“Los políticos, responsables de políticas y comentaristas ucranianos ven la reelección de Trump como una apuesta arriesgada, pero que están dispuestos a asumir”, escribe esta semana Foreign Policy. “Por qué Volodymyr Zelensky puede apreciar la victoria de Donald Trump”, titulaba unos días antes The Economist. En ambos casos, la lógica es similar: la marcha de Biden va a suponer una ruptura, el final de una etapa en la que Ucrania no ha logrado lo que quería. La nueva fase implica riesgos, pero también posibilidades. Esas nuevas perspectivas no buscan satisfacer la voluntad de, según la BBC, cada vez más personas en el este de Ucrania, que veían unos días antes de las elecciones la presidencia de Donald Trump como una apertura a la posibilidad de lograr un alto el fuego o incluso la paz. Como ha querido mostrar el Gobierno desde el primer comunicado anunciando la conversación del presidente ucraniano con quien en enero será su homólogo en Washington, Kiev quiere construir la futura relación con la Casa Blanca entrante sobre la base de la idea de paz por medio de la fuerza.
Aunque es pronto para dar por hecha la tendencia, especialmente teniendo en cuenta la facilidad con la que Donald Trump despide a sus subordinados en el momento en el que se desvían del camino, los nombramientos que están anunciándose estos días reafirman a la táctica de la Oficina del Presidente de Ucrania. “Estados Unidos está listo para regresar a la campaña de MÁXIMA PRESIÓN del presidente Trump contra Irán. Durante demasiado tiempo, nuestros enemigos se han envalentonado ante la debilidad de la administración Biden-Harris. Con el presidente Trump a cargo, la paz por medio de la fuerza ha vuelto”, escribió en su perfil oficial en las redes sociales Elise Stefanik, futura embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas. Al igual que en la primera legislatura de Trump, los halcones defensores de mantener una política de línea dura contra Irán, incluso poniendo sobre la mesa la posibilidad de guerra, van a encontrarse en el centro del círculo que determinará la política exterior. Es el caso de Marco Rubio, un neocon más aún más a la derecha de aquellos de los que se había rodeado Kamala Harris (como Liz Cheney, hija del vicepresidente de George W. Bush durante los años de la guerra de Irak). Rubio, de una familia de origen cubano, no solo es un obsesivo anticomunista -con una peculiar definición de socialismo y comunismo que puede aplicarse, por ejemplo, a cualquier oponente de Estados Unidos en América Latina-, sino otro exponente de la política más férrea también en Oriente Medio. En una aparición en la CNN, Rubio respondió a la pregunta de Jake Tapper, un periodista abiertamente proisraelí, sobre las bajas civiles en Gaza afirmando que “no creo que se deba esperar que Israel coexista o busque una solución diplomática con estos salvajes. Tienen que ser erradicados”. La voluntad de Rubio de presionar política y económicamente a oponentes de Estados Unidos se extiende también a China, país que le ha vetado la entrada en el pasado.
Al contrario que Marco Rubio, aparentemente futuro Secretario de Estado, Mike Waltz, que va a ser nombrado Asesor de Seguridad Nacional, ha criticado en el pasado a la OTAN y es partidario de buscar el final de la guerra rusoucraniana. Donald Trump “está muy centrado en poner fin a la guerra en lugar de perpetuarla y… ya sabes, en elaborar una estrategia para sentar a ambos bandos a la mesa. Creo que es perfectamente razonable que esto llegue a algún tipo de resolución diplomática”, explicó en una aparición en NPR el día anterior a las elecciones del pasado martes. Sin embargo, frente a JD Vance, que desde la ignorancia del conflicto se ha referido a congelar el frente y obligar a Ucrania a renunciar a la OTAN como punto de partida para una negociación, la solución diplomática de Waltz pasa por intensificar las políticas que hasta ahora ha puesto en marcha la administración Biden. Al igual que otros miembros del círculo de política exterior de Trump -como el exembajador en Alemania Richard Grenell, veterano de la lucha contra el Nord Stream los años anteriores a la invasión rusa y a su destrucción-, el futuro Asesor de Seguridad Nacional de Trump propone sanciones contra el gas licuado ruso, aún una fuente de energía importante en Europa. El argumento comercial es obvio teniendo en cuenta que se trata de la competencia al gas licuado estadounidense, al que se suma el objetivo militar. “Rusia es esencialmente una gasolinera con armas nucleares”, afirmó haciendo suya la idea de John McCain, para añadir que “Putin está vendiendo más petróleo y gas ahora que antes de la guerra a través de China e India. Y si a eso le unimos la liberación de nuestra energía, el levantamiento de nuestra prohibición de GNL, su economía y su maquinaria de guerra se secarán muy rápidamente”. No hay diferencia entre esta postura con las de Joe Biden o Josep Borrell.
