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«A las puertas de algo significativo»

El pasado fin de semana, apenas unas horas antes de que se produjera el ataque ruso contra Sumi -que ayer se cobró su primera víctima política, el jefe de la Administración Militar Regional, al que se acusa desde varios sectores por haber realizado una ceremonia militar en pleno centro de la ciudad, exponiendo a la población civil a los misiles rusos-, un sonriente Steve Witkoff se reunía por tercera ocasión desde enero con Vladimir Putin. Hasta ayer, lo único que había trascendido era el optimismo de Donald Trump, que no desapareció con el fuerte bombardeo del domingo, ni se vio afectado por las críticas de algunos de sus asesores. Según The Wall Street Journal, Keith Kellogg, enviado de Estados Unidos para Ucrania, y el neocon Marco Rubio, Secretario de Estado, estarían presionando a Donald Trump para tratar la voluntad de paz de la Federación Rusa con mayor escepticismo, una forma de acercar a la Casa Blanca a la postura de Ucrania y de sus aliados europeos. La brecha existente en la administración norteamericana es evidente pese al intento de personas como Rubio de adherirse a rajatabla a la retórica y al mensaje de Donald Trump. Sancionado por Rusia y halcón de la contención de China, el jefe de la diplomacia es el principal exponente de esa parte del trumpismo, al que se ha unido de forma oportunista en busca de poder pese a las diferencias políticas, dispuesta a ser más dura con el Kremlin en el actual proceso de negociación.

No es de extrañar así que Moscú se encuentre más cómoda con Steve Witkoff, que en su anterior visita a Rusia se mostró dispuesto a creer y difundir públicamente la historia que Vladimir Putin le había contado sobre el intento de asesinato de Donald Trump -el presidente ruso afirmó haber rezado por su vida- y que se ha pronunciado describiendo la guerra rusoucraniana en términos muy similares a los del Gobierno ruso, algo que vuelve a repetirse actualmente. “Esta es la tercera reunión que mantengo con él”, afirmó el enviado de Trump para Oriente Medio y extraoficial interlocutor principal con la Federación Rusa en referencia a su encuentro con el presidente ruso. “La última reunión ha durado cerca de cinco horas. En ese momento se encontraban en la sala dos de sus principales asesores, Ushakov y Kiril Dmitriev”, añadió antes de calificar la reunión como “convincente” y precisar que, finalmente, ha obtenido respuesta a la pregunta de “cuál es la petición de Putin para tener una paz permanente aquí”.

Los dos nombres mencionados por Witkoff, habituales en las reuniones de alto nivel, son un indicio de la temática del encuentro. Considerado uno de los principales asesores de Vladimir Putin en la cuestión internacional, la mención a Ushakov es un signo de normalidad en una negociación que es, ante todo, política. La presencia de Kiril Dmitriev, presidente del Fondo Ruso de Inversiones Directas es seña inequívoca del interés ruso por negociar con Estados Unidos los aspectos económicos de un posible acuerdo entre los dos países, algo que emociona a Witkoff, que en una entrevista concedida al publicista de la derecha trumpista Tucker Carlson se preguntaba “quién no querría un mundo en el que Rusia y Estados Unidos colaboren para hacer cosas buenas juntos”. La oportunidad de volver a entrar en el negocio de la extracción de petróleo ruso fue el primer aspecto económico que se comentó tras la reunión de Riad, a lo que hay que sumar también el interés de Estados Unidos por el tránsito de gas. Según han publicado varios medios, en la última reunión con Ucrania, Washington habría tanteado conseguir el control del gasoducto que transita desde Suya, localidad de Kursk recientemente perdida por Ucrania hasta la frontera occidental en Uzhgorod. Aunque las intenciones de Ucrania pasan por impedir el tránsito de gas ruso y centrarse en transportar gas ideológicamente correcto como el de Azerbaiyán, es evidente que quien aspire a ello tendrá que llegar a un acuerdo con la Federación Rusa, sin cuyo visto bueno no puede llegarse desde Bakú a Suya.

