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Coalición de naciones: otra propuesta de guerra

“Desde el punto de vista del este de Europa”, escribía ayer el periodista opositor ruso Leonid Ragozin mientras Estados Unidos comenzaba a votar para elegir a la persona que va a suceder en el cargo al actual presidente, “lo más importante de las elecciones estadounidenses es que la administración Biden se va. El año de maniobras arriesgadas que finalmente desembocó en la agresión total de Rusia comenzó con la llegada de Biden a la Casa Blanca y el simultáneo -y muy obviamente coordinado- giro de 180º de Zelensky sobre las conversaciones de paz con Rusia. El acoso a Medvedchuk, las ruidosas campañas a favor del ingreso en la OTAN y del descarrilamiento del Nord Stream, la ley sobre la desocupación de Crimea… todo ello ocurrió en enero-febrero de 2021 y tuvo como resultado el despliegue de tropas de Putin en la frontera ucraniana en marzo del mismo año”, añadía para finalmente enumerar el desastre en términos de vidas perdidas, destrucción de Ucrania y fortalecimiento “del régimen de Putin” que ha supuesto una guerra que, desde su punto de vista, pudo evitarse. E incluso desde su punto de vista abiertamente contrario al Gobierno ruso y a la invasión de Ucrania, la narración de los hechos que llevaron a que las tropas rusas violaran por tierra, mar y aire las fronteras de su país vecino poco tiene que ver con la idea de la guerra no provocada que los países de la OTAN y Ucrania llevan dos años y medio tratando de imponer como el discurso oficial que explica el actual conflicto.

Las elecciones estadounidenses y el final de la era Biden al margen de quién sea la persona elegida para sucederle -todo indica que será Donald Trump una vez que los estados bisagra van cayendo del lado del aspirante Republicano- es también el punto de partida de una carta abierta firmada por más de un centenar de representantes políticos actuales y retirados, oficiales de inteligencia, profesores universitarios, periodistas e incluso un expresidente (el estonio Toomas Hendrik Ilves), que presentan la enésima propuesta para garantizar la victoria de Ucrania.

“Durante casi mil días, Ucrania ha resistido la agresión rusa a gran escala: el heroísmo de sus fuerzas armadas y su pueblo son un ejemplo para todas las naciones libres. Pero a medida que se acercan las elecciones de Estados Unidos, Ucrania y sus aliados se enfrentan a un doble peligro estratégico”, afirma la carta publicada el pasado domingo y promocionada por dos think-tanks, uno de ellos vinculado a los liberales alemanes y cuya cara visible explica su ideología, el neoidealismo, con una imagen de Zelensky y otra de Kaja Kallas, que ha admitido abiertamente que el objetivo es hacer “Rusia más pequeña”. Libertad, heroísmo y unidad son las características que los autores observan en las fuerzas armadas y el pueblo de Ucrania, dos entes que parecen ser uno mismo y que, como es habitual, ignora la realidad de que miles de ciudadanos ucranianos luchan contra esas fuerzas armadas y esa visión de Ucrania que los think-tankers europeos y sus defensores norteamericanos identifican con los valores europeos y occidentales. Son los veteranos de la lucha contra la operación antiterrorista que asoló Donbass durante ocho años o de la agresión más sutil pero igualmente punitiva del corte del suministro de agua en Crimea, dos poblaciones cuya existencia es tan incómoda que es más conveniente olvidar para quienes ven el actual conflicto como guerra de liberación nacional.

Toda narrativa requiere un conflicto, la guerra, y un detonante, en este caso el peligro estratégico del resultado electoral en Estados Unidos, tras la que observan solo dos salidas posibles e igualmente amenazantes: el cambio y el statu quo. El riesgo más evidente sería una administración Trump que “intentará imponer un acuerdo con Rusia perjudicial para los intereses de Ucrania, y para la seguridad europea. Esto dejaría a Ucrania a la deriva de la OTAN y de la UE, en una condición de falsa neutralidad y a Europa con una zona gris geopolítica desestabilizadora en el corazón del continente”, un corazón que puede trasladarse a cualquier punto de la geografía según lo exija la geopolítica. La formulación deja clara la idea de la vinculación del destino de Europa y la OTAN al resultado de la guerra en Ucrania que, como ha repetido tantas veces Josep Borrell, es considerada existencial para la Unión Europea. El peligro contrario es el de una administración Harris que “continuará con las políticas de inmovilismo y líneas rojas, que hasta la fecha han retenido las capacidades con las que Ucrania podría ganar la guerra. En este escenario, el fatalismo de los gobiernos europeos clave que se niegan a creer que Ucrania pueda ganar y están tentados a comprometerse, en el mejor de los casos, solo a reforzar la defensa de la OTAN en respuesta a una guerra ucraniana, podría llegar a ser decisivo dentro de la alianza, a la vez que dañan su credibilidad”. La cantidad de firmantes procedentes de Alemania es un indicador claro de hacia qué países se dirige la acusación de fatalismo, falta de compromiso y saboteo de las opciones de victoria de Ucrania.