“Mike Waltz y Marco Rubio son ambos personas serias y creíbles en lo que respecta a la política exterior. Los aliados de Estados Unidos alrededor del mundo se sienten más cómodos una vez conocidos estos dos anuncios”, escribió ayer Ian Bremmer, think-tanker liberal, ejemplo del cambio de postura de quienes llevaban meses advirtiendo del desastre que venía con el cambio de política que iba a imponer Donald Trump. Como para Zelensky, es posible que hayan pesado en ese cambio de postura declaraciones como las de Waltz, que tras insistir en la necesidad de ampliar aún más las sanciones contra Rusia confió en que “eso sentará a Putin a la mesa. Tenemos herramientas de presión, como quitarle las esposas [a Ucrania] con las armas de largo alcance que proporcionamos”, una postura más severa que la que ha mostrado hasta ahora Joe Biden, que ha rechazado repetidamente permitir a Kiev utilizar los misiles de largo alcance occidentales en territorio de la Federación Rusa. En la misma entrevista, Waltz insiste en que Estados Unidos tiene también numerosas formas con las que presionar a Ucrania para que acepte negociar, por lo que no se desvía del objetivo marcado por Donald Trump, conseguir que las partes en conflicto dialoguen en busca de la paz, pero sí añade lo que el candidato Republicano no había hecho, explicar cómo pretende lograrlo. La postura no es tan explícita como la que ha mostrado el candidato de la CDU a la cancillería alemana, Friedrich Merz, que ha insistido en que daría a Rusia un ultimátum de 24 horas para cesar en los ataques a objetivos civiles para posteriormente permitir el uso de misiles Taurus, aunque puede considerarse similar.
La idea de la paz por medio de la fuerza es la base del Plan de Victoria de Volodymyr Zelensky, que busca exactamente lo que plantea Michael Waltz: presionar económica y militarmente al máximo a Rusia para que se vea obligada a negociar en posición de debilidad. Sin embargo, ese planteamiento no es el único de la propuesta del presidente ucraniano que parece pensado específicamente para Donald Trump y su equipo. “Una idea sería sustituir a algunas tropas estadounidenses estacionadas en Europa por fuerzas ucranianas después de la guerra. La otra -ideada por primera vez por el senador republicano Lindsey Graham, aliado de Trump, según personas involucradas en el diseño del «plan de victoria» de Zelensky- sugiere compartir los recursos naturales críticos de Ucrania con socios occidentales”, escribía ayer Financial Times, que afirma que Trump se mostró interesado en esos puntos. “Por otra parte, los líderes empresariales ucranianos también están hablando con el Gobierno para ofrecer a Trump poderes de «control de inversiones» que le permitan elegir quién puede hacer negocios en el país”, añade el artículo, que detalla un plan que calfica de “ABC – anybody but China”, cualquiera menos China, y ofreciendo a Estados Unidos «poderes de selección de inversiones», es decir, la capacidad de aprobar o vetar a potenciales inversores.
“Las industrias ucranianas dependientes de la tecnología y los materiales chinos, como las telecomunicaciones, según la persona implicada, podrían pasarse a proveedores estadounidenses y atraer más inversiones occidentales. La idea está en sus primeras fases, pero algunos líderes empresariales cercanos a la oficina del presidente creen que podría funcionar bien con Trump”, explica Financial Times. La relación colonial que implica el cuarto punto del Plan de Victoria de Zelensky queda aún más claro en esta formulación, que previsiblemente tiene grandes posibilidades de llamar la atención de Trump y de crear una relación de trabajo que satisfaga al futuro presidente de Estados Unidos. La idea de la paz por medio de la fuerza, que generalmente implica más guerra, la obsesión por Irán, la defensa de Israel y la voluntad de dejar en manos de Estados Unidos la riqueza del país son puntos en común que Zelensky parece estar explorando ya.
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