La resaca electoral estadounidense continúa en Europa en paralelo al intento de los países de la Unión Europea y otros Estados que no son miembros del bloque político de impedir que el cambio de rumbo que prevén en Washington afecte a sus intereses estratégicos, siempre vinculados a la idea de seguridad nacional. “Este es un momento perfecto para trabajar más estrechamente: en seguridad, en defensa, en migración, en Ucrania, en autonomía estratégica”, afirmó ayer Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo, en su llegada a Budapest para participar en la cumbre de la Comunidad Política Europea, una de las muchas instituciones diseñadas para crear una apariencia de unidad continental, generalmente como oposición a Moscú.
En su simplicidad, las palabras de Metsola resumen a la perfección el sentir del establishment político de la Unión Europea, que se mueve entre los elogios a Donald Trump y la reafirmación de la necesidad de limitar la dependencia estadounidense. “Fue él quien nos estimuló a movernos por encima del 2%”, afirmó Mark Rutte, el recién nombrado secretario general de la OTAN, elegido, entre otros factores, por su capacidad para susurrar al oído del ahora presidente electo en el primer momento de tensión entre Trump y la Alianza. En realidad, ha sido la actual guerra y no la presión de Trump la que ha conseguido el aumento de gasto militar europeo -que supone beneficios económicos para el complejo militar-industrial de Estados Unidos, indiscutible líder mundial en la producción y exportación-, que una vez logrado por gran parte de los países miembros el mínimo marcado por la OTAN, vuelve ahora a considerarse escaso por Estados Unidos. La Alianza ha asimilado las nuevas exigencias con disciplina y ayer Rutte declaraba que “hay que hacer más”.
“No tenemos por qué dejar nuestra seguridad en manos de los estadounidenses para siempre…Tenemos que despertar y decidir que no queremos desaparecer geopolíticamente. En el fondo, tenemos que decir: no queremos ser simples clientes, delegar en otros nuestra economía, nuestras opciones tecnológicas o nuestra seguridad. Queremos tomar el control total de la paz en nuestro suelo, de nuestra prosperidad y de nuestro modelo democrático”, afirmó Macron, principal exponente de los líderes europeos que han reaccionado a la victoria de Trump tratando de impulsar la autonomía estratégica, que a juzgar por las actuales declaraciones se limita a conceptos de seguridad y, sobre todo, de aumento de gasto militar. No se trata de mantener una política exterior independiente, sino de mantener capacidades de defensa -contra enemigos que no se mencionan, pero entre los que parece que puede mencionarse a dos: Rusia y la inmigración-, fundamentalmente para garantizar que el proyecto que la UE ha considerado existencial, la guerra de Ucrania, no dependa exclusivamente de la voluntad de suministro de armamento de la administración estadounidense. Queda claro en las declaraciones de los diferentes líderes europeos que la preocupación por la capacidad de defenderse es el último eufemismo que significa realmente la capacidad de suministrar y costear la continuación de la guerra.
Junto con Keir Starmer, cuyo Gobierno no ha tardado en exaltar la relación especial que disfrutan Estados Unidos y el Reino Unido como base de la política de su país, Volodymyr Zelensky se encuentra entre quienes han querido insistir en la importancia de Estados Unidos como país excepcional y necesario. En su aparición en Budapest, el presidente ucraniano incidió en la necesidad de una Europa unida y fuerte, el mismo adjetivo que utilizó para Estados Unidos. Al contrario que los países de la Unión Europea, que participan en la guerra únicamente de forma indirecta, Ucrania no puede permitirse perder el apoyo de ambos lados del Atlántico.
Zelensky utilizó la plataforma de Budapest y la presencia de varios líderes europeos para insistir en sus principales exigencias. Entre las principales necesidades del presidente ucraniano está imponer la idea de que cualquier negociación, congelación del frente o paso hacia la negociación es contraproducente y peligroso. Toda propuesta de diálogo con Vladimir Putin, principal base de las propuestas de Trump para finalizar la guerra, ha de ser condenada. “Algunos de vosotros lleváis veinte años abrazándolo”, reprochó Zelensky a sus socios europeos, “y las cosas solo han ido a peor”. En realidad, la relación económica y política en Europa permitió años de estabilidad rotos en el momento en el que Maidan destruyó el equilibrio este-oeste que había dominado en Ucrania y que precipitó la crisis de Crimea, el inicio de las sanciones y, sobre todo, de la política de rechazo de negociación con Rusia incluso en los temas en los que era posible dialogar, un proceso fomentado también desde Estados Unidos, que vio en el enfrentamiento la forma de abrir la puerta a dinamitar la relación entre Moscú y Berlín. “Solo piensa en las guerras y eso es algo que no cambiará”, insistió Zelensky en relación a Vladimir Putin pese a que fue él y no su homólogo ruso quien en 2019 anunció a Merkel y Macron que jamás implementaría el acuerdo de paz que podría haber puesto fin a la guerra de Donbass.
“Cuanto más cerca está un país de Rusia, más se debilita el concepto de neutralidad”, afirmó también Zelensky, atajando así el segundo de los puntos de los que se habla al especular sobre los planes de Trump, que implicarían congelar el frente y obligar a Ucrania a renunciar durante un periodo de 20 años a la adhesión a la OTAN. Ucrania, que pese a continuar suplicando asistencia militar y económica para no perder la guerra contra Rusia se autoproclamaba en su felicitación a Trump “una de las principales potencias militares de Europa”, insiste en que bajar la guardia ahora sería “inaceptable para Ucrania y un suicidio para toda Europa”. A pesar de que no existe evidencia de que Rusia, ni ningún otro país del mundo, vaya a atacar otros países europeos, el discurso ucraniano es transparente y busca identificar su seguridad, es decir, la victoria de Ucrania, con la del continente, especialmente frente a quienes defienden la negociación como vía de mantenimiento de la paz.
Para ello, y en un momento en el que la guerra se ha complicado notablemente para Ucrania, que no puede jactarse de éxitos, Kiev utiliza el argumento del peligro. Casi tres años después de la invasión rusa y con un presidente electo en Estados Unidos que no ha escondido que sus prioridades de política exterior no están en Europa sino en el Indo-Pacífico, Zelensky continúa tratando de movilizar apoyo para Ucrania utilizando el argumento norcoreano. “Corea del Norte está ahora, de hecho, librando una guerra en Europa”, afirmó el presidente ucraniano para añadir que “los soldados norcoreanos están intentando asesinar a nuestra gente en suelo europeo”. Ucrania lleva días afirmando haber luchado ya contra tropas norcoreanas en Kursk, territorio de la Federación Rusa, e incluso ha proclamado las primeras bajas norcoreanas, algo que desmiente incluso la inteligencia del aliado occidental en la península, la República de Corea, que afirma que las tropas norcoreanas no han entrado en combate. Reales o imaginarios, esos combates contra la República Popular de Corea son ahora parte integral del intento de Zelensky de afirmar que el enemigo occidental está en guerra contra Ucrania y Europa para conseguir tanto un aumento del apoyo europeo como la atención del presidente electo Donald Trump, que durante su primera legislatura prometió “fuego y furia como no se ha visto antes” al presidente Kim en caso de que Pyongyang amenazara a Estados Unidos.
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