Ayer, con unas cifras totales de 6.060 cuerpos de soldados ucranianos entregados a Ucrania y 78 a Rusia, concluyó el proceso de intercambio pactado durante la segunda reunión entre las delegaciones de los dos países en guerra en Estambul. Este tipo de acciones, al igual que el intercambio de prisioneros, proceso que continúa y debería cumplirse esta semana, están permitiendo ganar tiempo a las partes, que consiguen con ello simular actividad diplomática y aplazar poco a poco el momento en el que las cuestiones humanitarias se hayan agotado y no quede más remedio que comenzar a tratar cuestiones políticas. En la estrategia de los alicientes y amenazas de Donald Trump, ambos países están amenazados con sanciones en caso de que el presidente de Estados Unidos los considere culpables de bloquear las negociaciones o impedir la paz, por lo que los intercambios de prisioneros son útiles para las dos capitales.
Sin embargo, la aparente facilidad -que solo lo es si se obvian los retrasos y se olvidan los antecedentes- con la que Ucrania y Rusia intercambian prisioneros de guerra, civiles atrapados en el lado incorrecto del frente o cadáveres recogidos en el campo de batalla no debe ocultar que no se ha producido ningún avance político hacia la paz o un alto el fuego, siquiera temporal, desde hace semanas. Cada uno de los pasos que causaron un falso optimismo entre quienes no quieren comprender que el conflicto entre los dos países va más allá del escenario bélico ha resultado ser solo un espejismo. Las negociaciones, que posiblemente continúen a partir de la próxima semana -así lo propuso en su conversación con Donald Trump Vladimir Putin y es previsible que Ucrania acepte para continuar pactando pequeños pasos hacia ninguna parte-, no han modificado el statu quo ni el contacto directo ha rebajado la retórica y tensión entre los dos países.
Aprovechando la situación en Oriente Medio y en su habitual intento de presentar la situación en Ucrania como exactamente lo mismo que ocurre en el foco de atención del momento, Volodymyr Zelensky denunció el domingo que Rusia planea atacar las centrales nucleares ucranianas, una acusación para la que no aporta ninguna prueba y que debería resultar extraña considerando el momento. Teniendo en cuenta que el principal argumento israelí para justificar el ataque preventivo contra Irán y dar inicio a una campaña de propaganda occidental con todos de los elementos y falsedades de la guerra de Iraq ha sido la cuestión nuclear, Zelensky ha querido subirse a esa ola recuperando un discurso al que se ha aferrado repetidamente a lo largo de la guerra.
Al igual que para Israel, que en realidad busca perpetuar su estatus como única potencia nuclear regional y un cambio de régimen que convierta a Irán en un Estado títere de su aliado estadounidense, el peligro nuclear no es sino una excusa que la prensa occidental está dispuesta a aceptar. No en vano, es Israel y no Irán quien ha proliferado, dispone de armas nucleares y no ha firmado, por motivos evidentes, el Tratado de No Proliferación.
“Rusia planea nuevos ataques contra nuestro sector energético, ataques que podrían ser menos visibles para el mundo ahora mismo, ya que la atención se centra en la situación en Oriente Medio. Los servicios de inteligencia de nuestros socios disponen de la información pertinente. El ministro de Energía ucraniano ha transmitido información específica sobre la amenaza rusa a la infraestructura nuclear de Ucrania al OIEA y al Sr. Witkoff. El ministro de Defensa de Ucrania ha transmitido información a su homólogo estadounidense”, afirmó el domingo Volodymyr Zelensky aunque en más de tres años de guerra los ataques más claros contra una central nuclear, la de Energodar, hayan sido ucranianos.
