La guerra de Ucrania se encuentra actualmente en un extraño limbo entre las afirmaciones de Donald Trump, que asegura que el acuerdo está más cerca y él será el hombre que lo haya hecho posible, y la realidad del día a día, siempre con la apariencia del perpetuo aumento de la tensión. Por una parte, el Día de la Victoria es un momento propicio para rebajar tensiones, reivindicar, cada país a su manera -muchas veces denunciando explícitamente los actos realizados por el otro bando- la victoria de la Segunda Guerra Mundial, que pese al actual discurso, fue común. Pero la semana también es propicia para el enfrentamiento político. Curiosamente, al contrario que otros años, Ucrania ha optado en esta ocasión por reivindicar su papel en aquella guerra cuyos símbolos ha prohibido por ley. “Ucrania pagó un precio devastador en la Segunda Guerra Mundial: 5 millones de civiles murieron y 3 millones de soldados dieron su vida combatiendo. El papel de los ucranianos en la derrota del nazismo fue crucial, aunque a menudo se pasa por alto. Recordemos la verdadera historia de la Segunda Guerra Mundial y honremos a quienes lucharon por la libertad”, escribió ayer el Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, que acompañó una imagen de guerra con el nuevo símbolo con el que celebra la victoria, la amapola al estilo británico, frente a la Bandera de la Victoria, que presidirá el viernes el desfile de Moscú, pero que está vetada en Ucrania por ser demasiado comunista y por su vinculación a la Unión Soviética.
Ese desfile ha sido estos días uno de los motivos de polémica entre los sectores más radicales de la Unión Europea y aquellos que no están dispuestos a romper completamente con el pasado. Kaja Kallas ya había advertido de “consecuencias” a los líderes europeos que acudan a la conmemoración del 9 de mayo en Moscú, una amenaza especialmente dirigida a Alexandr Vučić, el presidente de Serbia, que pese al intento de avanzar en la integración europea, trata de compaginar esa agenda con las amistosas relaciones que Belgrado ha mantenido tradicionalmente con Moscú. “Voy a ir aunque el cielo me caiga sobre los hombros”, afirmó la semana pasada, tras recibir la velada amenaza de que el acceso de Serbia a la UE podría verse perjudicado por el viaje a Moscú. Ayer, los países bálticos anunciaron que cerrarían su espacio aéreo a aquellas aeronaves cuyo destino fuera la capital rusa alegando lo político -o políticamente incorrecto- del motivo del viaje. El veto no solo afectó al presidente serbio, obligado a aterrizar de urgencia en Azerbaiyán, sino también a Robert Fico, que había confirmado su asistencia pese a las amenazas de la líder de la diplomacia de la Unión Europea.
A esas advertencias políticas y a las amenazas logísticas hay que añadir el ruido de sables de Ucrania, al que no solo se han unido batallones nacionalistas, sino el propio Zelensky, que se aprovechó de la idea de la tregua de tres días anunciada por Vladimir Putin para alegar que el presidente ruso está aterrorizado con la posibilidad de que Kiev ataque lo que considera un objetivo militar legítimo. La semana pasada, el presidente ucraniano insistió en no poder “garantizar la seguridad” de los invitados al desfile, una amenaza evidente que Zelensky camufló sugiriendo la posibilidad de una bandera falsa del Kremlin. La estrategia de tensión está clara, aunque es de esperar que no se extienda al sueño de bombardear el Kremlin durante el desfile del Día de la Victoria. Nadie en su sano juicio atacaría un acto en el que participa el jefe de Estado de la segunda potencia mundial, Xi Jinping.
Sin embargo, Ucrania está aprovechando las horas previas al día que gran parte de la población rusa considera uno de los más importantes del año y se está esforzando especialmente en atacar con drones las inmediaciones de Moscú en las horas previas a ese alto el fuego anunciado por Vladimir Putin y que debía comenzar mañana. Ayer, centenares de drones ucranianos atacaron varias regiones rusas, incluida Moscú, como ya habían hecho 24 horas antes, siempre sin grandes blancos militares y con el objetivo de amedrentar. Kiev intentó también atacar la flota rusa del mar negro utilizando al menos cinco misiles Neptune lanzados desde Odessa hacia Novorossiysk. Todos ellos fueron derribados en las inmediaciones de Crimea.
