Con más facilidad de la esperada, Donald Trump obtuvo ayer una victoria electoral clara en la que el Partido Republicano no solo se aseguró la mayoría necesaria en el Colegio Electoral, sino también en el Senado y en el voto popular. Si este último dato se confirma con el recuento completo, Trump será el primer Republicano en ganar el voto popular en dos décadas y el segundo en la historia de Estados Unidos en obtener dos mandatos no consecutivos, es decir, en vencer en unas elecciones tras haber sido derrotado. Como ha ocurrido en el pasado, la igualdad que presagiaban las encuestas, utilizadas como herramienta de movilización del voto, no se ha producido. Con ello se han evitado las horas de incertidumbre y los discursos equidistantes. Tras los exultantes mensajes de incondicionales como Nayib Bukele y Viktor Orban, las felicitaciones a Donald Trump no tardaron en llegar de todos los lugares del planeta, pero especialmente de aquellos que van a tener que pelear por la atención del presidente electo y su equipo. Especialmente delicada es la situación del Gobierno de Volodymyr Zelensky, cuya dependencia de la voluntad de sus aliados de continuar -o aumentar, como exige Ucrania en nombre de acortar la guerra– el flujo de armento, munición y financiación va a determinar el destino de la guerra.
“Estas elecciones tendrán consecuencias para todas las regiones del mundo, incluidas Ucrania y Oriente Medio, donde la seguridad mundial está en riesgo”, escribía horas después de que se confirmara la victoria Republicana Josep Borrell, aún jefe de la diplomacia de la Unión Europea, insistiendo en lo obvio. Pero, como Zelensky, Bruselas va a encontrarse con una presidencia trumpista que, al contrario que hace ocho años, ha llegado a la Casa Blanca con una idea muy diferente de los intereses estadounidenses en Europa y especialmente en Ucrania. Desde el pasado verano, cuando el ascenso de Trump en las encuestas parecía imparable y las capacidades de Biden de soportar otro mandato resultaban cada vez más cuestionables Washington y sus aliados europeos trataron de preparar un plan de contingencia para conseguir una política ucraniana que estuviera “a prueba de Trump”, idea que desapareció de los titulares en el momento en el que las encuestas comenzaron a ser favorables a Harris. Los fondos aprobados por el Congreso estadounidense este año garantizan la financiación de las Fuerzas Armadas de Ucrania durante los algo más de 70 días que restan a la actual legislatura, pero es de esperar que la labor de grupo de presión para lograr nueva financiación comience con rapidez.
Por ahora, Zelensky ha querido adelantarse a sus homólogos europeos con su felicitación, en la que ayer trató de plasmar todos los aspectos en los que considera que puede haber lugar al entendimiento con Donald Trump. En su mensaje, el presidente ucraniano destacó la “gran reunión con el presidente Trump el pasado septiembre”, un encuentro que Ucrania hubo de pelear para conseguir. La imagen de los dos hombres tras la reunión no dejaba lugar a dudas y la frialdad contrastaba con la cercanía que Zelensky ha disfrutado con Joe Biden, para quien el conflicto ucraniano era algo conocido desde 2014 y que consideraba la actual guerra existencial para el mundo occidental. La conversación no consiguió, como parecía creer Zelensky, cambiar el parecer del candidato Republicano, que en su discurso de ayer insistió en que no comenzará ninguna guerra y que ha llegado para ponerles fin.
Consciente de la posibilidad del retorno de Trump, que no ha escondido que considera la guerra de Ucrania “una guerra perdedora”, Zelensky ha trabajado en los últimos meses para mostrar que no es un obstáculo para la paz. De esa necesidad han nacido tanto la Fórmula de Paz, que derivó en la insulsa y fallida cumbre de paz de Suiza, y el Plan de Victoria, que según el discurso ucraniano marca el camino a la paz justa. Esa vía pasa por la derrota militar de Rusia en unos términos que Trump pueda reconocer. Coherente con esa idea de la paz por medio de la guerra, Zelensky escribía en su felicitación al presidente electo que aprecia “el compromiso del presidente Trump por la teoría de la «paz por medio de la fuerza» en las relaciones internacionales”. Esa es precisamente la forma con la que Zelensky quiere superar las actuales dificultades que sus tropas sufren en el frente, con retrocesos diarios en Donbass. La opción ucraniana para escapar de esa constante pérdida de territorio no es el camino a la negociación, sino la intensificación de los bombardeos y su extensión a Rusia, algo para lo que Zelensky precisa del material y de la autorización explícita de Estados Unidos, ya sea de Joe Biden en los próximos dos meses o de Donald Trump a partir del 20 de enero.
