“Creo que todo podría ir bien entre Ucrania y Rusia, y lo sabrán muy pronto. Llega un punto en el que hay que aguantar o callarse. Ya veremos qué pasa, pero creo que todo va bien”, afirmó el domingo a bordo del Air Force 1 el presidente estadounidense Donald Trump apenas unas horas después de que un bombardeo ruso dejara una treintena de muertos y decenas de heridos en el centro de la ciudad ucraniana de Sumi. “Actualmente, 38 personas reciben tratamiento en centros médicos de Sumi tras el ataque balístico ruso de ayer, entre ellas, 9 niños. Once personas, entre ellas 3 niños, se encuentran en estado crítico”, añadió ayer Volodymyr Zelensky, cuyo equipo de comunicación pasó todo el día mostrando su agradecimiento por los mensajes de apoyo recibidos de sus aliados extranjeros. Antes, el presidente ucraniano había exigido una respuesta firme a un bombardeo del que afirmaba que se trataba de un ataque deliberado a la población civil. Su mensaje se dirigía tanto a sus socios europeos, a los que exige un aumento del flujo de armamento, financiación y munición, como a Estados Unidos, de quien demanda un endurecimiento de la postura política.
“Creo, lamentablemente, que en Estados Unidos prevalecen las narrativas rusas”, había declarado Zelensky en una entrevista grabada días antes pero emitida ese domingo por la CBS estadounidense. “¿Cómo es posible presenciar nuestras pérdidas y nuestro sufrimiento, comprender lo que hacen los rusos y seguir creyendo que no son los agresores, que no iniciaron esta guerra? Me parece que el vicepresidente, de alguna manera, justifica las acciones de Putin”, añadió en referencia a la postura de JD Vance, con quien mantuvo el enfrentamiento del Despacho Oval en el que Donald Trump tomó claramente partido por su vicepresidente, al que permitió humillar al invitado ucraniano. Las palabras de Zelensky no solo se refieren a la postura gubernamental, sino que a lo largo de la guerra la queja ucraniana ante cualquier información que contradijera el relato oficial ucraniano ha sido una constante. Así ocurrió, por ejemplo, cuando The Wall Street Journal publicó un extenso reportaje que, aunque exculpaba al presidente ucraniano, inculpaba a Ucrania y a varias personas de la cadena de mando militar en el atentado contra el Nord Stream o cuando The New York Times desmintió la versión ucraniana a raíz del bombardeo de un mercado en Konstantinovka, donde fue un misil antiaéreo ucraniano y no un proyectil ruso disparado deliberadamente contra la población civil el que causó numerosas víctimas mortales civiles.
Nada similar se repitió tras el bombardeo de Sumi, en el que la prensa ha optado por la condena explícita y la publicación de la versión ucraniana sin siquiera una mención al desmentido ruso, adhiriéndose sin matices a la versión dada por las autoridades políticas. “Putin y la paz aparentemente no encajan en la misma frase. El bárbaro ataque del Domingo de Ramos de Rusia contra fieles cristianos en Ucrania parece ser la respuesta de Putin a los esfuerzos por lograr un alto el fuego y la paz”, afirmó Lindsey Graham, el senador que en el pasado ha abogado por seguir luchando “hasta el último ucraniano”. El uso del Domingo de Ramos como agravante ha sido unánime en la reacción occidental, generalmente en boca de quienes no lo han señalado así, por ejemplo, en la ruptura israelí de la tregua en Gaza durante el Ramadan, que ha provocado centenares de muertos, entre ellos un elevado número de menores. La doble vara de medir hace más importantes las festividades religiosas de las poblaciones blancas y cristianas. El domingo, desde sectores propalestinos se destacaba también que las duras condenas al bombardeo ruso de infraestructuras civiles contrastaban con las tímidas menciones al enésimo bombardeo israelí de la infraestructura hospitalaria de Gaza. El Domingo de Ramos, Israel dio veinte minutos al personal para evacuar a pacientes y personal antes de bombardear una vez más el Hospital Bautista Al Ahli.
Mientras Ucrania y sus aliados europeos insisten en que el edificio atacado era una infraestructura civil situada en el centro de una ciudad llena de civiles a plena luz de domingo, Rusia alega su uso militar e insiste en que se estaba celebrando ahí una reunión de mandos militares. Esta versión ha sido validada por tres fuentes ucranianas que difícilmente pueden calificarse de prorrusas: el alcalde de una localidad cercana, la diputada elegida por el partido de Zelensky Mariana Bezuhla y el nacionalista Ihor Moisichuk. Todos ellos han denunciado la imprudencia del gobernador de la región al celebrar el séptimo aniversario de la 117ª Brigada Aérea en el centro de la ciudad, dato que al parecer fue captado por la inteligencia rusa, lo que, según la versión de Moscú, provocó el bombardeo. El hecho de que ayer se anunciara, por ejemplo, la muerte del coronel Yuri Yula, comandante de la 27ª Brigada, refuerza también el argumento ruso del ataque a un objetivo militar situado en una zona civil, algo que las potencias occidentales critican como uso de escudos humanos únicamente cuando se produce a consecuencia de bombardeos de sus aliados.