Atemorizar a la población, intentar reducir la presencia de autoridades políticas extranjeras y deslegitimar el desfile del 9 de mayo es la misión principal de Ucrania esta semana. “En dos días, celebrarán su imaginaria «victoria en solitario» en la Segunda Guerra Mundial, olvidando que casi 7 millones de ucranianos dieron su vida luchando contra el nazismo. En la Plaza Roja, desfilarán tropas y piezas de equipo militar ruso, solo para ser enviados después del espectáculo a matar ucranianos, apoderarse de nuestra tierra y robar nuestros recursos. Tal como lo hicieron los nazis en 1941”, escribió Mijailo Podolyak, uno de los principales exponentes de la corriente de marcar la ruptura completa con Rusia, renunciar a todos los símbolos comunes, negar el papel de la Unión Soviética y reivindicar por encima de todos el papel de Ucrania. En su agresiva y arrogante línea, el asesor de Andriy Ermak, mano derecha de Zelensky, calificó el desfile de la “plaza roja de sangre” de “shitshow”. En el pasado, han desfilado en la Plaza Roja junto a las tropas rusas y de otras repúblicas exsoviéticas unidades de las Fuerzas Armadas de Ucrania y el viernes lo harán, entre otras, las del principal socio comercial de Kiev, China.
Al contrario que el resto del año, cuando los símbolos soviéticos son evitados, la decoración de la Plaza Roja portará, como en ocasiones anteriores, el escudo de la Unión Soviética y celebrará una victoria tan en solitario que incluso las películas que el Ministerio de Cultura de la Federación Rusa ha patrocinado en los últimos años hacen el esfuerzo de mostrar el valor y el papel de soldados y unidades de las repúblicas europeas y también de las de Asia Central. Como escribía ayer en las redes sociales el periodista opositor ruso Leonid Ragozin en referencia a la insistencia de Ucrania de que se está pasando por alto su papel en la victoria, “realmente se pasa por alto cuando los monumentos de la Segunda Guerra Mundial están siendo eliminados en masa mientras que se pone a las calles nombres en honor a los colaboracionistas nazis”. No es Rusia quien ha borrado el papel de ucranianos y ucranianas en la victoria común contra el fascismo, sino que ha sido Ucrania quien ha optado por borrar los símbolos de esa lucha y promocionar el enaltecimiento de quienes lucharon hasta la derrota final protegiendo a las tropas de la Alemania nazi.
En esta Unión Europea que aún busca su sitio, generalmente sin saber que su posición privilegiada se quedó en el pasado, el Gobierno ucraniano juega el papel de alumno aventajado que ha comprendido rápidamente que reivindicar su papel en la victoria soviética puede hacerse enalteciendo durante todo el año a quienes colaboraron con el nazismo y empleando la primera semana de mayo culpando a Rusia de haberse apropiado de un éxito que no le corresponde. Los países que se rindieron apenas sin lucha, los que se mantuvieron al margen, se entregaron de forma prácticamente voluntaria o esperaron a que las dos grandes potencias militares -primero la Unión Soviética y Estados Unidos con la tardía apertura del segundo frente después- dieran la vuelta a la guerra para unirse realmente a la resistencia optan desde hace años por el Día de Europa, que de forma explícita excluye a Rusia, para hacer del día una conmemoración más europea, es decir, con menos banderas rojas. Liderada por los países bálticos y Ucrania, esa visión de la guerra no está lejos de la de Donald Trump, que esta semana ha escrito en su red social personal que Estados Unidos ganó esa guerra y que “sin Estados Unidos, la guerra la habrían ganado otros países”. Concretamente la Unión Soviética. Ocultar ese papel, y no el de Ucrania como parte integral de la Unión Soviética, es el objetivo del revisionismo histórico, que desde hace una década ya no es único a los países bálticos, sino que se ha extendido a toda la Unión Europea.

Comentarios
Aún no hay comentarios.