A excepción del impacto de un dron en un tejado de Chernóbil, caso que resultó bastante cuestionable aunque, por supuesto, se dio por hecho la culpabilidad rusa, la artillería y drones utilizados han sido aquellos con los que Ucrania ha atacado la única central nuclear ucraniana, la más grande de Europa, que se encuentra, desde marzo de 2022, bajo control ruso. En aquel momento, la aproximación rusa a las infraestructuras fue retransmitida en directo y con enorme alarma por la prensa occidental, que llegó incluso a hacer seguimiento de los bombardeos rusos contra instalaciones nucleares que resultaron ser un edificio administrativo adyacente que nunca puso en peligro la seguridad nuclear. En los tres años posteriores, Rusia ha atacado infraestructuras de producción energética, especialmente desde el pasado agosto, cuando la aventura rusa de Zelensky hizo descarrilar las negociaciones para una tregua en las infraestructuras antes de empezar.
Las tropas de Moscú no han atacado ninguna de las centrales nucleares ucranianas que, según Zelensky, se encuentran ahora en peligro. Por supuesto, en el discurso de Zelensky no existe ningún indicio de admisión de que, si las centrales nucleares están ahora sobre la mesa como posibles blancos de la guerra -y ni Estados Unidos ni los países de la Unión Europea han condenado los ataques israelíes a la infraestructura nuclear (ni a ninguna otra)- es precisamente por su aliado israelí, no por la actuación rusa. ¿Con qué legitimidad podrían los países occidentales denunciar un ataque ruso contra una de las centrales nucleares ucranianas después de calificar los bombardeos israelíes de legítima defensa? Es probable que la pregunta quede en el aire y que el argumento de Zelensky sea, una vez más, simplemente una forma de conseguir que Ucrania siga en el centro de atención mundial, táctica que ya utilizó, por ejemplo, durante la fase álgida de la guerra dialéctica entre Trump y China, momento que Ucrania aprovechó para alegar una participación china en la guerra que solo existe en su imaginación.
Como guinda del pastel, el presidente ucraniano ha añadido más acusaciones a su relato, que en las últimas horas ha alcanzado un nivel de creatividad que hacía mucho tiempo que no obtenía. Los rusos, afirmó ayer Zelensky, ofrecen intercambiar a niños ucranianos por sus soldados. “Esto es una locura”, sentenció el líder ucraniano tras inventar algo a lo que no puede darse credibilidad sin algún tipo de evidencia. En Estambul, Ucrania entregó a Medinsky una lista con 339 nombres de niños ucranianos que acusa a Rusia de haber “secuestrado”, una cifra de menores que Moscú afirma haber evacuado de la línea del frente que se parece poco a la acusación de decenas de miles de menores perdidos en Rusia. Cualquier acusación es válida contra Moscú, por lo que la prensa dio completa credibilidad a las alegaciones ucranianas cuando se plantearon como argumento para acusar a Rusia de genocidio, pero ahora presta escasa atención a una lista que ni siquiera alcanza el medio millar.
Pero las acusaciones ucranianas no se limitan a Rusia y también Estados Unidos obtiene sus reproches. Washington, afirma Zelensky, ha vetado los ataques ucranianos contra infraestructuras energéticas rusas. La acusación es dudosa teniendo en cuenta que Ucrania ha continuado atacando refinerías en Rusia -lo hizo incluso durante la tregua energética- y Estados Unidos ni siquiera ha criticado el ataque ucraniano más grave, el de las bases militares estratégicas, ni los sabotajes en infraestructuras ferroviarias, que causaron bajas civiles. El agravio que manifiesta Ucrania es un intento de obtener más atención y apoyo de sus aliados, especialmente esta semana que se celebra la reunión del G7 y coincide, casualmente, con la filtración -posiblemente falsa, ya que Estados Unidos solo intenta estos días la negación plausible, poder desmarcarse de unas acciones israelíes que serían imposibles sin su connivencia- de que la Casa Blanca ha prohibido a Israel asesinar al ayatola Jameneí. Aunque aún no haya recurrido a las plegarias de intervención occidental similar a la que actualmente se produce en Oriente Medio con Estados Unidos y el Reino Unido derribando misiles iraníes sobre los cielos de Jordania, en su intento de equipararse a Israel y utilizar la situación actual en Oriente Medio para conseguir más atención para Ucrania, Zelensky intenta equipararse a Israel tanto en el enemigo como en las amenazas, notablemente exageradas, y los reproches.
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