“El ataque con misiles de Sumi tuvo lugar el día del aniversario de la 117ª brigada que defiende la ciudad. Tres fuentes ucranianas —el alcalde de Konotop, un diputado de la Rada que se expresa abiertamente y una figura prominente de la extrema derecha— afirman que los rusos atacaron una ceremonia de entrega de premios celebrada con motivo de la ocasión. Pero el mando ruso sabía perfectamente que un ataque diurno contra el centro de la ciudad causaría múltiples bajas civiles. El segundo ataque, dirigido contra la calle frente al edificio y que destruyó un trolebús que transportaba pasajeros, resulta particularmente espantoso”, escribió el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, horrorizado por las imágenes que causó el ataque. El detalle que se ha pasado por alto es que la escalada en el noroeste del país y el claro empeoramiento de la situación en Sumi es la consecuencia directa de la aventura rusa de Zelensky, que en agosto del pasado año alegó que la ofensiva ucraniana en Kursk buscaba evitar una ofensiva rusa en la región. En aquel momento, la presencia rusa en Kursk era tan escasa que las tropas optaron por retirarse en lugar de defenderse. El presidente ucraniano nunca explicó cómo una agrupación sin capacidad alguna de defensa estaba preparada para acciones ofensivas.
El ataque ucraniano en Rusia no solo impidió que progresaran las negociaciones previstas para un alto el fuego parcial que preservara la integridad de las infraestructuras energéticas de ambos países, sino que volvió a exponer a Sumi a los misiles rusos en un momento en el que ya era evidente que Ucrania no iba a recibir material antiaéreo adicional de Estados Unidos. Es obvio que el bombardeo va a ser utilizado por Kiev para exigir más sistemas de defensa aérea a sus aliados, algo que Zelensky ya había mencionado en su entrevista en 60 minutes. “Cuando niños y adultos mueren a causa de misiles”, afirmó el presidente ucraniano, “no puedo entender por qué no podemos acordar nuevos sistemas Patriot”, afirmó sin recordar que Ucrania dispone de más sistemas antiaéreos que muchos de sus países aliados.
En la misma entrevista, Volodymyr Zelensky emplazaba a Donald Trump a visitar Ucrania, algo que ha rechazado repetidamente, para comprender la situación real. El presidente ucraniano confía ciegamente en que ver la realidad sobre el terreno es capaz de modificar la postura de su aliado más importante pese a que la experiencia muestra que observar de cerca la destrucción que provoca la guerra suele reafirmar las posiciones anteriores. Así ocurrió, por ejemplo, con la delegación de varios países africanos encabezada por el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, que tras la visita a Maidan, Bucha o Irpin en lugar de condenar a Rusia salió de Ucrania insistiendo en la necesidad de lograr un acuerdo para evitar más muerte.
“Los líderes mundiales han condenado unánimemente la barbarie de los misiles rusos. Estamos muy agradecidos por este apoyo. El problema es que las palabras por sí solas nunca serán suficientes para detener a Putin. Para quienes crecieron en la tradición democrática occidental, es difícil imaginar una situación en la que las negociaciones carezcan de sentido. Una historia medieval con un maníaco sanguinario en el trono no encaja en la realidad del siglo XXI. Pero este anacronismo está matando a los ucranianos hoy, y no tiene planes de detenerse”, escribió en las redes sociales Mijailo Podolyak, que aparentemente olvidó que el Gobierno estadounidense se ha desmarcado claramente de las afirmaciones de sus socios europeos.
Pese a las tímidas condenas o el calificativo de error para definir el bombardeo, los representantes de la administración Trump han reaccionado reafirmando su voluntad de lograr el final del conflicto. “El ataque de las fuerzas rusas contra objetivos civiles en Sumi, perpetrado hoy el Domingo de Ramos, traspasa cualquier límite de la decencia. Hay decenas de civiles muertos y heridos. Como exlíder militar, entiendo los ataques y esto está mal. Por eso el presidente Trump se esfuerza por poner fin a esta guerra”, escribió en las redes sociales Keith Kellogg mostrando una posición similar a la mantenida por Steve Witkoff o Donald Trump, que volvió a defenderse atacando y apuntando contra su predecesor y contra Volodymyr Zelensky, a los que acusa de haber sido incapaces de evitar la guerra. Ayer, el presidente estadounidense lanzó otro dardo envenenado a Volodymyr Zelensky a raíz de la exigencia de más material militar. Trump reaccionaba a la noticia de que Ucrania está dispuesta a invertir 15.000 millones de dólares donados por sus aliados europeos para adquirir sistemas Patriot y munición antiaérea. Zelensky “siempre está buscando adquirir misiles”, afirmó antes de añadir que “cuando empiezas una guerra, tienes que saber que puedes ganar la guerra, ¿no? No empiezas una guerra contra alguien es que veinte veces más grande que tú y esperar que la gente te dé misiles”.