La carta equipara cualquier intento de lograr un alto el fuego con un Minsk III o Múnich II que sería “una falsa paz lograda mediante la aquiescencia europea en el desmembramiento de un Estado soberano, y dejaría a ese Estado incapaz de defenderse contra futuras agresiones, mientras que compraría una cantidad de tiempo inaceptablemente pequeña para nuestro propio rearme. Probablemente conduciría a una guerra más amplia e incluso más destructiva”. En caso de victoria de Trump, sería su Múnich; en el de victoria de Harris, un Múnich colectivo “como europeos, nuestro Múnich”. La carta se basa en cinco simples puntos para proponer evitar esa guerra más amplia e incluso más destructiva una guerra a la que podrían aplicársele esos mismos términos, extendida ya a todo el territorio ruso tal como Ucrania exige. Para ello, los autores afirman que la victoria rusa no es inevitable. Tampoco hay, en su opinión, “ningún plan creíble para la seguridad ucraniana (o europea) tras cualquier alto el fuego” que, por supuesto, sería ignorado por Vladimir Putin. El precedente de Minsk sirve a los autores únicamente para ser equiparado con Múnich, no para recordar el flagrante incumplimiento ucraniano del alto el fuego y de las condiciones políticas que habrían permitido resolver la guerra de Donbass, parte importante del conflicto entre Rusia y Ucrania. En tercer lugar, amenazando con una “nueva crisis de refugiados”, la carta advierte de que “fracasar en la búsqueda de una victoria pone a todos los aliados europeos en peligro”. En cuarto lugar, citando la necesidad de una estrategia de victoria, la carta indica que “aún existe un camino a la victoria ucraniana”. Finalmente, los autores proclaman que “quienes quieran actuar, pueden hacerlo” sin necesidad de que exista un acuerdo entre los 32 miembros de la OTAN.

En pocas palabras, la carta propone “una coalición de naciones dispuestas dentro de la OTAN a comprometerse a aumentar el apoyo militar y financiero a Kiev y a renovar su compromiso con el objetivo de una Ucrania soberana dentro de sus fronteras reconocidas por el derecho internacional, centrada en torno a una estrategia clara y una teoría de la victoria. Esto es necesario para evitar cualquier efecto perjudicial para Ucrania tras las elecciones -que ayudarían a Rusia- y cumplir con los compromisos de nuestra alianza y asumir la responsabilidad de nuestra propia seguridad”. En otras palabras, los think-tanks que patrocinan la iniciativa y los firmantes que la apoyan y la están difundiendo por lala prensa -la carta ha sido publicada por Financial Times y Liberation– y las redes sociales exigen una mayor implicación de una coalición de países (coallition of the willing, el término utilizado por George W. Bush para su guerra en Irak) para continuar apoyando a Ucrania, ya sin restricciones en el uso de armamento, es decir, bombardeando Rusia, en una guerra aún más intensa y que ha de continuar hasta la victoria final de Kiev, que solo puede ser la recuperación de su integridad territorial según las fronteras de 1991.

“Si quienes han firmado esta carta realmente la creyeran, deberían pedir que el Reino Unido ataque a Rusia. Por supuesto, eso provocaría una respuesta, pero al menos sabríamos que tienen algo en juego. Ahora solo están pidiendo más asesinatos de personas lejanas de las que no sabemos nada”, comentó el economista Branko Milanovic en respuesta al post de Paul Mason, que orgullosamente apoyaba la carta, al igual que ha apoyado en el pasado cada iniciativa de escalada de la guerra de Ucrania, consciente o no de que se trata de pasos hacia una guerra directa entre los países de la OTAN y la Federación Rusa. Efectivamente, una guerra que tuviera que continuar hasta la recuperación de Crimea, clara línea roja que para Rusia previsiblemente obligaría a activar su doctrina nuclear, implicaría una cantidad de recursos incomparable a la que Ucrania está recibiendo actualmente y una respuesta rusa que posiblemente llevara a la implicación de países de la OTAN, algo que siempre esconden este tipo de iniciativas sobre la base de la guerra por la paz.

Además de Mason, una de las caras visibles de la izquierda belicista europea, firman el documento veteranos del intento de avanzar hacia una guerra más dura contra Rusia como Edward Lucas o el fanático del conflicto Michael Weiss. Entre los representantes políticos, destaca la amplia representación de exembajadores en Rusia, la Unión Soviética o Bielorrusia y, ante todo, la elevada cifra de diputados y diputadas  alemanes (10, entre ellos los actuales presidentes de los comités Inteligencia y Asuntos Exteriores y el vicepresidente de este último), todos a excepción de un miembro de la CSU integrantes de los Verdes, desde los tiempos en los que Rebecca Harms realizaba actos delante de banderas de Svoboda uno de los partidos más beligerantes del continente. Es curiosa también la extensa y variada lista de exmiembros de la inteligencia, fundamentalmente exagentes de la CIA (9 de los 110 firmantes), así como también miembros de la inteligencia de los países bálticos.

Entre los nombres que no podían faltar está el de Chris Alexander, exministro del Gobierno conservador de Harper en Canadá y que desde su inmunidad parlamentaria, consciente de que no puede ser demandado, lidera ahora mismo un proceso de difamación de uno de los mejores periodistas del país, David Pugliese, que ha destapado que más de la mitad de los nombres que Ottawa pretende homenajear como víctimas del comunismo son en realidad nazis o fascistas. Con información proporcionada aparentemente por el SBU, quién sabe si con la colaboración del Congreso Ucraniano Canadiense, el exministro acusa falsamente al periodista ser agente de la KGB. El periodismo crítico es confundido deliberadamente con la traición de la misma forma que iniciativas como esta carta abierta pretenden presentar la guerra como el mal necesario y cualquier iniciativa de paz como la derrota colectiva de Occidente.

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