La mención de Trump a la finalización de la guerra en su discurso de ayer muestra que, por el momento, no se ha producido el cambio de parecer ansiado por Ucrania, que se enfrenta ahora a un tiempo de incertidumbre que comenzará a resolverse en el momento en el que se conozcan los nombres de las personas que van a sustituir a Antony Blinken al frente del Departamento de Estado o Jake Sullivan como Asesor de Seguridad Nacional. Por el momento, lo poco que se conoce de las intenciones de Donald Trump con respecto a Ucrania y Rusia -que, al contrario que en 2016 se muestra escéptica, aunque abierta a negociar con Estados Unidos, un país que califica de “no amistoso”- procede de personas como Richard Grennell, uno de los aspirantes a sustituir a Blinken, o Elbridge Colby, posible sustituto de Sullivan. Ambos se han mostrado favorables a opciones de congelar el frente “en algún lugar”, no necesariamente en su situación actual, y obligar a las partes a negociar. La estrategia de Trump, que podría calificarse de palo y zanahoria, implicaría condicionar la entrega de armamento a Kiev a la aceptación de una negociación con Rusia, mientras que Moscú recibiría la amenaza de aumento del nivel de suministro de material a Ucrania en caso de rechazar las conversaciones. Sin embargo, las condiciones no han cambiado, ninguna de las partes se encuentra militarmente derrotada, Ucrania sigue contando con el apoyo occidental y Rusia ha conseguido la estabilidad necesaria para que su industria y economía surtan a sus tropas, por lo que ninguno de los dos bandos se encuentra tampoco exhausto, únicas posibilidades de que Kiev y Moscú aceptaran regresar realmente a la vía diplomática en busca de una resolución.
La posible reducción de la implicación económica de Estados Unidos en la guerra de Ucrania es comparable con las críticas realizadas por Donald Trump a la OTAN durante su primera legislatura, en la que amenazó repetidamente a los países europeos en caso de no contribuir a la Alianza con el mínimo del 2% del PIB. El intento de Trump de lograr un aumento de la inversión militar en los países europeos, que supone necesariamente un incremento de las adquisiciones de equipamiento estadounidense, fue evidente durante la presidencia de Trump, algo que puede repetirse actualmente. Al fin y al cabo, uno de los objetivos de la administración Republicana continuará siendo recuperar el empleo industrial, entre la que el complejo militar-industrial tiene un peso importante. La guerra de Ucrania ha demostrado ser muy lucrativa para Estados Unidos, un argumento que hace improbable el temido abandono de la causa de Kiev. El mayor peligro a corto plazo es, sin embargo, una reducción del flujo de asistencia económica para que ese coste recaiga en los países europeos.
“Bueno, Europa finalmente tiene que tomarse en serio su propia supervivencia. Desde expresiones de “grave preocupación” en política exterior hasta “frenos de deuda”, pasando por el disfraz de títere de Rusia en Hungría y las quejas sobre el gasto en defensa, es hora de madurar. El sótano de mamá ya no está disponible. Las clases políticas de Europa necesitan conseguir trabajos reales… liderando”, escribió ayer el expresidente estonio Toomas Hendrik Ilves, una de las personas que esta semana ha firmado una carta exigiendo más asistencia militar para Ucrania y el levantamiento del veto al uso de armamento occidental contra territorio ruso. “Todos los países europeos deben aumentar el gasto en defensa y resiliencia democrática. Estados Unidos es un aliado permanentemente poco fiable en este siglo”, añadió el periodista izquierdista Paul Mason, otro de los firmantes de esa iniciativa de guerra total contra Rusia en nombre de la seguridad del continente en un mensaje que, de forma más o menos explícita, han repetido todo tipo de representantes europeos desde Emmanuel Macron a Radek Sikorski.
Ha comenzado ya el trabajo de grupo de presión para, bajo el argumento de la necesidad de autonomía estratégica -en realidad obligada ante la más que probable posibilidad de que la administración estadounidense pierda interés por Europa frente al teatro asiático-, presionar en busca del aumento del gasto militar tanto para la defensa como para garantizar que Ucrania pueda seguir luchando y no tenga que enfrentarse al escenario más temido, una negociación a la que no llegue en posición de fuerza.
Por la noche, Volodymyr Zelensky anunció su «excelente conversación telefónica» con Donald Trump, a quien volvió a insistir en que «un liderazgo fuerte e inquebrantable de los Estados Unidos es vital para el mundo y para una paz justa». La esperanza de Ucrania con respecto a Trump es triple: la posibilidad de construir sobre las relaciones personales, base fundamental de la toma de decisiones del presidente electo; los evidentes beneficios económicos que el aumento del gasto militar que supone una guerra de alta intensidad como la de Ucrania convenza a la administración Republicana gracias a la presión del complejo militar-industrial y, finalmente, que se imponga la parte del entorno de Trump que sí es favorable a continuar la guerra contra Rusia. De los nombres que maneja, por ejemplo, Foreign Policy para sustituir a Blinken y Sullivan al frente del aparato de política exterior, se encuentra Mike Pompeo, Secretario de Estado durante la primera administración Trump y que el pasado mes de julio, por medio de un artículo publicado por The Wall Street Journal, proponía una fórmula con la que podría imputarse el coste de una enorme asistencia a Ucrania, 500.000 millones de dólares -una cifra muy superior a todas las que se han manejado durante la legislatura de Biden- como préstamo y no como gasto. En guerra, como en paz, nada está predeterminado y la capacidad de Trump de cambiar de opinión dependiendo de quiénes son sus asesores ha quedado constatada a lo largo de su carrera. Se abre así un tiempo de incertidumbre para Ucrania pero, sobre todo, de trabajo de grupo de presión para conseguir sus objetivos.
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