Frente a ese entusiasmo siempre se ha mantenido la frialdad y el ligero escepticismo de Sergey Lavrov, que insiste en que los dos países nunca van a tener un punto de vista similar, aunque puedan cooperar. La lentitud con la que está avanzando el proceso, que la prensa y el establishment político europeo y norteamericano entienden como una treta de Rusia para dilatar las negociaciones para alargar la guerra, en la que se sabe superior en estos momentos, responde realmente a la desconfianza que se ha creado en las últimas décadas en la relación entre Moscú y las capitales occidentales, incluida Washington. De ahí que Rusia insista en un acuerdo completo, no en una tregua sin garantías de que vaya a derivar en una negociación de las cuestiones finales o suponga el riesgo de que aspectos importantes queden fuera de un documento que no vaya más allá de las vagas promesas que anteriores líderes políticos rusos recibieron de sus homólogos occidentales. Pesan en este sentido las experiencias de la negociación de la salida de Afganistán en los años 80, en la que, según el propio negociador de Naciones Unidas “Estados Unidos movió la portería” en el último momento; las promesas realizadas verbalmente pero que Mijaíl Gorbachov no fue capaz de obtener en un trozo de papel o los recientes siete años de proceso de Minsk, en el que Ucrania trató de reescribir los acuerdos prácticamente desde el momento de su firma. “Sabemos muy bien qué aspecto tiene un acuerdo beneficioso para ambas partes, que nunca hemos rechazado, y qué aspecto tiene un acuerdo que podría llevarnos a otra trampa”, afirmó el lunes Sergey Lavrov, que admitió la dificultad de lograr un entendimiento con Ucrania y que mencionó los dos aspectos relevantes en la negociación de un tratado entre Moscú y Kiev: “la OTAN y los territorios”. A ello hay que añadir las cuestiones económicas de la reintegración rusa en el mercado occidental y el levantamiento de las sanciones, algo que Rusia ha de negociar con Estados Unidos y, sobre todo, con la Unión Europea y el Reino Unido, una labor posiblemente más ardua que la resolución de la guerra. La línea roja rusa choca frontalmente con la ucraniana. El mismo día, el ministro Sibiha afirmó que “Ucrania cuenta ahora con 110 brigadas de combate curtidas. La adhesión a la OTAN debe seguir sobre la mesa”.

La dificultad para imponer un acuerdo no ha conseguido aún disuadir a Witkoff, que confía en estar a “ las puertas de algo muy significativo para el mundo entero. Además, creo que existe la oportunidad de reformar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia mediante atractivas empresas comerciales que, en mi opinión, podrían proporcionar una verdadera estabilidad en la región. La asociación crea estabilidad”. En su limitado conocimiento del conflicto, el enviado de Donald Trump cree encontrarse en la fase final de una negociación en la que solo ahora parece haber comprendido los parámetros en los que va a decidirse.

“Hemos llegado a un punto en el que Putin expresó su deseo de lograr una paz duradera, no sólo un alto el fuego, sino algo más. Y también tenemos una respuesta a eso”, afirmó en una entrevista concedida a Fox News expresando lo que la Federación Rusa lleva meses dejando perfectamente claro. “Este acuerdo de paz trata de los llamados cinco territorios”, afirmó sin tratar de nombrar las cinco regiones de Ucrania -Crimea, Lugansk, Donetsk, Zaporozhie y Jersón-, cuyos territorios están total o parcialmente bajo control ruso y que fue incapaz de enumerar en su anterior entrevista con Tucker Carlson. “Pero, en realidad”, añadió, “es mucho más. Es sobre seguridad, protocolos, la OTAN, el artículo V”. Pese al ingenuo optimismo de Witkoff y de la administración estadounidense en general, que ya ha demostrado tener cartas únicamente para coaccionar a Ucrania y no a Rusia, la resolución de la guerra pasa por un acuerdo entre Kiev y Moscú sobre dos aspectos -la OTAN y la cuestión territorial- en la que sus posturas siguen siendo incompatibles.

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