los acuerdos tal y como se habían firmado, sino que incluso rechazó poner en marcha la conocida como Fórmula Steinmeier, que llevaba el nombre de quien fuera primer ministro de Ángela Merkel y posterior presidente de Alemania. La propuesta, ofrecer a Donbass un estatus especial transitorio para poder realizar las elecciones locales tras las que Ucrania recuperaría el territorio y el control de la frontera, era también una concesión excesiva para Ucrania. La respuesta de Merkel no fue presionar a Ucrania, sino dejar pasar el tiempo hasta tratar de desechar el Grupo de Contacto Trilateral y el Formato Normandía en favor de otro mecanismo, imposible ya por la pérdida de poder que implicaba su inminente retirada y, sobre todo, por el completo desinterés de los países europeos de resolver el conflicto ucraniano por la vía diplomática y del compromiso que exige una situación causada por el intento de Kiev de solucionar por la vía militar un problema político y su fracaso a la hora de someter a Donbass a su voluntad.

La ofendida reacción de varios sectores europeos a las palabras de Merkel no puede esconder que lo que ahora describe la excanciller alemana es lo mismo que ya explicó en el otoño de 2022, cuando ya era señalada como culpable por su política hacia Rusia, calificada de excesivamente favorable al Kremlin. “Los acuerdos de Minsk se habían erosionado. En el verano de 2021, tras la reunión del presidente Biden con Putin, Emmanuel Macron y yo queríamos crear un formato de negociación productivo en el Consejo de la UE. Algunos se opusieron a la idea y yo ya no tenía el poder para llevarla a cabo, porque todo el mundo sabía que ese otoño me iría. Pregunté a otros miembros del Consejo: «¿Por qué no dicen nada? Digan algo». Uno respondió: «Es demasiado grande para mí». El otro se limitó a encogerse de hombros y dijo que era un asunto que correspondía a los grandes países. Si me hubiera presentado a la reelección en septiembre, habría seguido adelante”. Sus declaraciones actuales solo desvelan cuáles eran los países más contrarios al diálogo.

En el ocaso de su mandato, la antes todopoderosa Ángela Merkel se había quedado sola. No había nadie más en la primera línea política europea que apostara por la diplomacia para resolver un conflicto que, en aquel momento, se limitaba a una guerra de trincheras contenida en una parte del territorio ucraniano. Ya entonces, el enfrentamiento con Rusia era más importante que solucionar el conflicto ucraniano. Aunque para ello hubiera que arriesgarse a una guerra más amplia, algo que se repite hoy en día, cuando cualquier voluntad de diálogo intercontinental es una traición y la paz se considera más peligrosa que la guerra.

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