“En una mañana de primavera, dos meses después de que los ejércitos invasores de Vladimir Putin entraran en Ucrania, un convoy de coches sin matrícula se deslizó hasta la esquina de una calle de Kiev y recogió a dos hombres de mediana edad vestidos de paisano”, escribe The New York Times para abrir su reportaje sobre el papel de Estados Unidos al frente de la guerra proxy contra Rusia en Ucrania. “Los pasajeros eran altos generales ucranianos. Su destino era Clay Kaserne, el cuartel general del Ejército de Estados Unidos para Europa y África en Wiesbaden, Alemania. Su misión era ayudar a forjar lo que se convertiría en uno de los secretos más celosamente guardados de la guerra en Ucrania”, continúa el relato, que desvela que “el convoy, tripulado por comandos británicos sin uniforme pero fuertemente armados, viajó 400 millas hacia el oeste, hasta la frontera polaca. El cruce se realizó sin contratiempos, con pasaportes diplomáticos. Más adelante, llegaron al aeropuerto de Rzeszów-Jasionka, donde les esperaba un avión de carga C-130 inactivo”. Es la primera de muchas menciones al papel del Reino Unido en el esfuerzo común contra Rusia que se inició en febrero de 2022 y que continúa actualmente, ahora con un papel mucho más relevante de las autoridades políticas y militares británicas ante el paso a un lado dado por el Gobierno de Estados Unidos desde la llegada al poder de Donald Trump.
Desde Weisbaden, al oeste de Alemania, y con la colaboración de otros países, Estados Unidos ha liderado el esfuerzo militar ucraniano, jactándose de los éxitos y culpando a Ucrania de los errores. En ese esfuerzo, “un general polaco se convirtió en adjunto al general Donahue. Un general británico gestionaría el nudo logístico en una antigua cancha de baloncesto. Un canadiense supervisaría el entrenamiento”, afirma The New York Times al describir el esfuerzo común. Sin embargo, el eje del artículo del medio estadounidense se centra en el papel de generales como Donahue y la importancia de las armas, organización, inteligencia y planificación de Estados Unidos, mientras el papel de los demás aliados occidentales queda en un segundo plano. Aun así, el reportaje admite el papel británico en momentos clave, especialmente una vez que la gestión de los preparativos para la contraofensiva de 2023 comenzó a causar problemas graves entre la representación militar estadounidense y la ucraniana a causa de los objetivos y las exigencias de Kiev.
En ese contexto, The New York Times admite el valor de la aportación británica, tanto por su buena relación con Ucrania como por su presencia sobre el terreno. “«Yo me encargo», dijo Wallace. Los militares británicos tenían una influencia considerable en Kiev; a diferencia de los estadounidenses, habían enviado pequeños equipos de oficiales al país tras la invasión. Ahora el ministro de Defensa ejercía esa influencia y exigía que los ucranianos destituyeran al comandante”, escribe el medio en referencia a la iniciativa de Ben Wallace, entonces ministro de Defensa del Reino Unido, para mediar entre las partes en disputa.
Un artículo publicado por The Times, centrado en el papel político y militar del Reino Unido, busca completar el relato de The New York Times y resaltar la importancia del rol británico a la hora de gestionar los malos momentos y superar las fricciones que se habían creado entre Ucrania y Estados Unidos a raíz de las diferencias de opinión sobre las direcciones de la ofensiva, el material necesario y el momento en el que debía comenzar. “Aunque el apoyo inquebrantable de Gran Bretaña a su aliado de Europa del Este no ha sido ningún secreto, el alcance de su implicación e influencia -desplazamientos de última hora a Kiev, ayuda para forjar planes de batalla y recopilación de información vital sobre los rusos- ha permanecido oculto en gran medida. Hasta ahora”, afirma The Times, que añade que “a puerta cerrada, los ucranianos se refieren a los jefes militares británicos como los «cerebros» de la coalición «anti-Putin», formada por Estados Unidos, el Reino Unido y docenas de otras naciones afines. Conocido por haber tenido la temeridad de desplegar tropas en el interior del país cuando nadie más lo hacía, el papel del Reino Unido en la guerra ha sido más profundo de lo que muchos observadores puedan pensar”.