Reafirmarse en sus posiciones ha sido también la reacción europea. “Este fin de semana, el horror ha alcanzado su clímax con la masacre del Domingo de Ramos”, afirmó Jean-Nöel Barrot, ministro de Asuntos Exteriores de Francia, que añadió que “es una prueba, si es que hacía falta una prueba, del desprecio de Vladimir Putin por la población civil y las reglas de la guerra. Y mientras hace ahora un mes que Ucrania aceptó un alto el fuego, Vladimir Putin claramente no tiene intención de moverse en esa dirección. Hay que obligarle a hacerlo”. Ese es también el principal mensaje de Emmanuel Macron, que en su respuesta al bombardeo de Sumi afirmó que “se necesitan medidas enérgicas para imponer un alto el fuego a Rusia”. Los países europeos, que reaccionaron al anuncio estadounidense de apertura de la vía diplomática con un lenguaje beligerante y aumento del suministro militar a Ucrania, han insistido en esa vía tras el ataque del pasado fin de semana. La declaración más relevante ha sido, sin duda, la del futuro canciller Merz, que se ha mostrado favorable al envío de misiles alemanes Taurus -línea roja marcada por Olaf Scholz, que no solo desveló que los misiles pueden alcanzar Moscú sino que su suministro implicaría la presencia de soldados alemanes participando directamente en su uso- a Ucrania como Kiev lleva varios años exigiendo. En una entrevista concedida a un medio alemán, el líder de la CDU apuntaba incluso a los objetivos: Crimea o el puente de Kerch, un ataque que actualmente sería más simbólico que efectivo, ya que Rusia dispone del corredor terrestre para sus comunicaciones militares con la península.
Las últimas declaraciones de Merz, que aún no ha sido investido canciller pero que ya ha logrado un acuerdo de gran coalición con el SPD, las palabras de Macron o la beligerancia de Starmer, que se suman a la habitual apuesta por la guerra de las repúblicas bálticas, refuerzan la impresión de que los países europeos han desechado completamente la diplomacia como salida al conflicto. Los mismos países que rechazaron presionar en busca del cumplimiento de los puntos previstos en el proceso diplomático en el que participaban, tratan de impedir ahora cualquier progreso en el encabezado por Estados Unidos, al que ni siquiera han sido invitados. Su esperanza, como la de Zelensky, es que Donald Trump ceda en su insistencia de calificar el conflicto de una mala guerra y se acerque a la posición de europea, ahora mismo halcones que buscan proteger a Ucrania, no de la muerte y la destrucción, sino de la posibilidad de diplomacia.
El problema para Bruselas o Londres es su escasa capacidad de actuación, actualmente limitada al aumento de suministro de armas -en el que siguen dependiendo de Estados Unidos- y la posibilidad de veto en el levantamiento de sanciones como la exclusión de los bancos rusos del sistema internacional de pago SWIFT. En estos tres años de guerra proxy, Rusia ha demostrado ser capaz de sobrellevar ambos aspectos. Pese a un suministro de armas que ha dado a Ucrania una cantidad de armas similar al material del que dispone el ejército británico, las tropas de Kiev no han sido capaces de recuperar sus territorios perdidos. Y aunque la economía rusa se ha resentido en muchos aspectos, las sanciones económicas no han impedido la puesta en marcha del keynesianismo militar que ha hecho posible que la Federación Rusa siga surtiendo a su ejército.
A falta de acciones más decisivas, la Unión Europea apuesta por lo simbólico. Ayer, Ucrania anunció que ha invitado a los países miembros a reunirse en Kiev el 9 de mayo para contrarrestar la celebración del Día de la Victoria en Moscú. Bruselas, por su parte, ha recomendado a los países que aspiren a adherirse a la UE, especialmente a los balcánicos -solo Serbia había anunciado que estaría presente su presidente- a no acudir al desfile anual, que se ha convertido en el acto popular más masivo que se celebra en la Federación Rusa. En su más puro estilo diplomático, Kaja Kallas ha advertido de ”consecuencias” a quienes osen llevar la contraria a la orden.
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