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El altavoz de Naciones Unidas

80 años después de su fundación sobre las ruinas de la catástrofe que había sido la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas celebran esta semana su semana más mediática, el momento en el que la Asamblea General da la bienvenida a jefes de Estado y de Gobierno y el foco mediático de las relaciones internacionales apunta directamente a Nueva York, algo de lo que todos los países son perfectamente conscientes. Esta semana de septiembre es el momento de generar dinámicas, conseguir reuniones, colocar el mensaje en las portadas de los medios internacionales y recabar apoyos de países importantes. La situación internacional en la que se produce indica que habrá dos temas principales en las discusiones públicas y privadas a lo largo de la semana: el papel de Estados Unidos en un momento en el que los cambios son evidentes a nivel mundial y los diferentes conflictos bélicos que están desangrando amplias zonas de varios continentes. El equilibrio de fuerzas y la continuidad en la hegemonía occidental en lo que respecta al control informativo y mediático implica que no serán todos sino apenas algunos conflictos selectos y en los que Estados Unidos y sus aliados tienen intereses directos los que dominarán la agenda. Pese a lo dramático de la situación, con más población desplazada que en Ucrania y una situación humanitaria extrema que afecta a más población que la de Gaza, la guerra de Sudán, en la que un aliado, Emiratos Árabes Unidos, permite que las paramilitares Fuerzas de Respuesta Rápida de Hedmeti sigan luchando contra el igualmente violento e impopular ejército regular, no será una de las cuestiones más tratadas por los países que dominan el mundo. Tampoco la situación en Myanmar, que afecta más directamente a China, o la de la República Democrática del Congo y Ruanda, que Donald Trump afirma falsamente haber resuelto, marcarán la conversación que rodea al encuentro.

Occidente sigue marcando la agenda y sus intereses están puestos en dos conflictos, Ucrania y Gaza, ambos heredados de años anteriores, pero en una situación muy diferente a la de hace un año. Espoleados por el creciente descontento de sus poblaciones, la acumulación de muerte, hambre y destrucción, las imágenes diarias de barbarie y el creciente número de instituciones que utilizan la palabra genocidio para definir lo que Israel lleva 23 meses perpetrando en Gaza ha obligado a los países occidentales a realizar actos que muestren su preocupación por una población asediada y masacrada. Sin voluntad de romper relaciones diplomáticas, imponer embargos de armas o incluso implantar sanciones simbólicas como la expulsión de Israel de eventos deportivos o culturales, aquellos países que han utilizado la cuestión de Gaza para mejorar su popularidad -como es el caso de Macron, que no consigue estabilizar la situación política de su país- han optado por el reconocimiento de Palestina en el marco de la solución de los “dos Estados”, que nunca ha sido viable y que Tel Aviv se niega en rotundo a aceptar. Australia, Canadá, Francia, Luxemburgo, Malta, Bélgica y Reino Unido son los países que han anunciado que harán oficial, en el marco de la semana grande de la Asamblea General de Naciones Unidas, el reconocimiento de un Estado palestino que no existe y que, en las condiciones actuales, no puede existir de forma soberana.

Palestina no solo ha sido utilizada para que Gobiernos con problemas internos se aferren a una causa popular para mejorar su popularidad, sino que es el reflejo de la postura internacional de Estados Unidos, que estas semanas ha demostrado que el aislacionismo que medios y expertos adjudicaban a Donald Trump se ha convertido en un intervencionismo extremo que no se da necesariamente por la vía militar, pero sí por medio de la amenaza de uso de la fuerza -como ocurre en el Caribe-, utilizando herramientas económicas -como los aranceles contra India o Brasil- o simplemente dando órdenes a amigos y enemigos. Israel, cuya misión ha consistido en ser un portaaviones imposible de hundir en una región estratégicamente clave del planeta, es uno de los pocos países a los que el trumpismo institucional, aunque no necesariamente todos los sectores sociales, apoya incondicionalmente. Tanto es así que Marco Rubio anunció la revocación de los visados con los que Mahmoud Abbás, a quien difícilmente puede calificarse de radical o defensor de Hamás, podrían viajar a Nueva York. Sin embargo, pese al intento de la administración Trump de restar protagonismo a Palestina, el reciente informe de una comisión de Naciones Unidas, que ha calificado de genocidio la situación en Gaza, y el reconocimiento al menos de media docena de países -que se unirán a gran parte de la comunidad internacional, que reconoce el Estado palestino desde 1988- hará de Palestina una de las cuestiones más importantes de la semana.