En 2023, asegura el reportaje, “todo amenazaba con salirse de control”. “Ucrania había lanzado su esperada ofensiva, un momento clave de la guerra en el que, tras sorprender al mundo expulsando a Rusia de las puertas de Kiev en sus primeros días, Ucrania veía la oportunidad de recuperar terreno en la región de Donbass y cambiar la dinámica de un campo de batalla agotador. Pero la cosa no iba bien”, escribe The Times adhiriéndose a la visión más optimista de una ofensiva que “debía ser el punto de inflexión de la guerra. Había sensación de optimismo en la coalición de que la batalla sería la última de Ucrania y que el presidente Putin se vería obligado a aceptar la paz”. Con la arrogancia de quien se percibe a sí mismo superior y es incapaz de comprender que la otra parte llevaba meses preparándose para defenderse ante una ofensiva previsible y que solo podía producirse exactamente donde se produjo, el Reino Unido y Ucrania -y en menor medida Estados Unidos, única de las partes que, según The New York Times puso en duda la viabilidad de capturar Melitopol- creyeron firmemente que esa batalla pondría a Rusia entre la espada y la pared y obligaría al Kremlin a aceptar la única paz que estaban dispuestos a aceptar, la victoria de Ucrania y la derrota incondicional de la Federación Rusa.
“Fue entonces cuando el almirante Sir Tony Radakin, un chico de Oldham educado en la escuela privada, y sus dos «principales lugartenientes», el teniente general Sir Roly Walker y el teniente general Sir Charlie Stickland, se ganaron el respeto de ucranianos y estadounidenses por igual”, se jacta The Times, que explica que “en las semanas previas a su inicio, el general Sir Jim Hockenhull, jefe del mando estratégico y antiguo jefe de la inteligencia de defensa, se reunió con Kirilo Budanov, jefe del espionaje militar ucraniano. Hablaron de cómo podían colaborar para alcanzar los objetivos del contraataque: Hockenhull disponía de recursos militares muy sensibles”. Por aquel entonces, Budanov realizaba numerosas operaciones con drones en el Mar Negro y había prometido que sus tropas llegarían a Crimea antes del verano, un optimismo que aparentemente compartía con su socios británicos.
En una sutil mención a la importancia británica en términos de inteligencia, una obviedad conocida ya la relación con el GUR, The Times explica que “mientras Walker y Stickland colaboraban en la planificación, Hockenhull, operando en la sombra, aportaba información sobre los rusos. «Necesitaban suficiente información para ser eficaces en lo que estaban haciendo. Necesitaban una ventaja frente a un adversario numéricamente superior»”. Era mayo de 2023 y, según el medio británico, “los ucranianos tenían un problema. El plan era que todo el material de Estados Unidos, Reino Unido y otros países llegara a finales de marzo. Pero el final de marzo se convirtió en el final de abril, y luego en el final de mayo”. El medio británico afirma, citando a una fuente militar británica que “Ucrania seguía esperando a tener todo el material, y nosotros seguíamos diciendo que había que ir, que Rusia no era fuerte. Tenéis que desafiarles, tenéis equipo suficiente”. En otras palabras, el Reino Unido presionaba a Ucrania para comenzar la contraofensiva cuando las autoridades militares de Kiev aún alegaban que no disponían de todo el material necesario. Pese a las críticas ucranianas, The Times insiste en que “en ese momento, las armas que se les habían dado para la contraofensiva igualaban a las que estaban disponibles para todo el ejército británico”.
Esa movilización de recursos no dio el resultado esperado y para junio, cuando ya era evidente que Ucrania no iba a conseguir romper el frente de Zaporozhie y había desechado la táctica de grandes convoyes -que rápidamente eran destruidos por las minas, artillería y drones rusos- en favor de grupos más pequeños de infantería, comenzó la impaciencia estadounidense. “Llegaron a un punto en el que habían hecho sus propios juegos de guerra y dijeron que era la hora”, afirma una fuente de Defensa. “Los ucranianos afirmaron que todos, incluidos los americanos y los británicos, habían subestimado los obstáculos rusos ante los que se encontrarían y también las características del campo de batalla moderno”. “El camino estaba plagado de minas terrestres rusas y quienes trataban de eliminarlas se encontraban ante la amenaza de que los drones explotaran sobre su cabeza”, indica The Times. Como entonces, las fuentes occidentales parecen sorprendidas por el hecho de que Rusia hubiera preparado la defensa, minado los campos para impedir el avance de los tanques y logrado ponerse al día en la tecnología que ha cambiado esta guerra y en la que se había quedado retrasada, los drones. Quizá la labor de inteligencia estadounidense y británica que tanto enaltecen los medios no fue tan completa como quieren hacer creer, aunque, en realidad, la información sobre la actuación rusa en términos de preparación para la ofensiva no requería de grandes medios y fue descrita por los periodistas rusos que visitaron el frente de Zaporozhie a lo largo del invierno y la primavera de 2023.