Desde el 7 de octubre de 2023, Kiev ha luchado por mantener el protagonismo al que se había acostumbrado a raíz de la invasión rusa  y equipararse a Israel, el modelo al que Volodymyr Zelensky espera que se parezca la Ucrania del futuro. Al fin y al cabo, un Estado étnico en el que la nación titular es la única que disfruta de todos los derechos, una militarización extrema que se extiende a todos los aspectos de la vida y una relación inquebrantable con Estados Unidos, que implica también una relación privilegiada con la Unión Europea, son los principales objetivos de Ucrania en estos momentos. Pese a la admiración por la forma en la que Tel Aviv ha conseguido tener vía libre para utilizar todo tipo de armas no solo en Gaza sino en Líbano, Siria, Yemen, Irán e incluso Qatar para perseguir a sus enemigos, Kiev sabe que ha de luchar contra el protagonismo de Israel y de Palestina esta semana en Nueva York si quiere conseguir la atención de Donald Trump, la persona más importante del planeta para Volodymyr Zelensky, que ayer anunció que se reunirá con su homólogo estadounidense en su visita a Nueva York. Olvidada la mala relación entre ambos dirigentes, aunque no necesariamente las reticencias de Trump hacia Zelensky, a quien, junto a Biden, adjudica la culpa por el estallido de la guerra, el presidente ucraniano pretende consolidar lo logrado en la mini cumbre de la Casa Blanca del pasado mes de agosto. El discurso ucraniano utilizará los mismos lemas habituales -la posibilidad de victoria, el temor a la derrota y la necesidad de más sanciones contra Rusia y armas para Kiev, pero se aprovechará de la situación actual. Donald Trump, a quien no molestan en absoluto los constantes y crecientes ataques ucranianos contra infraestructuras civiles como las refinerías de petróleo, se ha mostrado muy crítico por la continuación de la campaña aérea rusa.

Esta misma semana, el presidente de Estados Unidos se ha mostrado “decepcionado” con Vladimir Putin, que no le ha dado la victoria diplomática rápida que debía ser la base de su candidatura al Premio Nobel de la Paz y se ha resistido a acatar las condiciones inaceptables que Occidente le propone en busca de un alto el fuego que nadie esconde que sería utilizado para reforzar a Ucrania y militarizar aún más el país. Zelensky es consciente de que, en su reunión con Donald Trump, ha de utilizar a su favor ese enfado del presidente de Estados Unidos, ya que es la base sobre la que exigir la ampliación de las sanciones estadounidenses a países como China que Kiev y Bruselas llevan meses suplicando a la Casa Blanca. “Rusia no cambia su táctica de atacar edificios civiles. Otro ataque de la Federación Rusa tuvo como blanco diferentes regiones de nuestro país. La infraestructura civil y las personas fueron atacadas”, escribía ayer Andriy Ermak para denunciar un ataque masivo ruso que, según las autoridades ucranianas, incluyó 40 misiles y 580 drones. La cifra de bajas, tres personas muertas, sugiere lo contrario de lo defendido por el jefe de la Oficina del Presidente, ya que esa potencia militar utilizada deliberadamente contra la población civil provocaría datos mucho más elevados de muertes civiles.

Sin embargo, sin poder competir con Gaza en términos de muertes civiles, que según los datos de Naciones Unidas siguen siendo inferiores a la cifra de menores asesinados por Israel, Ucrania se centrará, además de en el argumento de que es Rusia quien no quiere la paz, en la idea de la defensa de Europa. Tras la incursión de un máximo de 19 drones rusos -la mayoría de ellos, si no todos, señuelos sin carga explosiva- en el territorio de Polonia, ayer Estonia denunciaba una nueva incursión, en este caso por parte de varios Mig-31 en su espacio aéreo. Aún más beligerante que Polonia, Tallin ha llamado a consultas al resto de países miembros apelando al Artículo IV de la OTAN. Estonia insiste, pese al desmentido ruso, en que las aeronaves rusas transitaron por su espacio aéreo durante doce minutos. Rusia, por su parte, afirma que sus pilotos, que volaban desde Carelia a Kaliningrado, se mantuvieron en todo momento sobre aguas internacionales.

En un momento en el que el discurso es tan importante como la realidad a la hora de convencer a sus patrocinadores de que merecen más asistencia, armamento y munición, conocer el trayecto seguido por los cazas rusos en una zona completamente ajena a la guerra de Ucrania es menos importante que presentar los hechos como una prueba concluyente de que el Kremlin está probando las defensas de la OTAN. “Tiempo que los aviones rusos pudieron estar en el espacio aéreo turco antes de ser derribados: 17 segundos. Tiempo que se permitió a los aviones rusos entrar en el espacio aéreo de la UE antes del comunicado de prensa: 12 minutos”, escribió en referencia a un episodio que terminó con Erdoğan suplicando perdón a la vida del piloto, Jessica Berlín a la cabeza del sector más duro de los halcones europeos en un mensaje reposteado por Marko Mihkelson, presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento de Estonia. Este episodio, real o imaginario, de la violación del espacio aéreo estonio va a ser un argumento más para defender la idea de que Vladimir Putin no solo no está dispuesto a lograr la paz en Ucrania, sino que prevé una agresión contra la Unión Europea y la OTAN. Teniendo en cuenta el interés manifiesto de Kiev por involucrar a la OTAN en la guerra y lograr, por lo menos, que los países miembros derriben aeronaves y misiles rusos, este argumento será parte del discurso de Zelensky en la Asamblea General y en las reuniones que mantenga en los márgenes. Mientras otros países hablen de la búsqueda de la paz y la renovación del sistema de Naciones Unidas para garantizar el multilateralismo y la búsqueda de relaciones pacíficas, Ucrania y los halcones europeos seguirán presentándose como garantes de paz y defensores de Europa mientras defienden un modelo que garantiza la continuación de la guerra y amenaza con ampliarla.

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