Ante la presión de Estados Unidos, que según las fuentes británicas exigían resultados, Zaluzhny se propuso explicar a los jefes militares británicos, sus interlocutores preferidos, que los reclutas, “de treinta y tantos y cuarenta y tantos y no de veinte”, “pasaban solo tres días en el frente. El primero era el día de asentarse. En el segundo empujaban para avanzar 200 o 300 metros y el tercer día era para consolidarse y dar paso a tropas de refresco”, un proceso que los aliados de Ucrania veían como “lento y tedioso”. Según el diario británico, Estados Unidos se preguntaba “qué narices estaba pasado” y exigía “ir a mucho más ritmo”.
En ese momento de tensión es cuando The Times entiende que se produjo la principal intervención británica. “Radakin interrumpió unas vacaciones que tenía planeadas desde hacía tiempo y le dijo a Wallace, con quien trabajaba estrechamente, que tenía que ir a Ucrania para unir a ambas partes. Se dice que Radakin le dijo que la situación era «demasiado conflictiva». El plan era que Radakin se sentara con Zaluzhny, escuchara a los ucranianos e intentara explicar su punto de vista a los estadounidenses mediante una videollamada desde Kiev. Radakin se subió al tren nocturno de la era soviética de Polonia a Kiev para hablarlo en persona con Zaluzhny, que más tarde se convertiría en el principal diplomático ucraniano en Gran Bretaña y uno de los favoritos para suceder a Zelensky”, afirma el medio, que da a entender que existe una relación cercana entre Londres y Valery Zaluzhny, que dese hace meses lidera las encuestas de intención de voto ante unas posibles elecciones presidenciales. El Reino Unido contaba también con la ventaja de disponer de personal sobre el terreno, ya que “los americanos solo iban a Ucrania en raras ocasiones debido a la preocupación por dar una imagen de estar demasiado involucrados en la guerra, al contrario que los jefes militares británicos, que tenían libertad para ir cuando lo consideraran necesario. En ocasiones, sus visitas eran tan sensibles que iban vestidos de civiles”.
El gran éxito que presenta The Times es que “la diplomacia británica volvió a unir a los dos bandos y, a mediados de agosto, Radakin, Zaluzhny y Cavoli se reunieron en persona en la frontera polaco-ucraniana. Durante una discusión de cinco horas, elaboraron planes para la contraofensiva y trazaron planes para el invierno, así como para el año siguiente. Era una señal de que los americanos no iban a irse a ninguna parte”. La imagen de esa reunión fue publicada por el reportaje de The New York Times y utilizada también por Valery Zaluzhny en su post para responder al reportaje.
Pese a la épica que quiere añadir The Times a la participación británica en el esfuerzo occidental que fue la contraofensiva, la operación de 2023 se convirtió finalmente en el punto de inflexión que esperaban los aliados de Kiev, aunque no de la forma que deseaban. Ucrania no fue capaz de romper el frente y ni siquiera se acercó a Melitopol, considerada puerta a Crimea, con lo que nunca consiguió poner a Rusia entre la espada y la pared. Ucrania no solo no logró sus objetivos ofensivos, sino que comprometió su defensa al ceder la iniciativa. Aquellas brigadas instruidas por los aliados occidentales para avanzar sobre los territorios del sur, por ejemplo la 47ª Brigada, fueron reconvertidas en equipos de defensa en batallas perdidas como la de Avdeevka, signo claro del cambio que se había producido en el frente y del que Ucrania quiso salir con la operación de Kursk, que finalmente tampoco ha conseguido lo que buscaba.
En esa situación y sin posibilidad de derrotar militarmente a Rusia en el frente, el Reino Unido encabeza el esfuerzo europeo por introducir una misión armada occidental en territorio ucraniano a modo de disuasión y de control occidental del país tras una guerra proxy en la que según las fuentes militares británicas citadas por The Times, “Ucrania ha pagado un precio terrible por defenderse, pero también nos ha dado una ventana a la guerra moderna”. En esta guerra proxy, Ucrania -a la que los países occidentales, entre ellos el Reino Unido, animaron a seguir luchando en 2022 cuando la diplomacia iba a dar un acuerdo mejor de lo que va a conseguir por la vía militar- pone los muertos y sus aliados obtienen el beneficio de utilizar el teatro de operaciones como un laboratorio de pruebas que no desean perder.
“A medida que se profundiza en el compromiso británico con la defensa de Ucrania, algunos recelan de dónde termina el camino. John Foreman, ex agregado de Defensa en Moscú y Kiev, se muestra nervioso ante la inminente perspectiva de un compromiso militar indefinido en Ucrania con una «misión incierta» que podría durar más de una década, así como por el impacto que esto podría tener en la OTAN”, escribe, a modo de conclusión, The Times. Como admite Foreman, “es fácil involucrarse en una guerra, es más difícil salir”.
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